Daniel oraba tres veces al día. Algunos hombres en el nuevo reino de los medos y los persas quisieron librarse de Daniel. Por esto consiguieron que el nuevo rey hiciera una ley para que la gente sólo pudiera orarle al rey. Si alguno desobedecía la ley, lo lanzarían al foso de los leones.
A pesar de esto, Daniel fue a su casa, se puso de rodillas y oró a Dios como siempre lo había hecho.
Daniel sabía que orar a Dios era más importante que obedecer la ley nueva del rey.