La mayor dificultad con la que se encuentra el autor a la hora de escribir un libro como este, en especial si el protagonista es una persona conocida en todo el mundo y de la que ya se ha dicho prácticamente todo, es encontrar un estilo y un lenguaje propios, una forma y un contenido que aporten algo nuevo tanto a los que apenas saben nada de él como a los que conocen con detalle su obra.
Para intentar lograr ese tono he contado con el generoso apoyo y la desinteresada colaboración de un buen puñado de personas, cuyas opiniones enriquecen estas páginas, y cuyas vidas serían merecedoras por sí mismas de protagonizar un libro así.
Gracias a mis queridos amigos Claudia y Miguel Porrúa, que me acogieron en su casa de Washington D. C. para que pudiera trabajar con calma y sobre el terreno en la planificación y redacción de este libro. Mi agradecimiento muy especial a Beatriz Valdés Ozores, marquesa de Casa Valdés, que me abrió con inmensa generosidad las puertas de su casa en Biarritz para que pudiera escribir y terminar las páginas que acaban de leer, agradecimiento que hago extensivo a mis queridos Dafna Mazin e Íñigo Ramírez de Haro, admirado amigo, escritor y dramaturgo. Mi agradecimiento cariñoso también a mi amigo Luis Rivas, que desde Lyon me proporcionó toda la documentación existente en francés sobre la obra de Allen.
Y, finalmente, gracias muy sinceras y sentidas a Letty Aronson, Soon-Yi Previn y Woody Allen, por tantos años de amistad y tantos regalos, por tanta generosidad. En una de las canciones de un grandísimo poeta y cantante de mi tierra, llamado Víctor Manuel San José, hay un precioso verso que dice así: «Sé quién son amigos de verdad, nunca piden nada y siempre dan». No encuentro mejor manera de definirlo, porque eso, exactamente eso, es lo que me ha ocurrido a lo largo de mi vida con Woody Allen.
A la memoria de Carmen Balcells, con la que siempre estaremos en deuda todos los que nos dedicamos al delirante oficio de juntar palabras.