Capítulo IX
ABIERTO DE ESTADOS UNIDOS 2010
Aún seguía sin creerlo
«Punto de partido. Punto de campeonato. Punto de todo.»
RAFAEL NADAL
Aún seguía sin creerlo. De pronto, el mundo se detuvo un instante que se antojó eterno. El silencio, la nada, la paz, envolvieron al actor principal de la escena sobre el tapiz del estadio Arthur Ashe. Mientras las 22.547 almas que abarrotaban la pista más grande del circuito le vitoreaban, el nuevo campeón del US Open permanecía tendido sobre el cemento. Abstraído. En una nube. Rafael estuvo tratando de encajar lo que acababa de ocurrir durante nueve segundos, tantos como títulos de Grand Slam presentaría Nadal, después de aquel día, en su vitrina.
Cuando recuperó la raqueta, la bandana y la razón, creía haber despertado de un sueño. «De pronto, como si recuperase el conocimiento después de un desmayo, me di cuenta de que estaba tendido en el suelo, rodeado de ruido y vi lo que acababa de lograr. A los veinticuatro años había ganado los cuatro Grand Slams, había entrado en la historia, había conseguido algo que superaba todo lo que me había atrevido a soñar, algo que duraría toda mi vida y que nadie me quitaría jamás», confiesa Nadal en Rafa, mi historia.
La magnitud de su hazaña estaba a la altura de unos pocos. Solo seis nombres antes que el suyo figuraban en el listado de héroes capaces de ascender a los cuatro cielos, de conquistar el póquer de ciudades ilustres del circuito, las cuatro fronteras, los Grand Slam: Melbourne (Abierto de Australia), París (Roland Garros), Londres (Wimbledon) y Nueva York (US Open). En el Olimpo del tenis, a la altura de raquetas célebres como las de Fred Perry, Don Budge, Rod Laver, Roy Emerson, Andre Agassi y Roger Federer, se situaba Rafa Nadal.
«Mientras sostenía en alto el trofeo del US Open, las cámaras relampagueaban y el público aplaudía, comprendí que había hecho posible lo imposible. En ese breve momento estuve en la cima del mundo», recuerda. Pero antes de coronar la cúspide y de medirse al infinito desde lo más alto, son necesarias horas de esfuerzo y ambición. Espíritu y capacidad de lucha. Voluntad y sacrificio. Y esos son recursos que viajaban en la mochila de Nadal en su camino hacia su noveno grande, con parada final en la estación de la eternidad.
Rafael y su equipo firmaron un pacto tácito. Durante la estancia en Nueva York jamás hablarían de las maravillosas vistas que se divisarían desde la que el propio Nadal bautizó como «la cima del mundo». Aunque el Grand Slam se atisbaba cada vez más cerca en el horizonte, apareció la prudencia. Había que salvar dos grandes obstáculos: los nervios y la presión. Y eso era algo que bien sabía Toni Nadal: «Yo pienso en el partido y lo que significa. No pienso más. Si es el Grand Slam... Ostras, no pienso mucho en eso».
A pesar de que había igualado el mejor registro de su carrera, con dos grandes en un mismo año (como en 2008), las sensaciones de Nadal en Estados Unidos no eran las mejores. Durante el verano, se había marchado de Canadá en semifinales ante Andy Murray, mientras que en Cincinnati tuvo que dar un adiós prematuro en cuartos de final frente a Marcos Baghdatis, tras acumular más de cuarenta errores no forzados. Si quería soñar con el Grand Slam, Rafael necesitaba reencontrar a Nadal.
Antes de dejar Ohio, desde el fondo de la sala de prensa sonó una última pregunta. La voz que siembra la duda: «¿Crees que con los partidos que has tenido en Toronto y aquí, en Cincinnati, estás suficientemente preparado para sentirte cómodo en el US Open?». Sin dar tiempo a que su interlocutor terminara la frase, Rafa respondió entre risas: «Esperemos que sí. ¿Qué puedo decir yo? No lo sé. Lo veremos en dos semanas».
Hacía cuarenta y un años que nadie lograba encadenar tres Grand Slam consecutivos en una misma temporada (Rod Laver, 1969) y Nadal podía romper el maleficio. Se presentaba en Flushing Meadows como campeón de Roland Garros y Wimbledon. Era el momento oportuno. Eso sí, nada más aterrizar en Nueva York, recibió la tan esperada como temida pregunta para quebrantar el pacto sellado con su entorno:
—Te abriste camino en hierba, ya has ganado en Australia y estás muy cerca de hacerlo también aquí. ¿Qué necesitas mejorar y cuánta confianza tienes? ¿Darás ese paso aquí?
—Bueno, muy cerca… A siete partidos.
Disponía de catorce días por delante para convertir esa cifra de partidos en victorias. Conseguirlo implicaría pasar a la leyenda, pero de nada servía pensar más allá del siguiente encuentro. Y la primera prueba estaba fijada, Teymuraz Gabashvili. «Espero tener la oportunidad de jugar bien aquí y tener opciones de ganar, pero sin obsesionarme. Estoy más que contento con lo que tengo en casa, con todos los trofeos que he ganado», argumentaba el propio Nadal antes de saltar a competir por primera vez el 31 de agosto de 2010.
Su estreno con el ruso se prolongó durante casi tres horas. Era el primer paso para arrancar a andar en el pedregal americano. Nadal terminó sacando el partido por 7-6, 7-6 y 6-3. Lo mismo hizo en la segunda ronda frente al uzbeco Denis Istomin. A pesar de la contundencia que relataban los resultados (6-2, 7-6 y 7-5), sufría más de lo habitual. Tanto que en el tie-break del segundo parcial, tuvo que remontar un 1-5. A Toni no le gustaba lo que veía en la pista. Entendía que aquel no era el camino hacia la cima.
Tío y sobrino, entrenador y jugador, se reunieron en el vestuario tras el partido. Como solía ocurrir en el coche de vuelta a casa, durante la infancia de Rafael en Mallorca, Toni habló sin miramientos, pero esta vez sería una de sus charlas más duras…
—Rafael, la actitud ha sido pobre.
—Toni, no entiendo por qué reaccionas así, si he jugado como me has dicho. La mayoría de la gente alaba mi actitud en la pista.
—Yo me limito a decirte lo que pienso. Si no te gusta, me vuelvo a casa y ya puedes buscarte a otro entrenador.
—Toni, creo que te estás equivocando.
—Ya no disfruto siendo tu entrenador.
Aquella conversación supuso un punto de inflexión. Un antes y un después en la versión de Nadal en la pista. El amago de ruptura despertó a la bestia y ya fue imparable. Gilles Simon, en tercera ronda, Feliciano López, en octavos de final, y Fernando Verdasco, en cuartos, vieron cómo el número uno del mundo necesitaba alrededor de dos horas para despedirles, uno a uno, de la ciudad custodiada por la Estatua de la Libertad.
En semifinales, Mikhail Youzhny. 6-2, 6-3 y 6-4. Nadal se había clasificado para su primera final del US Open y el Coronel ruso destripó la clave del éxito de su rival. «Parece que sirve mejor que antes. En mi opinión, no se trata de que saque más rápido, pero lo hace al lado de la «T» con el mismo nivel de acierto. Además, presenta un alto porcentaje con su primer servicio». No se equivocaba.
«Yo sabía que tenía que sacar bien si algún día, de verdad, quería tener la oportunidad de ganar aquí. Siempre me repetía esto a mí mismo. Trabajé mucho para sacar mejor durante toda mi carrera y tengo que seguir trabajando igual de duro.» Nadal mantuvo sus números con el servicio también en la última ronda. Al otro lado de la red, no estaba el esperado Roger Federer. Por primera vez en su carrera, su rival en la final de un Grand Slam sería Novak Djokovic.
Un cambio en el grip, distinta colocación de los pies y un golpeo más plano de la pelota, fueron tres acciones fundamentales para alcanzar el éxito. «Mi saque funcionó muy bien esta noche. Por supuesto sacar así me da una gran confianza en mi juego». Nadal acababa de tumbar al serbio 6-4, 5-7, 6-4 y 6-2 para pasar a la historia. «Jugué mi mejor partido en el US Open en el momento más importante, así que estoy muy, muy feliz, por supuesto».
Enfrente, Djokovic asumía la superioridad del número uno del mundo: «Lo tiene todo para ser el mejor tenista de la historia. Es muy fuerte mentalmente y se dedica por completo a este deporte. Es simplemente genial que alguien que tuvo tanto éxito tan joven haya sido capaz de seguir motivándose para mejorar en cada torneo, en cada partido que juega, sin importar quién está al otro lado de la red».
El serbio, que había contemplado el acceso a la inmortalidad de su rival, entonaba su sarta de elogios: «Está desplegando el mejor juego en pista dura que yo le he visto nunca. Ha mejorado drásticamente su servicio. La velocidad, la precisión, y, por supuesto, su juego de fondo es tan bueno como siempre. Hay que quitarse el sombrero ante este tipo por todo lo que hace dentro y fuera de la pista. Gran campeón, gran persona y gran ejemplo de lo que es un deportista».
Al día siguiente, los primeros rayos del sol de la mañana calentaban las manos de Rafael. Entre sus brazos rodeaba el deseo de una vida. Ya formaba parte de la leyenda del tenis y las calles de Manhattan esperaban al campeón con su trofeo para cumplir el protocolo de la habitual sesión de fotos. Sin tiempo a grandes celebraciones ni estridencias, regresó a Madrid. Una multitudinaria rueda de prensa en el Aeropuerto de Barajas y una visita fugaz al Bernabéu para presenciar el Real Madrid-Ajax fue el preludio de su regreso a Mallorca. El héroe regresaba, por fin, a casa. Allí le esperaba su familia y sus amigos de la infancia.
Lejos de los flashes y las emociones, la calma regresó en Manacor. La resaca de éxito no impidió que Rafael y Toni acordaran un entrenamiento para la mañana siguiente bajo la curiosa mirada de una pareja de ancianos alemanes que, en silencio, inmortalizaban la escena. «Escuché una frase en la casa de Alejandro Sanz que contaba de Paco de Lucía: “En la agricultura, cultivar sandías es un mundo. ¡Joder, qué mundo! Un mundo como el nuestro de la música… Hay muchos mundos”. Y acababa diciendo: “Lo malo es cuando te crees que tu mundo es el único”. El tenis es este mundo pequeño que nos afecta a nosotros. El ganar o perder no es tan significativo. Al día siguiente entrenas, que es lo que has hecho cada día», reflexiona Toni.
Y la mente de Rafael viaja al pasado, una década hacia atrás, cuando Nadal peleó por su primer punto ATP. Guillermo Platel le privó de estrenar su casillero, pero la reacción del niño fue idéntica a la del campeón que completaba el Grand Slam. «Tenía 15 años y perdió un partido muy duro en primera ronda del Futures de Madrid. Al día siguiente, cuando llegamos al club a las 8.00 de la mañana, Rafa ya llevaba un rato entrenando allí», recuerdan, aún atónitos, los testigos que contemplaron la escena en el Club Brezo Osuna.
Fue uno de los primeros pasos que dio hacia la inmortalidad que alcanzó en Nueva York. «Es una sensación increíble, porque he trabajado mucho durante toda mi vida para llegar hasta aquí, pero nunca imaginé tener los cuatro Grand Slam». Aquel 13 de septiembre de 2010 volvió a escuchar una frase que conocía de sobra: «Game, set and match» (Juego, set y partido). Pero esta vez aquella derecha de Djokovic que se marchó al pasillo de dobles, no concedía un punto cualquiera. Era punto de partido. Punto de campeonato. Punto de todo.
Lo ganó el 14 de septiembre de 2010,
pero todo empezó mucho antes…
«Salida del vuelo… con destino Nueva York». Los rayos de sol daban la bienvenida al estío de 2001, una época en la que la megafonía de los aeropuertos aún advertía a los viajeros más despistados. No era el caso de Rafael. Sabía perfectamente la puerta que le llevaría a conocer la Gran Manzana, la Estatua de la Libertad, el Empire State, la Quinta Avenida, el Madison Square Garden o el World Trade Center. Todos, escenarios que solo había visto antes a través de la óptica de Hollywood.
Cuatro meses después de aquel inolvidable viaje familiar, Nadal disfrutaría de su primer partido como profesional. Apenas acababa de cumplir quince años y jamás había afrontado un partido de fase final en el circuito de Futures. Sin embargo, su nombre no era desconocido para la mayoría de jugadores que completaban el cuadro principal del torneo que acogía el Club Deportivo Brezo Osuna (Madrid), del 10 al 16 de septiembre.
«Cuando me enteré de que me tocaba enfrentarme en primera ronda con Nadal no pensé: ¿Y el wildcard este de dónde ha salido? Todos sabíamos quién era». Guillermo Platel, que ocupaba el puesto 731 del ránking de la ATP, conocía el potencial que atesoraba aquella precoz muñeca izquierda y que la invitación concedida por la organización del torneo madrileño estaba a buen recaudo si era Rafa el encargado de disfrutarla. «Se hablaba de él en condición de campeón del mundo de su edad. Además, en marzo de ese mismo año tuve la oportunidad de verle jugar en la previa de un torneo satélite en Barcelona. Y ya me pareció que era un chaval que jugaba fantástico».
Rafael estaba ante la primera gran oportunidad que se le presentaba en su corta trayectoria para sumar un punto ATP y ocupar un lugar, el lunes siguiente, en la clasificación mundial. Tanto él como uno de sus compañeros de viaje a Madrid, Marc Marco Ripoll, apenas habían tenido tiempo para adaptarse a la altitud de la capital de España y mucho menos a la velocidad de la pelota que volaba sobre el cemento. «Marc me decía sorprendido: “Venimos de tierra y ahora en pista rápida me las estoy comiendo todas. Mientras, este [Nadal] dice que tampoco es tan rápida”. ¡Y habían llegado a Madrid el día anterior al partido!», recuerda Platel.
Como todos los días importantes de competición, a Rafael no hacía falta levantarle de la cama. Aquella mañana en Madrid, tampoco hizo una excepción. A la salida del sol, antes aún de que sonara el despertador, ya se había despegado de las sábanas y andaba inquieto visualizando el esperado estreno, solo unas horas más tarde.
El partido estaba fijado para el mediodía y, acompañado por su tío, Nadal fue uno de los primeros en llegar al club. Su rival, siete años mayor, confiaba sin confiarse: «Sabía que él jugaba muy bien, pero aún así entré a la pista sabiendo que era un partido que tenía que ganar, porque estaba jugando contra un chaval de quince años. Por muy bien que jugase, no tenía experiencia en la competición».
El poder de la responsabilidad, los nervios y la tensión de Platel contrastaban con el desparpajo, la alegría y la ambición del adolescente que jugaba con el talante de un veterano. «Empecé el partido siendo conservador, cometiendo más errores de lo normal. Él, a la mínima que podía, conseguía muchos winners paralelos, a mi derecha. Era muy complicado porque la pista era muy rápida y había que estar muy fino para lograr ese golpe». Rafael jugaba suelto y apenas dio tiempo a su rival para entender lo que ocurría. Se apuntó el primer set por 6-2.
Nadal era una apisonadora. Nunca había jugado un partido de esas características, tampoco una sola previa de un Future o un Satélite en pista rápida, pero dominaba el encuentro. De principio a fin. «Su actitud era bastante madura para su edad. Además, era un jugador pasional que levantaba el puño y la rodilla para celebrar los puntos. Era muy expresivo». Tanto que mientras se acercaba a su primera bola de partido, con 6-2 y 5-2 en el marcador, Platel se desahogaba deshaciendo en mil pedazos su raqueta contra el cemento. Llegó a desesperarle. Hasta tal punto que la temperatura aumentó sobre la pista:
—Oye, ¿te pasa algo?
—No, no me pasa nada —respondió Rafael.
—¡Ah, vale! Lo decía por si tenías algún problema, que te veo hacer muchos aspavientos.
«Me estaba dando un repaso. Lo veías metido en el partido. Sin cabrearse, ni chillar. Concentrado, a lo suyo». Platel no daba crédito. Un niño de quince años le había llevado al límite. A perder la templanza y casi la compostura. «Me sorprendió que entrara en la pista con el mismo desparpajo que el que mostró diez años más tarde, cuando completó el Grand Slam. Entraba con una actitud que parecía decir: “Al de enfrente me lo meriendo”. Lo que más te llama la atención de Rafa es que estaba jugando el cuadro final de un Future, estaba en su primer torneo profesional y en lugar de disfrutar, que es lo que haría cualquier otro chaval, entraba para ganar. Es un ganador nato.»
Nadal acarició el partido hasta en trece ocasiones, la cantidad de oportunidades que tuvo para cerrar su primera victoria con derecho a sumar puntos ATP. Pero todas se fueron esfumando. Una tras otra durante la segunda manga. La mayoría de ellas al resto. Mientras tanto en la grada, muchos de sus posibles rivales en rondas posteriores contemplaban la ópera prima que Rafael trazaba en la pista. A pesar de ser un pintor novel aquella actuación tenía tintes de obra maestra. «Nos dio una lección a todos. Parecía que podía con Platel. Cada vez que tenía punto de partido se animaba. Lo perdía, se callaba y seguía. Ganaba otro punto, se animaba. Lo perdía, se callaba y seguía. Y así en cada una de las trece bolas de partido que tuvo», observaba desde la valla Iván Esquerdo.
El viento empezó a soplar en contra de Nadal. Todas las derechas que antes se aliaban con las líneas ahora se marchaban fuera. Unas corrientes demasiado feroces para unas velas sin experiencia en travesías tan turbulentas. Así lo entendió Platel: «Supongo que se fue poniendo nervioso al ver que no lograba cerrar y que yo era capaz de recuperar. Al final conseguí forzar el tercer set (5-7) y en ese momento todo fue más rodado para mí».
Nadal no pudo recuperarse del mazazo de ver escapar el tren. Su primer punto ATP había pasado ante sus ojos sin que pudiera atraparlo. Su rival no le había perdonado y firmaba la victoria por 2-6 en el tercer parcial. La reacción fue lógica, fruto de la frustración. Toni Colom, que acompañaba a otros jugadores de Baleares en aquel Future, contempló la escena en directo: «Fue un jarro de agua fría. No hubo manera de cerrar este partido. Fue un duro golpe perder, teniendo tantas bolas de partido. Después de empezar como una bala y sorprender a un adversario que era mayor y más experimentado, se puso nervioso. Cambió la agresividad en su juego y retrocedió un poco».
Pero la actitud de Rafael tampoco pasó desapercibida para sus rivales: «Cuando terminó el partido cogió la raqueta, la metió en la bolsa y se fue al vestuario a llorar, cuando cualquier otro la hubiese roto de la rabia. Todos entendimos que iba a ser muy bueno», analiza desde la distancia Esquerdo.
Nadal perdía su primer partido profesional y Platel ganaba una historia que contar: «A veces, cuando digo que gané a Rafa, me da vergüenza. Muchos me toman por loco. Yo les digo que vayan a Internet a comprobarlo. Aun mirándolo, hay alguno que todavía no se lo cree».
«Es una fecha tan señalada, que todo el mundo sabe lo que hizo ese día. Se lo podré contar a mis nietos, aunque la victoria no deja de ser una anécdota. Con el tiempo pasó de ser un triunfo más a ser el mejor de mi vida. En el momento en el que terminó, recuerdo que simplemente pensé: “Vaya partido que he sacado”, pero no le di más importancia», añade. Una fecha tan señalada… Sí, el estreno profesional de Rafael Nadal como tenista se produjo el mediodía del 11 de septiembre de 2001.
El partido se había alargado durante más de dos horas y el reloj casi marcaba las tres de la tarde cuando el terror ya había contagiado a todos los que contemplaban las imágenes por la televisión del Brezo Osuna.
—¡Vaya locura! ¡Qué barbaridad! —se escuchaba.
—Pero, ¿qué está pasando? —preguntaron los dos jugadores recién salidos de la pista.
—Acaba de estrellarse un avión contra una de las Torres Gemelas.
Sin tiempo para asimilarlo, un segundo avión impactó quince minutos más tarde sobre el otro gigante de cemento. «Iba ganando 6-2 y 5-2, tuvo trece puntos de partido, pero fui desviando la atención porque el partido era a la misma hora que lo de las Torres Gemelas…. En esos momentos te das cuenta de lo insignificante que es una derrota», reflexiona Toni Nadal una década más tarde de la tragedia. «Al final casi ni hablamos del partido, porque lo otro era mucho más grave. No pensé más en aquel encuentro». Al entrenador le tocó, esta vez, hacer de tío: «No te preocupes, Rafael. No pasa nada. Has hecho todo lo que estaba en tu mano. Aquí venimos a aprender».
Rafael tampoco ha borrado de su retina lo sucedido el martes 11 de septiembre de 2001. ¿Cómo olvidarlo? «Recuerdo exactamente qué hice aquel día. Jugué un partido para ganar mi primer punto ATP y lo perdí tras desperdiciar trece puntos de partido. Tal cual. Justo después vi la tragedia por televisión. Estaba muy triste por la derrota, porque el primer punto ATP era muy importante para mí, pero cuando volví al vestuario y vi eso, tardé un segundo en olvidar el partido. De verdad. Yo había estado en las Torres Gemelas solo unos meses antes, arriba del todo, de vacaciones con mi familia. Y lo que vi ese día en la tele es probablemente la imagen que más me ha impactado en toda mi vida».
Aquella tarde, aún con el sudor en la frente mientras contemplaba la televisión, miles de recuerdos pasaron por su cabeza en solo un instante. Sus paseos por la Gran Manzana o su asombro al admirar desde el suelo uno de los edificios más altos del planeta estaban todavía demasiado recientes. «Me sentí realmente mal, porque recordé que había estado allí y no podía creer lo que estaba viendo. Fue duro para la gente de Nueva York, pero también para todo el mundo. Una tragedia así, que nos afecta a todos, es difícil de aceptar. Difícil de comprender. Y yo no soy una excepción. Sentí mucho dolor y sufrí por ellos».
Poco después, desde que Rafael debutó en el US Open en 2003, asumió como rutina una visita obligada: siempre volvía a la Zona Cero y pasaba unos minutos contemplando el vacío que dejaron las torres. Aún seguía sin creérselo.