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12.07 h (175 minutos retenida)

1 mechero, 3 botellines 1 botellín de vodka, 1 tijeras, 2 llaves de una caja de seguridad, 1 cuchillo de caza, 1 bomba química, material combustible, el contenido del bolso de Iris

Plan n.o 1: descartado

Plan n.o 2: en reserva

Plan n.o 3: clavado

Plan n.o 4: coger la pistola. Ir a buscar a Iris y a Wes. Salir.

Plan n.o 5: plan de Iris, ¡bum!

 

 

—No lo toques —advierte Iris cuando me quedo mirando la garrafa, la bomba, que ha fabricado.

Agrando los ojos.

—Pues claro que no voy a tocarlo —digo en el tono más quedo que puedo. Mis ojos resbalan hacia la puerta—. ¿Cómo has aprendido a hacer esto? ¡No me digas que en internet!

—Sí, hombre, para que la Agencia de Seguridad Nacional se fije en mi historial de búsqueda —resopla—. Quiero investigar los incendios intencionados, no que me investiguen por provocarlos. Dame el bolso.

Se lo tiendo y ella hurga en el interior hasta encontrar el estuche de maquillaje. Rebusca y extrae un broche de plástico con dos pequeños corazones. Es viejo, como casi todo lo que tiene. De la época en la que la gente llevaba broches. Los corazones llevan escritas las palabras «cronómetro de besos» y hay un reloj de arena entre los dos. Le da la vuelta al reloj y la reluciente arena empieza a caer.

—Necesitamos diez minutos como mínimo para que los productos químicos expandan el papel de aluminio —me informa—. Necesito que saques las toallitas de papel del dispensador y empieces a retorcerlas para crear una mecha.

—Y ¿cómo funciona esto?

Abro el dispensador y extraigo todo el papel mientras ella está pendiente del reloj.

—Mediante una reacción química. El Drano reacciona con el aluminio y crea presión. Cuando agitas la garrafa... —Sacude los dedos que no sostienen el broche con un gesto que sugiere «¡Bum!».

—¿Y las horquillas?

—Metralla —dice en tono sombrío—. Por si la bomba estalla antes de alcanzar al atracador. Tenemos poco tiempo antes de la detonación. Te puedes volar los dedos.

Me está mirando por encima de una bomba y de su genialidad, y yo retuerzo la mecha de toallitas de papel con la clase de confianza que no creí ser capaz de otorgar a otra persona.

—¿Y la papelera?

Gira el reloj de arena. Quedan nueve minutos.

—La papelera es material combustible. Tenemos que salir de aquí —explica—. Hay que obligarlos a abandonar el edificio. El humo será un horror con todo lo que hemos metido dentro.

Tenso los dedos sobre las toallitas que estoy retorciendo.

—El fuego obligará a salir a todo el mundo —digo siguiendo su razonamiento con facilidad, como si fuera mío.

Tuerce la boca... una casi sonrisa.

—El instinto básico del ser humano es pasar de todo cuando la cosa está que arde.

—Usamos el humo como distracción cuando abra la puerta y dejamos al de rojo fuera de combate con la bomba de Drano.

Asiente.

—Si el de gris sigue inconsciente, podemos sacar a todo el mundo. Pero si está despierto, el humo le causará problemas para disparar.

Gira el broche. Otro minuto. Miro la puerta. Ningún movimiento todavía.

—Bueno, ¿qué quieres hacer durante los siguientes ocho minutos? —pregunta.

No sé qué responder. Gorra Roja podría entrar antes de tiempo y en ese caso estaremos muertas con toda seguridad. Cuanto más rato pase Duane inconsciente, mayor será el peligro.

El plan de Iris es arriesgado. Destructivo. Peligroso. Puede que mortal.

Esta es nuestra situación ahora mismo y al pensarlo me da un vuelco el corazón. ¿Se acabó? Wes está completamente solo y a nosotras únicamente nos quedan unos minutos juntas.

—¿Verdad por verdad? —sugiero, y la tensión de su boca cede.

—Verdad por verdad —asiente al tiempo que frota el corazón del broche con el pulgar.

—Tengo miedo —digo con suavidad.

Me estrecha el muslo con la mano libre.

—Yo también. No sé si podremos salir de esta —me confiesa.

—Podremos. Yo he salido de peores.

Guarda silencio. El reloj de arena casi está vacío.

—He leído sobre él. Y sobre ti —dice.

—Has leído sobre Ashley.

—¿No es lo mismo?

Esa es la cuestión, ¿verdad?

—¿Qué quieres saber? —pregunto.

Espero a que formule las preguntas morbosas. Las comprometidas, las jugosas, las incómodas. Quizá incluso me pregunte lo mismo que quiso saber Duane: «¿De verdad hiciste lo que dicen que hiciste?».

Pero Iris hace lo mismo que siempre: me sorprende.

—¿Estás bien? Después de todo lo que tuviste que... ¿estás bien?

Es una pregunta tan sencilla... y la respuesta es muy simple. Aun así, me destroza que empiece preguntando eso. Como si yo fuera lo más importante.

Gira el broche del corazón. Siete minutos.

—No —le digo, porque merece la verdad—. No lo estoy.

Puede que algún día lo esté.