MIRA, LA SENSACIÓN MÁS FUERTE que he experimentado en mi vida (con la ropa puesta) fue cuando oí por primera vez a Diz y a Bird juntos en St. Louis, Missouri, allá por 1944. Yo tenía dieciocho años y acababa de graduarme en la Lincoln High School, que estaba justo al otro lado del río Mississippi, en East St. Louis, Illinois.
Cuando oí a Diz y a Bird tocar en la banda de B, me dije: «¿Qué? ¡Qué es esto!». Tío, esa mierda era tan fuerte que asustaba. Figúrate, Dizzy Gillespie, Charlie Yardbird Parker, Buddy Anderson, Gene Ammons, Lucky Thompson y Art Blakey reunidos en la misma banda, y no digamos B: el propio Billy Eckstine. Era de puta madre, tú. Aquella santa mierda, tío, me inundó el cuerpo: la música inundándome el cuerpo, precisamente la música que quería oír. Algo grande. Y yo allá arriba tocando con ellos.
Ya había oído antes cosas de Diz y Bird, me interesaba su música; especialmente la de Dizzy, lógico, siendo yo un trompetista como él. Pero también me molaba la de Bird. Fíjate, tenía un disco de Dizzy titulado Woody’n You y un disco de Jay Mc Shann con Bird, titulado Hootie Blues. Fue la primera vez que oí a Diz y a Bird, y no pude creer lo que tocaban. Eran terribles. Además de los que he dicho, tenía un disco de Coleman Hawkins, un disco de Lester Young y uno de Duke Ellington, con Jimmy Blanton en el bajo, que era también de puta madre. Y basta. Aquéllos eran todos mis discos. Dizzy era entonces mi ídolo: intentaba continuamente tocar los mismos solos que Diz tocaba en aquel único álbum que tenía de él. Pero igualmente me gustaban Clark Terry, Buck Clayton, Harold Baker, Harry James, Bobby Hackett y Roy Eldridge. Roy fue más tarde mi ídolo de la trompeta, pero allá por 1944 era Diz.
La banda de Billy Eckstine había ido a St. Louis para tocar en el Plantation Club, propiedad de unos gánsteres blancos. St. Louis era en aquel entonces un gran foco de gansterismo. Cuando le dijeron a B que tenía que dar media vuelta y entrar por la puerta de atrás como los demás negros, se limitó a ignorar a aquellos gilipollas y entró con la banda al completo por la puerta principal. B no se dejaba pisar por nadie. Se lanzaba sin titubear contra cualquier hijoputa. De veras. Olvídate de su aire de playboy: B era un duro. También lo era Benny Carter. Ninguno de los dos tardaba ni un minuto en tumbar a cualquier tío que les faltaba el respeto. Pero por muy duro que fuera Benny, y lo era, B lo era más. Así que los gánsteres despacharon a B inmediatamente y contrataron a George Hudson, quien tenía en su banda a Clark Terry. Entonces, B se llevó a sus músicos al otro lado de la ciudad, al Riviera Club de Jordan Chambers, un local sólo para negros situado en la esquina de Delmar y Taylor, en una zona negra de St. Louis. Jordan Chambers, que por aquellas fechas era uno de los políticos negros más poderosos, le dijo simplemente a B que siguiera adelante con la banda.
Cuando circuló la noticia de que aquellos tíos iban a tocar en el Riviera en lugar del Plantation, agarré mi trompeta y me fui para allá a ver si podía pescar algo, quizás un puesto en la banda. De esta forma, con un amigo llamado Bobby Danzig, que también era trompetista, nos plantamos en el Riviera a probar suerte y ver qué pasaba en los ensayos. Entiéndeme, yo ya tenía en St. Louis cierta reputación de que era capaz de tocar; por eso los porteros me conocían y nos dejaron entrar. La primera cosa que vi cuando estuve dentro fue a un tipo que venía hacia mí, preguntándome si yo era trompetista. Le dije: «Sí, soy trompetista». Entonces me preguntó si tenía carné sindical. «Sí, también tengo carné sindical». Así que el tipo dijo: «Ven, necesitamos un trompetista; el nuestro está enfermo». El tipo me llevó al escenario de la banda y me puso la partitura delante. Yo podía leer una partitura, pero en aquel momento tuve problemas con la que me había dado porque me distraje escuchando lo que tocaban los demás.
El tipo que había salido a mi encuentro era Dizzy. Al principio no le reconocí. Pero pronto empezó a tocar. Supe quién era. Y como he dicho, no pude siquiera leer la música, y no digamos tocarla, escuchando a Bird y a Diz. Pero, mierda, yo no era el único que escuchaba, porque la banda entera parecía tener un orgasmo cada vez que Diz o Bird actuaban, especialmente Bird. Quiero decir que Bird era increíble. Sarah Vaughan estaba allí también, y también era algo serio. Entonces y ahora. ¡Sarah sonando como Bird y Diz y ellos dos tocándolo todo! Lo notable era que tratasen a Sarah como si fuera otra trompeta. ¿Sabes a lo que me refiero? Ella cantaba «You Are My First Love» y Bird intervenía con su solo… Tío, cuánto me gustaría que todo el mundo hubiese escuchado aquello.
En esa época, Bird tocaba solos de ocho compases. Pero las cosas que solía hacer en esos ocho compases eran otra cuestión. Simplemente dejaba a todos muertos con su música. Si he dicho que yo me olvidé de tocar, recuerdo ocasiones en que los demás músicos olvidaban entrar a tiempo por la atención con que escuchaban a Bird. Allí estaban, en el escenario, pasmados, con la boca abierta. Coño, en aquellos tiempos Bird tocaba como un dios.
Cuando Dizzy tocaba ocurría lo mismo. Y también cuando tocaba Buddy Anderson. Él tenía aquella cosa, aquel estilo que estaba próximo al que me gustaba a mí. De manera que en 1944 me encontré de golpe ante todas aquellas maravillas. Te juro que aquellos cabrones eran terribles. ¡Eso sí era creación! Imagina cómo tocarían para el público negro del Riviera. Porque los negros de St. Louis amaban su música, pero querían que su música fuera como debía ser. Puedes, pues, imaginar lo que hacían en el Riviera. Ten por seguro que llegaban al fondo.
La banda de B cambió mi vida. Decidí precisamente allí y entonces que debía dejar St. Louis y vivir en Nueva York, donde estaban los mejores músicos.
Aunque entonces yo estimaba a Bird, de no haber sido por Dizzy no estaría hoy donde estoy. Le digo esto constantemente y se limita a reír. Porque cuando fui por primera vez a Nueva York él me llevó consigo a todas partes. Diz era en aquella época muy divertido. Sigue siéndolo hoy. Pero entonces era otra cosa. Por ejemplo, sacaba la lengua a las mujeres y les decía guarradas en plena calle. A las mujeres blancas. Imagínate, yo soy de St. Louis, y él hacía aquello a personas blancas, a mujeres blancas. Me decía a mí mismo que Diz debía de estar loco. Pero no lo estaba, ¿sabes? En realidad no lo estaba. Era diferente, pero no estaba loco.
La primera vez en mi vida que subí en un ascensor fue con Diz. Me metió en un ascensor en Broadway, en alguna parte del centro de Manhattan. A él le gustaba tomar ascensores y burlarse de todos, hacerse el loco, dar sustos de muerte a la gente blanca. Era un personaje, tío. Yo iba a su casa, y Lorraine, su esposa, no dejaba que nadie se quedara demasiado, excepto yo. Siempre me invitaba a cenar. Unas veces aceptaba y otras, no. Toda la vida he sido raro con lo que como y dónde lo como. Sea como fuere, Lorraine solía poner unos rótulos que decían: «¡No os sentéis aquí!». Y encima le gritaba a Diz: «¿Qué estás haciendo con todos estos cabrones en mi casa? ¡Échalos, y que sea ahora mismo!». Yo, naturalmente, me levantaba para marcharme, y ella me decía: «Tú, no, Miles, tú puedes quedarte, pero que se marchen todos estos cabrones». Nunca he sabido qué era lo que le gustaba de mí, pero algo le gustaba.
Al parecer, la gente quería tanto a Dizzy que simplemente deseaba estar con él, ¿entiendes? Pero no importaba a quién tuviera alrededor, Dizzy siempre me llevaba dondequiera que fuese. Decía: «Anda, ven conmigo, Miles». Y nos íbamos a alguna oficina, o a cualquier otro lugar, o, como he dicho, quizás a subir en ascensores por pura diversión. Hacía las cosas más insólitas para divertirse.
Una de sus iniciativas favoritas era ir a donde empezaron a emitir el programa Today, cuando Dave Garroway era el presentador. El estudio estaba a nivel de la calle, de manera que la gente podía presenciar el programa desde la acera, mirando por un gran ventanal de vidrio. Dizzy se colocaba ante el ventanal cuando el programa salía en antena (se emitía en directo, ya sabes) y sacaba la lengua y hacía muecas al chimpancé que intervenía en el asunto. Tío, se lo montaba de puta madre con aquel chimpancé –J. Fred Muggs se llamaba–, tanto que lo ponía fuera de sí. El chimpancé se ponía a chillar, a saltar arriba y abajo, a enseñar los dientes, y todos los del programa se preguntaban qué coño le pasaba. Cada vez que la bestia descubría a Dizzy, se volvía loco. Pero Dizzy era encantador, realmente encantador, y yo lo quería mucho y todavía lo quiero igual.
De todos modos, he conseguido casi reproducir las sensaciones de aquella noche y aquella música de 1944, cuando oí por primera vez a Diz y a Bird, pero nunca lo he logrado del todo. Y ando siempre buscándolas, escuchando, sintiendo, tratando constantemente de encontrarlas en y a través de la música que toco cada día. Recuerdo aún cuando no era más que un chiquillo, un crío imberbe, pirrado por todos aquellos grandes músicos, mis ídolos incluso hasta hoy. Absorbiéndolo, chupándolo todo. Aquello era serio, tío.