Sam no recordaba el paseo de vuelta a Score, pero de pronto estaba allí, entrando por la puerta. Debía de haber salido de casa de Dellina y haber cruzado el pueblo. Solo recordaba algo sobre Dellina diciendo que Lark y él tenían apellidos distintos. Le había explicado que su madre usaba su nombre de soltera en el trabajo y que, efectivamente, había asistido a algunas de sus charlas y talleres. Los tenía grabadas en el cerebro, uno más de los muchos recuerdos espantosos de su infancia.
Amaba a su familia, incluyendo a su madre, pero crecer con ellos le había enseñado que no era necesario compartir cada detalle íntimo. Él no había querido saber que sus padres habían disfrutado de una nueva técnica sexual la noche anterior o que sus hermanas tenían el periodo. No había querido hablar de su propio desarrollo sexual ni, cuando era adolescente, había querido tener a su madre preguntándole en el desayuno si se había masturbado ese día. Solo había querido ser normal y tener unos padres que entendían que había temas que no se debían hablar con los demás.
Ahora, impactado y más que desorientado, estaba en el vestíbulo de Score esperando a que el mundo se estabilizara un poco. Después buscaría un plan porque no podría sobrevivir a una visita de su madre sin tener un plan.
Kenny apareció por allí, lo miró y se acercó corriendo.
–¿Qué ha pasado? ¿Has tenido un accidente con el coche? Tienes un aspecto horrible.
Sam tragó saliva y se obligó a hablar.
–Mis padres vienen al pueblo.
Kenny empezó a reírse a carcajadas con esa risa suya que resonó por las dos alturas del vestíbulo. Segundos después, Jack se les había unido.
–¿Qué? ¿Qué me he perdido?
–Lark y Reggie vienen al pueblo –le dijo Kenny dándole una palmada en la espalda a Sam–. ¿Pero qué les trae por aquí?
Jack llevó a Sam hasta uno de los sillones.
–Dale un poco de espacio al pobre. La relación de Sam con sus padres es complicada. Respétalo.
El agudo y firme sonido de unos tacones lo advirtió de que Taryn se había unido a la fiesta.
–¿Qué pasa? ¿Por qué estáis aquí los tres?
–Lark y Reggie vienen al pueblo –le dijo Kenny.
Taryn se sentó al lado de Sam y le agarró la mano.
–Cuéntame, ¿qué pasa? Está claro que acabas de enterarte. Respira y lo solucionaremos.
Sam hizo lo que le indicó. Miró sus ojos azules violetas y se sintió mejor.
–Ha publicado un nuevo libro.
Taryn asintió.
–Lo sé, me ha enviado una copia. Es interesante.
Él esbozó una mueca de disgusto.
–Tiene concertada una firma de libros aquí y se queda con Score el fin de semana. Dellina ha contratado una conferencia suya.
Taryn arrugó los labios y Sam no supo si era porque estaba conteniendo la risa o intentando no asustarse.
–Será divertido –fue lo único que dijo.
Kenny se rio.
–¿Creéis que Reggie y ella van a practicar sexo en el escenario?
–¡No! –respondió Sam con rotundidad–. No nos haría eso.
Sam esperaba no equivocarse, aunque pensó que tal vez estaba siendo optimista.
–Puede que ponga un vídeo. Me regaló el pack completo por Navidad. Intenté verlos, pero da demasiado miedo. Quiero decir, me gusta el sexo tanto como al que más, pero ver a gente que conozco hacerlo es demasiado…
–Y que lo digas –Jack miró a Sam–. ¿Estás bien?
–No –bajó la cabeza hasta las manos. Eso no podía estar pasando.
Taryn le dio una palmadita en la espalda.
–Míralo de este modo, viene al pueblo a firmar, así que no te ibas a librar de que viniera a verte. Al menos ahora puedes estar preparado.
–Estaba pensando en algún plan.
–¿Lo ves? Puedes estar prevenido y lo superarás sin problemas. Sé que te cuesta relacionarte con tus padres, pero son gente encantadora. Aún recuerdo cuando tu madre me explicó cómo hacer en profundidad una fela…
Él se levantó y los miró.
–¡Parad! ¡Parad! No habléis de mis padres, no me los recordéis, y, por el amor de Dios, no los animéis. ¿Queda claro?
Antes de que alguno pudiera responder, se marchó.
Fayrene metió el primer plato en el horno y fijó el reloj. Ryan estaba preparando los aperitivos y sus invitados llegarían en cualquier momento. Todo marchaba según el plan.
Después de rebanarse el cerebro pensando en una solución para el «problema de Ryan», por fin había encontrado la respuesta perfecta. Iba a demostrarle lo maravillosa que podía ser la vida de casados. Por eso había invitado a Pia y a Raúl a cenar. Ellos llevaban casados unos cuantos años, tenían cuatro hijos, incluyendo a las gemelas de tres años y a un bebé de seis meses. Y lo más importante de todo, seguían locamente enamorados el uno del otro. Su plan era que Ryan lo viera y fuera consciente de lo que se estaba perdiendo.
Ryan no conocía muy bien a la pareja, pero Fayrene había trabajado para los dos y eran unas personas encantadoras. Tal vez les sacaban unos diez años, pero se equilibraban a la perfección en su relación.
Unas uñas diminutas resonaron por el suelo de la cocina. Fayrene sonrió mientras Caramel corría hacia ella.
–¡Ey, bolita! –murmuró acercándose a por ella. Caramel dio un saltito del suelo para que la levantara–. Creo que puedo con este kilo y pico de pelo.
La perrita se la quedó mirando con adoración antes de acercarse y lamerle la barbilla.
–Gracias –dijo Fayrene abrazándola. Solo hacía unos días que la tenía, pero esa perrita había encajado en su vida a la perfección–. Voy a echarte de menos cuando la alcaldesa venga a buscarte. Lo sabes, ¿verdad?
Fayrene siempre conectaba con las mascotas que cuidaba, pero esa en concreto tenía algo especial. Pero ya se encargaría de ese dilema más tarde, se dijo mientras la dejaba en el suelo y juntas entraban en el salón.
–¿Impresionante, eh? –comentó Ryan con una sonrisa.
Ella asintió. No solo había recogido la habitación, sino que había preparado un mini bar en una estantería y había colocado los aperitivos en la mesa de café. Por un segundo, ella se quedó mirando su hermoso rostro. A veces, cuando lo miraba, le parecía que se le iba a rajar el corazón de tanto amor que sentía por él.
Cruzó la habitación, apoyó las manos en sus hombros, se puso de puntillas y lo besó. Él le devolvió el beso. Unos tres segundos después, sintió las patitas de Caramel en su pierna mientras la perrita parecía decirle: «¿Y yo qué?».
–Tú también eres importante –dijo Ryan levantándola en brazos. Caramel inmediatamente se puso panza arriba y lo miró a los ojos con cariño.
–Te tiene cautivado, hace contigo lo que quiere –le dijo Fayrene sonriendo.
–¿Ah, sí? Pues no soy el único.
Sonó el timbre y Ryan abrió la puerta con Caramel bajo el brazo.
Los siguientes minutos fueron como un aluvión de saludos. Raúl, antiguo quarterback de los Cowboys, estaba al lado de Pia, su atractiva mujer. Eran personas amables y simpáticas, que no dejaron de decir cosas agradables sobre el pequeño apartamento. Cuando se sentaron en el sofá, Caramel saltó encima y se plantó en los musculosos muslos de Raúl para observarlo.
Pia sonrió.
–Las chicas bonitas siempre se sienten atraídas por él.
Raúl la acarició.
–Sí, pero en esta ocasión quiero corresponder.
–¿Qué os apetece beber? –preguntó Fayrene.
–¿Tienes vino? –se cubrió la boca como conteniendo un bostezo–. Pero solo una copa. A Ryder le están saliendo los dientes y anoche estuve toda la noche en pie.
Ryan se acercó a la estantería a por la botella de vino.
–¿Y tú, Raúl?
–Una cerveza, si tienes.
Ryan sonrió.
–Sí, es de una pequeña fábrica local.
–Buen tío.
Pia tomó la copa de vino y se descalzó antes de subir las piernas al sofá y sentarse sobre ellas. Dio un trago y suspiró.
–¡Qué rico! Gracias por invitarnos. Últimamente apenas salimos. Podríamos, por supuesto, porque tenemos a mucha gente dispuesta a hacer de canguro, pero es complicado con las gemelas a punto de cumplir tres años y con Ryder.
Raúl la rodeó con un brazo.
–Además, últimamente estás llevando a Peter a un montón de actividades –los miró–. Tiene trece años y está muy metido en el baloncesto y el ciclismo.
Ryan volvió de la cocina con una cerveza en cada mano. Le pasó una a Raúl y Fayrene tomó la copa de vino y se sentó en el sofá de enfrente. Ryan se acomodó en el suelo a sus pies. Caramel fue hasta su regazo y se acurrucó como solía hacer.
–Cuatro hijos es mucho –señaló Ryan.
–Pero maravilloso –añadió Fayrene pensando en que necesitaban hablar de lo genial que era estar casado y tener una familia–. Deben de dar mucha felicidad.
–Sí –apuntó Pia con otro bostezo–. La diferencia de edad supone un reto, sobre todo porque Peter es un niño al que le gusta ayudar y no quiero que su infancia y adolescencia se centren en cuidar de las gemelas y de su hermano pequeño –miró a Raúl–. Es un gran niño. Hemos tenido mucha suerte con él.
–Con todos nuestros hijos –añadió su marido antes de besarla en la frente.
Fayrene sabía que Peter era adoptado y que las gemelas tampoco eran hijas biológicas. Ryder era el primer hijo que habían tenido juntos.
Raúl se giró hacia Ryan.
–Trabajas para Ethan, ya me he enterado de las modificaciones que estás haciendo en los diseños de las turbinas eólicas. Es muy innovador.
–Gracias. Me gusta mi trabajo.
De ahí, las dos parejas pasaron a charlar sobre lo que estaba aconteciendo esos días por Fool’s Gold.
–He oído que el pueblo va a anexionarse más zonas de los alrededores –dijo Pia tapando otro bostezo–. Alguien me ha dicho que el rancho Nicholson ahora pasará a estar dentro de los límites del pueblo, o al menos los acres donde se ubica la casa. Recuerdo a Zane Nicholson del instituto, estaba en mi clase –sonrió a su marido–. Era muy popular entre las chicas, igual que tú.
–Con tal de que ahora no lo tenga que ver como a un rival, me conformo.
–No, no tienes que preocuparte –dijo Pia sonriendo. Dejó la copa en la mesa y se recostó en su marido–. ¿Qué tal va el negocio, Fayrene?
–Estoy muy ocupada.
–Pues eso es bueno. El vino estaba muy rico. ¿Os he dicho ya que hacía como un año que no tomaba vino?
Mientras hablaba se le cerraron los ojos. Fayrene esperó a que dijera algo más, pero vio que su invitada se había quedado dormida. Pia respiró hondo y su cuerpo se relajó. Raúl la miró y sonrió.
–Es por los niños, la tienen despierta demasiadas noches. Lo siento, pero me parece que vamos a tener que dejar la cena para otro día. Debería llevarla a casa y meterla en la cama.
Fayrene miró el reloj. Eran las seis, apenas había anochecido. Miró a Ryan, que parecía igual de asombrado.
–Vamos, dormilona –dijo Raúl con suavidad e incorporándola–. Vamos a llevarte a casa.
–¿Qué? ¿Me he quedado dormida? –se sonrojó–. Lo siento mucho, es por todo lo que tengo encima ahora, tres niños de menos de cuatro años son demasiado –sacudió la cabeza–. Pero estoy bien, de verdad. ¿Me ponéis una taza de café? Seguro que así puedo aguantar despierta toda la cena.
–No tienes por qué hacerlo –le dijo Fayrene–. Deberías ir a casa y dormir.
Pia vaciló y se levantó. Raúl hizo lo mismo y la rodeó con el brazo.
–Si no os importa, nos encantaría venir otro día a cenar –volvió a bostezar y se apoyó en su marido–. Gracias por entenderlo.
Ryan llevaba a Caramel en brazos mientras Fayrene y él acompañaban a los invitados a la puerta. Una vez la puerta se hubo cerrado, Fayrene se apoyó en la pared. ¡Eso por haber querido mostrarle a Ryan lo maravilloso que podía ser el matrimonio! Apenas eran las seis y la familia Moreno ya estaba lista para irse a dormir.
Ryan le puso a Caramel en los brazos y la rodeó.
–Bueno –dijo con una sonrisa–, ¿qué hay para cenar?
Dellina se estiró en el sofá y dio un sorbo de margarita. El sol era cálido y estaba con sus amigas, Taryn y Larissa, ese sí que era un modo genial de pasar la tarde. Además, estaba con las personas apropiadas para conseguir información.
Se encontraban en el precioso jardín tapiado de Taryn. Un par de grandes sombrillas las cubrían y corría una ligera brisa. Taryn había prometido que Angel llegaría más tarde con un tentempié. Y ya que hacía tres semanas que no había tenido libre, no digamos ya un día, sino ni siquiera una sola tarde, Dellina estaba dispuesta a disfrutar de cada segundo antes de tener que volver a volcarse de lleno en la fiesta de Score.
La buena noticia era que todo estaba marchando bien. La mala, que no sabía si debería estar preocupada por la conferencia de Lark Heuston.
–Las dos conocéis a la madre de Sam –comenzó a decir–. Se ha puesto como loco por el hecho de que vaya a asistir. ¿Debería preocuparme?
Taryn se inclinó hacia delante para mirar a Larissa.
–¿Empiezas tú o yo?
–Tú, adelante –le respondió Larissa–. La conoces mejor que yo.
Taryn se recostó en su silla.
–Me encantan sus técnicas de respiración, las empleo todo el tiempo.
–Yo también –apuntó Larissa–. Me ayudan a relajarme.
–Yo las utilizo para el sexo –murmuró Taryn antes de dar un trago.
Dellina abrió la boca, se dio cuenta de que, en realidad, no tenía nada que decir y la cerró.
–La cuestión es que Reggie y Lark son unas personas encantadoras. Quieren a sus hijos y son generosos con todo el mundo, pero no tienen límites en lo que a intimidad se refiere. Son gente muy abierta y cariñosa.
–Que lo comparten todo –añadió Larissa.
–Así es. He conocido a las hermanas de Sam y son igual que sus padres, dulces y divertidas, pero te lo cuentan todo. A veces eso está bien, pero otras resulta un poco incómodo.
Larissa asintió.
–Como aquella vez que Lark quería enseñarme una técnica en la que ejerces presión sobre el clítoris mientras lo frotas para aumentar la intensidad durante el orgasmo.
Dellina estaba dando un trago y empezó a toser.
–¿Enseñarte en el sentido de enseñarlo? –preguntó cuando logró hablar de nuevo.
–Sí, sí –dijo Taryn–. Le dije que mejor lo describiera, y cuando me fui a casa practiqué –sonrió–. Funciona y ahora Angel es todo un experto.
Dellina notó que las mejillas le empezaban a arder.
–Yo creo que no podría hacerlo. Ni mirar ni que me lo enseñaran.
–Sam estaría de acuerdo contigo. Su familia lo vuelve loco.
Dellina podía entenderlo. La conversación estaba resultando surrealista y le preocupaba lo que pudiera pasar el fin de semana.
–Voy a tener que hablar con Lark y explicarle que la charla tiene que ser apta para menores de trece años. ¿Pensáis que me hará caso?
–Claro –respondió Larissa–. Cuando le dije que me sentía incómoda con una demostración real y en vivo, se limitó a una descripción. Respeta los límites de los demás.
–Excepto los de Sam –añadió Taryn–. Pero no estoy preocupada. Sabe que es nuestro negocio y que son nuestros clientes. Hablaré con ella antes de que empiece. Aunque a Sam sí que no podré calmarlo, pobre chico.
Hablaron de la inauguración de la boutique de Isabel y de lo rápido que estaba pasando el año.
–Estoy deseando que llegue el Festival del Verano –dijo Larissa–. Me encanta cómo este pueblo lo celebra todo.
–Pues deberías vernos en Navidad. Es mágico.
Larissa suspiró con emoción.
–Seguro que esa época del año es muy romántica por aquí, aunque no tengo a nadie con quien serlo.
Taryn arrugó la nariz.
–Salvadme de tanta felicidad, por favor.
–¿Es que no te gustan las lucecitas de Navidad? –le preguntó Dellina con tono de broma.
–La verdad es que no, pero a lo mejor aquí lo vivo de un modo diferente. Con Angel.
Su tono de voz cambió al pronunciar ese nombre; se suavizó e intensificó e hizo que Dellina se sintiera un poco apartada. No podía recordar la última vez que había estado enamorada, probablemente porque nunca lo había estado. Sí que había tenido novios, pero ninguno tan especial.
Larissa se levantó.
–Voy a rellenarme la copa. ¿Queréis?
–Yo así estoy bien –respondió Dellina.
Tenía que trabajar hasta tarde y demasiado tequila lo haría complicado.
Taryn se incorporó.
–Yo tengo suficiente con esto.
Larissa entró en la casa. Taryn se giró hacia Dellina y se quitó las gafas de sol.
–Quiero hablar contigo –le dijo con esa mirada azul violeta tan intensa.
–Claro. ¿Sobre la fiesta? Estoy abierta a sugerencias.
–No, no, lo estás haciendo genial. No quiero entrometerme. Estoy preocupada por Sam.
–De acuerdo –dijo despacio y no muy segura de a qué se refería.
–No le rompas el corazón.
Dellina se quedó con la boca abierta.
–¿Cómo dices? ¿Romperle el corazón? Eso es imposible. Estamos trabajando juntos –dijo ignorando el reciente beso–. Sam no se va a enamorar de mí.
–Yo no estoy tan segura. Intenta apartarse del mundo todo lo que puede, sobre todo cuando se trata de relaciones sentimentales. Ha tenido una suerte horrible con las mujeres que han pasado por su vida, pero la cuestión es que es un tipo muy tradicional. Quiere casarse y tener hijos. Quiere un final feliz –se detuvo–. En el sentido emocional, quiero decir.
–Lo he entendido. Mira, no tienes que preocuparte por mí. No estoy buscando al hombre de mi vida. He criado a mis hermanas y no necesito volver a vivir esa experiencia. Sam lo sabe. Aunque él busque algo más, no lo va a encontrar conmigo.
–¿Estás segura de que él lo sabe?
–Tuvimos una conversación muy clara antes de empezar a trabajar juntos, pero como te he dicho, no supone ningún problema. No soy su tipo.
–Bueno, ya veremos.
Dellina sacudió la cabeza. No había nada que ver. Eran amigos. Sí, le gustaba Sam y le parecía sexy, pero era un famoso y jamás se interesaría por una chica corriente como ella. Querría una supermodelo o una… Bueno, no estaba segura de qué querría, pero seguro que no a ella.
–Si tienes que preocuparte por el corazón de alguien, deberías preocuparte por el mío –farfulló.
Taryn sonrió.
–Tomo nota –su sonrisa se desvaneció–. Mientras tanto, lee esto.
Sacó un libro de la gran bolsa que tenía al lado. Dellina se estaba esperando alguna antigua publicación de la madre de Sam, pero lo que vio fueron los ojos azules de una preciosa mujer sonriéndole desde la portada. El título decía: Consiguiendo al hombre que quieres: historias de mi matrimonio con Sam Ridge, la estrella de la Liga Nacional de Fútbol Americano.
–Así que sí que escribió el libro –dijo Dellina con la voz entrecortada.
–Con fotos y todo. Y ya sabes cómo protege Sam su intimidad. Si esto podría ser devastador para cualquier hombre, imagínate para él.
Cuando Dellina hizo intención de devolvérselo, Taryn sacudió la cabeza.
–Quédatelo y léelo. Aprende de los errores de esta mujer y no le rompas el corazón a Sam.
Sam giró en Forest Highway al salir del pueblo. A su lado en el coche iba Dellina, carpeta en mano.
–Estoy pensando que el trayecto hasta Castle Ranch podría ser un buen momento para una pequeña charla sobre la historia de la zona. Podemos hablarles de los primeros habitantes, de la tribu Máa-zib, y de los colonos españoles. Lo que no sé es si deberíamos entrar en la historia del rancho en sí –se detuvo y lo miró–. ¿Crees que podría ser interesante?
Él ya había girado en Mother Bear y se estaba aproximando al rancho.
–¿Hay tiempo para tanta información?
Ella miró a su alrededor.
–En realidad no. Es un trayecto rápido. ¿Has estado aquí antes?
–No.
Aminoró la marcha al llegar al cartel y giró hacia el camino pavimentado. Vio una gran casa que parecía estar en mitad de una reforma junto con un gran granero. Había otra casa a lo lejos y una estructura vallada más pequeña que el granero, pero que, claramente, no era una residencia.
Aparcó junto a una camioneta y un Mercedes y apagó el motor. Dellina ya estaba bajando del coche.
Qué energía tenía esa mujer, pensó él mientras la seguía. Como siempre, se había vestido para la ocasión: en este caso llevaba una camiseta y unos vaqueros con botas. Botas de verdad, no de las que llevaba Taryn con esos ridículos tacones y pieles exóticas. Dellina tenía un estilo más desenfadado, más accesible. Más sexy.
Se sacó de la cabeza ese último pensamiento y se puso a su lado.
–Caballos –dijo ella señalando–. Aquí solo tienen unos cuantos, la mayoría están en casa de Shane y Annabelle, a varios kilómetros de aquí. Al otro lado está donde viven Charlie y Clay. Clay es el propietario de Haycation Village.
–¿Haycation?
–La gente viene una semana a vivir en el rancho y experimentar la forma de vida de una granja, de manera sencilla, solo con Wi-Fi. Rafe, Clay y Shane son hermanos. Rafe es contratista, Heidi cría cabras y hace queso y jabón –señaló la zona más grande vallada–. La madre de los hermanos se encarga de rescatar animales. Ahí está su elefante, Priscilla, y su pony, Reno.
Sam suponía que el segundo «su» hacía referencia a la humana en cuestión, pero estaban en Fool’s Gold así que tampoco le habría extrañado que el pony fuera de Priscilla.
Una bonita mujer rubia con trenzas se acercó. Saludó a Dellina con un abrazo y se presentó como Heidi Stryker.
–Vamos. Tengo varias ideas para el domingo por la mañana con vuestros niños. Podéis elegir las que os parezcan mejores.
Caminaron hasta la casa principal. Una vez dentro, él vio que la cocina ya estaba remodelada. Era grande y abierta, con amplias encimeras y una zona para comer. Heidi sirvió té helado y se sentó con ellos a la mesa. Les entregó unos papeles.
–Tenemos opciones. Dadas las distintas edades, me ha parecido importante. Shane puede estar disponible para una lección básica de lanzamiento de lazo –sonrió–. Es muy divertido. Colocamos un caballete con una pequeña cabeza de vaca de juguete en un extremo y un rabo falso al otro. Además tendremos unos cuantos caballos muy mansos para montar. Shane está acostumbrado a enseñar a niños. Es muy paciente.
Sam estudió la lista.
–¿Elaboración de quesos y jabón?
Heidi asintió.
–Puedo hacer una demostración simplemente o los niños pueden participar. El problema es que el jabón tiene que secarse durante días, así que aunque pueden elaborarlo, no se lo pueden llevar a casa.
Dellina estaba ocupada tomando notas. Levantó la mirada lo justo para preguntar:
–¿Lo de elaborar queso será igual, verdad? No pueden llevarse a casa lo que empiecen aquí.
–Eso es.
–Pues lo discutimos y te contamos.
Pasaron a ver el menú y a Sam le pareció que las opciones eran buenas. Dellina hizo muchas preguntas y algunas sugerencias, razón por la que la había contratado.
Le gustaba su discreta eficiencia y cómo daba vueltas a los detalles. Ahora que había pasado mucho tiempo con ella, no entendía cómo podía haberse asustado tanto aquella noche. No era normal que una mujer guardara tantos vestidos de novia en su casa sin tener una buena razón. Hasta las mujeres más locas solo tendrían un par. Precisamente por eso debería haberse quedado y preguntarle sobre aquel asunto. Debería haber respirado hondo y haber averiguado lo que pasaba. Porque de ser así no habría desaparecido en la noche y Dellina y él habrían…
«¿Habrían qué?», se preguntó. ¿Se habrían seguido viendo? ¿Con qué finalidad? ¿No había pasado ya por eso muchas veces?
–Esta va a ser la mejor parte de la fiesta –dijo Dellina mientras Sam y ella volvían al pueblo–. A los niños les va a encantar el rancho. Lo pasarán genial y sus padres no solo van a agradecer que se hayan divertido, sino también que vuelvan cansados y felices.
–¿Habla la voz de la experiencia? Tus hermanas eran adolescentes cuando tuviste que ocuparte de ellas, no creo que fuera una edad en la que quisieras que acabaran cansadas.
Ella se rio.
–Sí, vale, es verdad, pero he de admitir que estaba muy bien cuando volvían a casa agotadas y se iban directas a la cama. Así había menos preocupaciones –sacudió la cabeza–. No es justo decir eso. Tanto Ana Raquel como Fayrene se esforzaron mucho por ser responsables y no darme motivos para preocuparme. Todas habíamos sufrido una pérdida horrible y salimos adelante.
Él le tocó el dorso de la mano ligeramente con los dedos.
–No era mi intención despertar malos recuerdos.
–No lo has hecho.
Se recostó en el cómodo asiento de piel. El Mercedes de Sam era precioso, era como él, generaba confianza. Había quienes estarían más interesados en algo como un Ferrari, pero a ella le parecía que tanto su coche como él estaban muy bien.
–Y no solo me refiero a mis hermanas, sino también a cómo nos ayudó todo el pueblo. Igual hicieron con Heidi. Ella creció en una feria ambulante.
Sam la miró y volvió a centrar la atención en la carretera.
–¿Viajaba por el país con una feria ambulante?
–Así es. Decía que siempre había soñado con tener una casa con agua corriente y que no se pudiera mover. Compró Castle Ranch y se trasladó aquí con su abuelo. Él se enamoró, ella se enamoró, los hermanos y la hermana de su marido se enamoraron. Y ahora todos viven aquí. Es este pueblo. Algo pasa cuando la gente se instala aquí.
Iba a continuar, pero entonces vio la cara de Sam y se detuvo. Se rio.
–Adelante, resístete. Veo que quieres resistirte, pero no te servirá de nada.
–Eso ya lo veremos.
–¿Estás diciendo que es demasiado perfecto?
–Estoy diciendo que has idealizado la realidad.
–Un cínico. Nos gusta eso. Hace que convenceros resulte más satisfactorio.
Miró su lista. El evento estaba cada vez más cerca y ella ya estaba empezando a sentir la presión. En los próximos días iba a tener que empezar a rematarlo todo.
–Tenemos que hablar de las bolsitas de regalos. Tengo muestras en casa, pero he de hacer los pedidos definitivos. Todo se enviará de un día para otro.
–Dime cuándo y allí estaré.
¡Qué bien sonaba eso! Estaba debatiendo si forzar o no los límites de su relación laboral un poco, justo cuando sonó su móvil. Se lo sacó del bolsillo y miró la pantalla.
–Es Fayrene –le dijo a Sam antes de aceptar la llamada–. Hola, ¿qué pasa?
–Hay un incendio en el almacén –dijo Fayrene con tono desesperado–. Son los conejos.
Dellina se quedó helada.
–¡No! ¿Dónde estás?
–De camino. No localizo a Ryan. Ha ido a visitar unas instalaciones y no volverá hasta dentro de un par de días –tenía la voz marcada por las lágrimas–. Los conejos.
–Lo sé. Llegaremos a tiempo.