Capítulo X
ROLAND GARROS 2011
Entre tanques, bazocas y lanzacohetes, una pistola pequeña
«El deporte es aceptar, caer y levantarse. Aceptar, caer y levantarse.»
RAFAEL NADAL
«Siempre se ha magnificado mucho mi espíritu, mi fuerza interior, mi lucha y mi entrega. Creo que la he tenido, es evidente, pero hay mucha gente que la tiene. Al fin y al cabo, si he ganado lo que he ganado, esto me ha ayudado en ese momento, pero uno no gana lo que he ganado yo si tenísticamente no está superdotado». Cierto.
«Corriendo y luchando, si no tiras la pelota al lado de la línea, si en situaciones complicadas no la vuelves a meter, y si cuando tienes que meterla ahí, no la metes, uno no gana lo que he ganado yo». Muy cierto.
«Una de mis características ha sido el esfuerzo, la lucha, la capacidad de superar situaciones y volver de lesiones, rebasar los obstáculos que me ha planteado mi carrera. Sí, pero tenísticamente…». Tenísticamente, un privilegiado.
Sirvan estas palabras de Rafa Nadal en Tennistopic como obviedad asumida y mea culpa entonado. Sí, este capítulo va a ensalzar la capacidad mental de Rafael. Va a adentrarse en la azotea más privilegiada del deporte mundial. «Una cabeza que domina, quema y asfixia a sus rivales», en palabras de Juan José Mateo en El País Semanal. «En el tenis la igualdad es máxima, y los buenos marcan la diferencia en los momentos de presión. La asumen y la superan. Y Rafa es, sin ninguna duda, el mejor jugador de la historia mentalmente», sentencia David Ferrer.
El año 2011 fue complicado. Planteó un reto inédito. Nadal, que nunca había entregado una final a Djokovic, perdió las de Indian Wells y Miami. Nadal, que nunca había claudicado en tierra batida ante Djokovic, perdió en Madrid y Roma. Novak, Novak, Novak y Novak. Cuatro victorias, cuatro mordiscos, cuatro comecocos.
El serbio, competidor brutal, se había metido en la cabeza del manacorense como este hizo desde que se cruzó por primera vez con Roger Federer. «Las derrotas de Madrid y Roma nos mataron. A partir de ahí, Djokovic le tenía comida la moral», reconoce Toni en Jot Down. Tocaba luchar. Pelear. Sufrir. Aceptar, caer y levantarse. Receta Nadal.
«Rafael es el jugador que más partidos gana jugando mal». La sentencia, habitual en Toni Nadal, encuentra apoyo en Carlos Moyá: «Tiene tal profesionalidad y tal concentración que consigue que su peor juego sea diez veces más potente que el peor juego de cualquier otro jugador de su nivel».
Lo explica, con una alegoría muy gráfica, Francis Roig: «Rafa tiene algo, eso de ganar partidos jugando mal, que es impresionante. Él cuando está en el vestuario, abre la bolsa y ve lo que tiene ese día». A ver qué hay por aquí… «Coño, hoy tengo una granada de mano y una pistola pequeña, y me voy a la guerra contra tíos que tienen tanques, bazocas, lanzacohetes… Y yo solo tengo estas cositas, pero con esto voy a luchar hasta el final y voy a sacar el máximo rendimiento a mi juego».
«Él administra muy bien las armas que tiene para ese día y con eso va al cien por cien», continúa. «Por eso gana muchos partidos que otros jugadores no ganan. Porque no tienen la humildad de decir: “Hoy no estoy bien, hoy tengo que remar, tengo que correr más; es lo que me toca y lo voy a hacer”. Y lo hace. Rafa no es de los que dice: “O gano imponiendo mi ley o pierdo, porque yo juego de esta manera y no puedo cambiar”. Él se adapta y no se rinde».
Por cierto, la parábola de Roig termina con una advertencia con tintes de amenaza: «Otro día ya tendré el lanzallamas, tendré el tanque, lo tendré todo en la bolsa; y ese día, jugaré más a lo grande». Y todos, Francis, Rafa y hasta el propio tanque, saben que ese día llegará.
De momento llega un Roland Garros atípico. Por primera vez en toda su carrera Nadal aparece en París con más fantasmas que títulos. Montecarlo y Barcelona conquistadas; Indian Wells, Miami, Madrid y Roma, rendidas ante idéntica amenaza. Invictus, versión serbia.
La tensión, los nervios, tan habituales los primeros días del torneo, crecen. Y para debutar, John Isner. 208 centímetros de pura potencia. El 6-4 inicial pronto se convierte en 6-7(2) y 6-7(2), tras una rotura de servicio regalada en «un despiste» y sendos desempates entregados sin plantear oposición.
El descalabro, convertirse en el primer campeón que se despide a la primera al año siguiente, se asoma a la vuelta de un solo set… y entra en juego la vía criminal. Turno para la solución de emergencia que forjaron hace mucho tiempo Rafael, a golpe de riñón y corazón, y Toni Colom, a golpe de consejo.
«Desde que era pequeño Nadal salía al ataque, pero si no le iba bien, si no tenía el día, si había que ganar por la vía criminal, lo hacía y pasaba por encima del rival». ¿La vía criminal? «Tú puedes dominar el punto y acabarlo con un winner o en la red, y luego está lo contrario que es no fallar ni una bola. Siempre meter una bola más que el contrario. Esto es la vía criminal», define Colom.
—Hoy sé que voy a sufrir, pero no voy a regalarle nada.
—Eso es, Rafa. Da todo lo que tu mente y tu cuerpo tengan y él acabará fallando.
—Vale, la vía criminal.
«Es como si hubiese plan A, plan B… y al final, plan C. Este último es la vía criminal: “Me voy a dejar la vida y voy a ganar”. Así es Rafa». Y así reacciona ante el abismo que ofrece Isner, sin cometer ni un solo error no forzado en el cuarto parcial y rematando la remontada en el quinto, territorio desconocido en la arcilla de París. «El partido se me ha complicado una barbaridad», reconoce el pentacampeón.
En segunda ronda Rafa inclina a Pablo Andújar, pero concede 16 pelotas de rotura y siembra un latifundio de dudas. ¿Por qué no pudiste ganar aquel partido aun jugando mejor que él, Pablo? «Porque es un gran superviviente. Y es capaz de estar jugando mal y acabar ganando el partido. Esa es la grandeza que él tiene. Una de sus grandezas».
Nadal ha empleado en dos partidos más de la mitad del tiempo que necesitó en llegar a la final de Roland Garros el año anterior. «Es lo que hay, y hay que superarlo o irse a casa». Acaba de jugar el segundo y el cuarto duelo más largos de su carrera en la capital francesa y lo ha hecho en las dos primeras rondas. Territorio minado. Antonio Veic, número 227 del mundo, e Ivan Ljubičić, 32 años, no cuestionan al favorito, pero él, autocrítico como siempre, se cuestiona solo: «No estoy jugando lo suficientemente bien para ganar este torneo».
Reconoce despistes, reconoce presión y altibajos, reconoce que las piernas no van y que falta agresividad; eso sí, harto de tanta pregunta sobre su estado de forma, estalla: «Parece que he perdido en primera ronda. Dejémonos de problemas y busquemos jugar bien, jugar con alegría y jugar como yo sé, agresivo y con intensidad». «Me está faltando tranquilidad y la tengo que conseguir. Y lo voy a hacer», asegura elevando los decibelios al final de la frase. Decibelios de confianza, decibelios de convencimiento.
«Confío en subir con la exigencia; cuando me han exigido más, lo he dado». Aviso para navegantes sepultureros. Y qué mejor forma de espantar fantasmas que buscar las semifinales ante Robin Söderling, su único verdugo en París, el único tenista que se aproximó a la red sin felicitar a Nadal por su triunfo. Hace un año selló su título ante el sueco y ahora quiere que le enseñe el camino hacia la reedición.
Y lo encuentra. Por la vía rápida, sin dudas, ni siquiera en el desempate final, tan distinto a los jugados ante Isner hace solo ocho días. Una eternidad. «A veces, tienes que disfrutar del sufrimiento. Los mejores jugadores consiguen subir su nivel la mayoría de las veces porque, si no, no serían los mejores. Yo lo he conseguido», sentencia el número uno.
Abre la bolsa y empieza a vislumbrar el lanzacohetes. «He jugado a mi nivel bueno sobre tierra. He recuperado lo que, normalmente, es mío». Se asoma el bazoca. «Hoy he jugado bien, a muy buen nivel, pero me quedo con la actitud de todos los días, sin encontrar soluciones seguir pensando que las iba a encontrar». Se intuye el tanque.
La derecha ya gobierna. El revés ya no falla. El saque, sin potencia pero con control, ya cumple. Y Andy Murray, el eterno aspirante, se desespera. Nadal, que entregó dos sets a Isner en su debut, no ha concedido ninguno más en cinco partidos. «Si comparamos mi semifinal con los problemas que tenía hace una semana, todo es totalmente diferente». A punto de pelear por el trofeo, «Nadal ya se reconoce en el espejo», se lee en El País.
«No estaba jugando bien. Las cosas, por suerte, han cambiado». Por suerte, no. Por la vía criminal. Por esa cabeza privilegiada que forjó Rafael y disfruta Nadal. «Y ahora estamos aquí, en la final, que es todo para ganar. Ya, a olvidarse de la ansiedad, a olvidarse de los problemas, y a olvidarse de la presión de no querer perder. Ahora no, ahora juego para ganar».
Por cierto, séptima final consecutiva en 2011. «Está siendo un año fantástico. Lo único que hace que no parezca tan bueno es un jugador que lo está haciendo mejor que yo». Ese tenista es Novak Djokovic, que se enfrenta en la otra semifinal a Roger Federer. «El mejor jugador del mundo a día de hoy contra el mejor jugador de la historia. Yo, si fuera espectador, lo miraría», aconseja Rafa. Consejo certero.
El duelo no decepciona. Djokovic, invicto y en apariencia invencible, elige jugar de tú a tú a Federer. Nada de largos peloteos, mejor intercambiar pelotazos. Esquivar resistencia, escoger velocidad. Que no jueguen piernas y pulmones, que decidan las muñecas. Y ahí, en el terreno de la precisión, del tacto, del terciopelo, siempre gobierna el mismo artista. Roger dibuja una victoria digna de su mejor época, Novak dice adiós a una racha inmaculada de 43 triunfos.
Djokovic pierde, y Nadal respira, cómo negarlo. Él no cometerá el error del serbio. Nunca lo ha hecho, ni siquiera cuando se sabía superior a Federer en la final de 2008, la última vez que la Philippe Chatrier les cruzó. Nunca lo hará. «En lo único que puedo pensar es en aplicar mi juego a rajatabla y durante todo el tiempo que sea necesario».
Sabe a quién se enfrenta. «Un tipo que lleva dieciséis Grand Slams, que lleva mil años estando entre los dos mejores del mundo, el tipo que ha sido mejor jugador de la historia, el tipo que tiene todos los récords que él ha conseguido». Pero también posee algo que nadie más disfruta… La piedra filosofal, el santo grial: sabe cómo derrotarle una vez más, la enésima vez, pero nunca, nunca la última.
«Es la final que deseaba», susurra Federer, mientras otea el último muro por derribar. La muralla definitiva. No es lo mismo ganar en París sin Nadal, como en 2009, que frente a él. «Para que una final de Roland Garros sea verdaderamente especial, hace falta que Rafa la juegue». Y el helvético juega bien, muy bien de hecho, pero en los momentos decisivos se repite la historia interminable: Roger duda, Rafa decide.
Sucede con bola de set en el primer parcial, seguida por siete juegos consecutivos del mallorquín. Se repite en el desempate del segundo, en el que el suizo desaparece. Reaparecerá en el tercer set… para claudicar definitivamente cuando mueren sus tres bolas de break al inicio del cuarto. Enfrente, el de siempre.
Enfrente, Nadal, el mejor tenista que divisó jamás la tierra batida. No la pisa, la humilla. Enfrente, Rafael, «el jugador que más partidos gana jugando mal». ¿Por qué? ¿Cómo? «Si lo supiéramos, seguramente habría más de un Nadal. Si supiéramos cómo es capaz de cambiar la dinámica y llegar a su mejor nivel… Yo no lo sé. Supongo que es una calidad brutal y, sobre todo, una fuerza mental fuera de lo común», radiografía Pablo Andújar.
Donde otros fracasan, él triunfa. Donde otros se entregan, él se crece. «Los partidos en que uno juega mal y sigue ganando tienen mucho valor. Más valor que cuando uno gana jugando bien. Cuando uno juega bien, ya se da por supuesto que las cosas van a salir bien. En cambio, cuando uno juega mal, entra en juego la lucha, el espíritu de superación, la ilusión por la competición y por pelear hasta el final. Luchar, correr e intentar pasar el día como sea».
Fin a 15 días en los que París vio a su rey trabajar y sufrir como un lacayo. «No creo que todo el mundo esté capacitado para superar lo que yo he superado tras la primera semana». Ni para coronarse hexacampeón, a la altura del mayor mito que vislumbró jamás la Philippe Chatrier. «Federer hizo su mejor partido sobre tierra, pero no sirvió de nada. Nadal es asombroso, increíble. Los rivales deben pensar que se enfrentan a un monstruo. El tenis no puede ser mucho mejor. Pura clase», escribe Björn Borg en Expresen.
Fin a dos semanas en las que el capataz se vistió de peón, con un mantra interiorizado hace mucho tiempo: «Aquí, solo jugando a morir cada punto puedes llegar a algo. Yo fuerzo la máquina en cada pelota, porque esto no es un deporte para especular». «El auténtico Rafa es tanto el Rafa que gana y juega bien como el Rafa que sufre y no juega tan bien. Ambos Rafas son auténticos Rafas. Me entrené, me concentré y me motivé pensando que las cosas cambiarían». Y cambiaron.
Termina un Roland Garros escrito con letra de médico, sí, pero firmado con rúbrica de leyenda. «Para mí es algo muy especial igualar los seis títulos de Borg, por supuesto, pero para mí lo más importante es ganar Roland Garros. Es un honor poder decir que tengo tantas victorias aquí como Borg, pero la verdadera satisfacción viene de todo el trabajo que has hecho para llegar hasta aquí. Así que voy a seguir trabajando para estar aquí el próximo año e intentar jugar bien de nuevo».
Jugar bien de nuevo. O mal, pero siempre combatiendo. «Coño, hoy tengo una granada de mano y una pistola pequeña, y me voy a la guerra contra tíos que tienen tanques, bazocas, lanzacohetes… pero con esto voy a luchar hasta el final». Siempre compitiendo. «Es como si hubiese plan A, plan B… y al final, plan C. Este último es la vía criminal. Me voy a dejar la vida y voy a ganar». Siempre superándose. «Aceptar, caer y levantarse».
Lo ganó el 5 de junio de 2011,
pero todo empezó mucho antes…
Rafael crecía más rápido que el resto de los compañeros de su generación. Su tenis maduraba a la misma velocidad que su cabeza. Aunque aún guardaba la inocencia de un niño ilusionado con adentrarse en los rincones de fantasía de Eurodisney, no perdía la perspectiva de cuál era la arista que soportaba su futuro: la raqueta. Después de su estancia durante una semana en el parque temático de París, en julio de 2002 viajó hasta Gandía para retomar la competición y reintegrarse en el grupo de la Escuela Balear del Deporte, a las órdenes de Toni Colom.
Su ausencia en el circuito le había impedido participar en el Future de Elche, aunque aún conservaba en la retina su primer éxito en Alicante.
—Colombo, ¿quién ganó la semana pasada?
—¿En Elche? Iván Esquerdo.
—Genial. ¿Está aquí, verdad?
—Sí, está inscrito.
—Me gustaría entrenar con él.
Ni un detalle sin atar. Rafael no dejaba que se le escapara absolutamente nada. Necesitaba recuperar las mismas sensaciones que le permitieron levantar su primer título dos semanas antes y para ello sabía que era imprescindible medirse ante el jugador más en forma en aquellos momentos. «Nadal solía preguntar quién había ganado el torneo de la semana anterior para poder entrenar con él. Toni Colom se acercó, hablaron conmigo y entrenamos juntos. Rafa sabía que el que ganaba estaba con ritmo y quería pelotear con él», recuerda Esquerdo.
Reactivar las articulaciones, conectar la cabeza y desbloquear la muñeca eran los principales propósitos que perseguía en aquellos intercambios, tras unos días de desconexión familiar. Después de veinte minutos de peloteo, Nadal se dirigió a su entrenador:
—Pregúntale si quiere jugar un set.
—Hombre, Rafa, piensa que viene de jugar la final y no sé si querrá jugar un set…
—Necesito jugar con él, Colombo.
—Vale, vale. Le pregunto.
Esquerdo aceptó. Los dos mantenían su servicio hasta el noveno juego de aquel duelo amistoso, en el que Nadal acabó rompiendo el saque para ganar 6-4. «Colombo, ya estoy preparado para hacer un buen resultado esta semana». Fue la confesión de Rafael nada más despedirse de su compañero de entrenamiento, que aún conserva en la memoria el reto que cruzaron después de aquel intercambio: «Hemos ganado un torneo cada uno. Tú, Rafa, en Alicante; y yo, en Elche. A ver quién gana esta semana y deshace el empate».
Pero la apuesta tuvo que prolongarse. Tanto Nadal como Esquerdo cedieron en las semifinales de Gandía. El manacorense, que había encadenado ocho victorias consecutivas en el circuito de Futures por primera vez en su carrera, se medía al marroquí Mounir El Aarej en la antesala de la final. Dominaba 7-6 y 2-1 el marcador, pero no cerró el partido. «Fue una derrota inesperada. Parecía que tenía la posibilidad de encarar una nueva final, pero el partido se torció. Aunque el resultado no dejaba de ser sorprendente, porque Rafa llegaba sin haber entrenado, después de las vacaciones en París», observaba desde la grada su tutor.
Precisamente Toni Colom estaba a punto de confirmar que en sus manos tenía, en préstamo, a un jugador diferente. Aún decepcionado por el varapalo, Rafael hizo un gesto a su entrenador. Debía acompañarlo al vestuario. «Cuando alguien pierde un partido, no tiene ganas de hablar sobre ello. Pero Rafa, después de perder, él mismo me pidió que le acompañara a la caseta. Allí quiso analizar por qué se le había escapado el partido, dónde se había podido despistar, qué fue lo que no pudo controlar del rival, si el otro jugó mejor… La mayoría de jugadores cuando pierden tienen la cabeza bloqueada».
En aquel vestuario se firmó con sangre un pacto. En la siguiente prueba, con cita en Vigo, trataría de demostrar que lo de Alicante no había sido un oasis en el desierto. La tierra batida gallega debía ser el punto de inflexión definitivo para proclamar a los cuatro vientos que aquella raqueta procedente de Mallorca no tenía límites. Empezaba a grabarse a fuego una frase que repetiría hasta la saciedad en los años posteriores: «Aceptar, caer y levantarse». Filosofía Nadal.
Aunque el rostro de Rafael aún no podía esconder su inocencia pueril, el aura de Nadal poco a poco comenzaba a tomar todos los componentes que le definirían en el futuro: ducha de agua fría previa al partido, ánimos constantes antes de saltar a la pista, botellas perfectamente alineadas a los pies de la silla, pasar por la red después que su rival en los cambios, prohibido pisar las líneas… todos los hábitos y rutinas que distinguirían al campeón años más tarde en los grandes escenarios del circuito.
Quince días después de aquella conversación en el vestuario de Gandía, Rafael preparó la maleta para desplazarse rumbo a Vigo. En el Club de Campo de la ciudad gallega, estaba fijado su próximo objetivo. Colgaba el cartel de octavo cabeza de serie y el día del estreno estaba reservado ante un rival procedente de la fase previa, el portugués Pedro-Leao Saraiva. Ganó fácil. Solo en cuartos de final sufrió algo más de lo previsto hasta arribar a una nueva final. Marc Fornell, Solon Peppas y Lamine Ouahab completaron los peldaños hasta la última ronda.
El sábado 17 de agosto de 2002 una fina lluvia despertó el norte de España. Mientras Rafael preparaba cada detalle para saltar a la pista en su segunda final en un Future frente al argentino Antonio Pastorino, cuatro años mayor que él, el manto de cenizas se asentó en el cielo de Vigo. Recién entrada la tarde, Nadal arrancó la batalla sobre la arcilla aún húmeda del club gallego. Los colores grisáceos del decorado sintonizaban con el nivel de juego de Nadal. Su raqueta no desprendía los golpes de siempre y su tenis estaba lejos del de los días anteriores. La ausencia de sensaciones se tradujo en el resultado de la primera manga: 4-6.
La lúgubre idea de dejar escapar el título le conectó al partido. En su cabeza volvieron a sonar aquellas palabras que había interiorizado en sus genes: «Aceptar, caer y levantarse». Agarrado a la tierra batida, estiró el segundo set hasta el tie-break e incluso tuvo que salvar una bola de partido en contra. El encuentro se había trasladado a la batalla física. A la guerra de desgaste. Al todo o nada. Nadal cerró el puño. El parcial era suyo después de un desempate a vida o muerte. Sin tiempo para más, la noche sorprendió a los protagonistas y el partido quedó aplazado para el día siguiente.
Los pronósticos meteorológicos no eran más optimistas que la mañana anterior. De nuevo, las gotas empaparon las ventanas de su habitación. No era una situación habitual. Un solo set decidiría aquel domingo si sería capaz de confirmar su crecimiento con un nuevo trofeo. Antes de la reanudación de la final, programada para la tarde, Rafael se acercó a la playa de O Vao, a solo unos metros del club, para dar un paseo y repasar las últimas pinceladas antes de saltar de nuevo a la pista.
«Yo, sin haber sido jugador, he notado que chicos de entre veinte o veintidós años podían cuestionar cualquier tipo de ayuda que quisiera aportar, pero con Rafa no era así», se confiesa Toni Colom. «Él, que tenía más experiencia que yo, llevaba años compitiendo y en el entorno de una familia deportista, mostraba una actitud de escuchar al máximo lo que desde fuera se le dijese. Este perfil dócil no es nada habitual en un deportista. Sorprendía que siendo el mejor de su edad e incluso mejor que gente mayor, él seguía prestando mucha atención a cualquier tipo de consejo o ayuda externa».
Dócil, pero inquieto. Cuando no llevaban más de quince minutos intercambiando opiniones, Rafael observó algo a lo lejos que llamó su atención. Era un conjunto de rocas. De repente, lanzó una apuesta a su acompañante de ruta:
—Colombo, ¿ves aquella piedra de allí?
—Sí, ¿qué pasa?
—Si la levanto y hay un cangrejo, gano el partido.
Sin dar tiempo a su interlocutor para responder, emprendió la carrera hacia la zona rocosa para destapar su pronóstico. «Aunque parezca increíble, había un cangrejo debajo de aquella piedra. ¿Cómo podía estar tan seguro? La verdad es que yo no entendía nada. Rafa siempre ha sido un amante del mar y de todo el entorno marino, pero me sorprendía la seguridad que demostraba en ciertos aspectos, la misma que luego me transmitía en la pista».
Solo era una simple anécdota. Una muestra de que tenía un don especial, la seguridad y autoconfianza necesarias para forjar una carrera deportiva de éxito. Pero antes debía superar un último parcial frente a Pastorino. Resolver la deuda pendiente. El juicio final. Nadal saltó a la pista con la agresividad del primer set y la capacidad competitiva del segundo. Asfixió a su rival y aprovechó la única oportunidad que se abrió en el parcial. Un break fue suficiente para cerrar el partido. 6-4.
Había ganado la batalla. Contra Pastorino, contra el tiempo y contra sí mismo. Casualidad o no, aquel cangrejo de O Vao había presagiado el fin de una guerra ganada. La metáfora de un corazón de guerrero. «De pequeño, a Rafa le caracterizaba no dar nada por imposible y creer que podía ganar a cualquiera», sentencia Colom. Rafael volvió a hacerlo. Descodificó su propio genoma: «Aceptar, caer y levantarse». Filosofía Nadal.