Capítulo VII
ROLAND GARROS 2010
«Partido hostil, ¿estamos?»
«Perdí el año pasado porque no estaba bien preparado y porque tenía la moral muy baja, pero ahora he vuelto. He vuelto y he ganado. Quizás este sea el torneo que más deseaba ganar.»
RAFAEL NADAL
«La volea… ¡out! Nadal ha perdido. Su racha de treinta y una victorias en Roland Garros se ha terminado. ¡Guau! Ha sucedido.» Incredulidad en la radio oficial del torneo francés. Un momento único: nunca visto, nunca repetido. El 18 de febrero de 1979 el desierto del Sáhara vio por primera y única vez cómo caía nieve. El 31 de mayo de 2009 la arcilla de París vio por primera y única vez cómo perdía Rafa.
Antes, durante el duelo que le enfrenta al sueco Robin Söderling, se escribe la crónica de una muerte anunciada. «Por favor, animadle que está hundido», implora Toni a sus compañeros de palco. «No puedo más, no puedo más», repite una y otra vez Rafa. Pelea, como siempre, pero sabe que la derrota acecha.
—¡Vamos, Rafael! ¡Vamos! —se desgañita su tío.
—No puedo —capitula el tetracampeón.
«Si juegas al tenis, pierdes. Así funciona. Solo un jugador puede ganar todos los partidos de un torneo y nadie puede ganar todos los torneos. No es una tragedia perder aquí en París. Tenía que pasar algún día». Rafael no busca excusas. «No jugué mi mejor tenis. Luché, pero a veces no es suficiente con luchar. No ataqué en ningún momento, jugué muy corto y le puse muy fácil jugar a este nivel». Rafael no dice que sus rodillas no dan más de sí.
«No, no. El viento afecta a los dos jugadores, así que no voy a poner ninguna excusa. Este es el final del camino y tengo que aceptarlo. Tengo que aceptar mi derrota como acepté mis victorias: con tranquilidad y con la cabeza fría para analizar qué hice mal». Rafael no cuenta que la separación de sus padres le ha destrozado. «Después de cuatro años he perdido aquí y tengo que trabajar más duro para estar preparado para los siguientes grandes torneos».
Rafael no confiesa que ha llegado a perder el deseo de jugar al tenis. «He tocado fondo mentalmente», admitiría poco después, tras renunciar a defender su corona en Wimbledon. «Estoy fuera. Creo que he llegado al límite y necesito una limpieza para volver con fuerza».
—¿Cuándo volverás? —inquiere la prensa internacional.
—Cuando esté bien —concluye Nadal.
El abismo asoma. Él, coleccionista de trofeos, estará diez meses sin morder ninguno (Copa Davis aparte). Él, antaño indomable, recolecta derrotas ante los Top 10 y ni siquiera se apunta un set en tres duelos de la Copa de Maestros. ¿Volverá Nadal a ser el que era? La pregunta circula por los mentideros de la raqueta y predominan las respuestas negativas. «Oigo que no voy a ser el mismo desde 2005…».
«No creo que esta lesión de rodilla suponga el final de mi carrera», contraataca Rafa. «Sin sufrimiento no hay felicidad», añade Rafael. ¿Y Nadal? Cuando derrotó al entonces campeón de Roland Garros (Albert Costa) con solo 16 años, asumió que para ser rey en París necesita ser príncipe en Montecarlo. «Aquí me siento en casa. Es mi hogar fuera de mi hogar». Es su termómetro, con el mercurio disfrazado de arcilla.
«Como empiece a ganar…», murmura su equipo. Y empieza. Montecarlo: en cinco partidos, tres 6-0 y 6-1 (once en toda su carrera). Nunca ganó un torneo con tanta autoridad. Roma: la cuenta de victorias balsámicas alcanza el doble dígito. Madrid: allí, contra Federer, empezó el calvario en 2009; y allí, contra el propio Roger, completa la redención en 2010. «Estoy jugando el mejor tenis de mi vida». Por primera vez alguien conquista Montecarlo, Roma y Madrid el mismo año, por primera vez alguien gana 18 Masters 1000… y por sexta vez llega ese alguien a Roland Garros.
«Para mí fueron diez meses sin ganar un título y muchos torneos volviendo a casa sin una victoria. Muchos momentos, momentos difíciles, porque en varios de esos torneos tuve que retirarme por los problemas físicos. Era un reto personal volver a mi mejor nivel. Y lo he hecho». El tetracampeón avisa, y los rivales tiemblan. «No oirán de mi boca que soy el favorito para Roland Garros». Sin embargo, todos lo escuchan…
Mina y Zeballos caen. «¿Quién puede ganarle aquí? Dos o tres tenistas… pero jugando juntos», exagera el argentino. Hewitt y Bellucci ni siquiera amagan. Almagro y Melzer lo intentan, pero sucumben. Y espera Söderling en la final. Robin, de nuevo. Robin, un año después. Robin, otra vez. Sin embargo, nada es igual…
Cuerpo repuesto, mente fresca. ¿Dudas? ¿Nervios? ¿Ansiedad? ¿Malos recuerdos? Revancha. Nadal ya no encaja; pega. Nadal ya no sufre; vibra. Nadal ya no pierde; gana. 6-4, 6-2 y 6-4. Indiscutible. Su dedo índice apunta de nuevo al cielo de París. El rey vuelve a sentarse en su trono. Pentacampeón. Esta vez sin necesidad de derrotar a Federer, pero arrebatándole por segunda vez su cetro. Número uno del mundo.
Rafa ha vuelto a triunfar en Roland Garros sin ceder un solo set y solo él conoce la magnitud de la gesta: «Pienso que es una de las victorias más importantes de mi carrera. Os lo he dicho cien veces, pero el año pasado fue un año muy difícil para mí y trabajé mucho para estar aquí. Cuando estaba llorando después del partido, pensaba en el título y en todas las horas que trabajé duro para estar aquí otra vez».
Unos días antes, en pleno proceso de reconciliación y reconquista, en el Facebook de Rafa Nadal aparece un chaval melenudo levantando los brazos en señal de victoria en una Philippe Charter desierta. «Esa foto que he puesto en mi perfil es de hace cuatro años, pero hay que recuperar ese espíritu», explica Rafael. El espíritu perdido en 2009, el del niño que desea jugar al tenis y disfrutar con su pasatiempo favorito: competir.
«Me gusta más competir que…». Que ganar. «No entiendo el hacer una cosa y no hacerla al cien por cien. No lo entiendo. Pierde la diversión y el sentido. Si voy a jugar a golf, voy a jugar a golf para hacerlo lo mejor posible y para ganar. Si quedo con mis amigos para jugar al fútbol, me entrego al máximo. No sé hacer algo sin hacerlo al cien por cien. Siempre les digo: “Partido hostil, ¿estamos?”», advierte en su autobiografía. Pasión omnipresente, que padecen sus amigos.
«Compite en todo. A las cartas, a quién tira la hoja más lejos… A lo que sea. Si haciendo eso no fuera competitivo, luego no lo sería en la pista de tenis. No se puede separar. Es un pack. Es competitivo, sea en lo que sea», explica Carlos Moyá. Asiente Marc López: «Todo lo que hace es al máximo. Hay gente que juega al golf, por ejemplo, y se pone a tocar el móvil; él no, lo aparca. Si jugamos a la Play, se pica. Juega a las cartas, se pica. Juega al fútbol con los amigos, también. Todo es a muerte. Creo que por eso es tan bueno, porque se exige al máximo en todo y siempre lo consigue».
«Lo que hagás, es pura energía. Es tremendo, pero tremendo, tremendo. La energía que tiene para jugar la final de un Grand Slam es la misma que le pone para jugar a la Play Station, para comer un plato de pasta, para salir a caminar, para hablar de autos, para hablar de fútbol… Para mí, un superdotado total», remata David Nalbandian, incapaz de seguir el ritmo al manacorense. «Te juro que Rafa no duerme, ¿eh? Está hasta las dos de la mañana jugando a la Play o haciendo fisio. Al otro día se levanta a las nueve y se va a jugar al golf. Viene al mediodía, va a entrenar y después se va a jugar al fútbol. Yo le puedo seguir el ritmo uno o dos días. Después terminás de cama y el flaco sigue todos los días igual. No, no, te mata. Te juro que es asombroso».
«En serio, no me gusta dormir mucho. Siento que cuando estoy durmiendo estoy perdiendo el tiempo», reconoce Rafael. El tiempo de competir y ganar. Segovia, agosto de 2003. Durante el Challenger de El Espinar, entre partido y partido, turno para unos juegos de cartas. Toca el siete y medio.
—Carta.
—Un siete.
—Carta.
—¿Estás loco? Plántate.
—Carta.
—Solo te valen las figuras, tío.
—Dame carta que aquí está el medio. Seguro.
«Le dan la carta y ¡pum! Siete y medio. Evidentemente esto es solo una casualidad y puede que de diez veces, le salga una o dos, pero hay que hacerlo. Y Rafa tiene algo especial: cuando ve una cosa clara, la clava». La anécdota está en la memoria de David Marrero, que alucina con la habilidad que tiene Nadal para jugar al golf y al fútbol: «Es un espectáculo. Empezamos a tirar penaltis y el tío las clava con la izquierda, con la derecha, de tacón, con la rodilla… Es un ganador nato».
Tenis, fútbol y golf. Número uno del mundo raqueta en mano, cien goles en una sola temporada con el Manacor infantil y un hándicap minúsculo impropio de un aficionado que apenas se cita con los palos. Póquer o dardos. Cocina o pesca. En todos, competitivo. En todos, superlativo. Sin embargo, nadie es perfecto. «Y yo no soy extraterrestre, te lo aseguro», garantiza.
Abre el fuego Toni Nadal. «Hay bastantes cosas que se le dan mal. No conduce demasiado bien». «Así, a bote pronto, se me ocurre conducir con marchas. No va nada fino», coincide Moyá. El acusado lo reconoce entre risas: «Conduzco así, así… No soy fantástico, la verdad. He tenido algunos pequeños accidentes». Por cierto, la bicicleta y las motos, a distancia. «Soy muy torpe».
Aunque no siempre admite lo que la evidencia demuestra… «Cuando salimos, se motiva y se pega unos bailes increíbles. Se sube a la tarima, empieza a mover los brazos y baila poseído», cuentan sus compañeros de juergas. «Dice que quiere patentar ese baile y todo», continúan. «No, qué va, qué va. Eso son fiestas privadas de Manacor y ahí no entra nadie», rechaza el afectado. «En serio, incluso nos obliga a todos a seguirle como si fuese una coreografía». «Historias. Leyendas urbanas. Yo en Manacor salgo de marcha como uno más y cada uno va a su bola. Yo soy uno más».
Cierta noche, en Porto Cristo, el bar estaba en plena ebullición hasta que una música suave aguó la fiesta. «Todo el mundo estaba bien a las cinco de la madrugada y de repente sonó una canción lenta, lenta, lenta», recuerda uno de sus amigos. Y lanza una sospecha: «Hubo algunos que pensaron que fue Rafa... Bueno, la mayoría».
«Mira…». Pausa valorativa. «La podría haber puesto yo perfectamente, pero en aquel momento, sinceramente, la canción se puso sola». ¿Cómo? «A esas horas muchas veces me pongo de DJ, pero no sé ni cómo funciona el ordenador. Y ese día creo que sonó Sweet Caroline, que me encanta y podía haberla puesto yo, pero se puso sola. Lo que yo no supe es arreglarlo». Coartada poco fiable, abucheo unánime y huida desesperada. «El camarero se cabreó y yo salí por patas». Culpable.
Tenista legendario, conductor mediocre. Futbolista goleador, bailarín hilarante. Golfista competitivo, disc-jockey incomprendido. «Pero lo peor, lo peor que yo le he visto hacer es jugar al pádel. Fatal. Todo mal, en serio: los remates los tiraba fuera del club, la volea directamente a la pared… Fue un desastre en todos los aspectos». La radiografía, sin compasión, es de Marc López, su mejor amigo del circuito.
—No puedo creer que seas tan malo. ¿Me estás tomando el pelo?
—Que no, que no. Que nunca he jugado.
—Me da igual. Aunque no hayas jugado nunca, no puedes ser tan malo. Nunca he visto a nadie que juegue al tenis y sea tan malo al pádel. A nadie.
—Déjame, anda. Dame tiempo.
—Pareces un dominguero, tío. La gente que está aquí viéndote tiene que estar flipando.
«No metía una, pero…». Pero Nadal es Nadal. «Está mejorando y no dudes de que acabará jugando bien. Solo hemos jugado esa vez, pero si hay que repetir, le quiero de pareja, sin duda». Cómo no. «Es Rafa. Aprenderá rápido».
Es Rafa, «el competidor definitivo», en palabras de Novak Djokovic. Fabricado en época de Rafael y engrasado en la era de Nadal. Capaz de superar lesiones de rodilla y arañazos del alma. Tendinitis crónica y separaciones conyugales. Hace un año penaba con una máquina atada a la rodilla día y noche; hoy vuelve a acariciar su copa, aunque digan que es de los mosqueteros. Han pasado 371 días entre desgracias y dudas, decepciones y lágrimas. Pero hasta ellas han cambiado; ahora son «lágrimas de alivio y de alegría».
Nadal ya tiene cinco trofeos de Roland Garros y siete coronas de Grand Slam. «Ha sido un año difícil y he tenido dudas, así que esto es una gran satisfacción personal. Por mi familia, por mi equipo, por mí mismo y por todos esos que me han apoyado y me han ayudado a volver». A volver a competir. Como siempre. Para siempre. Con la eterna advertencia de Rafael: «Partido hostil. ¿Estamos?».
Lo ganó el 6 de junio de 2010,
pero todo empezó mucho antes…
Sus padres consensuaron que era lo justo. El esfuerzo que Rafael había realizado para compaginar su pasión por la raqueta con el deber de los estudios hasta completar la formación secundaria, bien valía una recompensa. Esta vez el premio no era un trofeo, pero lo celebraba como tal: un viaje con su familia a París para visitar Eurodisney. El sueño de cualquier adolescente. Mucho más para aquel niño con la inocencia de los demás, pero con un arraigo especial hacia los de su misma sangre.
Después de completar la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) y antes de que sus padres tuviesen tiempo de programar la estancia en la tierra de Mickey Mouse, a Nadal aún le quedaba algo por hacer. El año no había sido prolífico y su contacto con los torneos profesionales, algo más escaso de lo que cualquier jugador que aspire a construir una carrera con la raqueta podría presentar. Había llegado al verano de 2002 con solo 15 puntos sumados en el primer semestre y el Top 600 como techo en el ránking ATP.
Era el mes de julio y la maleta a París podía esperar aún algunos días más. Rafael había vuelto a Mallorca después de su primera experiencia en Londres para disputar la edición junior de Wimbledon. Una reunión familiar, entre Toni Nadal y su padre, convino que el niño podría marchar a Alicante para jugar su primer torneo de categoría Futures del año. Esta vez no viajó, como casi siempre suele hacerlo, con su tío.
En el Club de Campo de Alicante le esperaba uno de los entrenadores de la Escuela Balear del Deporte, Toni Colom. Rafael tomó un avión desde el aeropuerto de Palma para incorporarse a la expedición de talentos de las islas que ya estaban preparados para encarar una de las pruebas del prestigioso Circuito Orysol. Recién llegado de la hierba inglesa, apenas había dispuesto de tiempo suficiente para adaptarse a otra superficie, aunque fuese sobre la que mejor se desenvolvía: la tierra batida.
A pesar de que contaba con ránking suficiente para entrar directo en el cuadro final, su tío, su padre y el propio entrenador circunstancial coincidieron en sus pronósticos: el pequeño Nadal no tardaría demasiado en regresar a Mallorca para partir rumbo a París. Nunca había ganado un partido en un torneo de esta categoría y la presencia de jugadores contrastados, con mucha más experiencia en este tipo de eventos, como Óscar Hernández, Gabriel Trujillo o Santiago Ventura, hacía pensar a todos que en unos días Rafael estaría reunido de nuevo con su familia. Todos estaban convencidos... menos el propio Nadal.
Como siempre que salía lejos de casa, las conversaciones telefónicas entre Manacor y Alicante eran constantes. Sin apenas tiempo a acomodarse sobre la arcilla alicantina desde su llegada, Rafael ya conocía el cuadro que tendría que afrontar en Alicante. Sebastián Nadal llamó a Toni Colom para planificar, al fin, la merecida visita a la capital francesa.
—Oye, ¿qué tal todo por Alicante?
—Muy bien. Ya he visto el cuadro con Rafael esta mañana.
—¿Y qué tal? ¿Cómo lo ves?
—Es muy duro. Hay jugadores de mucho nivel.
—¿Crees que mi hijo estará aquí antes del miércoles para salir hacia París o le saco un billete directamente desde Alicante?
—Lo normal es que pueda salir con vosotros desde Mallorca.
—Perfecto.
—Pero solo veo un problema.
—¿Un problema? ¿De qué se trata?
—Rafa me ha dicho: «Colombo, veo posibilidades de ganar este torneo».
Un silencio interrumpió la conversación. «Empezamos con la broma de que lo veía posible porque era un niño. La verdad es que era algo prácticamente imposible». La confianza y la seguridad de un adolescente dispuesto a conquistar el mundo era capaz de generar dudas en la propia conciencia de un adulto, pero lo achacaron todo al universo de los deseos de un alma pueril e insaciable. Toni Colom colgó el teléfono convencido de que su pupilo no le acompañaría durante mucho tiempo. Era lo normal, pero Rafael fue imponiendo su verdad, convenciendo a los incrédulos y retrasando la fecha de salida a París.
En la primera ronda estrenó su casillero de victorias en los torneos del circuito Futures —curiosamente ya había ganado un partido en un Challenger e incluso en un ATP— ante un rival procedente de la previa, José Checa. Pero el siguiente cruce era frente a uno de aquellos jugadores que podía enviarle de vuelta a Mallorca: Santiago Ventura, tercer favorito. «Me pegó una tunda. Yo estaba en esa época Top 300 y recuerdo que iba de cabeza de serie. Además entrenaba en el Club Atlético Montemar de Alicante y el torneo era en casa, pero no tuve ninguna oportunidad».
Ya en la red, Ventura solo acertó a pronunciar una última sentencia: «Vaya paliza me has pegado». El castellonense tampoco pudo impedir que Nadal permaneciera, al menos, un día más en Alicante. «Es cierto que yo era un poco especial: tenía tanta facilidad para completar partidos buenos como muy malos, y en ese no me sentí muy cómodo. Pero también es verdad que no tuve opción alguna. Pensaba que ir de cabeza de serie y ser bastante mayor que él podía ayudarme un poco, pero me ganó fácil».
Con un sorprendente 6-3 y 6-2, Rafael continuó alimentando su fantasía. La que solo él creía posible. «Nadal se animaba mucho. Me chocó un poco ver cómo alguien tan joven me estaba dando una paliza. Solo pensaba: “Me cago en la puta, Santi, tienes que ganar. Ponte las pilas que no te puede ganar un niño”. Ni por muchas pilas, no hubo manera».
Ni Gabriel Trujillo en cuartos de final, ni el primer cabeza de serie del torneo, Óscar Hernández, pudieron arrebatarle un solo set. Nadal se había plantado en la final en el segundo evento de este nivel que jugaba en su vida. Ya en la última ronda le esperaba Marc Fornell, un jugador al que conocía y que incluso ya había ganado algún trofeo durante ese curso. «Rafa ganó también aquel quinto partido y tardó más tiempo en coger el avión para marcharse a Eurodisney. No lo hizo hasta el lunes. Merecidamente, decidió no disputar el siguiente Futures en Elche para disfrutar de las vacaciones familiares en París», remata Colom. Por fin.
Nadal ya disfrutaba del primer trofeo Futures en su vitrina, pero a Rafael aún le faltaba hacer lo mismo con la vieja promesa con destino en París. El resto de la familia ya le esperaba para emprender el primero de tantos viajes a la ciudad custodiada por la Torre Eiffel. Descubrió La cueva de los Piratas, La lanzadera al espacio, La tierra de Indiana Jones o El mundo de los niños. Quedó enamorado para siempre.
«Me gusta la ciudad. De hecho, me encanta. Hay pocas ciudades en el mundo que me encanten y esta es una de ellas. Me siento a gusto aquí. No olvides que he pasado mucho tiempo en París, y me siento cómodo. Me gusta. No tengo tiempo para venir de vacaciones durante la temporada, pero lo hice en el pasado con mi familia. Vine como hace diez años y desde ese momento siempre he amado este lugar», confesaba una década más tarde.
El 7 de junio de 2010, Rafael regresaba al santuario de sus sueños infantiles. A los pies del castillo de la Bella Durmiente levantaba la quinta parte de un imperio construido en París. Su quinta Copa de los Mosqueteros en Roland Garros. «He venido a Disneyland cien veces… (risas). Bueno, no cien, pero sí muchas veces. Me encanta el espíritu de Disney y me encantan los niños». Aquella tarde de julio, en 2002, solo fue la primera de una visita obligada por siempre jamás.