SON MUCHAS LAS PERSONAS que me preguntan adónde va actualmente mi música. Yo diría que se dirige hacia el fraseo corto. Por poco oído que tengas, si escuchas lo notarás. La música cambia constantemente. Cambia según la época, según la tecnología disponible, según el material de que están hechas las cosas, como, en los automóviles, el plástico en lugar del acero. Hoy cuando oyes el estrépito de un accidente de tráfico, suena diferente, no es todo una colisión metálica como lo era en los años cuarenta y cincuenta. Los músicos captan los sonidos y los incorporan a su obra, con lo cual la música que hacen será diferente. Nuevos instrumentos, como es el caso de los sintetizadores y de todas la otras cosas que la gente toca, lo hacen diferente todo. Los instrumentos solían ser de madera, luego fueron de metal, y ahora son de plástico duro. No sé de qué serán en el futuro, pero seguro que de algún material también diferente. Los peores músicos no oyen la música de nuestro tiempo, y, en consecuencia, no pueden tocarla. Sólo cuando empecé a oír de verdad los registros altos pude tocar allí; antes no tocaba sino en los registros de medio a bajos, que eran los únicos que oía. Algo parecido ocurre con los músicos de ayer cuando intentan tocar la música de hoy. Yo era como ellos antes de que Tony y Herbie y Ron y Wayne vinieran a mi banda. Ellos me hicieron oír diferente y les estoy muy agradecido.
Opino que la música de Prince apunta hacia el futuro; su música y mucha de la que se está haciendo en Africa y en el Caribe. Piensa en gente como Fela, de Nigeria, y Kassav, de las Indias Occidentales. Muchos músicos y bandas de blancos se nutren abundantemente de ellos, como los Talking Heads, Sting, Madonna y Paul Simon. Un buen caudal de música nos llega también de Brasil. Pero quizá la más importante surja en torno a París, debido a que es allí donde va a tocar gran número de músicos africanos y caribeños, especialmente los que hablan francés. Los que hablan inglés suelen ir a Londres. Alguien me ha dicho recientemente que Prince tiene en mente trasladar algunas de sus operaciones a un lugar en las afueras de París, con intención de empaparse de lo que por allí ocurre. Ésta es una de las razones que me impulsa a afirmar que Prince es uno de los principales músicos de hoy que marca el camino del futuro. Ha comprendido que el sonido debe internacionalizarse, y ahí está.
Entre otros motivos, me gusta tocar con muchos de los jóvenes músicos actuales porque he comprobado que la mayoría de los viejos músicos de jazz son unos holgazanes hijoputas que se resisten a cambiar y se aferran a los antiguos modelos para no esforzarse en intentar algo distinto. Escuchan a los críticos que les dicen que sigan donde están, porque eso es precisamente lo que a ellos les gusta. Los críticos son igualmente holgazanes. No quieren molestarse en comprender cualquier música que sea diferente. Los músicos viejos, pues, se quedan donde están y se convierten en algo parecido a piezas de museo guardadas en una vitrina, seguros, fáciles de entender, tocando sus antiguallas desvencijadas una vez y otra y otra. Luego pasean por ahí diciendo que los instrumentos electrónicos y el sonido electrónico están jodiendo de mala manera la música y la tradición. Bien, yo no soy como ellos, ni tampoco lo fueron Bird o Trane o Sonny Rollins o Duke o cualquiera que quisiera continuar creando. El bebop fue un impulso de cambio, de evolución. Nada tenía que ver con quedarse quieto en un lugar seguro. Si alguien quiere seguir creando, debe optar por el cambio. Vivir es una aventura y un reto. Cuando ciertos tipos vienen a mí y me piden que toque algo como «My Funny Valentine», alguna cosa antigua que pude tocar cuando ellos jodían con aquella chica tan especial y la música les hacía sentirse felices y tiernos, lo comprendo perfectamente. Pero lo que hago es decirles que vayan a comprarse el disco. Yo ya no estoy en aquel lugar ni en aquel tiempo y tengo que vivir para lo que es mejor para mí y no para lo que es mejor para ellos.
La gente de mi edad que solía escucharme «cuando entonces…» hoy ya ni siquiera compra discos. Si tuviese que depender de que ellos comprasen mis discos (suponiendo que tocara lo que les gusta) me moriría de hambre y perdería la comunicación con las personas que sí compran discos, que son los jóvenes. E incluso si me propusiera tocar aquellas viejas melodías, no encontraría músicos capaces de tocarlas de la manera en que nosotros solíamos hacerlo. Los que siguen vivos son líderes de sus propias bandas y tocan lo que ellos quieren. Sé bien que no renunciarían a aquello para venirse a una banda dirigida por mí.
George Wein quiso en cierta ocasión que reuniera de nuevo a Herbie, a Ron y a Wayne para organizar una gira. Pero le dije que no saldría bien, porque se encontrarían con demasiados problemas tocando como simples componentes de un grupo. La gira pudo haber representado un montón de dinero, pero ¿y qué? La música no es únicamente cuestión de dinero; es cuestión de sentimientos, en particular la que nosotros tocamos.
Toma a alguien como Max Roach, que es para mí como un hermano. Si hoy Max escribiera algo y me pidiese que lo tocara con, digamos, Sonny Rollins o alguien así, no sé si podría hacerlo porque ya no toco de aquella manera. No se trata de que no aprecie a Max, que sí le aprecio. Pero a fin de conseguir que yo aceptara un compromiso semejante él tendría que escribir algo que nos gustara a los dos. Y ahí va otro ejemplo. Tuve hace bastante tiempo ocasión de trabajar con Frank Sinatra. Envió a alguien a hablar conmigo en el Birdland, donde yo trabajaba. Pero preferí rechazarlo, porque entonces no estaba en la misma onda que él. Y no es que no me guste y no admire a Frank Sinatra, pero antes me dedicaría plácidamente a escucharle que correr el riesgo de interponerme en su camino tocando algo que yo quisiera tocar. Creo haber dicho ya que aprendí a frasear escuchando a Frank, fijándome en su concepto del fraseo, como también escuchando a Orson Welles.
Pero tomemos a alguien como Palle Mikkelborg, allá en Dinamarca, con quien hice el álbum Aura. Si te mueves a su alrededor, puedes oírlo casi todo. Lo mismo digo de Gil Evans. Lo que Gil ha hecho para el nuevo álbum de Sting es una gloria: tratándose de Sting, claro está. ¿Viste lo que ocurrió en la encuesta de jazz de Playboy después de que Sting hiciera aquel disco con Gil? El público que lee la revista (predominantemente blanco) designó al grupo de Sting como Mejor Grupo de Jazz del año. ¡No me dirás que no es gordo! Un grupo negro no habría obtenido aquella clase de reconocimiento si hubiera, digamos, pasado del fusion-jazz al rock. Un público blanco no los habría votado ni como el mejor grupo de laceros del año. Pero, en cambio, votaba a Sting porque sí. El último álbum de Sting era una gozada, pero en él no oyes la personalidad de nadie, excepto la suya, y él no es un músico de jazz. Una canción que Sting compone con letra te dice lo que has de pensar. Pero con una composición instrumental puedes pensar lo que te dé la gana. Es un caso como el de que no necesitas haber leído el Playboy para saber en qué posición has de colocar a una chica para hacer el amor con ella: lo otro queda para los gandules. La mayor parte de la música popular trata de: «Nena, te quiero. Ven acá y sé mía». Existen millones de discos con letras como ésta. En consecuencia, la letra se convierte en un cliché y un batallón de gente la copia y acaba no haciendo otra cosa que copiarse clichés unos a otros. Por eso es tan difícil ser original en el estudio de grabación: fuera hay ya montones de discos que cualquiera puede oír.
No me gusta la música que Trane tocaba hacia el final de su vida. Dejé de escuchar sus discos cuando se separó de mi grupo. Tocaba una y otra vez la misma cosa que empezó a tocar cuando estaba conmigo. Al principio, el grupo que tenía con Elvin Jones, McCoy Tyner y Jimmy Garrison estaba bien; luego se convirtieron en un cliché de sí mismos y, para mí, nadie tocaba allí, excepto Elvin y Trane. Lo que McCoy se puso a hacer al cabo de poco tiempo no me interesaba ni pizca, porque se reducía a aporrear infernalmente el piano, lo cual no me parece inteligente. Tipos como Bill Evans, Herbie Hancock y George Duke sabían cómo debe tocarse ese instrumento, pero lo único que Trane y los suyos hacían eran intentos de música modal, cosa que ya había hecho yo. McCoy perdió pronto el toque, se volvió monótono, y no mucho después la forma de tocar de Trane se hizo igualmente monótona si le escuchabas demasiado tiempo seguido. A partir de un determinado momento yo no veía ni oía nada allí, y dejó incluso de gustarme lo que hacía Jimmy Garrison. Sin embargo, gustaba a otra gente, y a eso no tengo nada que objetar. Cuando Elvin y Trane tocaban duetos juntos, yo pensaba que lo que hacían entonces valía la pena. Pero conste que estoy exponiendo mi opinión personal: puedo equivocarme.
El sonido musical es hoy muy distinto de lo que era cuando empecé a tocar. Hoy disponemos de cámaras de eco y de qué sé yo cuántas mierdas. Por ejemplo, en la película Lethal Weapon, con Danny Glover y Mel Gibson, había escenas que se desarrollaban en un lugar hecho de acero. Por lo tanto, el público se ha ido acostumbrando al retumbar de acero contra acero, y los tipos de las Indias Occidentales, como es el caso de Trinidad, escriben esa clase de música, con tambores de acero y todo un género peculiar de materiales. Y encima, el sintetizador lo ha cambiado todo, guste o no guste a los músicos puristas. Está ahí para quedarse, y puedes adoptarlo o no adoptarlo. Yo elegí adoptarlo, porque el mundo ha sido siempre cambiante. Las personas que no cambian se encontrarán como los músicos folk, tocando en museos y en círculos locales como unos hijoputas. Porque la música y el sonido se han hecho internacionales y no tiene sentido retroceder al útero donde uno estuvo una vez. Un hombre no puede volver al seno materno.
La música es una cuestión de sentido del ritmo y de hacerlo todo a compás. Sonará bien aunque sea china, siempre que todo esté en su sitio. Pero, por muy compleja que la gente pretenda que es mi música, a mí me gusta simple. Así es como yo la oigo, aunque para los demás sea compleja.
Adoro los tambores, la batería. Aprendí mucho sobre ellos gracias a Max Roach, cuando tocábamos con Bird y viajábamos juntos. Max siempre me enseñaba alguna cosa. Me enseñó que el batería se supone que siempre debe proteger el ritmo, tener un compás interior, cuidar del curso que la música sigue. La manera de protegerlo, de cuidarlo, es intercalar un compás entre compases. Como «bang, bang, cha-bang, cha-bang». El «cha» entre los «bang» es el compás entre compases, una minucia que añade un sentimiento extra. Cuando un batería es incapaz de hacerlo, el sentimiento se pierde, y no hay en el mundo nada peor que tener un batería sin este recurso. Macho, entonces es para morirse.
Tal como yo lo veo, un músico y artista del estilo de Marcus Miller es el tipo que representa el momento actual. Puede tocarlo todo y está abierto a todo cuanto sea música. Entiende cosas como la no necesidad de tener un batería de verdad en el estudio. Hoy puedes programar una batería mecánica, una caja de ritmos, y tener a un batería tocando simultáneamente si así lo quieres. La caja de ritmos es útil porque siempre puedes tomar lo que toca en un determinado lugar y colocarlo en otro lugar, puesto que mantiene un ritmo constante. La mayoría de los baterías padece el defecto de retrasarse en el compás, o de acelerarlo, y esto puede joder lo que estás haciendo. Este defecto no lo tienen nunca las máquinas, y por esta razón son tan buenas para grabar. Sin embargo, yo necesito contar con un batería de carne y hueso, un gran batería como Ricky Wellman, para darle a todo la debida animación. En la música que tocamos en vivo las secciones cambian constantemente, y esto estimula al batería, que puede cambiar según el flujo musical. Cuando tocas en directo te ves obligado a despertar y mantener el interés, y en esa situación un buen batería es mucho mejor que una caja de ritmos.
Ya he dicho antes que muchos músicos de jazz son holgazanes. Los blancos dan pie a su actitud diciéndoles: «Tú no necesitas estudiar, tú eres músico por naturaleza. Simplemente, toma la trompeta y sopla». Pero esto no es cierto. Ni tampoco lo es que todos los negros tengan ritmo. Hay docenas de blancos capaces de tocar perdiendo el culo, especialmente en los grupos de rock. Y los baterías de esos grupos no se saltan compases y también saben tocar simultáneamente con la caja de ritmos. En cambio, muchos baterías de jazz negros no quieren ni pueden hacerlo. Quieren seguir siendo «naturales», porque esto es lo que los críticos blancos les dicen que son.
Siempre he considerado un don el que yo oiga la música como la oigo. No sé de dónde procede, está sencillamente ahí y no lo cuestiono. Como cuando noto inmediatamente que ha fallado un compás, o cuando oigo que es Prince quien toca la batería, que no se trata de un ritmo pregrabado. Es meramente una cualidad que siempre he tenido. Puedo, es un decir, interrumpir un ritmo, echarme a dormir, regresar y retomar el mismo ritmo exacto que seguía antes de dormirme. Nunca he dudado sobre si me equivocaba o acertaba en este género de cosas. Porque instintivamente, o por la razón que sea, me paro si falla el compás, o si es erróneo. Quiero decir que ello realmente me impide hacer nada. Y cuando un técnico ha empalmado mal una cinta, me paro en seco porque lo oigo al instante.
Para mí, la música y la vida se fundamentan en el estilo. Si quieres parecer y sentirte rico, vestirás de una manera determinada, calzarás determinados zapatos, te pondrás una chaqueta o una camisa determinadas. Los estilos de música despiertan determinado tipo de sentimientos en la gente. Si quieres que alguien sienta de determinada manera, tocas en un estilo determinado. Eso es todo. Por ello considero positivo para mí tocar para distintos públicos, pues de ellos capto cosas que pueden serme útiles. Hay lugares donde todavía no he tocado y donde me gustaría tocar, como África y México. Quiero tocar en esos lugares y algún día lo haré.
Cuando estoy fuera de este país toco de manera diferente como resultado de la forma en que la gente me trata, con gran cantidad de respeto. Aprecio eso y lo demuestro en mis actuaciones; quiero que aquellas personas se sientan tan a gusto como ellas hacen que me sienta yo. Mis lugares predilectos para tocar son, creo yo, París, Río, Oslo, Japón, Italia y Polonia. En Estados Unidos me gusta tocar en Nueva York, Chicago, la zona de San Francisco y Los Ángeles. En estos sitios el público no es demasiado zafio, aunque a veces todavía me joden, me desairan de mala manera.
Cuando dejé de tocar, oía decir a mucha gente: «Miles se ha retirado, ¿qué haremos ahora?». La razón de que hubiera personas que pensaban así, supongo, tenía algo que ver con lo que Dizzy dijo en una ocasión. Dijo: «Si miras a Miles, mira a los músicos que han estado con él. Miles forma líderes, muchos líderes». Supongo que es verdad. Efectivamente, un buen puñado de músicos ha acudido a mí en demanda de dirección. Pero nunca lo consideré una carga, nunca me pesó ser visto como un precursor, un hombre punta, por decirlo así. Nunca he pensado que lo fuera yo solo, que me correspondiese el protagonismo. Hubo otros, como Trane y Ornette. Incluso en mis propias bandas yo no era el único, nunca lo fui. Como con Philly Joe y Trane. Philly Joe fijaba la hora y hacía tocar a Paul Chambers, y Red Garland solía decirme cuáles eran las baladas que quería tocar; no era yo quien se las señalaba a él. Y Trane se situaba en el escenario y no decía una palabra, pero tocaba hasta perder el culo. Nunca habló demasiado. Se parecía a Bird en lo que concierne a hablar de música: ambos hablaban a través de sus instrumentos. En la banda que formé con Herbie, Tony, Ron y Wayne, Tony marcaba la pauta y nosotros le seguíamos. Todos ellos componían cosas para la banda y algunas las escribimos juntos. Pero con Tony allí el tempo nunca decaía; en todo caso, se hacía más rápido y el ritmo se ponía en marcha. En la banda que tuve con Keith Jarrett y Jack DeJohnette, Keith y Jack dictaban hacia dónde iría el sonido y lo que ellos tocarían, los ritmos que marcarían. Ambos alteraban la música y luego, simplemente, la música pasaba de un salto a ser otra cosa. Nadie más ha podido tocar música como aquélla, porque nadie más ha tenido consigo a Keith y Jack. Lo mismo cabe decir de cualquier otra de las bandas que reuní.
Pero es que mi don, ya sabes, me ha dado la habilidad de juntar a unos cuantos tipos entre los que surgirá una reacción química, y entonces les soltaré; les dejaré tocar hasta el límite de lo que saben y más allá de este límite. La primera vez que reuní a unos tipos no sabía exactamente cómo iban a sonar juntos. Pero creo que es importante seleccionar músicos inteligentes, porque, si son inteligentes y creativos, casi seguro que la música volará alto.
De igual manera que el estilo de Trane era su estilo, y los de Bird y Diz eran respectivamente los suyos, yo no quiero sonar como otro que no sea yo. Quiero ser yo mismo, signifique esto lo que signifique. Pero en la música me siento identificado con diferentes frases: cuando disfruto verdaderamente de algo, es como si la cosa y yo fuéramos uno. La frase soy yo. Toco una música a mi manera e inmediatamente trato de ir más allá. La pieza más difícil que tuve que tocar en toda mi vida fue «I Love You, Porgy», porque debía hacer que la trompeta sonase y fraseara igual que una voz humana. Cuando estoy tocando veo colores y cosas. Si escucho una canción de alguien, me pregunto continuamente por qué puso cierta nota donde la puso y por qué hizo otras cosas de la manera que las hizo. Mi sonido procede de mi maestro de la escuela superior, Elwood Buchanan. Me gustaba incluso la forma en que él sostenía el instrumento. La gente me dice que mi sonido es como una voz humana, y eso es lo que quiero que sea.
Las mejores ideas para composiciones me vienen durante la noche. A Duke Ellington le pasaba lo mismo: escribía toda la noche y dormía todo el día. Supongo que por la noche todo está tranquilo, de modo que uno puede ignorar cualquier pequeño ruido que se produzca y concentrarse. También creo que escribo mejor en California, gracias al silencio que reina allí: vivo junto al mar. Por lo menos es así ahora. Prefiero Malibú a Nueva York cuando escribo.
Toco ciertos acordes que algunos de los tipos de mi banda llaman «acordes milesianos». Es la forma en que puedes tocar cualquier acorde, cualquier sonido, que no sonará mal a no ser que alguien toque detrás algo inadecuado. Mira, lo que se toca detrás de un acorde determina si encaja o no. Tú no te limitas a tocar una cadencia de acordes sin relación entre ellos y a dejarlo allí por las buenas. Tienes que referirlo a algo que lo resuelva. Por ejemplo, si tocamos en un tono menor, generalmente enseño a los músicos las múltiples posibilidades que ofrece, desde la música flamenca a lo que llaman un pasacalle, que consiste en tener siempre la misma línea del bajo y que yo toque tríadas para que un solista toque a su vez sobre un acorde menor. Para eso se necesita sensibilidad. Es lo mismo que hice con Trane. Si escuchas a Khachaturian, el compositor armenio, y a Hernspach, un brillante compositor británico, observarás que ambos tocan y escriben cosas sobre un acorde menor. Existe una serie completa de cosas que puedes tocar si lo estudias.
A mi entender, los grandes músicos son como los grandes púgiles que conocen la autodefensa. Tienen en su mente un alto sentido de la teoría, como los músicos africanos. Pero nosotros no estamos en África y no nos limitamos a entonar cánticos. Debajo de lo que hacemos hay mucha teoría. Si tú sitúas en el fondo acordes disminuidos, éstos dan un sonido de cántico y el fondo te queda mucho más lleno, cosa comprensible porque lo sustentan todos aquellos sonidos diferentes. Y hoy en día puedes hacerlo mejor gracias a que el público ha estado oyendo excelente música durante los últimos veinte años: Coltrane, yo mismo, Herbie Hancock, James Brown, Sly, Jimi Hendrix, Prince, Stravinsky, Bernstein. Sin contar a personas como Harry Parch y John Cage. La música de Cage suena como cristales que caen. Mucha gente anda metida en esto. Así pues, el público está a punto para un amplio abanico de estilos de música diferentes. Y si es capaz de digerir a Martha Graham y lo que hace y lo que hizo con Cage allá por 1984 en la Juilliard cuando los vi a los dos allí, entonces significa que el público está preparado para todo tipo de mierdas.
Sin embargo, sigue siendo lo negro lo que marca el camino, como el break dancing, el hip-hop y el rap. Incluso la música que ponen a los vídeos publicitarios, macho, es una música cultivada: en algunos de ellos oyes hasta gospel baptista. Lo grotesco es que te muestran a personas blancas cantando estas cosas, abusando de ellas. Intentan parecerse a nosotros, cantan como nosotros, tocan como nosotros. Por lo tanto, los artistas negros deben cambiar, hacer algo diferente. El público de Europa, Japón o Brasil no se deja embaucar por eso; es sólo la estúpida gente de aquí la que se deja.
Me gusta viajar, aunque no tanto como antes, porque ya he viajado mucho, pero todavía me sirve de evasión, dado que conoces a personas diferentes y entras en contacto con culturas diferentes. Una de las cosas que he observado es que el pueblo negro se parece bastante al pueblo japonés. Ambos disfrutan riendo. Ni los japoneses ni los negros son tan estrictos y convencionales como los blancos. A un negro se le considera un Tío Tom cuando va repartiendo sonrisas a los blancos, pero no se piensa así de los japoneses, porque tienen dinero y poder. Los asiáticos, además, tienen unos ojos muy poco expresivos, especialmente los chinos. Te miran de una manera rara. Pero yo he observado cómo las mujeres japonesas se insinúan a los hombres con el rabillo del ojo, y ahora entro también en el juego.
Las mujeres más exquisitas del mundo son las brasileñas, las etíopes y las japonesas. Y me refiero aquí a una combinación de belleza, feminidad, inteligencia, forma de comportarse, prestancia corporal y al respeto que tienen por el hombre. Las mujeres etíopes, japonesas y brasileñas respetan a los hombres y jamás pretenden actuar como ellos, por lo menos las que yo he conocido. La mayoría de las mujeres estadounidenses ignoran cómo se trata a un hombre, me parece a mí, especialmente multitud de mujeres negras, y entre éstas especialmente las de mayor edad. Casi todas se colocan en competencia contigo, sea lo que fuere lo que hagas por ellas. Supongo que se debe a su cabello y al lavado de cerebro que este país les ha hecho porque no tienen el cabello rubio, largo y liso, de lo cual deducen que no son bellas, cuando sí lo son. Creo, sin embargo, que esto es aplicable sobre todo a las mujeres negras mayores que compran todos esos productos de belleza destinados a camelar a las blancas. Muchísimas de las negras jóvenes que he conocido son personas auténticamente cultivadas y sofisticadas y no tienen los problemas que sufren tantas negras mayores. Algunas sí los tienen, no obstante, y serios, en relación con su apariencia física: gran número de mujeres negras cree a pies juntillas que todos los hombres negros quieren y desean a las mujeres blancas, por mucho que las estén tratando a ellas como reinas. Eso les amarga la vida. En general, las mujeres blancas tienden a tratar a los hombres mejor que las negras, pero el motivo es que no padecen las obsesiones que las negras sufren. Sé bien que esto que digo indignará a muchas mujeres negras, pero es exactamente como lo veo yo.
Mira, casi todas las mujeres negras adoptan frente a un hombre la posición de maestras o madres. Han de tener el control, ya me entiendes. La única mujer negra de mi vida que no procedió de esa manera fue Frances. Jamás hizo nada parecido en los siete años que permanecimos juntos. Era inteligente y no trataba de competir en nada, porque estaba completamente segura de sí misma. Y cuando una mujer confía en sí misma, cuando sabe que es bella y femenina y que a los hombres se les cae la baba cuando la ven, le resulta fácil manejar a cualquier hombre. Frances estaba muy segura de su cuerpo porque era una bailarina y sabía que si paseaba por la calle interrumpía el tráfico. Era una artista, y la mayoría de las mujeres artistas tiene una mentalidad más abierta y más profunda.
En cambio, las negras que intentan ejercer algún poder sin confiar en sí mismas son un puñetero incordio. Están compitiendo siempre, siempre tienen algo jodido que decir. Si un hombre hace algo que te cabrea, vas y peleas con él, físicamente hablando. Pero con una mujer es distinto. Si te fastidian, no puedes pegarla, no te queda otro remedio que dejarlo correr. Y luego, si lo dejas correr con demasiada frecuencia y la mujer que te ha tocado es una sabionda competitiva, seguirá plantándote cara, haciendo morros y acosándote y acosándote. Al final, quizá perderás los estribos y la zurrarás igualmente. Yo solía terminar muchas veces en situaciones así con las más pelmazas, y zurré a algunas. Pero no me gusta lo que uno siente en tales momentos, ni menos usar la violencia con una mujer. Hoy en día, si veo que se acerca la crisis, me limito a evitarla.
Otro defecto corriente en las mujeres negras es que no saben cómo tratar a un artista, especialmente las más anticuadas o las que están muy encerradas en su propia vida. Un artista puede tener algo en la mente a cualquier hora, y no hay derecho a distraerlo o apartarlo de lo que está pensando o haciendo. Es horrible para un artista vivir con una mujer que no respeta sus momentos de creatividad. De esto, las mujeres mayores no entienden nada, porque ser un artista no merecía ningún respeto, por ejemplo, cuando yo era niño. En cambio, las mujeres blancas han estado entre artistas desde hace mucho tiempo y comprenden la importancia que el arte tiene para la sociedad. En consecuencia, las negras tienen todavía mucho que aprender en este campo. Yo confío en que lo aprenderán. Pero, mientras tanto, las personas como yo deben hacer aquello que les traiga felicidad; yo tengo que procurar unirme a alguien que me comprenda y me respete.
La mayoría de las mujeres africanas que he conocido no eran como las negras estadounidenses. Son diferentes y saben mejor cómo tratar a sus hombres. A mí me gustan las mujeres africanas auténticamente negras, las etíopes y, según creo, las sudanesas; las que tienen esos pómulos altos y esas narices rectas, esas caras que suelo representar en mis pinturas y esbozos. Iman, la modelo africana, es de esa clase, bellísima, elegante y graciosa. Luego existe el otro género de belleza negra en las mujeres, las de labios carnosos, ojos grandes y cabeza sesgada como la cabeza de Cicely. Cicely tenía en privado una expresión que nunca se ha visto en las películas, particularmente cuando se enfadaba o cuando yo me enfadaba con ella. Una expresión sensual. Yo solía fingir que me enfadaba sólo para que su rostro tomase aquella expresión. La adoraba.
Me gusta flirtear con las mujeres. Puedes conseguir mucho de ellas con un simple guiño, lo cual es una agradable manera de flirtear sin necesidad de abrir la boca, sin decir nada. Uno puede saber siempre por los ojos de una mujer si le interesas o no, especialmente cuando ves y notas algo que es un poco más que una simple mirada. Las mujeres occidentales hacen con los ojos lo que las japonesas hacen con sus cuerpos. Si tú ves aquella pequeña cosa en los ojos de las mujeres occidentales y estás de acuerdo, entonces reaccionas. Si no es así, vuelves sencillamente la cabeza. Pero si lo que atisbas allí es algo espiritual, una cierta conexión, vas enseguida a buscarlo.
El tipo de mujer que prefiero para mí debe tener una determinada clase de porte, ser esbelta y confiar en su propio cuerpo, como una bailarina. Eso se nota en su forma de caminar, de hacer las cosas, de vestir. Yo lo veo a la primera ojeada. Circulan por ahí legiones de mujeres bonitas que no tienen esa cosa que a mí me atrae. Han de tener ese toque de sexo, esa electricidad que me dice que en ellas hay algo especial. A veces está en sus bocas, como en el caso de Jacqueline Bisset, quien lleva escrito en todo el rostro ese mensaje sexual que en un tiempo Cicely tuvo para mí. Cuando lo veo siento algo especial en el estómago. Es como una euforia, como una esnifada de cocaína, y de una buena dosis. La anticipación de estar con una persona como aquélla me produce ya una sensación de placidez tan intensa, te diría, que casi es mejor que un orgasmo. Nada puede comparársele.
Me encanta la manera que tienen las japonesas de flirtear con un hombre. No se sitúan directamente en tu campo visual, sino más bien donde no puedas verlas si no miras de reojo. Están donde casi no puedes verlas, pero están. Tampoco te mirarán directamente. Es interesante. Supongamos que en una habitación hay cuatro mujeres asiáticas y tú hablas con ellas, y con una hablas, digamos, cinco minutos más de lo que has hablado con las otras: las otras tres, discretamente, se marcharán. Desaparecerán de tu vista y se pondrán a circular por otra parte de la casa.
Amo a las mujeres. Nunca he necesitado ayuda ni he tenido dificultades para encontrar mujeres. Me gusta sencillamente estar con ellas, conversar, cosas así. Pero nunca me he liado con la novia de un músico. Nunca. Incluso si ella no va con él desde hace tiempo. Nunca sabes cuándo te interesará contratar a un músico para que toque contigo, y no querrás que semejante mierda interfiera con lo que tú y él vais a tocar juntos. Pero para el resto de las mujeres (excepto las buenas amigas) no hay veda.
Las mujeres son raras, sin embargo, y muchas veces no son lo que aparentan. Las mujeres se relacionan con otras mujeres de una forma que la gente ni se da cuenta. Yo solía ver muchas cuando trabajaba en los clubes; solía pensar que todas aquellas chicas tan bonitas iban a los clubes para ver a los músicos y ligar con ellos. Luego descubrí que una buena parte iba para verse unas a otras. Tonto de mí, creía que venían a insinuárseme, a escuchar mi música, qué sé yo. Mira, los músicos son los reyes de la vanidad en lo que concierne al público, en particular al público femenino. Los músicos son los más egocéntricos de todos los artistas, porque están convencidos de que personifican el colmo del refinamiento y de que la mierda que hacen es lo más importante del mundo. Se consideran irresistibles para las mujeres sólo porque tienen un instrumento en la boca o en las manos. Piensan que son para las mujeres un don de Dios. Y en buena parte esto es cierto, a juzgar por la cantidad de gente que mariposea a nuestro alrededor, dándonos todo lo que queremos y más. Por lo menos nosotros, los músicos, creemos que es cierto por la forma en que el público nos trata. Pero, mira, muchas de las mujeres a quienes gustan las mujeres también lo saben. Saben que a nuestro alrededor habrá un enjambre de damas, y, por lo tanto, se incorporan a la escena, a ver qué pescan.
En el pasado he ido con mujeres de todas las razas, probablemente tantas de raza blanca como de raza negra. La raza me tiene sin cuidado cuando se trata de la mujer con quien estoy. Como dice el viejo proverbio: «Una verga tiesa no tiene conciencia», y lo que sobre todo no tiene es conciencia racial. Sin embargo, siempre me he casado con mujeres negras, aunque no ha sido una cosa consciente. Si me preguntas de qué color prefiero a una mujer, tendría que decirte que me gustan las mujeres del color de mi madre, o más claro; no sé a qué se debe, pero así soy yo. Creo que he tenido una sola novia más oscura que yo, y ya comprenderás que eso significa muy oscura, porque yo soy negro como el carbón.
Las mujeres estadounidenses son más atrevidas que las del resto del mundo en relación a los hombres. Vienen directas a ti si realmente les interesas y empiezan a insinuarse. Especialmente si eres un personaje famoso, como soy yo. No se preocupan ni se avergüenzan por ello. Pero a mí esta historia me provoca rechazo. Pienso que lo único que pretenden es irse a la cama y joder con mis recortes de prensa y, si pueden, meter mano a mi cuenta bancaria para que les compre regalos y cosas. Hoy en día detecto estas intenciones a una milla de distancia; antes, algunas veces quizá no me enteraba, pero ahora sí. Nunca me lío con una mujer que me haga proposiciones. Eso me repele. Quiero que, como mínimo, me dejen creer que soy yo quien las elige.
Los blancos de Estados Unidos se entrometen en todo porque están convencidos de que la gracia divina les ha regalado el mundo entero. Da asco y pena observar su modo de pensar, lo retrasados, estúpidos e irrespetuosos que son la mayoría. Consideran que pueden acercársete por las buenas y meterse por las buenas en tus asuntos, sólo porque ellos son blancos y tú no. Viajando en avión me encuentro con esto frecuentemente: se entrometen. Vuelo siempre en primera clase y noto que, si no me reconocen, se preguntan qué estaré haciendo allí. En consecuencia, me miran de un modo raro. En cierta ocasión, cuando a bordo de un avión una mujer me hizo eso, le pregunté si por casualidad me había sentado encima de alguna de sus pertenencias. Se limitó a esbozar una sonrisa tensa y me dejó en paz. Pero existen algunos blancos que son personas cultivadas y no se comportan de ese modo. Uno encuentra gente sofisticada en todas las razas, lo mismo que gente estúpida. Varios de los hijoputas más estúpidos con que me he tropezado han sido negros. Especialmente, negros que se tragan todas las mentiras que los blancos difunden sobre ellos; a hijoputas asquerosos no les gana nadie.
Estados Unidos es un lugar tan racista, tan racista que inspira compasión. Es exactamente igual que África del Sur, salvo que, hoy en día, más saneado: su racismo no está tan a la vista. Excepto esto, es la misma cosa. Pero yo tengo para el racismo un instinto especial, algo congénito. Puedo olerlo. Puedo percibirlo aunque esté a mis espaldas. Dondequiera que esté. Y debido a mi manera de ser, muchos blancos se indignan conmigo de verdad, en particular los varones. Y todavía se indignan más cuando les llamo la atención si su conducta es impropia. Su idea es, simplemente, que aquí pueden hacerle cualquier tipo de guarrada a un negro.
Fíjate en lo que les ocurre a nuestros chicos, lo lejos que han llegado en la cuestión de las drogas, especialmente los chicos negros. Uno de los motivos, por lo menos entre estos últimos, es que desconocen su patrimonio. Es una vergüenza la forma en que nuestro país ha tratado al pueblo negro y nuestras aportaciones a esta sociedad. Pienso que las escuelas deberían instruir a los niños sobre el jazz o la música negra. Los niños deberían saber que la única aportación cultural original de Estados Unidos es la música que nuestros antepasados negros trajeron de África para modificarla y desarrollarla aquí. La música africana debería estudiarse tanto como se estudia la música europea clásica.
Cuando los niños no aprenden en la escuela ni una palabra respecto a su herencia y su patrimonio colectivos, la escuela deja de contar para ellos. Se vuelven hacia la droga, corren hacia el crack, puesto que esos chicos a nadie preocupan. Enseguida descubren que vendiendo crack puede conseguirse un poco de dinero fácil, y entran en la actitud y las conexiones clandestinas. Sé de lo que hablo, pues lo conocí bien en mi época de yonqui. Comprendo a esos chicos, comprendo lo que piensan. Sé que muchos de ellos caen en la cultura clandestina porque son conscientes de que no encontrarán justicia ni equidad entre los blancos. Por lo tanto, se dedican al deporte o a la música, se convierten en atletas y en profesionales de las variedades, buscando la oportunidad de ganar dinero abundantemente y salir de donde están metidos. Las alternativas son los deportes, el espectáculo o la clandestinidad. Ésta es la razón de que yo respete tanto a Bill Cosby, que hace lo que se debe hacer, da el ejemplo apropiado, compra arte negro y patrocina los centros de enseñanza negros. Me gustaría que este ejemplo lo siguieran más negros adinerados: fundando, supongamos, una empresa editorial o una compañía discográfica, unos cuantos negocios en los que proporcionar empleo a los negros y con los cuales borrar la falsa imagen que los blancos tienen de los estadounidenses de color. El pueblo negro lo necesita.
En Europa y Japón se respeta la cultura de nuestro pueblo, nuestra aportación al mundo. Allí saben lo que es. Pero los estadounidenses blancos antes promocionarán a una persona blanca como Elvis Presley, que fue sólo la copia de una persona negra, que dar soporte a lo auténtico. Vuelcan todo su dinero sobre los grupos blancos de rock, les facilitan apoyo y publicidad, les conceden montones de premios por tratar de parecerse a los artistas negros. Aunque de poco sirva, pues todo el mundo sabe que fue Chuck Berry quien empezó la cosa, no Elvis, o que Duke Ellington era el «Rey del Jazz» y no Paul Whiteman. Todo el mundo sabe esto. Pero no lo leerás en los libros de historia hasta que nosotros tengamos poder suficiente para escribir nuestra propia historia y contarla nosotros mismos. Nadie más va a hacerlo por nosotros, ni a hacerlo como se supone que debe hacerse.
Por ejemplo, Bird nunca obtuvo en la vida el reconocimiento que se le debía. Sólo unos pocos críticos blancos como Barry Ulanov y Leonard Feather hicieron justicia a Bird y al bebop. Para la mayoría de los críticos blancos, su hombre era Jimmy Dorsey, de igual modo que Bruce Springsteen o George Michael lo son hoy. Más allá de unos círculos reducidos, apenas nadie había oído hablar de Charlie Parker. Pero un montón de negros, los enterados, sí estaban al corriente. Luego, cuando los blancos descubrieron al fin a Bird y a Diz, era demasiado tarde. Duke Ellington y Count Basie y Fletcher Henderson no alcanzaron tampoco el reconocimiento debido. Louis Armstrong tuvo que ponerse a hacer muecas como un hijoputa para finalmente obtenerlo. Los blancos solían hablar de cómo John Hammond descubrió a Bessie Smith. Mierda, ¿cómo iba a descubrirla si ya estaba allí? Y si él la hubiera realmente «descubierto» y hubiese hecho por ella lo que correspondía, lo mismo que hizo por otros cantantes de raza blanca, Bessie no habría muerto como murió en una carretera perdida de Mississippi. Sufrió un accidente y se desangró hasta morir porque ningún hospital blanco quiso acogerla. Esto es una chorrada como la de que Colón descubrió América… ¡cuando los indios ya estaban aquí! ¿Qué clase de historia es ésa, sino la mierda de historia de los hombres blancos?
La policía me jode parándome constantemente. Lo mismo les ocurre cada día al resto de los negros en este país. Richard Pryor decía: «Si eres negro y oyes que un blanco grita «¡Yujú!», mejor es que entiendas que ha llegado la hora de levantarte y marcharte, pues ya sabes que seguirá alguna estupidez».
Recuerdo una ocasión en que Milton Berle, el actor, vino a verme cuando yo actuaba en el Three Deuces. En aquella época tocaba en la banda de Bird. Supongo que sería en 1948. En cualquier caso, Berle estaba sentado a una mesa escuchándonos y alguien le preguntó qué opinaba de la banda y de la música. Él se echó a reír y se volvió hacia el grupo de gente blanca que lo acompañaba y dijo de nosotros que éramos unos «cazadores de cabezas», indicando así que éramos unos jodidos salvajes. Pensó, sin duda, que era ingenioso, y recuerdo cómo aquella gente blanca se reía de nosotros. Bien, pues nunca lo olvidé. Un día le vi a bordo de un avión, cosa de veinticinco años más tarde, viajando ambos en primera clase. Me levanté y me presenté. Dije: «Milton, me llamo Miles Davis y soy músico».
Él empezó a sonreír y respondió: «Oh, sí, sé quién eres. Tu música me gusta de verdad». Parecía muy contento de que me hubiera acercado a su asiento.
Entonces dije yo: «Milton, tú me hiciste algo, a mí y a las personas con quienes tocaba tiempo atrás, que siempre he recordado, y siempre me he dicho que si un día te tenía cerca te haría saber cómo me sentí cuando aquella noche dijiste lo que dijiste». Él me miraba con extrañeza, pues evidentemente no sabía a qué me refería. Mientras tanto, yo sentía que la ira de aquella noche volvía a despertar en mi interior, y supongo que ello se me notaba en la cara. Le repetí lo que él había dicho y le recordé cómo él y sus amigos se habían reído de nosotros. Al instante se puso rojo; estaba confundido y, sin duda, había olvidado por completo el incidente. Así que añadí: «No me gustó lo que tú nos llamaste aquella noche, Milton, ni a nadie en la banda le gustó tampoco cuando les conté lo que habías dicho. Algunos incluso lo habían oído como yo».
Su aspecto era en ese momento lastimoso, ya lo imaginas. Articuló: «Lo lamento mucho, muchísimo».
Y yo le dije: «Sé que lo lamentas. Pero sólo lo lamentas en este momento, lo lamentas después de que te lo he recordado, porque entonces no lo lamentaste». Di media vuelta y regresé a mi asiento, me senté y no le dije ni una palabra más.
Ésta es la clase de mierda de la que te estoy hablando. Algunos blancos (y negros también) se reirán de ti en este momento y al minuto siguiente dirán que te adoran. Lo hacen constantemente: es su sistema de dividir y conquistar a la gente. Pero yo guardo un fiel recuerdo de lo que nos ha pasado en este país. El pueblo judío sigue recordando al mundo lo que le ocurrió en Alemania. El pueblo negro ha de recordar igualmente al mundo lo que ocurrió en Estados Unidos, o como James Baldwin me dijo una vez, «en lo que todavía había de ser Estados Unidos». Debemos permanecer alerta ante esas técnicas de «divide y vencerás» que los blancos han usado con nosotros durante tantos años, manteniéndonos apartados de nuestra identidad interior y de nuestro auténtico vigor interno. Sé que la gente se cansa de oírlo, pero el pueblo negro debe seguir proclamándolo, arrojando a la cara de esas personas nuestras condiciones hasta que algo se haga en relación con la manera en que nos han tratado. Estamos obligados a mantenerlo ante sus ojos y sus oídos como los judíos han hecho. Tenemos que hacerles saber y comprender lo perversas que son las cosas que nos hicieron a lo largo de tantos años y que todavía nos hacen hoy. Debemos, simplemente, hacerles conocer que nosotros sabemos lo que están haciendo y que no cejaremos hasta que paren.
Cuanto más envejezco, más aprendo sobre tocar la trompeta, y más acerca de muchas otras cosas. Solía gustarme beber y me gustaba de verdad la cocaína, pero ya ni siquiera pienso en lo uno ni en lo otro. Ni en los cigarrillos. Ese género de cosas, sencillamente, dejé de hacerlas. Cortar con la cocaína me resultó un poco más duro, pero también la dejé. Es sólo cuestión de fuerza de voluntad, de creer en que puedes hacer lo que quieres hacer. Cuando no quiero hacer determinada cosa, me limito a decirme: «Que se joda». Porque, eso sí, debes hacerlo tú mismo. Nadie más puede hacerlo por ti. Otras personas quizás intenten ayudarte, pero la mayor parte del tiempo tendrás que luchar solo.
Nada es imposible, dada mi forma de pensar y de vivir mi vida. Estoy siempre pensando en crear. Mi futuro empieza cuando despierto cada mañana. Es entonces cuando empieza: cuando despierto y veo la primera luz. Entonces me siento agradecido, y no puedo esperar a levantarme porque cada día hay algo nuevo que hacer o que intentar. Cada día encuentro algo creativo a que dedicar mi vida. La música es una bendición y una maldición. Pero la amo, no querría que fuese de otro modo.
En mi vida hay pocos remordimientos y poco sentimiento de culpa. De mis remordimientos no quiero hablar. Hoy estoy más distendido conmigo mismo y con los demás. Creo que mi personalidad es más agradable. Todavía recelo de la gente, pero menos de lo que desconfiaba en tiempos pasados, y también me muestro menos hostil. Sigo siendo una persona muy amante de lo privado, y no me gusta estar rodeado de gente que no conozco. Pero no me lanzo contra esa gente, como hacía, ni la despacho con improperios. Demonio, ahora incluso presento a los miembros de mi banda en los conciertos, e incluso hablo un poquito con el público.
Tengo fama de ser una persona de trato difícil. Pero quien me conoce de verdad sabe que eso no es cierto, porque seguro que nos llevamos bien. Me molesta ser siempre el centro de la atención, hago sólo lo que debo hacer, y basta. No obstante, tengo algunas amistades excelentes, Max Roach, por ejemplo, y Richard Pryor, Quincy Jones, Bill Cosby, Prince, mi sobrino, Vincent, y otras personas más. Creo que mi mejor amigo fue Gil Evans. Los componentes de mi banda son buenos amigos míos, como lo son mis caballos allá en Malibú. Amo a los caballos y a otros animales. Pero quizá las personas que realmente mejor me conocen son algunos de los tipos con quienes crecí en East St. Louis, pese a que ya raras veces los veo. Pienso en ellos, y si en alguna ocasión nos encontramos es como si no nos hubiéramos separado nunca. Me hablan como si acabara de salir de su casa.
Ellos pueden decirme cosas interesantes sobre lo que toco y les hago más caso que a un crítico. Porque sé que están muy enterados de cuanto intento hacer y de cómo se supone que debo sonar. Si Clark Terry, a quien considero uno de mis mejores amigos, viniese y me dijera que estoy tocando mierda, macho, lo tomaría en serio. Me llegaría al corazón. Lo mismo por lo que concierne a Dizzy, que es mi mentor y uno de los amigos más íntimos que tengo en el mundo. Si me dijese algo relativo a mi manera de tocar, le escucharía. Pero yo siempre he sido como soy, he sido así toda mi vida. Nadie puede decir nada malo de mí a mis buenos amigos porque ni siquiera le prestarían atención. Igual me ocurre a mí: no escucharé nada contrario a alguien a quien conozco.
La música ha sido siempre para mí como un maleficio porque siempre me he sentido impulsado a tocarla. Siempre ha tenido prioridad en mi vida y todavía la tiene. Se antepone a todo. Pero he concertado una especie de paz con mis demonios musicales que me permite llevar una vida más relajada. Pienso que pintar me ha ayudado mucho. Los demonios siguen allí, pero ahora sé dónde están y cuándo quieren ser alimentados. De modo que creo tener la mayoría de las cosas bajo control.
Soy, ya lo he dicho, una persona amante de lo privado, y cuesta un montón de dinero preservar la intimidad cuando uno es famoso como yo. Es verdaderamente duro, muy duro, y ésta es una de las razones por las que necesito ganar dinero: para proteger mi vida privada. La fama se paga cara, mentalmente, espiritualmente y en dinero en efectivo.
No salgo mucho, casi nunca estos días. De esa clase de cosas he tenido ya suficiente. Acude gente a mí tratando de hacerse alguna foto conmigo. A la mierda. Es por eso que las personas expuestas a la curiosidad pública no pueden llevar una vida normal; sufren demasiadas intromisiones e interferencias. No es natural. Y constituye una de las principales razones de que no me guste salir de casa. Pero cuando estoy con mis caballos o con mis mejores amigos puedo relajarme y no preocuparme del resto. Poseo un caballo llamado Kara, otro llamado Kind of Blue y otro llamado Gemini. Gemini tiene mucho brío, debido a que lleva algo de sangre árabe. Es el que más me gusta montar, aunque me haga un favor dejándome montarlo, pues mis dotes de jinete no están a la altura de lo que merece. Todavía soy un aprendiz, y él lo sabe. Así, cuando hago alguna cosa mal, se limita a dirigirme una mirada peculiar, como diciendo: «¿Qué coño hace otra vez este hijoputa ahí arriba? ¿No se ha enterado de que yo soy un profesional?». Pero quiero mucho a mis animales, los entiendo y ellos me entienden a mí. En cuanto a las personas… Bien, las personas son muy extrañas.
Siempre he sido capaz de predecir cosas antes de que ocurriesen. Siempre. Creo en la capacidad de algunos de nosotros para anticipar el futuro. Por ejemplo, un día estaba nadando en la piscina del United Nations Plaza Hotel, en Nueva York, y un tipo blanco nadaba cerca de mí. De repente me dijo: «¿Adivina adónde voy a ir?». Y le dije: «Va usted a Nueva Orleans». ¡Y allí iba! Macho, aquello lo dejó bien jodido. Inmediatamente se apartó, me miró con verdadero asombro y preguntó cómo lo sabía. Pero yo no pude decírselo. Lo sabía, simplemente. Ignoro la causa y no hago preguntas sobre este tema. Sólo sé que esta habilidad me ha acompañado siempre. Soy, por otra parte, una persona instintiva que ve en la gente cosas que otras personas no ven. Oigo cosas que otras personas no oyen, y no pienso que sean importantes hasta muchos años después, cuando las demás personas finalmente las oyen o las ven por sí mismas. Para entonces ya estoy en cualquier otra parte y he olvidado el asunto. Si estoy tan al corriente y tan encima de las cosas es porque tengo la cualidad de olvidar todo lo que carece de importancia. Me tiene sin cuidado que otros consideren importante algo que para mí no lo es. Se trata sólo de su opinión. Yo tengo la mía, y por lo general confío en lo que siento y lo que oigo, no en lo que opinen los demás, cuando afecta a algo relacionado conmigo o con lo que estoy haciendo.
Para mí, la música ha sido mi vida, y los músicos que he conocido y querido y de los que procedo han constituido mi familia. Mi familia convencional lo es por razones de paternidad, de parentesco, de sangre. Pero, para mí, mi familia son las personas con quienes me asocio en mi profesión: otros artistas, músicos, poetas, pintores y escritores, aunque no críticos. Cuando muere, la mayoría de la gente deja el dinero a los parientes, a sus primos, tías, hermanas o hermanos. Yo no creo en eso. Mi idea es que si has de dejar algo, lo dejes a las personas que te ayudaron a hacer lo que sea que hayas hecho. Si son parientes de sangre, muy bien, pero si no lo son, no creo en que deba dejarse a los parientes. Mira, yo pensaría en legar mi dinero a Dizzy o a Max, a alguien así, o a un par de mujeres que me ayudaron mucho. No quiero que aparezcan en Louisiana, o donde sea, unos primos a quienes nunca he visto y mi dinero vaya a parar a ellos, cuando muera, sólo porque tenemos la misma sangre. Y una mierda, vamos.
Quiero compartir lo mío con las personas que me ayudaron a lo largo de todo lo que he tenido que pasar, que contribuyeron a hacerme más creativo. Y he tenido en la vida varios períodos realmente fértiles. El primero fue de 1945 a 1949, los inicios. Luego, después de haberme librado de las drogas, entre 1954 y 1960 conocí una época para mí diabólicamente fértil en el campo musical. Y de 1964 a 1968 no me fue del todo mal, aunque yo diría que me estaba alimentando de muchas de las ideas musicales de Tony, Wayne y Herbie. Lo mismo puede aplicarse a cuando hice Britches Brew y Live-Evil, porque fueron fruto de una combinación de personas y cosas (Joe Zawinul, Paul Buckmaster y otros), y lo único que yo hice fue reunirlo todo y escribir un poco. Pero creo que en la actualidad estoy viviendo el mejor período creativo que he conocido nunca, puesto que pinto y escribo música y toco por encima de lo que en realidad sé.
No me gusta pasar a Dios por la cara de nadie ni que nadie me lo pase por la mía. Pero si tuviera alguna preferencia religiosa, pienso que me inclinaría por el islam y que sería musulmán. Sin embargo, no sé nada sobre esto, nada sobre las religiones organizadas. Nunca he utilizado la religión como unas muletas, porque personalmente rechazo muchas de las cosas que en una religión organizada ocurren: no me parecen precisamente espirituales, sino más bien relacionadas con el dinero y el poder, y eso no puede atraerme.
Pero sí creo que soy espiritual, y creo en los espíritus. Siempre he creído. Creo en que mi madre y mi padre vienen a visitarme. Creo que también vienen todos los músicos que he conocido y que ya están muertos. Cuando trabajas con grandes músicos, pasan a ser para siempre una parte de ti: personas como Max Roach, Sonny Rollins, John Coltrane, Bird, Diz, Jack DeJohnette, Philly Joe. Echo mucho de menos a los muertos, especialmente a medida que envejezco: Monk, Mingus, Freddie Webster y la Gorda. Pensar en los que han desaparecido me pone de mal humor, por lo que procuro no hacerlo. Pero sus espíritus caminan a mi alrededor, de modo que ellos están todavía aquí y de alguna manera se manifiestan. Es una cuestión espiritual, y parte de lo que yo soy actualmente son ellos. Todo ha quedado en mí, todo lo que de ellos aprendí a hacer. La música viene del espíritu y de lo espiritual, así como de los sentimientos. Creo, pues, que su música continúa aquí, en algún lugar, ya me entiendes. Las cosas que tocamos juntos han de encontrarse de un modo u otro en el aire que nos rodea, porque al aire las lanzamos y eran cosas mágicas, cosas espirituales.
Yo solía soñar que me parecía ver ciertas cosas, ver una materia diferente, una especie de humo o nubes, con las que mi mente formaba imágenes. Ahora lo hago cuando despierto por las mañanas y quiero ver a mi madre o a mi padre o a Trane o a Gil o a Philly, o a quienquiera que sea. Simplemente me digo: «Quiero verlos», y allí están, y les hablo. A veces miro el espejo y veo en él a mi padre. Esto ha venido ocurriendo desde que murió y escribió aquella carta. Creo definitivamente en el espíritu, pero no pienso en la muerte: tengo demasiadas cosas que hacer para preocuparme por ella.
Para mí, la urgencia de tocar y crear música es hoy más fuerte que cuando empecé. Es como un maleficio. Macho, la música que olvido hace que me vuelva loco tratando de recordarla. Estoy obsesionado por ella: me acuesto pensando en ella, me levanto pensando en ella. Está permanentemente ahí. Y me ilusiona que no me haya abandonado: me siento muy dichoso.
Hoy me considero creativamente fuerte y noto que mi fortaleza aumenta. Hago ejercicio cada día, y como casi siempre alimentos adecuados. A veces me tienta la comida negra, como las barbacoas, el pollo frito, la tripa de cerdo que llamamos chitterlings; ya sabes, cosas que se supone que no debo comer: tarta de batata, greens, pies de cerdo, todo eso. Pero ya no bebo ni fumo ni tomo drogas, excepto las que el médico me prescribe contra la diabetes. Estoy bien, porque nunca me he sentido más creativo. Pienso que lo mejor todavía ha de llegar. Como dice Prince que uno debe hacer para incorporarse a una música y coger el ritmo, voy a seguir «entrando en el primer compás», hermano; trataré de que mi música entre siempre en el primer compás, siempre en el primer compás mientras yo toque. Entrará en el primer compás. Más adelante.