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Un lord acomodado

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Déjame ser tuyo

de Heather Lee Land

 

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1 de diciembre de 2017.

Derek se levantó a media mañana. Su profesor había suspendido las clases de ese día y él no tenía mejor plan que levantarse tarde, cuando ya no quedaba nadie en casa.

Abrió la puerta de su dormitorio y se quedó quieto. En el pasillo aún perduraba la colonia que Megan usaba todas las mañanas. Según su rutina diaria, la joven se había ido varias horas atrás, pero su olor seguía en el aire. Sospechaba que, aunque ese día no se hubiera perfumado, él podría olerla de igual modo.

Llegó casi a rastras a la cocina, donde se sirvió una taza de café. No debería de hacerlo porque luego le dolía el estómago y se le quitaban las ganas de comer a lo largo del día. El problema era que el café le daba la fuerza necesaria para activarse por las mañanas.

Llevaba así varias semanas. Se podría decir que todas las mujeres que lo rodeaban estaban en guerra con él; su madre seguía enfadada por un cotilleo absurdo que le habían contado y que era mentira, Nora estaba desaparecida en combate y Megan lo ignoraba por toda la casa como si no existiera. Al menos le quedaba el consuelo de la pequeña Lizzie. Hacer de canguro por las tardes se había convertido en lo mejor que tenía en ese momento. Triste, pero cierto.

El teléfono móvil vibró sobre la mesa y el joven pensó si respondía de inmediato o pasaba de él. Total, a esa hora solía estar en la universidad. Quien quiera que fuera podía esperar.

Entonces vibró otra vez. Con curiosidad, acercó el aparato y miró la pantalla.

Su madre.

Jane no solía interrumpirlo cuando estaba en clase. ¿Qué podía haber pasado para que le mandara varios mensajes a media mañana? Eso lo preocupó porque, conociendo como conocía a su madre, si lo molestaba en horas de clase, era porque algo no iba bien.

Desbloqueó el teléfono y leyó el mensaje. Tras hacerlo se quedó algo más tranquilo porque no parecía ser nada catastrófico. Su madre quería hablar con él esa tarde y le preguntaba si estaría en casa del tío Nick después de comer.

Su tío Nick y Jamie se habían portado fenomenal con él al invitarlo a quedarse con ellos cuando su madre, enfadadísima por las habladurías que le habían llegado y en un arrebato, lo había echado de casa. Eso fue varias semanas atrás. Jamás la había visto tan cabreada, pero tampoco podía echarle la culpa porque varias de las conocidas de su madre le habían ido con el cuento y le habían dicho que su hijo mantenía una relación íntima con una señora que le duplicaba, o más, la edad.

Pobre Nora, la cara que se le había quedado cuando su madre entró y comenzó a decir barbaridades. Todas inventadas, por supuesto. Aunque lo hablaron y lo aclararon, Nora se había despedido de él. Iba a estar una temporada fuera y desconectada para todo el mundo. No podía culparla. Ojalá él pudiera hacer lo mismo.

El otro frente abierto, por si no fuera suficiente, era Megan. Jamás se hubiera imaginado que fuera la hija mayor de Jamie. Se había fijado en ella en la universidad y habían tonteado bastante, tanto que había comenzado a sentir algo más que una simple amistad, pero, de nuevo, tenía que haberlo mirado un tuerto porque no comprendía cómo podía tener tan mala suerte, ya que la chica apareció tras él cuando Will le estaba dando un beso en los labios. Para colmo, en ese momento llegó Nora, que iba a recogerlo en el coche. ¿Por qué diablos Megan no había querido pararse a hablar con él? ¿Por qué diablos no había podido pensar que Nora era su madre o su tía? ¿Y por qué cojones le costaba tanto aceptar que pudiera ser bisexual? No eran novios. No habían hablado de nada serio y exclusivo, y lo que tuviera con Will no era asunto de nadie.

Tras hacer un recorrido por su patética existencia, respondió al mensaje de su madre con un simple «de acuerdo» y bloqueó de nuevo el teléfono. No tenía tan claro que fuera a ir en son de paz y él no tenía ganas de discutir ese día. Quería volver a la cama y dormir varios meses seguidos. No era mucho pedir, ¿verdad?

Kate llegó a la habitación del hospital tras haberse dado una ducha reparadora. Estaba muy cansada y le dolían todos los músculos del cuerpo, pero no iba a dejar a Keith solo.

Cuando Veli le lanzó aquella bola de energía tan potente, Keith entró en parada cardiorrespiratoria. Entre Logan y Kane lo habían mantenido con vida practicándole reanimación cardiopulmonar hasta que llegó la ambulancia. Había estado ingresado desde entonces y mejoraba cada día a pasos agigantados, pero para Kate eso no era suficiente y se había mantenido a su lado en todo momento.

Esa mañana Kate llegaba de muy buen humor porque había hablado con el doctor que llevaba el caso y este le había asegurado que Keith pronto volvería a casa, que estaba completamente recuperado y que podría hacer una vida normal.

Menos mal que Veli había muerto porque, después de ese susto tan grande, lo hubiera matado ella misma con sus propias manos.

Encubrir el cadáver y buscar una coartada no fue tan complicado a pesar del boquete enorme que el viejo brujo tenía en el pecho. Emerald le había arrancado el corazón sin pestañear y se había largado con él. Desde entonces no lo habían vuelto a ver, y le preocupaba porque Keith le había dicho que, una vez que los vampiros se dejaban llevar por su parte más animal, no todos volvían a recuperar su cordura ni su humanidad.

A ella le daba mucha pena Emerald. Era un buen hombre, que estaba atormentado por su pasado. Era curioso que pensara así de él cuando habían hablado muy poco, y esas pocas veces el vampiro no había sido demasiado amable con ella, pero tampoco lo culpaba. Vivir determinadas cosas cambiaba a las personas, por mucho yoga que se practicase.

Para lo que no estaba preparada era para el duro golpe de Mike. Eso era lo que había provocado que Emerald perdiera el poco juicio que le quedaba. La relación entre ellos dos había sido espinosa, interrumpida por un pasado que les impedía no tener un futuro. La caída de Mike del caballo y su coma fueron como una jarra de agua fría para todos, sobre todo, después de que los médicos pudieran confirmar casi con total seguridad que Mike no iba a despertar jamás.

—Hey. —Kate entró en la habitación de Keith y cerró la puerta tras ella. Caminó hasta la cama y le dio un beso en la frente—. ¿Cómo te encuentras?

Lejos de hacerse el mártir, Keith resopló.

—Cansado de estar aquí todo el día. Ya os lo he dicho a todos: estoy bien, me siento bien y quiero irme a casa.

Kate se mostró impasible ante sus palabras.

—Cariño, se te paró el corazón y tuvieron que reanimarte durante varios minutos. Eso no es un simple resfriado. Si Kane y Logan no hubieran estado allí, ahora mismo no lo estarías contando.

—Por favor, no me recuerdes que Logan plantó sus morros gatunos en los míos. ¿No podía haberlo hecho Kane? Me llevo mejor con él.

Kate se rio.

—Vais a estar siempre igual, ¿no? Aunque te haya salvado la vida, jamás enterraréis el hacha de guerra.

—No. —La respuesta llegó desde la puerta. Logan, que era el que había respondido, y Kane acababan de llegar y habían escuchado la parte final de la conversación—. Desde ese día hago enjuagues bucales con lejía.

Kane le palmeó la espalda al pasar por su lado y llegó hasta la cama. Ya se había acostumbrado a la animosidad que había entre esos dos y no le echaba ni cuenta.

—No le hagas caso. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Deseando salir de aquí. Sé que estáis muy liados, pero ¿os habéis pasado por el almacén? Juanjo me llamó y no sé si era urgente.

—Juanjo se equivocó de teléfono. Era a mí al que quería llamar. Ya hemos ido. Todo está en orden. No te preocupes.

Keith no podía evitar preocuparse porque no había delegado en la vida. No sabía lo que significaba esa palabra. Jamás había confiado en nadie tanto como para poder hacerlo. Ahora tenía a Kane y a Logan; porque, por mucho que se quejara del gato, sabía que podía contar con él de manera incondicional.

—Kane, ¿no tenías que enseñarle a tu hermana las fotos?

Kane asintió y sacó el teléfono móvil.

—Argh, pero no tengo cobertura aquí dentro y no las he descargado de la nube. ¿Salimos fuera y te enseño lo bien que está quedando el santuario?

Entusiasmada, Kate siguió a su hermano sin sospechar nada. La perrera que había sido de Veli ahora le pertenecía. Iban a convertir las instalaciones en un santuario para animales maltratados, además de añadirle su propio hospital veterinario y refugio. Era una inversión muy grande, no solo económica, sino también personal. Le habría gustado llevarlo a cabo ella misma, pero no quería dejar a Keith solo en el hospital. Su hermano y Logan se estaban encargando de todo y no parecía irles mal.

Cuando la mujer salió, Keith miró a Logan con cara de pez.

—Kane miente fatal. ¿No se os ha ocurrido algo mejor?

Logan le devolvió la mirada sin pestañear.

—Se lo ha tragado, ¿no?

—Ya. Bueno, cuéntame. —Le metió prisa porque no creía que tuvieran demasiado tiempo.

—Menos mal que, cuando llegamos a la perrera, Kate no venía con nosotros porque aquello era... era... no sé cómo describirlo. Tampoco te lo quiero narrar a ti. Tú conocías lo cabrón que era tu padre, así que imagínate en qué estado tenía a esos pobres animales.

El rostro de Keith se ensombreció. Por desgracia, no tenían que recordarle cómo era su padre, que no dudó en intentar matarlo sin apenas pestañear. Si le hacía eso a su propio hijo, no quería ni imaginar lo que podía hacerle a los demás.

—¿Algún híbrido?

Habían acordado llamar así a las personas que habían pasado por las manos de su padre y con quienes este había experimentado de una u otra manera. Eran mitad humanos, mitad animal, como Logan.

—Varios. Todos muertos. —Logan estaba más serio que antes. Era imposible sacarse ciertas escenas de la cabeza—. Y no solo eran perros o gatos, sino toda clase de animales. Algunos tan inverosímiles que no entiendo en qué cojones quería tu padre al intentar semejante cambio. —Negó con la cabeza al imaginar el horror de esas pobres personas—. No quiero ni pensar en la agonía que sufrieron al transformarse, el miedo, el dolor, el no saber qué les estaba pasando...

Keith estiró el brazo y le apresó la mano bajo la suya. Eso provocó que Logan lo mirara y apartara la mente de esa situación tan traumática.

—No te he agradecido que te estés encargando de todo, ni que me hayas salvado la vida. Si no es por ti...

Logan no lo dejó terminar.

—Tú te arriesgaste por todos. Podías haber aprovechado que tu padre me tenía para haberte librado de mí, pero luchaste contra él, ya no solo para salvarme, o salvar a Kane, o a Kate, sino para salvar a todos los que tuvieron la mala suerte de caer en sus garras.

—Nunca te he odiado, de verdad, Logan. Sé que por mi culpa él se encaprichó contigo porque buscaba al hijo que no encontró en mí, y entiendo que sigas aborreciéndome...

De nuevo, Logan lo interrumpió.

—No te aborrezco, pero me gusta llevarme mal contigo. —El hombre se quedó mirando unos segundos la mano de Keith encima de la suya mientras su mente viajaba muchos años atrás—. Nunca te lo he dicho, pero me recuerdas a un amigo que tenía en el colegio. Desde pequeños estuvimos juntos. Éramos inseparables y no sabía por qué, porque estábamos todo el día peleándonos; pero, si alguien se metía con alguno de nosotros en el colegio, el otro siempre salía en su defensa. Sin importar nada más. Éramos como dos hermanos. —Levantó la vista y miró a Keith a los ojos—. Creo que siempre te he considerado como el hermano que nunca tuve y el amigo que perdí.

Logan levantó con la mano la de Keith que estaba aún sobre la suya y se la acercó a los labios para darle un beso. Era un gesto que significa mucho más y que sirvió para unirlos para siempre.

La puerta se abrió de pronto y Kate se los quedó mirando. Su hermano, tras ella, fue incapaz de quedarse callado.

—¿Escondiendo al fin el hacha de guerra?

Lo lógico habría sido que Logan apartara la mano con brusquedad y disimulara ante los recién llegados, pero ¿para qué si ya los habían pillado? Ese era un buen momento para dejar las cosas claras.

—Keith y yo hemos hecho las paces, al menos hoy, pero no soñéis con que ahora nos vayamos los cuatro a cenar juntos por ahí, o de vacaciones en parejas de crucero ni nada por el estilo. El soplagaitas este sigue siendo un memo. Un capullo con un par de huevos, pero capullo, al fin y al cabo.

Los tres se rieron por sus palabras. Logan era genio y figura, y no iba a ablandarse así como así.

—¿Has visto las fotos? —Keith se acomodó en la cama y se dirigió a Kate. Odiaba estar allí enclaustrado cuando se sentía totalmente recuperado.

Kate llegó a su lado, apartó a Logan con suavidad y le acarició el pelo a su chico para colocarle un mechón rebelde en su sitio.

—Sí. No son muchas, pero tiene muy buena pinta. Estoy deseando que todo esté listo ya.

—Ve y así te despejas. Si yo pudiera, ya me habría escapado de aquí.

—Iremos juntos. En un par de días te darán el alta. Puedo esperar.

Keith asintió. No quería ser pesado. Gracias a Logan y Kane, que se habían encargado de la peor parte, Kate podía ir sin temor a encontrarse con algo que sin duda la hubiera traumatizado para toda la vida.

—Nosotros nos vamos. —Kane le palmeó el hombro a Keith y luego caminó hacia la puerta—. Tenemos trabajo en el almacén.

—Sí. —Logan lo siguió sin despedirse de nadie—. Tenemos un jefe que nos explota día y noche. —La puerta se cerró tras él, pero desde el otro lado levantó la voz para que se lo escuchara bien—. Menudo mamón.

Kate no pudo evitar estallar en carcajadas. Le dio un beso en la frente a Keith y lo miró.

—No vas a conseguir que cambie en la vida.

—Y no lo pretendo. —Se dejó mimar por ella—. Me gusta tal y como es.

Una vez fuera, en el ascensor, Kane miró de reojo a Logan, que acababa de apagar la pantalla de su teléfono.

—No le has dicho lo que sabemos, ¿no?

Logan negó con la cabeza. Kane se refería a la información que les había llegado por fuentes fiables; la mano derecha de Veli había escapado y estaba en paradero desconocido. Eso solo podía significar una cosa: que nadie estaba aún a salvo.

Derek lanzó el mando de la consola a un lado y se quedó tirado en el sofá, con la pantalla donde se leía «Derrota» y donde un montón de cáscaras parecían reírse de él.

—Esta misión del Fortnite es una mierda. —Miró al techo y no se movió a pesar de que escuchó a lo lejos el sonido del motor de un coche. No podía ser su madre porque era solo media mañana. ¿Habría terminado Jamie su turno antes de tiempo?

La duda dejó de serlo cuando segundos más tarde la puerta de la entrada se abrió y Megan apareció tras ella. La joven traía muy mala cara y su aspecto no era mucho mejor. Preocupado, Derek se levantó y caminó rápido hacia ella.

—Megan, ¿estás bien?

Ella asintió y negó con la cabeza, sin tener muy claro qué responder.

Derek se imaginó lo peor.

—¿Le ha pasado algo a tu padre o a tu hermana?

—No —pudo responder al fin a duras pena. El dolor la estaba matando. Abrir la boca no había sido buena idea porque una arcada le subió por el esófago, aunque dudaba que le quedase algo dentro para vomitar ya que lo había echado todo de camino a casa. Había tenido que pararse en una cuneta para no poner el coche perdido. Con un acto reflejo, se llevó la mano derecha al estómago como si con ese gesto pudiera parar las ganas de vomitar.

—Has comido algo que te ha sentado mal, entonces.

Exasperada, Megan lo apartó no de muy buenas maneras y comenzó a subir las escaleras poco a poco. ¿Por qué tenía que hablarle y dirigirle la palabra precisamente en ese momento, cuando se sentía tan mal? Llevaban días sin hablarse. ¿No podían seguir así?

—Padezco de dismenorrea —logró decir al fin.

—¿Dis...qué?

Megan siguió subiendo y no le respondió. No podía. Tenía calambres en todo el cuerpo y dudaba mucho de que pudiera controlarse para no vomitar otra vez.

Derek la vio desaparecer en la planta alta. Sacó su teléfono del bolsillo y buscó en Internet. Bendito autocompletado del buscador que lo ayudó a encontrar la palabra que había dicho Megan y a saber qué era lo que le pasaba. Cuando leyó lo comprendió todo y no pudo evitar sentirse un inútil. Recordaba una conversación que había tenido con Nora respecto al periodo de las mujeres y lo poco sensibilizados que estaban muchos hombres respecto a eso. A él le interesó el tema y no supo por qué.

Siguió buscando por Internet hasta que dio con un foro que tenía un hilo activo sobre ese tema. Ávido por tener respuesta, leyó mientras caminaba hacia la cocina. Quizás sí que pudiera hacer algo.

En la planta de arriba, Megan se había quitado los vaqueros que llevaba y se había puesto un pantalón deportivo y un jersey enorme de lana. Estaba helada y tenía escalofríos por todo el cuerpo. Caminó hacia la cama y la destapó. Se acurrucó despacio mientras se echaba hacia un lado y se hizo un ovillo. ¿Era ella o la cama estaba más fría de lo normal?

Entonces, sintió un peso tras ella que la obligó a girar la cabeza. Lo último que hubiera esperado era encontrarse a Derek metido en su cama.

—¿Qué diablos estás haciendo? —Le costó la misma vida hablar sin que le castañearan los dientes.

—Resulta que me he informado sobre lo que te pasa y he venido a ofrecerte mi ayuda.

Megan le habría dado una paliza si hubiera podido porque no estaba para tonterías.

—Deja de sentirte como si fueras la última Coca Cola del desierto. Todo lo que me vayas a decir lo he probado ya, y no hay nada que me ayude a aliviar el dolor a excepción de las pastillas, que no quiero tomar porque me dejan medio drogada.

Derek ya sabía que iba a responderle algo así. La conocía más de lo que ella pensaba.

—Es posible, pero nunca antes has probado mis maravillosos masajes, unidos a mi calor corporal.

—Derek... —lo amenazó.

—No, en serio. Soy una estufa. Ya verás. —El joven colocó bien las sábanas y el edredón que los tapaba y se pegó un poco a ella, no del todo porque antes quería su permiso—. Puedo acercarme, ¿verdad? Soy inofensivo y mi interés en ti ahora mismo es puramente médico.

Megan cerró los ojos al oírlo y negó con la cabeza. ¿Es que no podía dejarla tranquila? Ella solo quería quedarse allí tumbada y morirse poco a poco.

—¿Si te digo que sí, hará que te vayas antes?

—Sí —respondió rápido mientras se acoplaba a la espalda de ella—. Pero ya verás que no vas a querer que me marche.

—No estés tan seguro. —Megan lo dejó acomodarse tras ella. Debía reconocer que sentía cierta calidez por la espalda, lo que la ayudó a dejar de temblar. No pudo evitar quedarse inmóvil cuando sintió el brazo de Derek rodearle la cintura. Había bajado la mano unos centímetros más y había comenzado a acariciarle el abdomen. Pensó que le repelería el contacto porque seguía enfadada con él, pero no fue para nada eso lo que sintió, sino todo lo contrario; la enorme mano de Derek tuvo un efecto inesperado en ella, la tranquilizó e hizo que los calambres remitieran bastante. No podía decir que hubieran desaparecido del todo porque no sería cierto, pero se sentía mucho más tranquila que antes. Tenía que ser algo psicológico o algo así, al igual que una pena compartida era menos pena. Los dolores quizás también tuvieran la misma lógica.

No se escuchó nada más en la habitación. Megan había entrado en una especie de trance hipnótico. Los dedos de Derek la acariciaban con suavidad, despacio, y la relajaron hasta que, irremediablemente, se le fueron cerrando los ojos.

Derek supo el momento exacto en el que Megan se había quedado dormida. La joven había estado tensa en la cama, evitando rozarse con él, hasta que se relajó contra su pecho.

No entendía qué le estaba pasando, pero a Derek se le llenaron los ojos de lágrimas. Cuando tuvo a Megan entre sus brazos, un instinto más fuerte que su propia vida lo golpeó de lleno en la cara. Quería protegerla de todo mal, de todo sufrimiento y dolor. Quería hacerla reír, hacerle el amor y hacerla feliz, y ojalá ella lo dejara hacer todo eso. La habría abrazado y espachurrado contra su pecho de haber podido. De momento se limitó a quedarse así, con su mano puesta en su abdomen y la espalda de ella sobre su pecho. Habría estado así todo el día, pero el sueño pudo más que todos esos sentimientos y lo arrastró con él.

La vibración del teléfono lo espabiló. Entreabrió los ojos y tuvo que parpadear varias veces para recordar que estaba en la cama abrazado a Megan, con la chica dormida aún entre sus brazos.

Se incorporó despacio para no despertarla y miró el teléfono. Su madre le había mandado un mensaje donde le decía que había salido tarde del trabajo y que iba con cinco minutos de retraso, pero que ya estaba en camino y a punto de llegar. Eso hizo que se incorporara. ¿Había pasado parte de la mañana durmiendo? Ya casi era mediodía y su madre estaría ahí en cuestión de minutos.

Bajó a la planta de abajo y se sentó en el sofá a esperarla. No podía evitar estar algo nervioso. No quería seguir enfadado con ella, pero tampoco iba a dejar que la mujer pensara lo que quisiera, sobre todo cuando no era verdad.

El timbre de la puerta lo sacó de sus cavilaciones. Un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras se levantaba para abrir. Su madre apareció ante sus ojos. Igual que siempre, con una media sonrisa en el rostro y el abrigo a medio abrochar.

—Pasa. —Derek se hizo a un lado y la invitó a entrar—. ¿Te guardo el abrigo?

—Gracias. —Ella se lo quitó y se lo tendió—. ¿No está tu tío?

—No. —Colgó la prenda en el perchero que había al lado de la entrada y juntos caminaron hacia el sofá del salón, donde se sentaron—. Dependiendo del turno de Jamie, suelen comer juntos o no. Hoy no regresan a casa hasta por la noche.

—Ah. Veo que lo tenéis todo muy bien organizado. —A Jane se la veía algo tensa, como si quisiera decir algo, pero no encontrara las palabras correctas.

—Sí. Tenemos un cuadrante en la cocina para saber quién recoge a Lizzie o quién hace la cena.

Jane sonrió. Se alegraba de que su hijo estuviera colaborando y de que se hubiera adaptado tan bien. Tomó aire para infundirse valor y decidió coger al toro por los cuernos.

—He venido para disculparme, Derek. Todas estas semanas he estado dándole vueltas y me ha costado trabajo verlo.

—¿Ver el qué?

—Hola. No sabía que teníamos visita. —Megan terminó de bajar la escalera y se acercó a ellos. Conocía a la madre de Derek. La había visto un par de veces y la consideraba una mujer muy interesante—. Me alegro de volver a verla.

Jane se levantó y le dio dos besos a la joven. Luego se sentaron a la vez juntas en el sofá.

—Gracias. Yo también me alegro de volver a verte, Megan. He venido para hablar con Derek.

—Oh. En ese caso me iré a la cocina.

—No. —La negativa sonó por partida doble, en boca de Jane y del joven.

Megan sonrió algo confundida.

—No quiero interrumpir nada.

—Quédate, por favor. —Las palabras de Derek, unidas al tono de voz que usó para pedirlo, provocó que ella asintiera y volviera a tomar asiento donde estaba.

Jane retomó la conversación por donde se habían quedado.

—He venido para disculparme, Derek. Contigo y con Nora. No me he portado bien, ni cuando os vi en la cafetería, ni durante estos días mientras estaba enfadada contigo. Tendría que haberme sentado a hablar con vosotros, pero no lo hice. Me dejé llevar por todo lo que me habían ido contando, por el miedo que sentí al imaginar que esa mujer podía haber abusado de ti.

—Mamá. —El joven hizo una pausa hasta que logró tener toda la atención de su madre—. Entiendo que te preocupes por mí y te lo agradezco, de verdad. Me pongo en tu situación y es posible que hubiera actuado igual, no lo sé, pero lo que más me duele es que no hayas confiado en mí. Si me hubiera pasado algo, tú habrías sido la primera en enterarte, pero ya no soy un niño, y hemos hablado de este tema antes. Sé que te da vergüenza tratar ciertas cuestiones y lo comprendo, pero Nora no ha hecho nada malo. Hemos hablado como amigos. Nada más.

Jane asintió, pero no dijo nada. Se la veía realmente abochornada. Derek aprovechó para mirar a Megan, que estaba en silencio sin perder detalle de nada.

—Nora me ha ayudado a comprender muchas cosas, pero jamás hemos tenido nada físico. Y con respecto a Will... es un amigo especial. Soy bisexual y jamás lo he ocultado. He estado durante un tiempo confundido sobre mis gustos, pero no porque dudara de mí, sino de la confianza que yo tenía en mí mismo.

—Pensaba que eras gay. —Jane lo miró algo perpleja porque no se esperaba esa revelación—. Me lo dijiste hace mucho tiempo.

—Lo sé, pero con el tiempo me he dado cuenta de que me gustan también las chicas —volvió a insistir para dejárselo claro a Megan, aunque la joven no había abierto la boca aún—. Somos amigos. Hemos tonteado, sí, pero nada más.

Megan no sabía cómo sentirse. Ella también le había hecho el vacío a Derek. Ahora se había puesto en su lugar y se sintió mal por él porque debía de haberse sentido muy solo.

—Me parece bien. —Jane asintió a las palabras de su hijo—. Si te apetece traerlo a casa en calidad de amigo, para conocerlo, puedes hacerlo cuando quieras.

Derek la miró serio.

—Ahora vivo aquí, mamá.

—Ya, bueno... De eso quería hablarte. Quería preguntarte si te gustaría volver a casa.

El corazón de Megan comenzó a latir desbocado. ¿Iba Derek a marcharse? ¡No podía hacerlo ahora que sabía la verdad sobre él! Se sentía culpable por cómo lo había tratado, ignorándolo día tras día y, a pesar de todo eso, él se había portado esa mañana más que bien con ella. No. No podía irse.

—Mamá...

—Derek. —Jane siguió insistiendo—. Tu padre te echa de menos, y tus hermanos. Este año, Acción de Gracias ha sido muy triste sin ti en casa. Yo también te echo mucho de menos.

Derek la miró con pena. Conocía a su madre y sabía que estaba a un suspiro de echarse a llorar de un momento a otro.

—Yo también os echo de menos —susurró. Quizás había llegado el momento de volver a casa.

Megan había permanecido callada todo el rato mientras miraba a uno y a otra. Ella también se sentía mal porque lo había prejuzgado y sentenciado. Había pasado de él, se había portado fatal cuando en realidad el pobre Derek no era culpable de nada. La culpa empezó a carcomerla por dentro y tenía que sacarla fuera como fuera. Derek no podía marcharse. No ahora que sabía la verdad.

—Yo también quiero pedirte disculpas, Derek. —La voz de la chica captó enseguida la atención de ambos—. No me he portado bien contigo y lo lamento. Tú has sido siempre tan amable conmigo y yo ni siquiera te he escuchado cuando intentaste explicarme la verdad. Espero que puedas perdonarme alguna vez.

La cara de confusión de Jane era diametralmente opuesta a la cara de completa felicidad del joven.

—Está bien, Megan. Hablaremos en otra ocasión. —Lo dijo sonriendo, lo que presagiaba un buen augurio.

—¿Vuelves a casa, entonces? —Jane no se había dado cuenta de que las palabras de Megan lo habían cambiado completamente todo.

—No puedo, mamá. —Derek se sentó junto a ella y la abrazó. Sintió el abrazo cálido y reconfortante de su madre alrededor de él y se resguardó ahí varios segundos, como cuando era pequeño y el mundo le daba mucho miedo. Terminó por separarse y la miró a los ojos—. Nick y Jamie cuentan conmigo. Tienen turnos a veces incompatibles para cuidar a Lizzie, y Megan no puede estar todas las horas disponible para hacer de niñera. Además, esta casa me pilla mucho más cerca de las dos universidades.

—Y en mi coche se tarda mucho menos que en bus.

Derek miró a Megan, que acababa de hacer ese comentario. Nunca lo había invitado a llevarlo en su coche, pero deducía que, a partir de ese momento, eso iba a cambiar.

Jane sonrió, pero sin poder evitar cierta tristeza porque sabía que Derek no iba a volver a casa. Se consoló al ver que allí estaba muy bien y era también muy querido.

—Bueno, creo que está todo dicho. —La mujer palmeó la mano de Derek y lo miró orgullosa de él—. Cuando puedas, llama a Nora para poder quedar los tres. Me gustaría disculparme con ella.

Derek asintió y tanteó para buscar el teléfono, que había dejado atrás en algún punto del sofá. Él también quería verla. La echaba de menos y seguro que a la mujer le gustaría escuchar las disculpas de su madre, no por vanidad, sino porque siempre reconfortaba saber que no pensaban mal de uno mismo.

—Tengo varias llamadas perdidas de un número que no conozco. —Derek habló en voz alta sin percatarse de que lo había hecho. Desbloqueó la pantalla para acceder al registro de llamadas entrantes y ver de quién se trataba. El teléfono había vibrado, pero no lo suficiente para hacerse notar desde detrás de un cojín.

—Devuelve la llamada. —Fue Megan la que habló—. ¿No estabas esperando respuesta de aquel curso de pintura en el que te inscribiste con Faby? A lo mejor son ellos.

Derek asintió. Fue a devolver la llamada cuando el teléfono comenzó a vibrar sobre su mano. Era el mismo número de antes. De inmediato, respondió antes de que volvieran a colgar.

—¿Sí? Sí, soy yo. —Hubo un pequeño silencio durante el cual Derek escuchó con atención lo que le decían al otro lado de la línea. Poco a poco, su semblante fue cambiando. Se tornó serio, con el ceño fruncido y la mirada perdida. Cuando colgó, apenas un par de minutos más tarde, tuvo que parpadear varias veces para reaccionar. Buscó la mirada de su madre, muerto de miedo—. Mamá. Ayúdame, por favor.