PRÓLOGO

Un niño grande

Nos conocimos en Stuttgart, en octubre de 1998. Yo jugaba el ATP Masters Series y Rafa estaba a punto de ganar el Nike Junior Tour sub-12. Me habían hablado mucho de él, pero por aquella época yo vivía en Barcelona e iba poco por Palma. A los dos nos llevaba Nike y Gonzalo Amilibia, que era muy amigo mío, me preguntó si quería conocerle y pelotear con él. «Claro que sí», le contesté.

Jugamos unos veinte minutos y recuerdo que era un niño muy tímido que apenas te miraba a la cara. Te saludaba y se giraba, pero en la pista se transformaba un poco. O bastante… Hay muchos chavales de doce años que juegan bien, pero si eres el mejor del mundo y ganas todos los torneos que juegas a esas edades, significa que hay algo más que quizás no se ve a primera vista. Tiene que estar, lo tiene dentro. Y en su caso era un hambre, un desparpajo, nada habitual en un niño tan joven.

Apenas hablamos. Era difícil mantener conversación con él, porque te respondía con monosílabos y sin apenas mirarte. Se veía claramente que era por timidez y por asombro. Estar ahí, donde estaban todos los mejores del mundo, con doce añitos… Recuerdo que a mí me eliminó Boris Becker y también estaban Sampras o Agassi. Le hice las típicas bromas, pero una vez que empezamos a pelotear ya noté el cambio importante de lo que es Rafa dentro y fuera de la pista.

Fuera es Rafael, un niño grande. Sí, un niño grande que le pone muchísima pasión a lo que hace, sea jugar a la Play, jugar al golf… Lo vive todo mucho, lo que sea. Y dentro es Nadal, un jugador con muchísima hambre que nunca se ha cansado de ganar ni de mejorar y evolucionar. Hay pocas cosas que se puedan añadir o que no se hayan dicho ya.

Si me preguntan en qué momento Rafael pasó a ser Nadal, probablemente diría que en la Copa Davis, la que ganamos en 2004. Creo que ahí entra un Rafa en la pista y cuando sale, se despierta la bestia. Hasta ese momento era un jugador perjudicado por las lesiones, que no le habían dejado desarrollar su potencial. Con dieciséis años ya me ganó, pero no tuvo una evolución de ránking. Por culpa de una lesión grave en Estoril estuvo mucho tiempo sin jugar.

En aquel momento a Rafael le dan la responsabilidad de coger un equipo y tener que ganar a Roddick, cuando unos meses antes habían jugado en el US Open y le había apalizado, y cuando tres semanas antes había perdido partidos en el Campeonato de España por equipos. Pues él coge esa responsabilidad, gana a Andy, y ahí ves que estás tratando con alguien distinto. Con Nadal.

Roddick era un gran jugador, muy competitivo en Copa Davis. Y aunque se jugase en tierra, era en pista cubierta y en una final. Rafa se preparó muy bien y los capitanes le eligieron para jugar el viernes en lugar de Ferrero y Robredo. No hay vuelta atrás. La decisión está tomada, pero Toni viene a hablar conmigo:

—Oye, sabemos que es prácticamente tu última oportunidad de ganar la Copa Davis y que te hace mucha ilusión. Si crees que tiene que jugar otro…

—No, no. Yo le he visto entrenar y ha estado muy bien. Y si los capitanes, que le han seguido toda la semana, deciden eso, yo a muerte con Rafa.

Rafa también viene a hablar conmigo y le doy los máximos ánimos, le digo que lo va a hacer muy bien y le intento transmitir calma. Que esté tranquilo, porque en aquella época se acalambraba mucho por los nervios y la intensidad que ponía. Se animaba muchísimo, demasiado. «Cálmate. Aunque vayas ganando, poco a poco, porque la Davis es distinta, y más en una final a cinco sets. Y lo puedes acusar.»

Recuerdo aquel día, aquella victoria, como uno de los mejores momentos de mi carrera. El momento ese en el que él gana… Es prácticamente el punto que nos da la eliminatoria. Nos abrazamos y le dije: «Ya te lo decía yo, que confiaba en ti». En realidad no confiaba tanto, ¿eh? Confías, pero…

Luego llegarían todos los Grand Slams y el resto de triunfos, y me llena de orgullo haber vivido su evolución. Desde aquel día en Stuttgart hasta que va jugando satélites, Challengers… Va subiendo, subiendo y subiendo, y parece que no tiene límite. Vivir toda esa progresión, habiendo estado con él desde el principio, habiéndole conocido desde que no era nadie, apoyándole y animándole, me llena de orgullo.

La gente a veces se sorprende, pero es verdad que nunca he tenido celos de su éxito. Primero, porque desde el principio tuve claro que iba a superar lo que yo consiguiera. Y segundo, porque siempre estuve contento y satisfecho con lo que gané. Si hay otro que viene y lo supera, fenomenal. Y si encima es amigo mío, mejor. Estoy encantado de que alguien de la isla de donde yo vengo, sea tan grande. Tener un amigo que tiene la opción de ser el mejor de la historia en algo, me hace ilusión y ojalá pueda conseguirlo.

También me preguntan si Rafa ha cambiado. Nunca se ha crecido, pero las circunstancias obligatoriamente te cambian. Pasas de ser un chaval al que nadie conoce, a no poder caminar por ningún lado, y entonces cierras un poco tu círculo. Es imposible seguir siendo el mismo, pero en lo fundamental, en los valores, sigue siendo igual.

¿Rafael mejor que Nadal? Cuando hablamos de uno de los grandes de toda la historia del tenis, es difícil que la persona lo supere. Lo típico, «gran jugador, mejor persona». Si eres el número uno del mundo, yo creo que hay mejores personas en el mundo que tú. Pero lo que nadie duda es que es un gran tipo y estoy convencido de que esa manera de ser es parte del éxito que ha tenido como jugador. Lo dicho, un niño grande. Catorce veces grande.

CARLOS MOYÁ
Mayo de 2015