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13.20 h (38 minutos libre)

2 llaves de una caja de seguridad (escondidas en el bolsillo de los vaqueros)

 

 

Regreso a la Tierra deprisa cuando las enfermeras del hospital empiezan a limpiarme la abrasión. Aun con la ayuda de la lidocaína, escuece y duele. Me extraen trocitos de gravilla, de tierra y de porquería de los hombros y del costado; Lee intenta sujetarme la mano mientras yo no paro de decirle que vaya a ver cómo están Iris y Wes: «Vete a verlos, asegúrate de que están bien, por favor, Lee, por favor». Necesito saber dónde están.

—Por favor —suplico, pero ella niega con la cabeza, tan terca como yo.

—Entonces iré yo a buscarlos —amenazo, pero cuando intento librarme de la enfermera, ella me sujeta contra la cama, no con el cuerpo, sino con una mirada que solo puede haber perfeccionado en una sala de emergencias repleta de esa fauna tan especial que puebla Carolina del Norte.

—¿Quieres que se te infecte? —me pregunta la enfermera.

—Quiero a mis amigos —replico, no a ella, sino a Lee.

—¿Siempre es así? —le pregunta la enfermera a mi hermana.

—Ella es una chica dura —responde Lee, y un matiz de orgullo centellea en su voz.

—«Ella» está aquí mismo y no hace falta que habléis como si no estuviera —refunfuño.

—Perdona, cielo —dice la enfermera con una sonrisa—. Hoy has hecho un gran trabajo. He oído a los ayudantes del sheriff hablar de ello.

—Por favor, vete a ver cómo están Wes e Iris —le pido a Lee.

—Déjalo ya, Nora —ordena, y mi boca se cierra con un chasquido enfadado, porque ella nunca pronuncia esa frase a menos que lo diga en serio.

Todavía sigue blanca como el papel, como si apenas acabara de recuperar el aliento.

—¿Te encuentras bien? ¿No deberían examinarte? —pregunto, y, ay, menuda ocurrencia he tenido.

Arquea la ceja con un sarcasmo tan autoritario que casi me planto en posición de firmes allí mismo.

—Voy a buscar más gasas —dice la enfermera, y tan pronto como abandona la habitación, Lee yergue la espalda.

—¿Tenemos que marcharnos? —me pregunta.

No para de frotarse los dedos contra el pulgar, presa de una preocupación que rara vez percibo en ella. Una palabra de más por mi parte y acabaré al otro lado del océano antes de que pueda convencerla de lo contrario.

Niego con la cabeza.

—No te preocupes. Todo va bien.

Se relaja aliviada y yo debería sentirme fatal, ¿verdad?

Sin embargo, siento un tipo distinto de alivio, aunque añadir uno más al montón de secretos que le oculto no sea lo ideal. Algún día me pillará y será un ajuste de cuentas para el que nunca estaré preparada.

Con tal de que no sea hoy... Ya he tenido bastante por un día. Me gustaría dormir un mes entero. Me gustaría no volver a despertar. Y me gustaría, por encima de todo, que la boca y el hombro dejaran de dolerme.

—¿Querrás ir ahora a ver a Wes y a Iris para decirme cómo están? —le pido.

—Nora —dice, y solo es mi nombre, pero entonces rompe a llorar y es lo más sorprendente que ha pasado en todo el día.

En ese momento se me enciende una bombilla: no se negaba a ir en busca de Wes y de Iris para poder quedarse conmigo. Se negaba porque hay alguien malherido. Wes. Wes está malherido y es ahora cuando me lo va a decir. Ahora que estamos solas y yo me siento y toda mi visión se estrecha como si no quedara luz en el mundo, e intento respirar, intento armarme de valor para oír la verdad, pero ella sigue llorando y no dice nada y yo necesito con toda mi alma que hable.

—Ay, por Dios, ¿qué le has hecho?

Pronuncio su nombre a duras penas.

Está plantado en el umbral e incluso desde aquí alcanzo a oler el humo de su piel y su ropa. Lleva el brazo vendado y nada más. Intento levantarme de la cama de hospital, pero la vía intravenosa me lo impide. Estoy mareada y aturdida por haber pasado tan deprisa de Wes está atrapado a Wes está bien al peor de los casos. Porque casi siempre es el peor de los casos. Pero hoy no.

—Acabo de escaparme de mi madre y he pasado a ver a Iris —dice—. Se encuentra bien. Solo tienen que hacerle unas cuantas pruebas más. Estooo, ¿Lee?

Mi hermana intenta con todas sus fuerzas tragarse las lágrimas, pero no lo consigue.

—¿Nora? —pregunta como si necesitara ayuda en lo que concierne a mi hermana llorando, porque, bueno, no es una imagen que alguien haya visto, en fin, jamás.

Yo niego con la cabeza a pesar del dolor y me esfuerzo al máximo por contenerme.

Pero las lágrimas fluyen por mis mejillas igualmente y, en lugar de huir —que, seamos sinceros, es lo que yo habría hecho delante de dos personas llorando—, Wes entra en la habitación. Se sienta al borde de la cama y me rodea el pie con la mano como si fuera la única parte del cuerpo que está seguro de que no me dolerá, y los tres nos quedamos allí sentados, esa pequeña unidad quebrada y vuelta a pegar que de algún modo hemos creado a base de amor, noches de pelis y paseos por los bosques, heridas curadas mal que bien, libros compartidos y un chantaje del que nunca me arrepentiré. Una familia reunida cuando estaba segura de que nunca volveríamos a serlo.

El mundo es duro y yo también. Pero aquí, con ellos, es seguro llorar.