Capítulo 19

 

–¿Cuándo has empezado a lanzar como una niña? –le gritó Justice.

Ford lo fulminó con la mirada.

–¿Qué has dicho?

Justice se rio.

–Ya me has oído.

Sam aprovechó esa distracción momentánea para robar el balón. Lo botó una, dos veces, saltó y encestó. Kenny corrió y chocaron los cinco. Desde las líneas de banda se oyó un agudo silbido. Eddie o Gladys estaban mostrando su aprobación.

El partido de la mañana se había convertido en un acontecimiento para todos ellos y tres veces a la semana jugaban durante una hora. Les servía como estupendo entrenamiento y era más divertido que la cinta corredora. El pequeño público de las dos octogenarias resultaba algo desconcertante, pero todos los chicos se habían acostumbrado a tenerlas allí.

Justice se hizo con el balón, se lo pasó a Jack y el juego continuó. Acabó cuarenta minutos después. El equipo de Sam ganó por cuatro puntos y él se pasaría gran parte del día mencionándolo. Les estrechó la mano a los demás y agarró una toalla del montón que Larissa les preparaba para cada partido. De pronto, su mirada captó un movimiento inesperado. Se giró y vio a Simone sentada en el banco junto a Gladys. Tenía una grabadora en la mano y asentía con entusiasmo ante todo lo que le estaba diciendo la anciana.

Sam maldijo. Si no podía conseguir lo que quería directamente, buscaba por otras vías. No le sorprendía.

–¿Quieres que me ocupe de esto? –le preguntó Kenny.

–¿También vas a enfrentarte a las ancianas? –preguntó Sam y sacudió la cabeza–. Déjalo. Hará lo que tenga que hacer y yo me ocuparé.

Kenny le dio una palmada en la espalda.

–Es un horror tener una ex.

–Y tú lo sabes bien.

 

 

Cerca de la una de esa misma tarde, Sam se dirigió al ayuntamiento. La alcaldesa le había pedido que se uniera al consejo de desarrollo económico del pueblo. En un principio se había resistido, ella había insistido y ahora ahí estaba, acudiendo a la primera reunión.

Se había dado tiempo suficiente para el paseo de ida con la intención de pasarse por el Brew-haha a tomar un café porque tenía la sensación de que no sería la reunión más interesante de la semana.

Y, sin embargo, mientras se quejaba por dentro, también vio que estaba deseando saber qué tenían en mente. Había muchas formas de que una comunidad pudiera apoyar los negocios locales. En el caso de Score su clientela estaba fuera de esa zona, pero la mayoría de los otros negocios estaban atados a aspectos geográficos. Así que supuso que podrían aprender los unos de los otros.

Se encontraba en una esquina al otro lado del Brew-haha. Mientras esperaba a que se abriera el semáforo, miró hacia las ventanas de la cafetería. La mayoría de las sillas estaban ocupadas. Algunas… Retrocedió y vio que Simone estaba sentada en una mesa con Dellina. Ella hablaba y Simone se reía. Vio la grabadora entre las dos.

Algo afilado se le clavó en las entrañas. Traición, supuso. Dadas las circunstancias, no podía culpar a Dellina, ya que Simone podía ser encantadora cuando quería y Dellina no podía averiguar así, sin más, cómo era en realidad. Pero sí que podía imaginarse cómo se sentiría por el hecho de que hablara de él. De ellos.

El semáforo se abrió, pero lo ignoró. Se giró y volvió por donde había venido. Había más de un camino para llegar al ayuntamiento.

 

 

–Estoy segura de que lo he hecho bien –dijo Dellina sacando unas carpetas de su bolso–. He seguido tus instrucciones, y sé que eso te hará muy feliz.

Se detuvo esperando que Sam hiciera algún comentario, pero aunque asintió, no parecía muy metido en la conversación. Casi parecía… distante. Como si se estuviera conteniendo, guardando algo, lo cual era muy raro.

Había ido a Score a llevarles la factura final, tal como él le había pedido. Y también había llevado otras facturas para poder revisarlas juntos. Ahora que entendía lo que había estado haciendo mal, estaba segura de que podría seguir sola, pero agradecía que Sam lo comprobara todo, por si acaso.

Sin embargo, pasaba algo. Soltó el bolso y se sentó frente a él.

–¿Sam, qué pasa?

–¿Qué quieres decir?

–Estás muy raro. ¿Pasa algo? ¿Es mal momento? Podemos cancelar la reunión.

Su oscura mirada se clavó en ella y estudió su rostro. Ella, aunque no sabía de qué se trataba, podía ver claramente que estaba dándole vueltas a algo en su cabeza.

–¿Qué? Aquí pasa algo.

–Te he visto hablando con Simone.

Tardó un segundo en ubicar el nombre porque no conocía a ninguna Simone, solo a la que acababa de conocer ese día.

–¿Tu ex? Sí. Quería tomar un café –se relajó–. Es… eh… interesante. Quiere hacer una versión actualizada de su libro y quería que la ayudara –sacudió la cabeza–. ¿Te lo puedes creer? ¡Como que yo voy a darle información! Ya se lo he dicho. Le he explicado que nadie del pueblo la ayudaría y que estaba perdiendo el tiempo.

La expresión de recelo de Sam seguía ahí.

–Se estaba riendo.

–Sí, de acuerdo, en ocasiones puedo ser un poco graciosa. No tanto como para dedicarme a los monólogos, pero un poco sí –se le hizo un nudo en el estómago–. Sam, no he dicho nada de ti. Yo no haría eso. No solo entiendo y respeto tu necesidad de proteger tu intimidad, sino que estoy de acuerdo contigo por muchas razones. Ella solo quiere salirse con la suya sin importarle el resto del mundo. Te estoy diciendo la verdad. Tienes que saberlo.

Esperó deseando que él se relajara un poco, pero no lo hizo.

Buscó las palabras adecuadas, pero no encontró ninguna. Le había dicho la verdad y ahora dependía de él creerla o no.

El amor se entremezcló con el miedo y no resultó una sensación agradable. La parte lógica de su cerebro le recordó que sin confiar el uno en el otro su relación estaba condenada. Podía verse condenada por muchos otros motivos, pero ese era primordial.

Lo amaba y, por ese amor, él tenía el poder de hacerle daño emocionalmente. No creía que fuera cruel a propósito, pero sí que se estaba mostrando muy decidido e inflexible.

–Pues nada… –murmuró recogiendo las carpetas.

–No tienes que irte.

–Sí, claro que sí. No me crees. Después de todo por lo que hemos pasado, sigues pensando que soy la clase de persona que te traicionaría ayudando a tu exmujer.

Guardó las carpetas en el bolso y fue hacia la puerta.

–Dellina, espera.

Se giró intentando no tener demasiadas esperanzas. La expresión de Sam no había cambiado, no se había inmutado ni por sus palabras ni por ella en sí.

–Quiero ayudarte con tus facturas.

Fueron unas palabras que se le clavaron muy hondo. En el corazón, concretamente.

–Gracias, pero me arriesgaré a prepararlas sola.

Vaciló. Lo amaba. Y a pesar de ese gran defecto que Sam acababa de retratar, sus sentimientos por él no habían cambiado. En algún momento tendría que decírselo y asumir las consecuencias. Pero no sería hoy, pensó con pesar. Ya se había llevado demasiados golpes emocionales por el momento.

 

 

Sam volcó toda su furia en el gimnasio de la oficina. Corrió doce kilómetros e hizo un circuito completo de máquinas. Terminó alternando dominadas con un solo brazo y continuó hasta que se quedó sin fuerzas y tuvo que tumbarse en el suelo.

El sudor brotaba de todo su cuerpo y le quemaba los ojos, pero la extraña sensación de que todo había salido mal no se había disipado.

Se levantó y fue tambaleándose hasta las duchas. Después de lavarse y vestirse, agarró una botella de agua y se la bebió de un trago. Agarró una segunda y se la bebió más despacio.

¡Maldita Simone por haberse presentado allí! Era como un monstruo al acecho, haciendo estragos allá por donde pasaba. Y lo peor era que se había entrometido entre Dellina y él. Pero mientras se decía esas palabras, otra voz dentro de su cabeza le recordaba que eso lo había hecho él solito.

Maldijo y se sentó en un banco del vestuario. Su instinto le decía que Dellina le había dicho la verdad, que nunca hablaría de él con nadie porque había sido ella precisamente la que se había enfrentado a su madre por eso.

Pero su cabeza no estaba tan de acuerdo. Su cabeza era desconfiada, no creía en nadie. Y por eso le había hecho daño. Dellina no se lo había dicho, pero lo había podido ver en sus ojos. Le había hecho daño porque si analizaba lo que ella había dicho y lo que él había visto, prefería apoyarse en las pruebas empíricas. Más que nada porque Simone siempre se salía con la suya.

Kenny entró en el vestuario.

–Aquí estás. Tu coche sigue en el aparcamiento así que sabía que tenías que estar en alguna parte. Esa perra ha vuelto. ¿Quieres que la eche de aquí?

Sam se levantó.

–No, hablaré con ella.

–Está en tu despacho.

Y seguro que fisgoneando en su ordenador, pensó mientras seguía a su amigo.

Pero resultó que se había equivocado. Simone estaba caminando de un lado a otro de la habitación, en lugar de rebuscando en los cajones o accediendo a sus cuentas privadas. Cuando entró en el despacho, ella se giró.

–¡Lo de la novia lo entiendo! –dijo con voz chillona y rabia–. No me gusta, pero es normal que te sea leal. Te ve capaz de mantener una relación de verdad. Aún no ha aprendido que no tienes sentimientos ni emociones. ¿Pero el pueblo? ¿Todo el maldito pueblo?

Él se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos. No sabía qué estaba pasando, pero si Simone no estaba contenta, eso era porque algo bueno debía de haber sucedido.

–Tendrás que decirme de qué estás hablando porque no entiendo nada.

Ella apretó los puños.

–Nadie quiere hablar conmigo. ¡Nadie! Ni esas estúpidas viejas que te ven jugar al baloncesto, ni la mujer de la cafetería, ni esa rara del bar de Jo. Nadie quiere hablar de ti más que para decir lo encantador que eres y lo felices que están de que te hayas sumado a la comunidad.

Comenzó a dar patadas al suelo.

–¿Pero a quién se creen que están engañando? ¿Tú formando parte del pueblo? Tú jamás te entregarías así –alzó la voz hasta prácticamente soltar un alarido–. ¡Largaos todos al infierno! ¿Cómo has podido hacerme esto?

Dellina había dicho la verdad, pensó aliviado y avergonzado al mismo tiempo. Debería haberla creído. Debería haber seguido su instinto. Pero hacía tanto tiempo que no podía confiar en una mujer que había olvidado lo que era. Y no solo por culpa de Simone, había otras que habían avivado esa llama de desconfianza en particular.

–¿Acaso me estás escuchando?

–La verdad es que no –señaló la puerta–. Será mejor que te vayas poniendo rumbo a L.A. Puede ser un trayecto largo.

Ella agarró el bolso y pasó por delante de él.

–Eres un capullo retorcido y egoísta, Sam Ridge. Ojalá te pudras en el infierno.

Él ni se molestó en verla salir. Al contrario, se acercó a la mesa y levantó el teléfono. Probó con el móvil de Dellina, pero no respondió, lo cual significaba que estaría reunida con algún cliente. Volvería a intentarlo en media hora por mucho que eso le pareciera una eternidad.

 

 

Dellina asumió que algún día tendría que entrar en el siglo actual y llevar su agenda a través del ordenador, porque desde ahí podría sincronizarla con el teléfono móvil. Pero de momento prefería seguir haciéndolo a la antigua usanza y anotar sus citas en papel.

Dio un sorbo de café y revisó el calendario de eventos. Había una gran fiesta familiar que celebrarían los Hendrix, una fiesta para un futuro bebé y la posibilidad de que Taryn y Angel se casaran, aunque la pregunta real era qué clase de boda querrían. Estaba segura de que Angel preferiría ponerle el anillo a Taryn cualquier día, sin más, pero hasta que lo decidieran no podía incluirlos en su agenda.

–Clientes –murmuró–. No se podía vivir con ellos y tampoco mandarlos a paseo.

Sonó el teléfono de casa, algo que no solía pasar. Respondió.

–¿Diga?

–Qué difícil es localizarte. ¿Tienes el móvil apagado? Por cierto, soy Larissa.

–Ah, hola. No debería estar apagado –lo miró, y cómo no, estaba silenciado. Su última reunión había sido el día anterior y lo había tenido así desde entonces–. Lo siento, se me ha olvidado activar el volumen –vio varios mensajes incluyendo uno de Sam.

Ver su nombre le puso contenta y triste a la vez. Si había llamado para decirle que se había comportado como el mayor cretino a ese lado del Misisipi, lo aceptaba. Pero por lo demás, no tenía nada que hablar con él. Al menos, no de momento.

–¿Qué pasa?

–Necesito ayuda y esto es más grave que mis crisis habituales. Jack me va a ayudar porque siempre lo hace, pero hasta esto se queda grande para él. Taryn me ha dicho que tú eras la única que podría solucionarlo.

–Pues eso es esperar mucho de mí –dijo no muy segura de si debía sentirse halagada o tener una seria charla con Taryn–. ¿Qué pasa?

–Un grupo de rescate de gatos de Sacramento necesita ayuda. Es un caso de síndrome de Diógenes con animales. Una anciana tiene unos cincuenta o sesenta gatos metidos en una casa pequeña y los refugios locales no tienen capacidad ahora mismo. Por eso tengo que encontrar voluntarios para ir a Sacramento a recogerlos. Después hay que llevarlos a un veterinario y tenerlos en casa hasta que alguien los adopte.

–Vaya, sí que es complicado. Deja que piense. Podríamos llevar unos tres transportadores de mascotas en cada coche, o tal vez cuatro, así que necesitaremos unos quince vehículos. Sesenta transportadores en total –estaba tomando notas–. Dame diez minutos y te vuelvo a llamar.

–Gracias.

Inmediatamente, Dellina llamó a la clínica veterinaria del pueblo y dos minutos más tarde Cameron McKenzie estaba hablando con ella. Le explicó lo sucedido.

–¿Sesenta gatos? –preguntó sorprendido–. Es mucho. Tengo unos cuantos chicos del instituto que obtienen créditos de voluntariado trabajando con animales aquí. Pueden ayudarnos con las exploraciones y los tratamientos, aunque con suerte no todos los animales estarán enfermos. También conozco a unas cuantas familias que estarían dispuestas a acoger a los gatos. Necesitareis transportadores. Tengo diez que puedo pedir prestados. Habla con Max del K9RX. Algunos de los perros de terapia son pequeños, así que puede que te presten sus transportadores. El resto no sé de dónde puedes sacarlos.

–Voy a llamar a la nueva secretaria de la alcaldesa para activar la cadena telefónica, así conseguiremos transportadores y voluntarios. Te mantendré informado, Cameron, y te avisaré cuando estemos de vuelta.

La siguiente llamada fue a Bailey, que anotó la información importante y prometió activar la cadena de llamadas. Dellina estableció la hora de encuentro en dos horas, en el aparcamiento del centro de convenciones, y después colgó para llamar a Larissa.

–Esto es lo que tenemos. Podremos marcharnos a las once.

 

 

A las diez y media se vio obligada a pedir refuerzos. No solo había gente con transportadores de mascotas, sino que también estaban llegando con camas para gatos, comida, juguetes y ofrecimientos de acogida. Larissa estaba anotando nombres y números de los que estaban dispuestos a acoger a uno o dos gatos hasta que se les encontrara un hogar permanente. Fayrene y Ryan llegaron con la camioneta. Él cargó la comida y demás parafernalia. Larissa propuso llevarlo todo a casa de Jack diciendo que luego ella se encargaría de organizar las cosas allí. Por un instante, Dellina se preguntó qué opinaría Jack, pero decidió que no era algo de lo que debiera preocuparse ahora. No cuando tenía que distribuir unos transportadores, que no cesaban de llegar, a los voluntarios que estaban dispuestos a hacer un viaje de ida y vuelta a Sacramento.

Taryn y Angel aparecieron en el todoterreno. Taryn había cambiado su traje de diseño por unos vaqueros, también de diseño, y una camisa de seda. Se acercó.

–Angel dice que podemos llevar seis si usamos la tercera fila de asientos. Kenny también viene. Lleva un Mercedes grande, así que apúntale cuatro. Larissa y Jack llevarán tres, aunque imagino que eso ya te lo habrá dicho.

–Sí –dijo Dellina anotando la información y esperando nerviosa que le comunicara de qué manera ayudaría Sam.

Pero lo que Taryn dijo en lugar de eso fue:

–No nos podemos creer que os hayáis lanzado todos a ayudarla con uno de sus disparatados proyectos. Nosotros ya estamos acostumbrados, pero esto es nuevo para el pueblo.

–¿Y por qué no íbamos a ayudar? Hay animales que nos necesitan. Claro que estaremos allí.

Taryn la sorprendió dándole un abrazo.

–Adoro este pueblo –dijo sin soltarla–. Es mágico.

Dellina le devolvió el abrazo.

–Tenemos nuestras cosas, pero lo que no tenemos es miedo a hacer lo correcto. De todos modos, yo tampoco me emocionaría mucho. Una vez rescatemos a esos sesenta gatos, tenemos que encontrarles un hogar.

Taryn se estremeció.

–¿Te refieres a quedarnos con un gato? ¿No sueltan mucho pelo?

Angel se acercó y la rodeó con el brazo.

–Esa es mi chica. Pensando con su armario.

–Uso mucho ante. ¿Sabes lo que le puede hacer al ante el pelo del gato?

Larissa llegó y les sonrió.

–Hay gatos que no tienen pelo. A lo mejor hay alguno de esos.

Taryn seguía algo dudosa.

–De acuerdo, tal vez, si es que de verdad no tienen pelo.

Dellina se marchó y los dejó discutiendo el tema. Recibió a más voluntarios y fue haciendo acopio de más transportadores. A las once ya tenían todo lo que necesitaban.

Quince vehículos componían la caravana. Larissa tenía instrucciones impresas sobre adónde dirigirse exactamente junto con algunos números de teléfono. Todo el mundo había accedido a parar a almorzar a las afueras de Sacramento para así, una vez tuvieran a los gatos, poder volver directamente a casa. Algunas personas quedaron en reunirse con ellos también en el aparcamiento del centro de convenciones a la vuelta para la distribución de animales.

 

 

Conducir durante casi dos horas con cuatro gatos maullando no resultó ser la experiencia más relajante de su vida, pensó Dellina al llegar al aparcamiento del centro de convenciones. Y aunque entendía que los gatos estaban asustados, ¿no podían expresarse de un modo un poco más silencioso?

Larissa había avisado a la gente para que supieran que ya estaban de camino. Y mientras Dellina aparcaba, vio a montones de personas, entre los que se encontraban Cameron y su equipo de enfermería esperando para ayudarlos con los gatos. Apagó el motor y alguien le abrió la puerta desde fuera.

–Cuesta mucho seguirte la pista.

Dellina vio los ojos de Sam y se preparó para el inevitable golpeteo de su corazón. Como era de esperar, el órgano suspiró mientras el resto de su cuerpo se ponía en alerta.

Él alargó la mano, ella la aceptó y dejó que la ayudara a bajar del coche.

–Estaba ayudando a Larissa con un rescate de gatos.

–Eso es trabajo de Jack.

–Esto era demasiado para Jack –señaló los coches que iban aparcando a su lado–. Había cincuenta y siete gatos en total. Algunos están bien, pero hay unos que están claramente enfermos y otros se comportan como si fuera la primera vez que ven a un humano.

Tenía más que contar, pero Sam no parecía demasiado interesado en la historia. La estaba alejando de la multitud y, cuando llegaron a la puerta del centro de convenciones, la besó con delicadeza.

–Lo siento, siento haberme puesto en lo peor con el tema de Simone. Me preocupaba más su poder de persuasión que lo que pudieras hacer tú, pero me equivoqué al dudar de ti.

De pronto, un peso del que no había sido del todo consciente se le quitó de encima a Dellina.

–Me alegro. Yo jamás le habría contado nada.

–Ahora lo sé y te prometo que no volveré a dudar de ti.

Ella sonrió.

–Aunque me gusta cómo suena eso, no te emociones demasiado con eso que prometes.

–¿Es que vas a defraudarme?

–No.

–Pues entonces no veo dónde está el problema.

Volvió a besarla y en esa ocasión fue un beso más largo. Ella lo besó también y deseó que pudieran teletransportarse a una de sus casas y practicar la que fuera la nueva técnica que su madre le hubiera enviado por email.

Él se apartó.

–Tienes gatos. ¿En qué puedo ayudar?

–Acogiendo a un par.

Esperaba que él retrocediera horrorizado o le dijera que no era posible, pero Sam se limitó a encogerse de hombros y decir:

–Claro. No sé mucho de gatos, así que necesitaré instrucciones.

–¿En serio? ¿Te los llevarás?

–Sí. Como te he dicho, las causas de Larissa suelen ser asunto de Jack, pero no me importa que también me arrastre a mí de vez en cuando.

–Sueltan pelo.

–Tienen pelo, así que no es algo que me sorprenda.

A Dellina aún le costaba asumir lo que estaba pasando.

–¿Así? ¿Sin más?

–Los voy a acoger. No es un compromiso de por vida. Así que sí, me quedaré con dos gatos.

Primero se había disculpado y ahora eso. Hacía tiempo que lo amaba, pero no se había esperado que fuera tan, tan, bueno.

Una inmensa emoción estalló en su interior hasta el punto que le resultó inevitable pronunciar las palabras.

–Te quiero.

Él se quedó helado.

–¿Qué?

Dellina suspiró feliz.

–Te quiero. Eres un gran tipo y ahora quieres acoger a los gatos. ¿Cómo no iba a quererte? –le acarició la mano–. Recuerdo todo lo que le dijiste a Fayrene sobre ser sincera con Ryan, así que yo quiero ser sincera contigo. Te quiero.

Sam dio un paso atrás, y después otro. Y antes de que ella pudiera comprender lo que estaba pasando, se había dado la vuelta y se estaba alejando.