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EL SEXO

DESDE UN PUNTO DE VISTA CIENTÍFICO, ¿EH?

 

A finales de los años sesenta, el doctor William Masters y la doctora Virginia Johnson realizaron los primeros estudios sobre sexualidad humana aplicando el método científico.

Su investigación fue tan revolucionaria que cambió la forma como se contemplaba el sexo en general y la sexualidad femenina en particular.

ImagenTanto es así que los norteamericanos han hecho una serie de televisión sobre sus relaciones y métodos científicos. Se titula Masters of Sex y lleva ya unas cuantas temporadas en antena.

El doctor Masters y la doctora Johnson se tomaron muy en serio lo del estudio de la sexualidad humana. Bajo su vigilancia, las voluntarias y los voluntarios se masturbaban o hacían el amor los unos con los otros, llenos de electrodos y sensores por todo el cuerpo (y cuando digo por todo el cuerpo quiero decir por todo el cuerpo) que registraban los cambios en el ritmo cardíaco, la tensión arterial, la temperatura corporal, la sudoración… Vamos, como el polígrafo de Telecinco pero con una misión mucho más elevada.

Desde entonces, la ciencia no ha dejado de analizar con gran curiosidad el comportamiento sexual de hombres y mujeres, lo que ha generado toda una serie de estudios que en ocasiones nos pueden resultar un poco chocantes.

Imagen—Interesante. ¿Por dónde empezamos?

Empezaremos como en la vida real, por el beso.

—Me parece bien.

Los labios humanos se diferencian de los de la mayoría de los animales en que son evertidos, que significa carnosos y vueltos de dentro hacia fuera. Eso ha comportado una predisposición natural de la especie humana a intercambiar besos.

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Sin embargo, besar no es universal. El ejército romano introdujo el beso en muchas culturas (una vez terminada la conquista, supongo). Más tarde, los conquistadores europeos lo llevaron a América y de allí al cine de Hollywood, donde no hay una película romántica que se precie que no termine con un beso apasionado y un fundido a negro.

Desde el punto de vista científico, durante un beso se desencadenan un montón de reacciones bioquímicas.

Un buen beso amoroso, por ejemplo, genera un pico de dopamina, que es un neurotransmisor que provoca sentimientos de deseo, gratificación y bienestar.

Curiosamente, la dopamina se produce en la misma región del cerebro que se ve afectada por las drogas adictivas como la cocaína. Por lo tanto, a nivel químico, los besos no se diferencian tanto de las drogas recreativas. ¡Y es bien sabido que también pueden crear adicción!

Además, un beso lo bastante apasionado puede producir un pico de oxitocina, la hormona del amor, que también contribuye a provocarnos una agradable sensación de bienestar y felicidad.

Y un beso amoroso baja los niveles de cortisol, la hormona del estrés, reduciendo así la ansiedad y provocándonos una grata relajación.

Por todo ello, muchas personas recuerdan mejor los primeros besos que los primeros actos sexuales. A mí me pasa.

—O sea, que tenemos que besarnos más.

Besémonos tanto como podamos, porque con el beso, y esto va por las lectoras femeninas, las mujeres calibran instintivamente si la persona a la que besan es compatible inmunológicamente con ellas.

Ellas no lo hacen conscientemente, pero eso de investigar la compatibilidad inmunológica con la posible pareja es un instinto habitual en muchas especies de mamíferos como, por ejemplo, la nuestra.

Verás, tenemos un grupo de genes llamado «complejo principal de histocompatibilidad» (MHC, del inglés Major Histocompatibility Complex).

Estos genes desempeñan un papel fundamental en la elección de la pareja porque, cuanto más diferentes y variados sean los genes del MHC del padre y de la madre, más fuerte y eficiente será el sistema inmunológico de su descendencia.

Y el mamífero reproductor que llevan dentro todas las mujeres intenta reconocer instintivamente esa diversidad inmunológica con todos los sentidos, pero, sobre todo, con el olfato.

ImagenEn 1997, Claus Wedekind, un eminente profesor de biología de la Universidad de Lausana (Suiza), llevó a cabo su famoso experimento de «las camisetas sudadas».

—¿El experimento de qué?

Verás. El profesor pidió a un grupo de chicas que estudiaban en su universidad que oliesen las camisetas que habían llevado distintos chicos durante unas cuantas noches, sin usar desodorante, colonia ni jabón. ¡Una auténtica experiencia sensorial!

Las chicas tenían que oler las camisetas de una en una y decir qué olores les atraían más desde un punto de vista estrictamente sexual.

—¿Seguro que oler camisetas sudadas es ciencia?

¡Ciencia pura! El estudio demostró que las chicas elegían mayoritariamente las camisetas de los hombres que tenían los genes del MHC más diferentes de los suyos. O sea, que oliendo la camiseta sudada, las chicas calibraban instintivamente qué ventajas podría tener su descendencia con el macho al que pertenecía la prenda en cuestión.

 

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Y, curiosamente, las chicas que ovulaban eran mucho más sensibles a esas variaciones en el MHC, mientras que las que tomaban anticonceptivos no tenían preferencias tan claras.

A partir de esos datos, deduzco que cuando las mujeres que toman anticonceptivos buscan pareja muchas veces toman decisiones contrarias a las que les dictaría su instinto reproductor animal…, cosa que no sé si es buena o mala.

—Los científicos hacen unos estudios muy raros…

Un estudio dirigido por el psicólogo alemán Arthur Sazbo asegura que las personas que dan un beso cada día a su pareja antes de salir de casa viven cinco años más, tienen menos accidentes de coche… ¡y ganan más dinero!

—¡Venga ya!

Resulta extraño, pero los datos recogidos lo demuestran. Supongo que empezar el día con una actitud positiva ayuda a que todo te salga mejor. ¡Yo qué sé!

En lo que sí están de acuerdo multitud de estudios es en que practicar el sexo mejora la salud y alarga la vida. Nada de besitos. ¡Sexo puro y duro!

Eso asegura, por ejemplo, el doctor David Weeks, un neuropsicólogo que a lo largo de diez años ha hecho un estudio sobre el tema entrevistando a 3.500 personas de entre dieciocho y ciento dos años.

Imagen—¿Sexo a los ciento dos años?

Es un estudio muy completo.

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Según sus conclusiones, las parejas que tienen relaciones sexuales al menos tres veces por semana son físicamente diez años más jóvenes que las que hacen el amor una vez a la semana.

George Davey Smith y Stephen Frankel, profesores de epidemiología clínica de la Universidad de Bristol llevaron a cabo otro estudio similar. Se conoce como el estudio de Caerphilly.

ImagenCaerphilly es una ciudad situada al sur del país de Gales. Allí los dos profesores realizaron un seguimiento a 918 hombres de entre cuarenta y cinco y cincuenta y nueve años con el objetivo de examinar la relación entre la frecuencia del orgasmo y la mortalidad.

El estudio duró diez años, y los resultados indicaban que el riesgo de mortalidad del grupo con la frecuencia orgásmica más alta (más de dos orgasmos a la semana) era la mitad que la del grupo con la frecuencia orgásmica más baja (menos de un orgasmo al mes).

Curiosamente, este descenso se repetía de forma similar en todas las causas de mortalidad: enfermedades del sistema circulatorio, del sistema digestivo, del sistema respiratorio, cánceres… ¡Incluso suicidios y accidentes!

En todos los casos, el número de muertes de los que tenían más de cien orgasmos al año eran la mitad de los que tenían menos de doce.

Ante semejantes datos, la pregunta que nos viene a la cabeza es: ¿hay un número óptimo de orgasmos?

—¿Lo hay?

Michael Roizen, jefe del Instituto de Bienestar de la Clínica Cleveland, dice literalmente: «Cuantos más, mejor».

Según el doctor Roizen, con trescientos cincuenta orgasmos al año viviríamos cuatro años más. Eso son muchos orgasmos. Piensa que según una encuesta realizada por la marca de preservativos Durex, la media nacional española es de ciento dieciocho actos sexuales al año.

Pero hay algo todavía más importante que los cuatro años de vida de propina. Según Roizen, esos megaorgasmadores se sentirían más jóvenes, más sanos y más energéticos que sus contemporáneos.

Ampliando matemáticamente su teoría, Roizen propone muy seriamente que setecientos orgasmos al año podrían alargarnos la vida ocho años.

Es un reto ambicioso. ¡Casi siete veces la media actual! Será difícil conseguir ese ritmo frenético de orgasmos en pareja. Ello implicaría una impresionante sincronización de agendas y estados de ánimo.

Seguramente la solución estará en el sexo cibernético. Los robots podrán proporcionarnos esa inusual actividad sexual sin desfallecer ni un solo momento y sin tener que obligar a nadie a seguir nuestro terapéutico ritmo orgásmico.

¿Qué no solucionarán los robots? Pero quizá hablaremos de eso en otro capítulo. O no, ya veremos si me cabe.

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Conclusión: la actividad sexual tiene un indudable efecto beneficioso sobre nuestra salud y nos alarga la vida.

A veces me planteo si no será al revés. No es que la gente con más actividad sexual esté más saludable, sino que la gente más saludable es la que tiene más energía para dedicarla a las prácticas sexuales. Podría ser, ¿verdad?

Pero continuamente leo nuevas evidencias científicas que me convencen de que no es así, de que el sexo es realmente una fuente de salud y longevidad.

—A ver, ¿cuáles son esas evidencias?

Empecemos por decir que el semen es en sí mismo un producto muy saludable.

—¡Venga ya!

La Universidad Estatal de Nueva York realizó un estudio a una serie de parejas estables que practicaban sexo sin protección y se comprobó que una parte del semen es absorbido y pasa a la sangre, y que constituye un eficaz antidepresivo.

Además, el semen contiene zinc, calcio, potasio, fructosa y proteínas. ¡Vaya! ¡Un cóctel de vitalidad!

—Perfecto. ¿Qué más?

Los orgasmos alivian el dolor. De acuerdo con un estudio realizado por Beverly Whipple, profesora emérita de la Universidad Rutgers, después de un orgasmo el umbral de tolerancia al dolor y el umbral de detección del dolor de las mujeres participantes en el estudio aumentó significativamente un 74,6 % y un 106,7 %, respectivamente.

—O sea, que si a una mujer le duele la cabeza…

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Pero hay muchas más razones científicas que nos aconsejan hacer el amor asiduamente y sin excusas.

Un informe de 2002 basado en una gran población británica corroboró, una vez más, que un valor añadido de las relaciones sexuales frecuentes es la protección contra las enfermedades coronarias.

El sexo es también un arma eficaz contra el cáncer de próstata. Lo asegura la revista de la Asociación Médica de Estados Unidos, así que no es para tomárselo a broma.

Todavía hay más: la oxitocina que se segrega durante el acto sexual ayuda a curar más rápidamente las heridas.

Y no hay que olvidar que en un acto sexual se queman calorías, según se especifica en la siguiente tabla:

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Haciendo cálculos, resulta que en un acto sexual «normalito» quemamos unas ochenta calorías, y de ahí para arriba, dependiendo del entusiasmo y la dedicación que le ponga cada uno.

Ochenta calorías no parecen gran cosa, pero hacer el amor es más entretenido que pedalear en una bicicleta estática. Y, además, se conoce a gente.

Resumiendo, si queremos ser más felices, parecer más jóvenes, estar más energéticos, vivir más años, mejorar nuestra salud cardiovascular, aliviar los dolores, prevenir el cáncer de próstata (los hombres) y quemar unas cuantas calorías, la ciencia nos lo recomienda: ¡practiquemos el sexo!

Y practiquémoslo tanto como podamos y con las personas que más deseemos.

¡Amén!

Lectores (a coro): ¡¡¡AMÉN!!!

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