Llevaba más de un mes envuelta en un verdadero torbellino.
Los preparativos de la boda habían copado prácticamente todo su tiempo. Había demasiadas cosas que preparar, aunque, afortunadamente, contaba con la ayuda de lady Eloise y lady Gabriella, quien se había mostrado encantada de acompañarla tanto a las compras como a las fiestas y veladas a las que había acudido.
—Tu padre es un hombre encantador —le había confesado en una de aquellas salidas, con los ojos brillantes.
Sin embargo, el conde le había revelado la reticencia que mostraba la dama a salir con él a dar un paseo e incluso a bailar, lo cual le resultaba desconcertante, puesto que creía que no le era indiferente a lady Gabriella.
Suspiró, con la frente pegada al cristal de la ventana, cuando los vio paseando por el jardín de Westmount Hall mientras esperaba las pruebas de la modista. Sus semblantes eran graves, y su padre tenía fruncido el ceño en un gesto de concentración. Deseó que las cosas se aclarasen entre ellos, pues hacían buena pareja.
La puerta se abrió y Victoria se volvió para ver entrar a lady Eloise seguida de la modista y sus ayudantes. La duquesa le había pedido que las pruebas se hiciesen en Westmount Hall, y Victoria no tuvo inconveniente, así podía aprovechar para encontrarse con James, a quien había podido ver realmente poco durante aquel mes, y nunca a solas.
La última vez que habían estado juntos había sido cuando la llevó a comprar un sombrero. James la había sorprendido al abrirle una cuenta, como marquesa de Blackbourne, en aquella tienda, después de hablar con la propietaria para negociar que parte del coste del sombrero fuese destinado a El hogar de los ángeles. Sonrió ante el recuerdo. El regreso a la mansión había sido, cuando menos, aleccionador. Nunca podría volver a mirar el interior de un carruaje de la misma manera; además, James le había asegurado que así superaría su temor a viajar en coche, y, desde luego, lo había conseguido.
—Sentimos haberte hecho esperar, querida —se disculpó la duquesa—, pero estuvimos revisando unos ajustes para mis vestidos.
—No se preocupe, lady Eloise.
Esta le sonrió con verdadero afecto y luego se dispuso a darle órdenes a la mujer que había contratado para que confeccionase la mayor parte de su nuevo vestuario.
Mientras permanecía quieta ante las habilidosas manos de la modista, Victoria pensó en lo que le restaba por hacer. Aunque todo era importante, había una sola cosa que en realidad le preocupaba: Jimmy.
El niño debía sentirse bastante abandonado pues, aunque pasaba algunas horas del día con el conde, ella no había podido dedicarle mucho tiempo. Además, todavía no había podido hablar con James sobre su deseo de adoptarlo. Esperaba poder hacerlo en esa ocasión. Tenía presente que él le había dicho a Jimmy que podía llamarlo «papá», pero tal vez había sido solo una forma de explicarle al niño que se iban a casar. Otra cosa muy diferente era adoptar como propio a un niño abandonado, por mucho que se le pudiesen permitir algunas extravagancias a un marqués.
Apenas terminaron las fatigosas pruebas, que parecieron durar una eternidad, se volvió hacia la duquesa con mirada suplicante.
—Lady Eloise, me gustaría hablar con James, si es posible.
La duquesa le devolvió la mirada por un largo tiempo y luego suspiró.
—Perdóname, Victoria. —Se acercó a ella y la tomó de las manos en un gesto de disculpa—. Lo siento, me he dejado atrapar tanto por los preparativos que me he olvidado de que también vosotros necesitáis pasar tiempo juntos. Por supuesto que puedes hablar con él. Creo que se encontraba en su despacho.
—Muchas gracias.
Cuando bajó las escaleras y se dirigió por el corredor hacia el despacho, su corazón golpeaba con fuerza. Sabía que sus nervios no se debían solo al hecho de que pronto se encontraría con James a solas, sino también al tema que tratarían.
Llamó a la puerta con suavidad y esperó la respuesta desde el interior. James no alzó la cabeza cuando ella entró, se hallaba concentrado en unos papeles que parecían absorber toda su atención. Victoria aprovechó para observarlo detenidamente. El cabello rubio ondulado le caía sobre la frente de forma desordenada, como si hubiese estado pasándose la mano por él. Tenía el ceño fruncido y los labios apretados en una fina línea.
No solo era el hombre más atractivo que conocía; detrás de esa fachada de frívola indiferencia había un corazón generoso y leal. Él pensaba que no la merecía, cuando en realidad sabía que era ella quien despertaba la envidia de la mayoría de las damas de la alta sociedad. Ambicionaban un título que a ella no podía importarle menos, y deseaban ocupar un puesto en su cama. Victoria anhelaba un lugar en su corazón, y el hecho de haberlo conseguido, le parecía un sueño.
James levantó la mirada en ese momento y sus ojos aguamarina se iluminaron de felicidad.
—¡Victoria! ¿Por qué no me has dicho que estabas aquí? —Se levantó de inmediato y acudió a su lado. Tomó sus manos y besó sus dedos con delicadeza, sin dejar de mirarla—. Te he echado de menos.
—James, me gustaría hablar contigo.
Él la escudriñó con atención y asintió despacio. Luego tiró de su mano para conducirla hasta uno de los sofás de brocado que ocupaban un rincón de la sobria estancia, donde la ayudó a sentarse.
—¿Sucede algo, Vic?
—Hay algo que… quería decirte. —Tragó saliva para pasar el nudo que se le había formado en la garganta. Había ido retrasando el momento porque tenía miedo de perder a James. Inspiró hondo. Cuanto antes lo dijese, mejor—. Le prometí a Jimmy que… me convertiría en su madre. Quiero adoptarlo.
El silencio que se extendió tras su declaración, le pesó como una losa. El tiempo pareció dilatarse hasta el infinito, a pesar de que solo pasaron unos segundos antes de que él le acariciase la mejilla con ternura.
—Lo sé, mi amor, Jimmy me lo contó.
Victoria abrió los ojos sorprendida.
—¿Te lo dijo? Pero le pedí… —Sacudió la cabeza. Luego lo miró con atención. Sonreía—. ¿No… no te importa?
La sonrisa de James se amplió y le dio un beso suave en los labios.
—No me enamoré solo de tu belleza o de tu sonrisa, Vic. —Sus dedos recorrieron su rostro como si buscase aprendérselo de memoria—. Me enamoré de tu alma. Eres dulce, alegre, generosa, sincera, leal y compasiva. Te amo más que nada en el mundo, aunque haya sido un idiota y haya tardado tanto en darme cuenta. No pienso renunciar a ti, y no me importa lo que diga la maldita sociedad al respecto: Jimmy será nuestro hijo.
Victoria se arrojó en sus brazos mientras las lágrimas descendían por sus mejillas.
—Te quiero, James Marston.
Él sonrió y se separó de ella apenas un poco. Recogió aquellas preciosas lágrimas con sus labios.
—Sabes que, a pesar de todo, Jimmy no podrá heredar, ¿verdad? Pero le daremos mucho amor y cariño… y muchos hermanos.
Victoria dejó escapar una carcajada y lo besó con fervor.
—Creo que te estoy distrayendo de tu trabajo —le dijo algunos minutos después.
James deslizó los cálidos labios por su garganta.
—Humm, eres una hermosa distracción —repuso.
—Tu madre…
Él se detuvo con un gruñido y apoyó su frente sobre la de ella. Tenía la respiración acelerada, y Victoria, sentada sobre su regazo, podía sentir la fuerza de su deseo.
—¿No podríamos adelantar la boda? —le propuso esperanzado.
Ella sonrió con ternura y le acarició el cabello.
—¿Y destrozar las ilusiones de tu madre?
James gimió. La duquesa había organizado el matrimonio como si fuese su propia boda. Tenía a todos los sirvientes vueltos locos. En una ocasión James se había encontrado al duque y a Thompson, el mayordomo, ocultos en la bodega mientras compartían una copa de coñac. Sonrió al recordarlo. Ciertamente no podía cambiar los planes de su madre o no viviría para contarlo.
—Está bien —cedió con renuencia—, pero no voy a consentir que no podamos vernos.
—De hecho —lo interrumpió ella—, había pensado que mañana podríamos viajar a Angels House. Creo que a Jimmy le haría ilusión volver a ver a sus compañeros.
James movió las cejas con picardía.
—Un viaje largo en coche —murmuró con voz sedosa—. ¿Crees que Jimmy tendrá inconveniente en ir durante un ratito en el pescante?
—¡James!
***
Jimmy viajó cómodamente sentado en el interior del mullido carruaje, y no dejó de hablar durante todo el trayecto. La ilusión en su mirada cuando le habían dicho que visitarían el hogar, había conmovido a Victoria, especialmente cuando les había preguntado si podría llevarle regalos a sus compañeros.
El día anterior, pasaron una tarde espléndida los tres juntos. Recorrieron las tiendas buscando juguetes adecuados para cada uno de los niños, y luego se detuvieron en una pastelería donde se sentaron a tomar un dulce. A Victoria no le importó que algunas damas la mirasen con cierto estupor y consternación, la amplia sonrisa de Jimmy fue suficiente bálsamo para los desplantes.
—¿Crees que se alegrarán de verme? —le preguntó cuando atravesaban los grandes portones de la mansión.
Victoria le colocó un mechón rebelde detrás de la oreja.
—Por supuesto, cariño.
El niño se mordió el labio inferior y asintió inseguro mientras estrechaba con fuerza la mano de James y la suya.
La tarde anterior, Victoria había enviado recado a la señora Becher anunciando su llegada. Cuando el carruaje se detuvo frente a la hermosa fachada palladiana, una fila de niños los esperaba en las escaleras. Apenas los vio por la ventanilla, Jimmy comenzó a removerse inquieto, y James tuvo que sujetarlo por si se le ocurría la idea de saltar a tierra antes de que el vehículo se hubiese siquiera detenido. Cuando el lacayo abrió la portezuela, bajó de un brinco y corrió hacia ellos con los brazos extendidos.
—¡He vuelto!
La señora Becher elevó los ojos al cielo al verse incapaz de detener el griterío que se formó cuando los niños rodearon al pequeño.
James notó que algo le golpeaba en la pierna y, al mirar, sus ojos se encontraron con otros oscuros como obsidianas que le devolvían una mirada limpia y pura.
—Hola, ángel.
—Hola, Mary. —Se agachó hasta quedar a su altura. Victoria los contempló enternecida.
La niña estiró los bracitos mostrándole su muñeca que lucía un vestido nuevo.
—Sally quiere darte las gracias por sus vestidos.
—Es un honor que a una dama tan bonita le haya gustado mi regalo —repuso. Mary soltó una risilla divertida—. ¿Sabes? Ahora que va tan guapa, quizás le gustaría que tomaseis el té juntas.
—Pero yo no tengo un vestido bonito para tomar el té —musitó la niña con tristeza.
—Ah, pero ¿acaso no soy yo un ángel?
Se levantó y sacó un paquete del interior del carruaje. Lo había mantenido aparte porque deseaba entregárselo él mismo a la niña. Victoria le había ayudado a escogerlo.
Mary abrió los ojos llenos de asombro.
—¡Es un vestido de princesa! —susurró admirada.
—Se lo daremos a la señora Becher para que te lo cuide, ¿te parece?
La niña asintió. Alzó su carita y lo miró con solemnidad.
—Cuando sea mayor, me casaré contigo —declaró, antes de salir corriendo hacia el lugar donde se hallaba la señora Becher, que escuchó con una sonrisa la verborrea de la pequeña.
Victoria entrelazó su brazo con el de James.
—¿Tengo que sentirme celosa?
Él dejó escapar un suspiro teatral.
—¿Qué puedo hacer si las damas me adoran?
—No eres un ángel, James Marston, eres un demonio.
—Y tú eres mi tentación perfecta —le susurró al oído.
***
Fue un día especial que Victoria recordaría durante mucho tiempo. La imagen de James jugando con los niños en el jardín, persiguiéndolos y haciéndoles reír, se le quedó grabada en el corazón. Comprendió en ese momento cuánto había cambiado, al igual que ella, en ese tiempo. Tal vez se debía al amor, o quizás a las experiencias difíciles que habían vivido, pero lo cierto era que James había abandonado su comodidad, esa vida fácil a la que se había apegado y que, en el fondo, lo dejaba vacío por dentro.
Sonrió cuando vio cómo los muchachos se echaban encima de él, tumbado sobre el césped. El aire de la tarde estaba lleno de carcajadas y risas infantiles. Sin duda, sería un buen padre.
Vio cómo se acercaba a ella la señora Becher, con Mary cogida de su mano. La niña llevaba puesto su vestido nuevo. James le había pedido a una modista que le hiciese una copia exacta del vestido de Sally, la muñeca.
—Creo que no va a haber modo de que se lo quitemos —le dijo con un suspiro resignado cuando llegó a su lado.
—Imagino que no —repuso Victoria con una sonrisa. James se había levantado y caminaba hacia ellas mientras se sacudía las briznas de hierba—. Tenemos que marcharnos ya, señora Becher, pero estoy segura de que volveremos. A Jimmy le hará ilusión.
—Son ustedes muy generosos, y me alegro mucho por el niño. Siempre fue muy sensible, y necesitaba una familia donde poder sentirse querido. Aunque lo vamos a echar mucho de menos.
—Creo que han acabado conmigo —declaró James cuando se detuvo junto a ella. La tomó de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Victoria no estaba segura de si fue consciente o no del gesto cariñoso, pero le caldeó el corazón.
Se había percatado de que, en ese sentido, James se parecía bastante a Jimmy, buscaba constantemente el contacto, y no le importaba que los demás lo vieran. De seguir así, seguramente darían mucho que hablar entre los círculos de la alta sociedad.
—Ha hecho usted mucho por ellos, milord —le aseguró la directora agradecida—. Estoy segura de que los niños no olvidarán nunca este día.
—Y yo tampoco, créame, yo tampoco.
Los ojos brillantes y su sonrisa feliz hablaban por él de un modo más elocuente de lo que podían hacerlo las palabras.
—Gracias por todo, señora Becher. Esperamos poder volver pronto.
—Siempre los recibiremos con los brazos abiertos, milady, y permítanme felicitarlos de nuevo por su compromiso. Les deseo que sean muy felices, y ahora —añadió mirando a los niños—, veamos cómo logro meter a estas fierecillas en la cama.
La despedida se alargó algo más de lo previsto. Todos los niños querían abrazar a Jimmy antes de marcharse.
Peter, algo mayor que él, más alto y corpulento, se le acercó.
—Te dije que iba a conseguir una mamá —le dijo Jimmy con tono satisfecho.
El niño se encogió de hombros.
—Voy a ser aprendiz de herrero —repuso lleno de orgullo—. El señor Benson me va a enseñar, y luego tendré mi propio negocio —repuso con la voz llena de orgullo. Luego sonrió—. Pero me alegro de que tú vayas a tener una familia.
Jimmy le devolvió la sonrisa.
—Yo también.
La pequeña Mary se acercó y se puso delante de Jimmy mientras lo miraba con sus grandes ojos oscuros y su muñeca Sally apretada contra su costado. El niño se enderezó como si fuese un soldado ante su capitán.
—¿Te gusta mi vestido? —le preguntó extendiendo con la mano su falda para que Jimmy pudiese admirarla. Él asintió con seriedad—. Parezco una princesa.
—Yo voy a ser un caballero —replicó el niño.
Mary lo observó con atención y luego desvió su mirada hacia James y Victoria que los estaban escuchando. Frunció el ceño, como si estuviese tomando una decisión y, finalmente, asintió satisfecha.
—Pues entonces me casaré contigo —declaró. La solemnidad de sus palabras hizo sonreír a Victoria y a James—. Cuando seas un caballero podrás venir a buscarnos a Sally y a mí. —Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Jimmy se sonrojó—. Así no te olvidarás.
Como si fuera una reina, se dio media vuelta y fue directa hacia la señora Becher, a quien tomó de la mano.
Tras esta última despedida, subieron al carruaje cuando el sol ya descendía hacia el horizonte. Jimmy se asomó a la ventanilla y saludó con la mano hasta que el polvo y la distancia borraron los contornos de la mansión. Entonces se sentó frente a Victoria y James, y se quedó en silencio.
—¿Te lo has pasado bien? —le preguntó este último.
El niño asintió.
—Jimmy, cariño, ¿qué sucede?
El rostro infantil se contrajo en una mueca y sus ojos azules se llenaron de lágrimas.
—Los voy a echar de menos —balbuceó antes de que las lágrimas comenzasen a resbalar por sus mejillas.
Victoria se sentó a su lado y lo abrazó con cariño para consolarlo.
—Vendremos a verlos en otras ocasiones —le aseguró—. Londres no se encuentra lejos de aquí.
Asintió conforme, pero no se separó de ella. Recostado contra su pecho, poco a poco se quedó dormido. Victoria lo acomodó sobre el asiento y volvió al lado de James.
—Está agotado —le dijo este.
—Sí, pero creo que es feliz.
James la atrajo hacia sí y la besó en la frente.
—Y tú, ¿eres feliz?
Ella se volvió a mirarlo con una sonrisa bailando en sus labios.
—¿Cómo no voy a serlo contigo a mi lado? —Apoyó una mano sobre su pecho y notó el rítmico latido de su corazón—. Te he esperado toda mi vida, James, y ahora estás aquí, conmigo, y me parece un sueño.
Él depositó un suave beso sobre su cabello caldeado por el sol.
—Es real, Vic, y este es el lugar que te corresponde, entre mis brazos, junto a mi corazón.
—¿Y qué harás cuando seas viejo y ya no puedas llevarme en brazos? —le preguntó burlona.
—Oh, no tengo intención de envejecer en mucho, mucho tiempo —replicó con una sonrisa—. Soy un ángel, ¿no lo recuerdas?
—¿Y me querrás entonces, cuando yo haya envejecido?
James tomó su barbilla y le alzó el rostro mientras la miraba con seriedad.
—Te amaré siempre, Victoria. El día que deje de amarte será porque mi corazón ha dejado de latir, y aun así, seguiré amándote desde la eternidad.
Y sus labios sellaron su promesa.