Capítulo 5

 

 

 

 

 

POR QUÉ le habría dicho algo así Tucker, justo antes de irse a la cama? El comentario la había afectado al menos tanto como el beso que le había dado bajo el acebo. Ella era cada vez más consciente de que debía tener mucho cuidado con aquel hombre, que podía alterarla tan fácilmente.

Pero, ¿y si los demás tenían razón respecto a él? ¿Y si él había pasado de verdad parte de su infancia en aquella casa y había hecho un pacto de sangre con su amigo en el desván? En cualquier caso, Ruth tenía que admitir que sus motivos para querer saber más acerca de él habían cambiado. Al principio, había querido informarse para proteger a su familia de aquel desconocido; pero en esos momentos, solo quería saber más de él por interés personal.

Y fue aquel interés personal lo que la impidió quedarse dormida en seguida. Así que cuando se despertó a la mañana siguiente, el sol estaba ya muy alto en el horizonte.

Hacía frío, así que al levantarse, lo primero que hizo fue ponerse un jersey a toda prisa. Fuera, se oían las voces de los niños. Al asomarse, vio a Nicky y a Angie jugando en el patio. El tío Oren estaba con ellos.

Le agradeció en silencio que hubiera cuidado de los pequeños. Así ella había podido dormir hasta tarde. Después de terminar de vestirse, bajaría a relevar a su tío. Pero antes de nada, iría a ver cómo se encontraba la tía Shirley.

Una vez se calzó, abrió la puerta y salió al pasillo. Desde la habitación de Tucker, le llegó su voz. Sin duda, debía estar hablando por su móvil.

–Si podéis ocuparos del caso Birchmont sin mí, me gustaría quedarme en Willow Glen al menos hasta el día de Navidad.

En ese momento, oyó cómo su tía Shirley abría una ventana abajo y le decía a Nicky que entrara para ponerse el gorro. Entonces, respiró aliviada. Si su tía estaba levantada y dándole órdenes a los pequeños, significaba que debía sentirse mejor.

–Sí, se me ha presentado una buena oportunidad y sería un tonto si no la aprovechara. Así que me quedaré aquí hasta que haya cerrado el trato –Tucker dio un suspiro–. Los bancos son muy lentos y van a tardar todas las fiestas en hacer el papeleo.

Ruth, al escuchar aquello, se quedó helada. En primer lugar, había estado el timo del arreglo del tejado; luego había estado la estafa de aquel presunto consejero financiero; y ahora Tucker parecía estar preparando algún negocio turbio para estafar a su tía.

Respiró hondo, tratando de tranquilizarse. Quizá se estuviera equivocando. Tal vez todo fuera un malentendido. Porque después de lo amable que había sido con ella, con los niños y con su tía, al menos debería darle el beneficio de la duda. Después de todo, no había dicho nada de que aquel negocio tuviera nada que ver con la tía Shirley. Así que era probable que se tratara de un negocio honesto, ajeno a su familia.

–¿Podrías mandarme algo a Willow Glen antes de Navidad? Es muy importante.

Luego bajó la voz y Ruth no pudo escuchar lo que decía. Con lo finas que eran las paredes de aquella casa, sabía que le habría bastado con pegar la oreja a la pared para escuchar el resto de la conversación, pero su tía le había educado para que no hiciera ese tipo de cosas.

Pero decidió que a partir de ese momento debía tener más cuidado que nunca con Tucker Maddock. Ella haría cualquier cosa con tal de proteger a su tía, incluso si para eso tenía que pasarse con él las veinticuatro horas del día.

 

 

A Ruth se le había dormido un pie, pero no quiso decirle a Angie que se moviera. La niña estaba evidentemente muy excitada por la situación que estaba viviendo y, de vez en cuando, necesitaba protegerse o en su hermano, o en Ruth. Así, cuando había terminado de jugar con Nicky, había ido a sentarse a los pies de Ruth y se había abrazado a sus piernas.

Para tratar de reactivar la circulación, Ruth comenzó a mover los dedos de los pies dentro de los zapatos. Entonces Angie soltó una risita, que la enterneció.

–Vamos –dijo, cerrando el libro que había estado leyendo–, debemos asegurarnos de que la tía Shirley no está forzando su cadera más de la cuenta.

Aunque Ruth se había ofrecido a hacer la cena, su tía había insistido en que estaba totalmente recuperada y que podría cocinar sin ayuda de nadie.

Así que ambas se encaminaron a la cocina, y entraron justo detrás de Tucker y Nicky, que habían estado echando un vistazo al motor del coche de Tucker. Desde el comedor, les llegó el sonido de platos, así que Ruth pensó que su tía debía de estar poniendo la mesa.

En ese momento, sus ojos se encontraron con los de Tucker y sintió una conexión con él como no la había sentido antes con ningún hombre. Había sido como si sus corazones estuvieran sintiendo lo mismo.

Y seguramente, la presencia de los niños en la casa había tenido que ver bastante con aquello. A ella le encantaba convivir con los pequeños y suponía que a Tucker también. Pero de todos modos, no podía confiar en él del todo después de la conversación telefónica que había oído por la mañana.

Poco después, la tía Shirley llamó a todo el mundo a cenar. Dos de los tíos de Ruth colocaron una mesa extra para que pudieran sentarse los niños. Tucker y Dewey se sentaron juntos y comenzaron a bromear mientras los otros terminaban de ocupar sus asientos.

Al oír las carcajadas de ambos, Ruth volvió a sentirse mal. Y no tenía que ver solo con que quisiera proteger a su familia de Tucker, sino que era algo más profundo.

Seguramente, lo que le había molestado era no haber podido participar de la broma que habían intercambiado. Aunque tampoco quería estar todo el tiempo atenta a lo que hiciera aquel hombre.

No sabía por qué no podía dejar de pensar en él, ni por qué se sentía tan atraída. Porque estaba segura de que Tucker acabaría marchándose de allí más tarde o más temprano. Así que, ¿para qué malgastar su energía con él cuando lo que ella estaba buscando era un hombre con el que casarse y formar una familia? Ella quería un marido que la ayudara a criar a sus hijos, un hombre honesto y en quien pudiera confiar.

Y Tucker era todo lo contrario. Tenía un coche deportivo con solo dos asientos y no tenía familia ninguna. Así que no importaba lo cariñoso o atento que estuviera siendo con ellos. De hecho, podía ser que ese comportamiento solo fuera parte de algún plan secreto.

En ese momento, la tía Shirley apareció con una fuente llena de verdura, que dejó sobre la mesa.

–Tucker y yo nos quedamos charlando anoche después de que te fueras a la cama –le dijo a Ruth–. Y puedo asegurarte que este hombre tiene unas ideas muy interesantes.

Ruth vio de reojo cómo Tucker le hacía un gesto con la cabeza a su tía para que no dijera nada más.

Justo cuando Ruth iba a pedirle a su tía que le diera más detalles, Nicky trató de alcanzar el salero, y la tía Shirley tuvo que llamarle la atención.

–¿Me acercas la sal, por favor? –le preguntó el chico a Tucker.

Tucker le gastó una broma a Nicky y la tía Shirley le sonrió. Al parecer, el corazón de Ruth no era el único que Tucker se había ganado en la casa.

–¡Qué vestido tan bonito llevas! –le dijo a continuación la tía Shirley a Angie.

La pequeña se puso de rodillas sobre la silla y se arqueó para que todo el mundo pudiera ver los elefantes de color púrpura que había dibujados sobre la parte delantera.

–El primo Tucker me lo compró. Y va a juego con mis zapatos nuevos. ¿Veis?

–Angie, no pongas los pies en la mesa –la regañó Nicky.

Entonces la niña bajó los pies.

–La señorita Marsh y el primo Tucker son nuestros nuevos padres.

A Ruth casi se le cae su vaso de té helado.

–¿Qué?

–Cierra la boca, primo Tucker, antes de que se te meta una mosca –le dijo la tía Shirley.

–Eso es una estupidez –comentó Nicky–. ¿Por qué dices que son nuestros nuevos padres?

–Eso fue lo que dijo aquel hombre en la tienda.

Tucker se aclaró la garganta.

–Aquel hombre era un amigo mío que no me veía desde hacía mucho tiempo y creyó que erais mis hijos. Se confundió solamente –explicó Tucker a Angie.

–Oh, qué tonto –respondió Angie–. ¿No se dio cuenta de que Nicky y yo tenemos diferentes padres? Por eso Nicky es moreno y yo rubia.

–Cállate –le ordenó Nicky.

Angie se giró hacia su hermano.

–Si no les he dicho que tu padre es un muerto de hambre…

Nicky se sonrojó.

–Será mejor que dejes de espiar lo que dice mamá al teléfono –luego se volvió hacia los demás, tratando de explicarse–. Es que ella es mi hermanastra.

Todos se habían dado cuenta de ello nada más verlos. Nicky tenía rasgos mediterráneos y Angie era rubia y de piel rosada. Pero como les daba igual, sonrieron al muchacho y asintieron.

Ruth se fijó en que Tucker se quedó muy silencioso después de los comentarios de los niños. Es más, se los quedó mirando con el ceño fruncido y el vaso de té helado en la mano, cerca ya de la boca. Era evidente que aquel hombre había sufrido mucho en su vida.

Finalmente, Tucker dio un sorbo al té y Ruth se sintió fascinada por el movimiento de su nuez mientras bebía.

Ella se preguntó por qué se habría quedado mirando así a los chicos. Quizá Nicky le recordaba su infancia. ¿Habría sido él un muchacho tranquilo o un niño inquieto y alborotador? En cualquier caso, parecía que había querido mucho a los Newland. Y lo extraño era que hablaba siempre más de ellos que de su propia familia.

Ruth no sabía qué fantasmas acechaban a su nuevo huésped, pero deseaba volver a verlo sonreír.

–Así que es tu hermanastra –comentó entonces Tucker, volviéndose hacia Nicky.

El niño asintió.

Ruth se sirvió otro vaso de té y luego se levantó por más hielo. Lo hizo rápidamente porque no quería dejar de oír lo que iba a decir Tucker al pequeño.

–De todos modos, tienes suerte de tener a Angie –dijo finalmente él–. Yo no tuve ni hermanos, ni hermanas. Pero eso sí, tuve un amigo muy especial, que para mí siempre será como alguien de mi familia. De hecho tuve más trato con Chris y sus padres que con mis propios padres.

–¿Y nunca te peleaste con Chris? –preguntó el chico, mirando de reojo a Angie.

–Sí, pero unas veces tuvo la culpa él y otras veces la tuve yo –contestó Tucker.

¿Cómo podría explicarle a Nicky lo afortunado que era por tener una hermana? ¿Cómo podría decirle que debería disfrutar de su compañía y sentirse orgulloso de sus lazos de sangre, sin condiciones?

–No eres de la familia por tener la misma sangre que ellos, sino por lo que sientas aquí –dijo, tocándose el corazón.

Luego, para relajar el ambiente, se quitó la servilleta y se la tiró al muchacho.

 

 

Tucker tomó una toalla, la enrolló y la colocó en la ventana. Algunas cosas no se podían cambiar, como por ejemplo las corrientes de aire de aquella vieja casa.

Y la rapidez con la que se había integrado en la familia que allí vivía. Eran increíbles… todos. Se preguntó si la casa ejercería una especie de atracción sobre las familias parecidas a los Newland.

Se apartó de la ventana y se quitó los zapatos. Se sentó sobre la cama para quitarse los calcetines. En el pasado, esa casa siempre había sido para él un paraíso y en aquella ocasión había ido esperando encontrar la misma paz que siempre había hallado allí.

Pero, ¿cómo podía estar tranquilo cuando la familia de Ruth le había hecho recordar más vivamente aún lo que había poseído en el pasado?

Dejó los calcetines en el suelo y deseó poder desprenderse con la misma facilidad de la gente a la que quería. Pero desgraciadamente, entre las personas a las que quería estaba Ruth y también esos dos niños que habían entrado en la casa y que se habían hecho ya un sitio en su corazón.

Esas navidades no iban a transcurrir como había planeado. Tal vez, entonces, debería volver a su plan original. Él había ido allí para estar en la casa y empaparse de los recuerdos que tenía para él, pero no para celebrar las fiestas en familia. Pero para hacer eso tendría que pasarse la mayor parte del día en su habitación. Solo así podría evitar seguir formando parte de aquella familia que lo había adoptado como si fuera un miembro más de la misma. Tenía que encontrar la manera de que su estancia allí fuera lo más impersonal posible. Al día siguiente, lo primero que haría sería ir a comprar una televisión, un vídeo y una botella de ponche para pasar la mayor parte del tiempo viendo películas de acción.

Cuando se estaba quitando la camisa, oyó un golpe en la puerta. Se levantó y, descalzo como estaba, fue a abrir. Al pisar el suelo de madera, sintió un escalofrío.

Era Ruth, la única mujer que podía resultar sexy incluso con una sudadera. De repente, ya no sentía el frío de la habitación. Para distraerse, trató de concentrarse en los dibujos de flores de la sudadera, que le daban un aire de inocencia a la muchacha. Pero incluso así, no podía estar del todo relajado.

–Si has venido a devorarme, estás a tiempo –dijo sin pensar.

Ruth lo miró del modo que quizá mirara a sus alumnos. No estaba mal. Si tuviera diez años menos, Tucker se habría sentido intimidado.

–Te pondré un sobresaliente por tu actitud, pero debo suspenderte por no darte cuenta de que no he venido con la ropa adecuada.

Tucker soltó una carcajada y abrió la puerta del todo. Se sintió recompensando cuando los ojos de Ruth se ablandaron y sonrió. Le ofreció una silla, pero ella la rechazó.

–¿Qué puedo hacer por ti?

Ruth dio un repaso a la habitación. Se dio cuenta de que estaba bastante bien ordenada, exceptuando la toalla de la ventana y los calcetines en el suelo.

–No sé en qué trabajas, pero si decides cambiar de profesión, deberías considerar seriamente la enseñanza.

Tucker puso una expresión de sorpresa y Ruth se dio cuenta de que seguramente era porque seguía pensando en el ofrecimiento que le acababa de hacer. Eso la hizo recordar los besos que se habían dado y que no había podido olvidar. Si Tucker quería volverla loca, desde luego no habría podido encontrar una manera mejor. Excepto, quizá, la imagen de él en la cama, esperando a ser devorado. Sin querer, empezó a preguntarse si dormiría desnudo.

Pero ese no era el motivo por el que había ido a su habitación esa noche. «Concéntrate», se dijo, como hacía muchas veces cuando estaba dando clase.

–Tienes un talento especial para los niños –añadió, a modo de explicación–. Nicky y Angie te han tomado mucho cariño. Es más, me han pedido que les lleves a dar una vuelta en coche.

De repente, por el rostro de Tucker pasó una sombra de recelo. Ruth recordó los dibujos animados de los que los alumnos hablaban a menudo, porque Tucker, como pasaba en los dibujos, cambió de personalidad y se convirtió en un hombre totalmente diferente. Su sonrisa desapareció, sus ojos perdieron la expresión y su boca pareció cerrarse herméticamente, como una puerta.

Bueno, ella también podía ponerse sería.

–Da igual. Angie ha insistido en llevarse a la cama un cordón para practicar lo que le has enseñado. Me ha parecido muy tierno que estés intentando ayudarla a romper el hábito de chuparse el pulgar.

Le parecía tierno. Y no solo el hecho de que estuviera ayudándola, sino el modo en que lo estaba haciendo. Cuando Tucker le había preguntado a Angie si le podía dar un poco, la niña había creído que él se estaba riendo de ella como los niños de la escuela. Pero él, en cambio, había admitido que él también de pequeño se chupaba el pulgar. Pero le había explicado a la niña que lo había dejado cuando no lo necesitó más.

Y a continuación le había dicho que le iba a enseñar a hacer un nudo de gato con un cordón de zapato, para que se entretuviera con algo en vez de chuparse el dedo.

–No creo que sea algo de lo que deba avergonzarse –replicó Tucker–. Pero creo que debería dejar de chupárselo porque tiene el pulgar muy estropeado.

Y ese era otro motivo por el que Ruth estaba tan encantada con lo que Tucker hizo. No solo no le había regañado a la niña, sino que además se había preocupado por el estado del dedo de la pequeña.

Ruth asintió.

–Le he puesto un poco de pomada y una tirita.

Tucker sufrió de nuevo una completa transformación y le ofreció otra de aquellas sonrisas que hacían que le temblaran las rodillas.

–Muy inteligente. Si la tirita no se le cae durante la noche, la ayudará.

Ruth agradeció su aprobación y quiso prolongar aquella placentera sensación, pero no se le ocurrió cómo. Así que dijo lo primero que le vino a la cabeza.

–Les encantaría que les fueras a dar las buenas noches. Aunque se han acostumbrado bastante rápidamente a estar con nosotros, echan de menos a sus padres.

Le resultaba extraño y agradable al mismo tiempo el hecho de hablar sobre los niños con Tucker. Se alegraba de que él hubiera estado allí cuando Angie y Nicky lo necesitaban. Aquello la había ayudado muchísimo también a ella, y no solo por entretener a los niños, sino también por poder apoyarse en él. Se imaginaba que también podría haberlo hecho sola, igual que otras veces que había tenido niños en casa, pero no habría sido lo mismo.

Era como si los niños, Tucker y ella estuvieran unidos por unos lazos invisibles. Sí, estaban unidos de una manera rara para ser cuatro desconocidos. Era como si fueran… una familia.

No le extrañaba que Neil y Evelyn hubieran pensado que estaban casados. Debieron haber notado la conexión que había entre ellos.

Permaneció allí un rato, sorprendida por el descubrimiento que acababa de hacer y mirando a Tucker como si buscara un padre para sus hijos.

Además de ser alto, guapo y fuerte… cosa que había notado nada más verlo… era también un poco duro. Dependiendo de qué ropa se pusiera, podía parecer igual de capaz de meterse en una pelea de un bar, que de estar negociando en una mesa de altos ejecutivos en la sala de reuniones de una empresa.

Ruth había notado en él su buen corazón y su preocupación por los niños. Cuando viera un partido de fútbol, seguramente animaría al equipo más débil. Aunque apenas lo conocía y aunque la conversación telefónica que había oído podían animarla a pensar lo contrario, se inclinaba a pensar que era un hombre de carácter fuerte. Aunque también un hombre de palabra, que cuando decidía darse, lo hacía sin vacilaciones y hasta el final.

Aquellos rasgos le parecían sin duda adecuados para el futuro padre de sus hijos. Y en cuanto a sus rasgos masculinos, no había duda de que Tucker la atraía física y psíquicamente. Era un hombre que la intrigaba, y eso la hacía querer explorar siempre más, tanto en su mente como en su cuerpo.

Ruth se dio cuenta de que inconscientemente estaba mirando a una parte concreta de su cuerpo que la intrigaba especialmente. Levantó la vista y se dio cuenta de que él la estaba observando con la misma meticulosidad. ¿Le habría leído el pensamiento y estaría pensando lo mismo? La idea la hizo esbozar una sonrisa.

Tucker levantó las manos y las puso sobre el pelo de Ruth. Luego comenzó a acariciarle las sienes. Cerró entonces los ojos y dio un suspiro profundo. Cuando los abrió de nuevo, miró a Ruth fijamente y ella se estremeció con una agradable sensación de bienestar.

–De mañana en adelante voy a tener mucho trabajo –le explicó Tucker–. Iré a darles las buenas noches, pero a partir de ahora no voy a poder ocuparme tanto tiempo de ellos.

Ruth no dijo nada, simplemente lo miró con una expresión interrogante.

Él fue hacia su escritorio, abrió un cajón y luego se detuvo.

–Estoy seguro de que podrás arreglártelas tú sola.