Para poder proceder con la beatificación es necesario un milagro, comprobado y sucedido en manera científicamente incontestable a través de la Sierva de Dios, y además que sea una señal consistente de gracia (fama signorum).
Tratándose de la Madre Teresa, al respecto había tantos de donde elegir.
En la Postulación de las Misioneras de la Caridad llegó una gran cantidad de señales de gracia y de milagros atribuidos a la santa de Calcuta. Señales provenientes de católicos, pero también de fieles a otras religiones, parsi, hinduistas, sijs, budistas. Señales que hablan de curaciones físicas pero sobre todo de curaciones espirituales, de conversiones, de vocaciones religiosas salvaguardadas o comprendidas: un mar de testimonios.
Al final la triple consulta vaticana dio una respuesta positiva para la beatificación de la Madre Teresa teniendo como base una curación improvista y “científicamente inexplicable” encontrada en una mujer hindú afecta de un gran tumor al útero. Y este fue el milagro que ha llevado a Teresa de Calcuta a la gloria de los altares como Beata, el 19 de octubre del 2003.
Monika Besra, una mujer de treinta años, casada y madre de cinco hijos, a inicios del 1998 se había contagiado con una meningitis tuberculosa, a la cual sucesivamente se había añadido una forma tumoral que la había reducido a fin de vida. Residente en un pequeño pueblo tribal en el cual se practica la religión animista, Monika fue llevada por el marido al centro de recepción de las Misioneras de la Caridad en Patiram, el 29 de mayo de ese año.
Muy débil, era víctima de continua fiebre alta, con vómito y atroces dolores de cabeza. No tenía la fuerza ni siquiera para estar en pie y no podía retener los alimentos, y a fines del mes de junio la mujer advirtió la presencia de una forma tumoral en el abdomen. Luego de una consulta especialista del Colegio Médico del Norte de Bengala, en Siliguri, el diagnóstico señaló un tumor al ovario de grandes dimensiones.
No se le podía operar debido al grave estado de deterioro orgánico de la paciente que no estaba en grado de soportar la anestesia. La pobre mujer fue, por lo tanto, reenviada a Patiram.
Sor Bartholomea, superiora del convento de las Misioneras de la Caridad del lugar, con Sor Ann Sevika, responsable del centro de recepción, se dirigió en la tarde del 5 de setiembre de 1998 a la cama de Monika. Aquel día era el primer aniversario de la muerte de su Fundadora. Fue celebrada una Santa Misa y por todo el día fue expuesto el Santísimo Sacramento. A las 17 las religiosas fueron a rezar alrededor de la cama de Monika.
Sor Bartholomea se dirigió mentalmente a la Madre Teresa: «Madre, hoy es tu día. Tú amas a todos aquellos que se encuentran en nuestras casas. Monika está enferma, por favor cúrala».
Oraron nueve veces el Memorare, la oración preferida de la Madre Teresa, y apoyaron en el estómago de la enferma una “medalla milagrosa” que había tocado el cuerpo de la Madre inmediatamente después de su muerte.
Pocos minutos después, la mujer se adormeció dulcemente. Cuando se despertó al día siguiente y al no sentir ningún dolor, Monika instintivamente se tocó el abdomen: la gran masa tumoral había desaparecido.
El 29 de setiembre fue llevada a una visita de control y el médico quedó estupefacto: la mujer había sanado, y perfectamente, sin que se le hubiera tenido que operar quirúrgicamente. Poco tiempo después Monika Besra pudo regresar a casa, entre la sorpresa y la incredulidad del marido y de los hijos, por su imprevista e inexplicable curación.
La oración del Memorare había sido una de las devociones predilectas de la Madre Teresa. Atribuida a San Bernardo de Claraval, resale al siglo XII, y la traducción del latín al español recita:
Recuerda, ¡oh piadosísima Virgen María!,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido
a tu protección,
implorando tu asistencia
y reclamando tu socorro,
haya sido desamparado.
Animado por esta confianza,
a Ti también acudo, ¡oh Madre,
oh Virgen de las vírgenes!,
y gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante tu presencia.
¡Oh Madre de Dios!,
no deseches mis súplicas,
antes bien, escúchalas
y acógelas benignamente.
Amén.
Para quien la recita devotamente, el Manual de las indulgencias prevé la indulgencia parcial. La Madre Teresa estaba habituada a recitarla por nueve veces seguidas en cada circunstancia en la cual tenía necesidad de una ayuda sobrenatural.
Y es a esta oración exquisitamente mariana que se unió el evento de la sanación milagrosa que se dio en Patiram, un pequeño pueblo de la India de West Bengala, a 300 kilómetros al norte de Calcuta.
La “medalla milagrosa” colocada en el abdomen de Monika dejó también una “huella” mariana, y es la señal de una devoción que por toda la vida, como hemos visto, fue siempre preciosa para la Madre Teresa.
Esta devoción tenía sus origines en la aparición de la Santa Virgen, el 27 de noviembre de 1830, a Santa Caterina Labouré en la Casa Madre de las Monjas de la Caridad en Rue du Bac en Paris.
María en aquella ocasión había requerido a la joven monja vicentina de hacer plasmar en una medallita su visión: la Virgen de pie en un globo terrestre, con rayos que se expanden desde sus manos hacia abajo, y todo alrededor de un óvalo y la escritura: ¡Oh María, concebida sin pecado, reza por nosotros que recurrimos a ti!. En el otro lado, una M entrelazada con una cruz supra yacente, y abajo hay dos corazones, y alrededor hay doce estrellas.
Las primeras “medallas milagrosas” fueron acuñadas el 30 de junio de 1832 y, luego de algunas vicisitudes, la devoción inició a difundirse en todo el mundo, incluso por los milagros que les eran atribuidos; entre los más resaltantes, el célebre episodio del cual fue protagonista un hebreo ateo, Alfonso Ratisbonne, al cual se le apareció la Santa Virgen en la iglesia romana de San Andrea delle Fratte, convirtiéndolo al instante.
La Madre Teresa, como habíamos ya tenido modo de contar en este libro, fue siempre muy devota a la “medalla religiosa”. No nos sorprende, por ello, el hecho que haya tenido un, se podría decir, imprimatur “mariano” el gran evento de gracia legado a su beatificación.
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Oración para los ultrajados
¡Oh, Madre, María!
¡Cuántos ultrajados y ofendidos
en este mundo!
Los veo todos los días:
hombres, mujeres, niños.
Amor y ternura
te pedimos,
y un corazón limpio y puro.
Concede a los perseguidos
fuerza y esperanza,
y enséñales a no golpear
algún ser -
maravillosa criatura -
en la cual el Padre de los Cielos
ha infundido la vida.
Amén.