Capítulo XIV

ROLAND GARROS 2014
¿Debemos cambiar Roland Garros por Nadal Garros?

«Rafa ha ido superando todas las adversidades. Dominó al mejor jugador de la historia en su mejor momento. Luego le tocó superar a un Djokovic impresionante y también encontró la solución. Ahora está luchando contra sí mismo.»

CARLOS MOYÁ

«Aquí estoy de nuevo habiendo ganado algo que… que se dice pronto, pero que lo he ganado nueve veces. Y ganarlo nueve veces durante la carrera de un tenista es no fallar casi nunca. Porque nueve veces son… son muchas». Turno para una última pregunta. Idéntica. Insistente. «¿Qué significa para vos Roland Garros y haberlo ganado nueve veces, algo que nunca hizo ningún tenista en ningún Grand Slam?». Y una última respuesta. «Para mí es el premio a la entrega y al trabajo de toda una carrera. Y haberlo conseguido nueve veces significa que lo he deseado mucho. Cuando uno desea mucho una cosa, uno busca soluciones y se emplea a fondo para intentar conseguir, por un camino u otro, llegar al objetivo».

Por un camino u otro, aunque la senda esté llena de piedras, maleza y cuestas, a Rafael siempre le quedará París, ese balneario donde curar las penas del corazón y recuperar la sonrisa del alma. «Es puro Rafa. Cuando crees que las adversidades van a poder con él, casi siempre en forma de lesiones, vuelve. Fue una lástima la lesión que tuvo en Australia, le descolocó mucho y le hundió bastante», cuenta Carlos Moyá. «Después de Australia he pasado unos momentos complicados, como todos los pasamos. Al final, cada uno vive sus miedos, sus dudas, y el de Australia fue un momento complicado para mí», admite Nadal.

Melbourne aguarda el decimocuarto gran título de Rafa. Todo está preparado, y su rival en la gran final, Stan Wawrinka, apunta a simple telonero: doce duelos entre ambos, todos para el español; veintiséis sets jugados, ninguno para el suizo. Pero el tenis de Wawrinka y la espalda de Nadal no entienden de estadísticas ni pronósticos. «Perdí, no sé si hubiera ganado, pero lo que pasó es que no pude ni competir en un partido que me hacía mucha ilusión».

Tanta ilusión que la cabeza se resiente. «Me he quedado un poquito parado durante estos meses. Me faltaba la energía interior con la que acostumbro a jugar durante toda mi carrera. Esa intensidad, esa ilusión, esa fuerza interior». Incluso la rumorología atribuye un miedo a Rafael que da pavor a todo aficionado: no volver a ganar un Grand Slam.

«No me dijo nada, pero puede ser. En momentos de frustración puedes llegar a pensar eso. El tenis es un deporte jodido, porque cuando entras en una dinámica perdedora y de lesiones, lo ves todo chungo. Después de lo de Australia le ha costado confiar en su cuerpo de nuevo como lo hacía antes. Al ser una lesión diferente, en la espalda, y luego la muñeca o la apendicitis, también nuevas, ya no son solo la rodilla y el pie de los que tiene que estar pendiente», opina Moyá. Buen momento para cambiar algunas costumbres y reforzar otras…

Tocaba decir adiós a los dulces: «He intentado cuidarme, hacer las cosas mejor de lo que he hecho en mi vida en cuanto a alimentación. He dejado todos los desastres que hacía habitualmente con chocolates, panecillos, aceitunas…». La confesión de Nadal se produce entre risas, consciente de que Rafael sufrirá sin «esas cosas que sabes que no son buenas para tu cuerpo, pero te hacen feliz».

Atrás quedan los croissants de chocolate antes de una final importante o las paneras que se vacían por arte de gula. «En Brno, cuando debutó en la Copa Davis, el tío se cogió una botella de medio litro de Coca-Cola y una tableta de chocolate después de un entrenamiento y te juro por mi vida que en cuatro bocados se la comió entera», cuenta Xavi Segura, encordador del equipo español. «En aquella época podía comerse dos o tres solomillos. Luego subíamos a jugar a la consola y pedía una pizza. Lo que comía ese chaval era increíble».

Sus aventuras gastronómicas le llevaron incluso al hospital en una fecha muy señalada, para desasosiego de su abuela Isabel. «El día que hizo la primera Comunión tuvo un cólico tremendo. Yo tenía la despensa abajo y siempre había muchas aceitunas para invitar a todo el mundo a tomar un vermut. Y ese día Rafelet me cogió un bote y se lo terminó. Entero. No dejó nada. Nos dio un susto enorme».

Y tocaba decir hola, de nuevo y como siempre, al trabajo, el compañero de viaje ideal cuando los resultados no acompañan. Sirva como ejemplo una charla con Fernando Vicente, exjugador y actual entrenador de Marcel Granollers, antes de coronarse en Río de Janeiro:

—Tú, en cada torneo, ya sabes a qué hora juegas.

—Sí, más o menos.

—Vas al Godó y ya sabes que juegas el miércoles, cuarto partido de la pista central.

—Sí, eso sí.

—Con llegar el lunes vas sobrado.

—Sí, pero si puedo llegar el domingo o, incluso, un día antes, mucho mejor.

—¿Para qué?

—Si el examen lo repaso un día más, seguro que me sale mejor.

«Es increíble lo profesional y calculador que es, la cabeza que tiene», sentencia Vicente. Trabajo, trabajo, trabajo y, después, más trabajo. Rafael no conoce otra receta para que Nadal vuelva a sonreír. «Si no mejoras, estás muerto». Para que vuelva a disfrutar. A ganar. Llega Roland Garros y se sabe que su cuerpo está dañado. Se supone, también, que su mente vuelve a estar carcomida.

Por primera vez en toda su carrera enlaza dos torneos de tierra batida (Montecarlo y Barcelona) sin llegar a la final, y Novak Djokovic le arrebata Miami y Roma. Van cuatro derrotas consecutivas ante el serbio. Los fantasmas de 2011 aúllan, pero Nadal ni siquiera los oye. Ni él, ni Aurélien, su chófer talismán. Joven, pero la calvicie amenaza. Francés, pero el acento es inexistente cuando habla español. «Lleva siete años con Nadal y toda su familia. Rafa le quiere mucho y confía en él», cuenta un pasajero habitual.

Aurélien trabaja en diversos eventos a lo largo del año, pero cuando asoma Roland Garros, su vida gira en torno a la familia Nadal. «Son encantadores. Todos gente muy normal». Dedicación exclusiva: del aeropuerto al hotel, del torneo al restaurante. Lo que necesiten y cuando lo necesiten, un privilegio exclusivo de Rafa Nadal, Novak Djokovic, Roger Federer y Serena Williams. «El resto de jugadores tienen que esperar a que uno de los 150 coches esté libre. Los primeros días de qualy son una locura», explica el encargado de organizar el complejo sistema de transporte.

«Algunos son conductores profesionales, pero la mayoría son médicos, policías y, sobre todo, estudiantes». Los requisitos para optar al puesto son muy claros: un exigente test de conducir, conocer París a la perfección y hablar francés e inglés. «Y últimamente español». La hegemonía hispana en el torneo también afecta al transporte oficial.

Desde 2007, Aurélien trabaja sesenta horas a la semana, doce por jornada salvo en sus dos días libres. Su horario laboral siempre depende de las necesidades de Rafael y con el paso de los años se ha creado una leyenda. Urbana, sí, pero esta vez cierta: si Aurélien le conduce rumbo a Roland Garros, Nadal gana. Cuarenta y cinco veces se ha cumplido la secuencia, sin fallo… de los cuarenta y seis duelos que disputó Rafa. «El día que jugó contra Söderling en 2009 no trabajé. Es el único partido suyo que me he perdido en los últimos siete años». Lo dicho, el chófer talismán.

Aurélien conduce y Ginepri, Thiem, Mayer y Lajovic se desploman sin entrar en contienda. Nadal está en cuartos de final y todos los conductores del torneo entonan, por radio, el Cumpleaños feliz en francés. Es 3 de junio y Rafael cumple veintiocho años: «Merci beaucoup», agradece, mientras Aurélien sonríe a su lado, dónde si no.

Ferrer y Murray apenas plantean alguna escaramuza rumbo a la final. La gran final. «Delante tiene a un jugador como Djokovic, que es de los mejores de todos los tiempos y con el que ha perdido los últimos cuatro partidos, y eso hace que parezca todavía más difícil». Francis Roig sabe que ha llegado el momento de la verdad. El combate decisivo. La batalla definitiva.

Si vis pacem, para bellum, recitaban los romanos en plena conquista imperial. «Si quieres la paz, prepárate para la guerra.» Y en París ya no hay lugar para el armisticio: nadie, en toda la historia del tenis, se ha retado tantas veces. Djokovic quiere, por fin, completar el Grand Slam; Nadal le recuerda, por fortuna, que ya le alejó del póquer de grandes en 2012 y 2013. «Cada vez estoy más cerca. Sé lo que tengo que hacer para ganar. No es invencible», reta Novak.

¿Y Aurélien? Aurélien acerca a Rafael hasta la Philippe Chatrier. Su parte del trabajo, el transporte y la superstición, está hecha. Turno para bromear con Françoise, el chófer de la familia Djokovic. ¿Quién gana hoy? «Rafa, por supuesto», responde de inmediato Aurélien, ayudado porque Françoise, que no habla español, ni siquiera ha entendido la pregunta. Así que sonríe y vuelve a entrar en el coche. En su refugio. En la sala de estar de los Nadal en París. Va en busca de una televisión convencido de su pronóstico: no en vano, es la profecía de un chófer talismán.

El partido, en cambio, amaga con destrozar amuletos. Novak se lleva el primer set, 3-6, y Rafa reacciona en el segundo, 7-5. «¡Y ahí está! Durante una hora y 44 minutos Nadal ha estado por debajo de Djokovic. Pero de alguna manera, como solo él sabe, ha dado la vuelta al partido», brama el comentarista de Eurosport International. Nadie, nunca, jamás, ha remontado a Djokovic una final, ni siquiera en su época de Futures y Challengers. Pero el serbio empieza a oír, en el fondo de su mente, esa verdad universal: «Siempre hay una primera vez para todo, Nole».

También para ver a estos dos monstruos de la raqueta exhaustos en menos de dos horas. Ambos, casi a la vez, se derrumban. Calor húmedo que sucede a dos semanas de frío intenso, la explicación. «En el primer golpe de calor el cuerpo se resiente. Si hubiese hecho ese calor los quince días de torneo, no pasaría. No es normal que estos dos jugadores estén tan cansados al cabo de hora y media. Por eso no se vio un partido de tanta calidad, pero sí muy emocionante», rememora Francis Roig.

«¿Has visto a Nadal? ¿Le habías visto hacer eso alguna vez?», se cuestionan en Eurosport cuando Rafa acepta un saque directo de Djokovic sin ni siquiera intentar restarlo. ¿Será la espalda? ¿Otra vez la rodilla? Las cabinas de prensa son un hervidero en busca de respuestas. Jadeos inconsolables, flexiones en busca de resuello, sudores inmunes a la toalla, calambres por doquier… ¡pero 6-2 para Nadal!

Un set más. ¿Solo uno? Todavía otro. Punto importante para el 4-4 y en la celebración, al cerrar el puño como tantas otras veces, la pierna derecha de Rafael falla y ni siquiera sujeta el peso de su cuerpo. El colapso pide paso. «En ese juego estaba muy al límite. Si lo ganaba, todo pintaba bastante bien. Pero si lo perdía y se ponía 4-5 y saque de Novak… En un quinto set hubiese sido prácticamente imposible. En ese juego estaba el partido», revive Roig, y su voz aún tiembla.

«El 70 por ciento de los movimientos los puede hacer cualquier jugador competente. Otro 25%, cualquier gran maestro. Ese último 5%, o el 1% que se juega bajo presión, eso, es ajedrez de competición». Garri Kaspárov, quince años en la élite, inamovible, define así el momento de la verdad en su deporte. Dientes apretados y agallas expuestas. Alma y corazón. 5-4.

Match point. Rafael se golpea el pecho con el puño y mira a su palco. «En el punto de partido sentí unas ganas de llorar… Casi nunca me ha pasado y me tuve que aguantar. Impresionaba la emoción que se respiraba y ver lo que sufría», responde Francis. El público parisino hace la ola y justo cuando el serbio saca para seguir vivo, grita: «¡Hala Madrid!». Doble falta y enfado justificado.

Por tercera vez, Djokovic entrega un duelo a Nadal con ese doble error y por tercera vez se despide del sueño del Grand Slam completo: Melbourne, Londres y Nueva York, conquistadas; París, esquiva. «Lo siento mucho, Novak. Eres el mayor reto de mi carrera», acierta a articular el español. «Ha sido un partido increíble. Felicito a Nadal por su noveno Roland Garros. Después de tantas emociones y de darlo todo, Rafa ha sido mejor», concede su némesis balcánica.

Dolor, sufrimiento, penalidades… Victoria. Rodillas al suelo y lágrimas. Mirada al cielo y más lágrimas. «Hoy el tenis me devuelve un poco lo que me quitó en Melbourne. Las ganas de sufrir y las ganas de competir me han llevado a conseguirlo». Rafael vuelve a su rutina: escala hacia el palco donde espera su equipo y busca a Toni Nadal. Sin embargo, algo cambia: abrazo eterno, boca tapada y confesión secreta entre el campeón y su entrenador. Entre el moribundo y el confesor: «Estoy fatal. Llama a una ambulancia. Que me pongan suero o algo». Es el peaje de una guerra sin cuartel en pos de la eternidad.

Nunca tan extenuado. «Ha sido la final de Roland Garros en la que más he sufrido físicamente. Me sentía muy cansado, vacío». Nunca con un destino tan oscuro a la vuelta de otro parcial. «No sé qué hubiera pasado en un quinto set. Supongo que habría intentado sacar fuerzas de cualquier lado, pero estaba realmente mal, muy al límite». Son las explicaciones de Nadal justo antes de sufrir un mareo en plena rueda de prensa. «Hace mucho calor aquí. Necesito salir», implora Rafael.

«Cada año es más difícil, mucho más difícil, y saboreas más cada triunfo», respira, aliviada, su madre Ana María. Al tiempo, París acuna y mima a su rey. Las leyendas de la raqueta, también. Catorce grandes, uno al menos durante diez años. Nueve en el mismo escenario, una gesta que el tenis nunca vio y, quizá, jamás verá de nuevo. Hazaña digna de elogio. «Nadal es el mejor tenista sobre tierra batida que jamás ha jugado en este planeta», reconoce el otrora monarca, ahora súbdito: Björn Borg.

«Hay que pedir permiso a Rafa para entrar en Roland Garros. Tiene una capacidad sobrehumana y es una figura carismática, feliz, sencilla… Al menos no le tuve delante. Nació un poquito después», sonríe Guga Kuerten, tricampeón en París. «Es una bestia. Si Nadal no se lesiona, llegará a los dieciocho Grand Slams», intuye Pete Sampras, igualado ya su palmarés (catorce coronas) y asumida la derrota que está por llegar.

Una década completa en lo más alto, donde nadie se mantuvo. «Es evidente que ser capaz de ganar diez años seguidos un Grand Slam implica que durante muchos años he conseguido estar mentalmente al máximo durante muchos meses. Al final, yo no soy un jugador que gane por inspiración una semana. Soy un jugador que para ganar necesita un trabajo diario durante muchas semanas. ¿Qué significa ganar para mí? Ganar este torneo es igual a esfuerzo, a trabajo, a superación». Filosofía Nadal, aprendida y aprehendida.

Novena Copa de los Mosqueteros, lo que nadie soñó. «Nadal se eleva a la novena nube», se lee en el portal oficial de Roland Garros. Se equivocan. Hace tiempo que se aventuró hacia el más allá. En 2012 pisó la Luna de los siete grandes idénticos. Territorio exótico, pero ya descubierto por el ser humano. En 2013 se atrevió con Marte y levantó el octavo. Nunca visto en tres siglos de tenis. Hoy, en 2014, se ha colado en Júpiter para recoger el noveno. Irreal, irrepetible. ¿Alguien osa afirmar que en 2015 no paseará por Saturno?

Pase lo que pase. Cueste lo que cueste. «Rafa ha ido superando todas las adversidades. Superó al mejor jugador de la historia en su mejor momento. Luego le tocó superar a un Djokovic impresionante y también encontró la solución. Ahora está luchando contra sí mismo», auguraba Moyá durante el Mutua Madrid Open. Apenas un mes después, Rafael también se ha ganado a sí mismo: a su cuerpo dañado y a su mente carcomida.

«¿Debemos cambiar el nombre de Roland Garros por Nadal Garros?», pregunta la prensa internacional. «El nombre está genial así: Roland Garros. No necesitamos cambiar nada», responde Rafael entre risas, mientras Nadal se asoma a la ventana, mira a las estrellas y observa, a lo (no tan) lejos, los siete anillos de Saturno. Hasta pronto.

Postdata: Salgan a la calle, asómense también al espacio y prueben a buscar un asteroide ubicado precisamente entre Marte y Júpiter, ambos conquistados. Tiene cuatro kilómetros de diámetro y viaja a una velocidad de 20.000 metros por segundo. Es el asteroide 128036 y responde al nombre de «Rafael Nadal». ¿No se lo creen? Pregunten en la Unión Astronómica Internacional.

Lo ganó el 8 de junio de 2014,
pero todo empezó mucho antes…

Un cartel de lujo. El 17 de septiembre de 2001, el Real Club de Tenis Betis reunió a muchos de los grandes talentos de la generación de raquetas nacidas en los primeros años de la década de los 80. David Ferrer, Feliciano López, Fernando Verdasco o Marc López eran algunos de los nombres más prometedores de aquella hornada de tenistas que estaba llamada a irrumpir más pronto que tarde entre los cien mejores del mundo en los primeros compases del siglo XXI.

Una de las cuatro invitaciones concedidas por la organización del Challenger Copa Sevilla estaba reservada para Rafa Nadal, aquel niño de quince años, aún sin ránking ATP, del que se hablaban maravillas. En los vestuarios del propio club andaluz había pocos jugadores que no supiesen quién era el de Manacor. Los rumores sobre su potencial se extendían mientras se dejaba ver cada vez con más frecuencia compitiendo entre profesionales.

Su juego era como un canto de sirenas. Los que habían contemplado, al menos una vez, un intercambio de Nadal caían rendidos a sus encantos: velocidad de bola, carácter, personalidad y una actitud poco común en un niño de su edad. «Se veía claro que estaba hecho para jugar al tenis», recuerda años más tarde uno de sus mejores amigos del circuito, Marc López. Nadie dudaba que era un jugador con un don especial, pero lo que pocos imaginaban es lo que estaba a punto de ocurrir sobre la tierra batida sevillana.

Entre los pasillos del club, se paseaban dos jugadores que coincidieron una semana antes en el Future de Madrid, donde Rafa había puesto contra las cuerdas a Guillermo Platel, desperdiciando 13 bolas de partido: Joaquín Muñoz e Israel Matos, precisamente, su primer rival sobre el albero de Sevilla. Congregado en una mesa con algunos de sus compañeros y rivales, escuchó la pregunta habitual antes de que arrancase cualquier torneo:

—¿A ti con quién te ha tocado?

—Con el wildcard este... Rafa Nadal.

—¡Ah, bueno! Ese chavalito lo hace bien, pero es muy joven.

—No sé, ¿eh? Lo vi jugar la semana pasada y me quedé con la mosca. Tiene buena actitud en la pista.

A pesar de los cuatro años de diferencia, Matos permanecía alerta: «Había oído que existía un chico español que lo estaba haciendo muy bien y que despuntaba. Pero, como él, siempre ha habido gente. Aun así te llegan cosas y te quedas con ellas». Y por si fuera poco, el recuerdo de Madrid estaba aún muy presente: «Platel era mi compañero de entrenamientos y vi su partido. Rafa iba perdiendo cada match point que se le presentaba, pero mantenía la actitud, el saber estar dentro de la pista y en ningún momento se vino abajo. Eso te hace pensar que a ese tío hay que seguirlo, porque apunta maneras».

Mientras Matos llegaba rodado sobre tierra batida, con varios partidos en las piernas después de superar la fase previa, Nadal trataba de borrar de la memoria cada una de las bolas de partido que se esfumaron unos días antes en la pista rápida madrileña. «A pesar de que Rafa no tenía ninguna presión por ganar este tipo de partidos debido a su edad, era importante que lograra pasar página ante una situación que se le podía atragantar. Si se presentaba la oportunidad, sería un alivio que fuese capaz de cerrarlo esta vez», pensaba entonces Toni Colom.

Uno, con el temor de perder ante un niño; otro, con el de dejar escapar una nueva ocasión para sumar su primer punto ATP. Matos y Nadal se citaron sobre la arcilla andaluza para abrir la primera ronda de la Copa Sevilla, antes de que el sol abrasara el albero y el húmedo calor del sur de España asfixiara a los contendientes. Sin apenas público en la grada, el partido se desperezó con un break de Rafa.

«Solo era el primer juego y me rompió el saque. ¿Sabes ese gesto tan característico de levantar el puño y la rodilla? Me miró a la cara y me lo hizo». Un sentimiento, mezcla de rabia y sorpresa, recorrió a Israel: «¿Será descarado este tío?», pensó. Una mirada penetrante bastó para transmitirle su resquemor: «Este enano me rompe el saque en el primer juego y… ¡me hace esto!».

Pero el cruce de miradas no intimidó a Rafael. «Me lo hizo luego un par de veces más. Me sorprendió su descaro. ¡Acababa de aparecer en el circuito! Cuando yo empezaba a jugar las previas de Futures y Challengers contra gente mayor, entraba a la pista con respeto y con un poquito más de cuidado. Rafa, no. Desde el inicio se tomaba el partido como una batalla. Cada punto era eterno». Y entre derechas y restos ganadores, sudor y celebraciones, Nadal se apuntó la primera manga por 6-4.

«Desde el punto inicial jugaba con una intensidad fuera de lo normal», contemplaba desde un rincón de la pista Marc López. Dentro del cuadrilátero, Matos recuerda aún cómo el ciclón que tenía delante acabó superándole con otro 6-4 en el segundo set: «Su tenis progresó para ser más agresivo, pero en sus comienzos Nadal ganaba los puntos porque asfixiaba a los rivales. Metía diez o doce pelotas, aguantaba y apretaba, mientras que el rival no podía más y acababa cediendo. En sus inicios era así».

En otro partido agotador, Nadal ahogó a su rival como todos sabían y pocos eran capaces de contrarrestar: «El partido fue muy duro. Jugué bien, pero Rafa en esa época corría muchísimo. Se movía muy bien, hacía jugar al rival todos los puntos y no regalaba nada. Además poseía un gran carácter y una imagen ganadora. Tenía quince años y parecía un tío de veinte. La sensación que transmitía era que llevaba más años dentro de la pista de los que en realidad acumulaba. Perdí pero, desde aquel momento, estaba convencido de que ese chico que tenía delante iba a dar que hablar».

—Felicidades, chaval.

—Gracias.

—Me ha sorprendido cómo juegas...

Aunque disgustado, Matos salió de la pista aceptando que no había sido una derrota más: «Lo felicité como a poca gente después de perder». Liberado, Nadal se hizo con la primera victoria de su carrera y aseguró, al menos, cinco puntos ATP en su casillero. El lunes siguiente aparecería su nombre en el ránking mundial. El sueño cumplido de un adolescente.

«Ganar a Isra Matos nos sorprendió, porque un chico de quince años era capaz de derrotar a un jugador que estaba bien clasificado en el ránking y porque había ganado cinco puntos de golpe en un Challenger, pero a la vez nos dejó una sensación de alivio, porque no se le atragantó el aprender a cerrar los partidos», apuntan desde su equipo.

El derrotado aquella mañana en Sevilla no era el único que conservaba ese pálpito premonitorio. Juan Carlos Ferrero, compañero de Matos en su Academia de Villena, también confesaría su convencimiento de que aquel niño que comenzaba a despuntar podía continuar el mismo legado que el propio valenciano sembraría durante aquellos años, escalando hasta el número uno de la ATP:

—Isra, te diré algo sobre este chico.

—¿Qué te parece?

—Yo lo he visto jugar y me sorprende mucho.

—¿Lo ves tan bueno, Juanqui?

—Tiene carácter, personalidad y mentalidad luchadora.

—¿Crees que estará arriba?

—Hombre, siempre con cautela, pero si sigue así y no hay nada que entorpezca su camino, será un grande del tenis. Seguro.

Se une a la loa Marc López: «Nunca vi nada igual», sorprendido por el estreno profesional de Nadal desde su condición de primer cabeza de serie en el torneo andaluz. «Todo lo hacía al máximo. Iba a verle jugar y desde el primer punto levantaba el puño y se animaba. Eso es lo que más me impactó de él: las ganas que tenía y la máxima intensidad desde el primer momento. Normalmente la gente cuando empieza el partido lo hace un poco frío, pero él no. Empezaba a tope desde el inicio y así le fue».

El camino de Nadal en la Copa Sevilla terminó en segunda ronda. El futuro campeón del torneo, Stefano Galvani, sería su verdugo. Eso sí, Rafa sería el único capaz de arrebatarle un set al italiano, y, desde aquel momento, Marc apreció una condición que sería inherente a su carrera: «Como deportista es muy difícil ser mejor que él. Vive para lo que hace. Desde que lo conozco es alguien que se despierta para ser mejor: trabaja, hace físico, se cuida… Su capacidad de superación es elevadísima. Recuerdo que en Sevilla, en 2001, su saque era muy malo, pero lo mejoró. El revés no era del todo bueno e hizo lo mismo. En la red, igual. No se conforma con nada. Otro pensaría que haber conseguido tanto ya es suficiente, pero Rafa no. Él intenta ser mejor cada día».

Los años compartidos en el circuito estrecharon sus vínculos: «Conectamos desde el primer momento, y hasta ahora. De hecho fuimos compañeros de habitación en varios torneos. Ha pasado mucho tiempo y estoy muy orgulloso de cómo le ha ido todo. Como gran amigo suyo, pienso que se lo merece». Trece años más tarde, Marc y Rafael volvieron a encontrarse. Ellos, y David Ferrer, Feliciano López y Fernando Verdasco. Todos, de nuevo, compartieron cartel, solo que esta vez se trataba de Roland Garros 2014.

Allí, en París, Nadal rubricó su última gran victoria. Años antes, en Sevilla, la primera. Ahora, catorce Grand Slams decoran ya su vitrina de platino y las cosas han cambiado… Bueno, no todas. El descaro de aquel niño que abrazó su primer punto ATP se mantiene en el hombre que abraza su novena Copa de los Mosqueteros. Aún conserva el mismo semblante, la misma mirada y el mismo carácter. La armadura del campeón, la del eterno Rafael Nadal.