Epílogo

AUNQUE LA PRIMERA VEZ que conocí a Miles fue a finales de 1960 en un club nocturno de San Francisco llamado Both/And, nuestro primer encuentro más cercano sucedió en junio de 1985, cuando le hice una entrevista para un reportaje de dos partes de la revista Spin. El artículo, publicado en noviembre y diciembre de ese año, tuvo una buena acogida –incluso por parte de Miles–, quien apreció mi manera de enfocar la entrevista. Simplemente le dejé hablar y expresar, sin interrupción, lo que él consideraba como los hechos más importantes de su vida. Me pidieron que escribiera cinco mil palabras sobre Miles, pero su historia era tan potente que me resistía a cumplir esos parámetros. El texto original contenía quince mil palabras; gran parte del mérito de la prosa fluida y elegante de aquellos artículos de la revista Spin se debía al excelente trabajo de edición que realizaba Rudy Langlais, entonces editor ejecutivo de la publicación.

Explico todo esto porque fue durante aquellos dos días de entrevista cuando surgió entre Miles y yo una afinidad especial que nos condujo a unirnos para la realización de este libro.

Miles y yo somos de la misma región del país. Crecimos con el mismo tipo de comida. Ambos amamos la música, el arte, la ropa, el baloncesto, el fútbol americano y el boxeo. Hablamos el mismo lenguaje y compartimos visiones similares sobre la vida. Su primer bolo profesional como músico fue con mi primo, Eddie Randle. Algún espíritu me estaba buscando. Cuando le preguntaron a Miles por qué me había escogido a mí para escribir este libro, él contestó: «Me gusta cómo escribe, es negro, y proviene de St. Louis».

Este libro surgió después de incontables horas de entrevistas, no sólo con Miles, sino con muchas personas que lo conocían íntimamente y otros que no tanto. Gran parte de la historia la obtuve en Malibú, Los Ángeles, Europa y Nueva York, escuchando a Miles y rápida y discretamente tomando notas. Miles odia tener micrófonos en su cara (una de las razonas por las que enganchaba un micro diminuto a su trompeta mientras tocaba). Sin embargo, después de aproximadamente tres meses me permitió grabarle incluso mientras comíamos o cenábamos. Éstos fueron los momentos en los que me reveló la mayor parte de asuntos que debía saber e incluso otros que no necesitaba saber. Algunas de las cosas que decía eran tan explosivas, que finalmente tuvimos que editar el libro por razones legales.

Miles no es el tipo de persona que se preocupa por sanear su imagen. Prefiere decir lo que tiene que decir, mostrar sus verdaderos sentimientos, incluso cuando lo que dice le perjudica a él y a los demás. Admiro profundamente su honestidad y sinceridad. El Miles Davis de este libro es tan duro y crítico consigo mismo –incluso más en algunos casos– como lo es con los demás. Su menosprecio y su singular sentido del humor le permiten reírse de sí mismo.

Tiene una voluntad de hierro y una excepcional y maravillosa humildad al tratar temas como su propio arte, su aportación a la historia de la música y la de sus coetáneos. Miles cede a los elogios cuando son para personas que los merecen. Sin embargo, también puede ser brusco, y esa brusquedad provoca en muchos casos temor y antipatía.

Miles produce en la gente reacciones extremas, tanto el músico como el hombre, aunque la frontera entre ambos está difuminada. Las reacciones a la autobiografía, por ejemplo, fueron abrumadoramente positivas, a pesar de que algunos críticos decidieron no reseñar el libro y juzgar a Miles por su comportamiento desde un punto de vista moral. Las críticas tuvieron que ver en gran medida con el lenguaje vulgar utilizado en el libro, pero ésta es la forma de hablar de Miles y así decidió «hablar» sobre el papel. Si hubiéramos saneado el lenguaje de este libro, la voz de Miles no sonaría auténtica. En consecuencia, decidimos asumir el riesgo calculado de ofender a los «sensibles» para preservar su verdadera voz.

Miles habla un lenguaje tonal, a la manera de los africanos y de los afro americanos del sur. Por lenguaje tonal me refiero a que la misma palabra puede adquirir diferentes significados en función del tono y de la manera de pronunciarla. Por ejemplo, Miles puede usar «hijo de puta» como un cumplido o simplemente como una puntuación. En cualquier caso, la voz que «escuchamos» en este libro es la del verdadero Miles; y si no lo hubiera logrado, habría fracasado en mi trabajo. Ésta es su historia, su libro, y no he intentado hacerlo de otra manera. Además, cuando oigo hablar a Miles, oigo a mi padre y a muchos afroamericanos de su generación. Yo crecí escuchándolos en las esquinas de las calles, en las barberías, en los parques y gimnasios, en los bares. Es una forma de hablar de la que me siento orgulloso y agradecido por haber podido documentar.

QUINCY TROUPE
Nueva York, 1990