Después de siete días Moisés regresó ante el rey. «Deja ir al pueblo de Dios», le dijo Moisés. «No», le respondió el rey.
Esta vez Dios envió ranas. ¡No simplemente una o dos, sino más de las que cualquiera podría contar! Las ranas entraron en las casas, en las camas, en la comida y en los hornos. Las ranas eran repugnantes y estaban por todas partes.
Dios hablaba en serio. ¿Cuán peor crees que se pondrían las cosas antes de que el rey dijera que sí?