Capítulo 30
HANK se dio la vuelta cuando oyó un golpe en la puerta, alargando el brazo instintivamente para atraer el cuerpo de Scott hacia el suyo. Le llevó un rato darse cuenta de que no estaba con Scott, sino solo en una de las pequeñas y sosas habitaciones de una enorme casa flotante a cientos de kilómetros del hombre que amaba. No fue ese pensamiento lo que hizo que cerrara los ojos, sino el darse cuenta de que no había traído nada con él que le recordara la esencia de su hombre. Su Scrappy. Y mientras oía a su jefe gritar que tenían treinta minutos para desayunar, prepararse y presentarse en la plataforma del helicóptero se dio cuenta de que tampoco tendría tiempo para llamarlo por teléfono. «¡Qué forma más miserable de comenzar el día!, ¡ni beso, ni sexo, ni nada!».
—Eh, machote —gorjeó Chris, el novato, al acercarle un tazón vacío mientras Hank se sentaba y alargaba su taza para que le sirvieran café—, ¿has dormido bien?
—Excelente —gruñó Hank, frotándose los ojos con una mano mientras olía el café y sentía el peso de la taza en las manos—, ¿y tú?
—Bueno —resopló Chris—, yo no tengo a nadie que me prepare dos enormes bolsas llenas de comida, pero... —no terminó la frase, pero la sonrisa en su cara le dijo a Hank que necesitaba mejorar su humor.
—No soy una persona madrugadora —gruñó Hank mientras tomaba su café a sorbos.
—Eso, así sin más, no me lo creo —dijo Chris con una expresión de shock y sorpresa en la cara.
—Cállate —le advirtió Hank mientras luchaba por mantenerse serio.
—En serio —dijo Chris cerrando el paquete de cereales y levantando la cafetera para preguntarle a Hank si quería que le rellenara la taza—, me alegro de trabajar contigo en este encargo.
—Yo también, chico —dijo Hank moviendo la cabeza para indicarle que no quería más café.
—Así que —le hizo un guiño y sonrió—, ¿cómo se llama la chica?
—Scott —anunció Hank en voz alta y esperó, estudiando la cara del muchacho en busca de alguna reacción.
—Sss... —siseó Chris mostrando más confusión que shock en su cara—, ¿un chico? —Hank asintió—. Bueno —dijo tras darse cuenta de que Hank no le estaba tomando el pelo—, pues felicidades. —Le dio una palmada en el hombro mientras volvía a meter la leche en la nevera y lo esperaba a la puerta de la pequeña cocina—. ¿Alguien más lo sabe o es algo que deba guardarme para mí?
—Brian lo sabe —Hank inclinó la cabeza al levantarse para echar por el fregadero los posos de su café.
—¿Y?
—Scott es su hermano —Hank le ofreció una sonrisa torcida al darle una palmada en el hombro al pasar por su lado rumbo a la plataforma de aterrizaje al otro lado del edificio.
—Oh —gruñó mientras fruncía los labios—, en ese caso... ¡buena suerte! —sofocó una carcajada cuando Hank le hizo un gesto con la mano y siguió a sus compañeros hacia el pequeño helicóptero que los llevaría hasta el lugar de trabajo.
AL SEGUNDO día Hank no pudo evitar notar que Chris se estaba convirtiendo en un grandísimo trepador: era rápido, no le tenía miedo a las alturas (o al menos no tanto como la semana pasada) y durante la mayor parte del tiempo era capaz de seguir el ritmo de Hank.
—Sí —le había comentado a Brian durante la comida que habían compartido haciéndole un guiño al sonrojado novato—, ¡dale unos pocos años más y mejorará cualquiera de mis tiempos! —Y Hank lo decía en serio, además.
—¿Y tú qué? —se giró hacia Hank en cuanto vio que Chris se había alejado lo suficiente—, ¿dónde quieres estar tú dentro de unos años?
—Justo donde estoy ahora —declaró Hank mientras señalaba con la cabeza los árboles y en general el bosque que los rodeaba—, siempre y cuando consiga que el testarudo de tu hermano esté de acuerdo.
—Es todo un personaje, ¿verdad? —dijo Brian tras soltar un resoplido que Hank interpretó como una carcajada, así que asintió mientras se preguntaba dónde les llevaría esta conversación en concreto—. Tienes que tener en cuenta, Hank, que Scooter se parece mucho a nuestra madre. —Hank notó que la voz de Brian se suavizaba cuando hablaba de su familia—. Por eso se marchó, para alejarse de todo esto porque sabía lo que le había supuesto a ella el estar esperando levantada toda la noche... el estar alejada de nuestro padre durante días... el estar...
Hank enroscó el tapón del termo y miró de reojo a Brian.
—Así que de eso va esta promoción... ¿mantenerme lejos de los árboles para que Scott se quede contento? —Sacudió la cabeza y apartó la mirada—. ¿Te obligó a hacerme la oferta, verdad?
—Hank —lo regañó Brian ladeando la cabeza y levantando las cejas en un gesto de sorpresa—, tú sabes mejor que nadie cómo funcionan las cosas. Nadie me dice cómo dirigir mi negocio, ni siquiera Scott. —Se pasó la mano por la cara, buscando la forma de evitar no sólo que Hank se sintiera frustrado, sino que se enfureciera—. Tú quieres trepar a los árboles, así que yo te sigo llamando para ese tipo de trabajos. Lo único que intentaba demostrarte es que... te ofrecí la promoción para que supieras que todo estaba olvidado. —Brian juntó las manos y se inclinó un poco más hacia delante—. Scott me contó lo que Roddy y Hughy iban diciendo por ahí mientras yo estaba en el hospital, así que quería que supieras que yo tampoco te echaba la culpa de lo que pasó. —Sacudió la cabeza y la dejó colgando un momento antes de levantar la mirada—. Necesito alguien como tú, con tu experiencia, que sepa cómo debe funcionar el negocio para controlar a los trepadores, asegurarse de que los trabajos se hacen según el horario acordado y mantener la entrada de ingresos. —Brian se levantó, listo para irse antes de que las cosas se pusieran feas.
—Brian —Hank se levantó también y le ofreció la mano—, lo siento. —Sonrió débilmente cuando Brian se la aceptó y le dio un fuerte apretón—. Supongo que no he cambiado del todo, eh, sacando conclusiones precipitadas y pensando todo eso sobre Scrappy, eh, quiero decir, Scott.
—¿Scrappy? —Brian no pudo controlar la risa.
Hank sintió cómo el calor se le extendía por el cuello y la cara. Se encogió de hombros, mientras de repente encontraba muy interesante la etiqueta del termo.
—Scott me dijo un día que aunque no fuera tan grande como tú o como yo, podía ser bastante peleón. —Brian echó la cabeza hacia atrás y se rio a carcajadas, el sonido retumbando por las copas de los árboles—. ¿Qué pasa? —Sentía que se estaba perdiendo parte de la historia.
—Conque Scrappy, ¿eh? —Brian sacudió la cabeza y le dio una palmada en el hombro—, dejaré que sea él quien te diga cuál es su otro apodo... además de Scooter. —Se rio entre dientes meneando la cabeza de nuevo y gritó por encima del hombro mientras se dirigía a su sección de árboles—. Scrappy... ése sí que es bueno.
Para cuando le llegó el turno a Hank en el teléfono vía satélite, la llovizna que le había obligado a poner fin a su productivo día se había convertido en un aguacero torrencial que golpeaba tan fuerte en el techo de metal ondulado que Hank ni siquiera estaba seguro de que fuese capaz de hacerse oír.
—Hey, cariño, soy yo, tu Bunny —gritó mientras cerraba la puerta de la oficina.
—¿Hank? —Sentía la risa de Scott como música para sus cansados oídos—. Pensé que “Bunny” estaba fuera de discusión.
—Y lo está —rio Hank con su amante—, pero quería hacerte reír.
—Pues misión cumplida —soltó una risita—. Bueno, ¿cómo va el trabajo?
—¿Cómo? —refunfuñó Hank—, nada de ¿te echo de menos?, ¿desearía que estuvieras aquí a mi lado?, ¿ya he vendido el sofá? —cerró los ojos cuando oyó más carcajadas, dejando que el sonido se deslizara por todo su cuerpo. El zumbido y el rechinar de las motosierras no eran en ese momento más que un recuerdo lejano.
—Te echo de menos —lo tranquilizó cuando paró de reír y se dio cuenta de que Hank lo necesitaba tanto como él—, desearía que estuvieras aquí a mi lado, dentro de mí y... ese sofá también guarda para mí muy buenos recuerdos ahora.
—Lo cual me recuerda —dijo Hank de manera inexpresiva—que por fin he recordado el nombre de la chica.
—Gilipollas —soltó Scott intentando no reírse.
—¿Ése es mi nuevo apodo?
—Tal vez sí —dijo Scott petulante.
—Lo cual me recuerda —repitió Hank— que tu hermano me ha dicho que se suponía que debía preguntarte por tu otro apodo, aparte de Scooter. —Esperó, no oyendo nada, y sintió un temor paralizador de que la conexión se hubiera perdido—. ¿Hola? ¿Scrappy?
—Estoy aquí —dijo Scott con una voz súbitamente muy seria.
—Pensé que se había cortado la conexión —suspiró de alivio—. Así que ¿qué pasa?
—No sé de qué está hablando.
Hank trató de no reírse cuando el único pensamiento que había en su cabeza era «esto tiene que ser algo grande si no me lo quiere decir».
—¿En serio? Porque parecía bastante seguro de que existía otro apodo.
—Pues está equivocado —anunció Scott con una voz clara y tajante.
—De acuerdo —cedió Hank y apartó el teléfono unos centímetros de su cara—. ¡Eh, Brian! —gritó en la oficina vacía—, Scott dice que no sabe de qué estás hablando... —volvió a acercar el teléfono a la cara cuando oyó vociferar a Scott.
—Muy bien, de acuerdo, tú ganas —concedió Scott, aceptando la derrota con menos gracia de lo que Hank habría imaginado—. Era “Diamania”.
—Lo siento, cariño, no he entendido la última palabra —se rio Hank mientras se imaginaba a Scott poniéndose una mano delante de la boca.
—He dicho que era... Oh, espera, mi móvil está s...
—Scott —le advirtió Hank.
—El Diablo de Tasmania —soltó Scott—, el Diablo de Tasmania, ¿de acuerdo, ahora estás contento?
—Pero... ¿quieres decir... como en... ? —balbuceó mientras se reía. En lo único en lo que podía pensar era en el pequeño personaje de dibujos animados de las reposiciones de Bugs Bunny destrozando el decorado y abriéndose camino a través de las piedras.
—Sí —suspiró Scott—, ese mismo.
—Jo, jo, joder —a Hank se le llenaron los ojos de lágrimas imaginando a su pequeño Scrappy destrozando el patio de recreo, echándole la bronca a cualquiera que se le pusiera por delante—. Si te sirve de consuelo siempre ha sido mi personaje favorito. —Cerró los ojos y se mordió la lengua para que no se le escapara ninguna carcajada.
—Fue hace mucho tiempo —declaró Scott, y Hank pudo imaginarse sus mejillas sonrojadas y sus puños apretados—, no me gustaba que me tomaran el pelo o que se metieran conmigo cuando estaba en el colegio, así que...
—¿Así que te ponías a dar vueltas como un loco asustando a todo el mundo que se te acercaba?
—Tengo que colgar.
—¡Espera! —gritó Hank, toda su risa de repente quedó reducida a un gemido—. Cariño, espera por favor, lo siento, ¿vale? —respiró hondo y dejó salir el aire muy lentamente—. Por favor, cariño, lo siento.
—Ya sé que sólo estabas bromeando —dijo Scott—, pero de verdad que te echo de menos y que desearía que estuvieras aquí conmigo.
—Yo también te echo de menos, cariño. —Hank ya no sentía ganas de reír. Sabía que la conexión vía satélite era cara y que necesitaba terminar la llamada, pero no conseguía que sus dedos soltaran el teléfono—. Estoy manteniendo mi promesa de ser cuidadoso y estaré en casa en menos de dos días, cariño.
—Te quiero, Henry Isaac Ballam.
—Y yo te quiero a ti —lo tranquilizó Hank—, aunque te llamen el Gallo Claudio: oye, digo, oye muchacho —vociferó en una bastante buena imitación y cerró los ojos cuando oyó reír otra vez a su Scrappy.
REPASÓ mentalmente una y otra vez la conversación telefónica (bueno, ciertas partes) mientras trabajaba al día siguiente para cumplir su cupo de trabajo. La lluvia, que había dejado de caer en algún momento durante la noche, había dejado tras ella el musgo, la tierra y las hojas chorreando agua. Incluso Brian había anticipado un día lento debido a la niebla, pero a mediodía Hank se había asegurado de que sólo llevaban un retraso de una docena de árboles y el cielo no estaba sino totalmente despejado. Era su tercer y último día allí fuera, y nada iba a impedirle volver a casa.
No fue hasta que se sentó para comer que se dio cuenta de que Brian y Chris no estaban por ningún lado. Se sirvió café en la tapa del termo hasta llenarla, comió su sándwich de pollo y ensalada y después, cuando los otros dos aún no habían aparecido, encendió su walkie-talkie y avisó de que iba a entrar en su sección. Esperó una llamada de respuesta que le dijera que no era seguro, que caían ramas y copas cortadas, pero cuando no se produjo tal anuncio echó a andar en su busca, imaginándose que se trataba de algo simple como el filo estropeado de una motosierra o las púas dobladas de una bota.
Los encontró a sólo unos cuarenta y cinco metros y se felicitó por haber predicho algo simple: a Chris se le había quedado la motosierra atascada en un árbol. A medida que se aproximaba al experimentado veterano y al novato, no pudo evitar sonreír ante los recuerdos de Brian insistiéndole y enseñándole la primera vez que se le había atascado a él. En las últimas dos semanas había comenzado a ver a Brian bajo una luz totalmente nueva: hermano devoto, profesor, mentor y empresario tratando de ayudar a los jóvenes y entusiastas trepadores a orientarse sanos y salvos en el peligroso mundo de la explotación forestal. Era una pena, se dio cuenta, que le hubiese llevado tanto tiempo ver a Brian como algo diferente del tipo rígido y estricto que siempre lo arengaba en relación a lo mucho que bebía.
—¿Puedo echaros una mano? —gritó desde una distancia segura, no queriendo asustar a ninguno de ellos.
—No hace falta —expresó Brian con las manos plantadas firmemente en las caderas mientras continuaba controlando los progresos de Chris—, creo que ya le cogió el truco.
Hank se detuvo al lado de Brian, sus manos moviéndose con voluntad propia para engancharse en las aberturas de su chaleco de seguridad. Estudió los nerviosos y bruscos movimientos del novato y oyó sus maldiciones cada vez que algún nuevo intento no daba resultado.
—¿Está muy por detrás en este momento? —preguntó Hank señalando a Chris con la cabeza.
—Por unos diez más o menos —suspiró Brian y cruzó los brazos sobre el pecho—, si consigue arreglar esto aún podremos compensar el retraso para cuando llegue el momento de marcharse.
—¿Quieres que vaya a buscar mi sierra y le ayude a salir de ahí?
—No hace falta —repitió Brian, dirigiéndole una pequeña sonrisa de gratitud—, el novato tiene que aprender, ¿verdad?
—ODIABA que me llamasen así —resopló Hank meneando la cabeza ante el recuerdo de ser el último de la fila—. Eso y la forma en que Roddy solía tomarla conmigo por cualquier estupidez.
—Lo sé —asintió Brian—, pero al final fue algo que te ayudó, ¿verdad?
Hank asintió y abrió la boca para preguntarle a Brian qué pensaba hacer con su mejor amigo cuando oyó el chillido de satisfacción del novato; así que en lugar de hacerle una pregunta que seguramente no quería oír, Hank decidió darle una palmada en la espalda.
—Yo me haré cargo desde aquí para que tú puedas ir a terminar tu trabajo. —Se alejó unos cuantos pasos antes de girarse para mirar a su jefe—. ¿Te encuentras bien? Me refiero a que si la cabeza no te está dando ningún problema al trepar o al estar allí arriba o algo parecido.
—No, gracias —se rio Brian—, la única cosa que me provoca dolores de cabeza es tratar de terminar el trabajo a tiempo.
—Lo conseguiremos. —Hank aceptó el gesto de asentimiento de Brian y lo observó durante unos momentos mientras se dirigía al claro para sentarse un rato a descansar y aprovechaba para comer algo. Y al girarse hacia el novato fue cuando todo lo que sucedió a continuación pareció desarrollarse a cámara lenta. Levantó el pie para echar a correr, pero era como caminar con el agua hasta las rodillas o dentro de arenas movedizas. Era consciente de que estaba gritando, pero no sabía exactamente qué, y tampoco sabía si Chris lo oía porque el muchacho todavía estaba concentrado en la motosierra. Y si hubiese tenido la presencia de ánimo para darse la vuelta, habría visto que Brian también estaba gritando mientras venía corriendo de vuelta.
Hank estaba probablemente a unos tres metros de distancia cuando vio a Chris tirar del cable de arranque de la motosierra una última vez, girarse con una sonrisa al comprobar que la máquina seguía funcionando y ponerse serio cuando vio a los dos hombres gritando hacia él. Nunca iba a quedar claro para Hank o Brian lo que pasó exactamente, pero Hank nunca olvidaría los alaridos de Chris ahogados por el rugir del motor al soltarse la cadena de la motosierra, golpear el ancho tronco del árbol y rebotar contra el cuello y el hombro de Chris, aunque el casco ayudó a desviar algo el golpe. Para cuando Hank llegó a su lado, la expresión de pánico del muchacho y el olor de la sangre hicieron que se sintiera agradecido por no haber comido aún.
Hank ya se había quitado el chaleco de seguridad y tenía su camiseta enrollada alrededor del cuello del joven antes de que Brian llegara junto a ellos:
—Llama a Kari, que traiga aquí el helicóptero para que puedas evacuarlo a Tofino.
—Lo siento —balbuceó Chris—, olvidé comprobar la cadena.
—Ahora no hables, ¿vale? —Hank trató de no parecer muy preocupado para beneficio del muchacho—. Vamos a sacarte de aquí en el helicóptero para que puedas recibir atención médica. —Tiró de las mangas de la camiseta para hacer una especie de vendaje y aplicó presión, girándose para ver a Brian gritando a través del walkie mientras corría en busca del botiquín de primeros auxilios.
—Lo siento, Hank —repitió Chris.
—Necesitas tranquilizarte, Chris, por favor. —Miró la asustada cara del muchacho y luego la camiseta que llevaba enrollada al cuello, que ya empezaba a mostrar pequeñas manchas de sangre que se filtraban hacia la superficie, por lo que aplicó más presión—. Respira hondo, ¿de acuerdo? —Hank comenzó a coger aire y a soltarlo, como si estuviese en una clase de preparación al parto, mostrándole a Chris lo que quería que hiciera. Tenía que conseguir que el muchacho se calmara antes de que empezara a hiperventilar y aumentara la pérdida de sangre.
—¿Cómo está? —preguntó Brian bajando la vista hacia el muchacho, como si Hank fuese un médico de verdad o algo parecido.
—No creo que se haya cortado nada muy importante, porque si no pienso que ya se habría desmayado, pero... —Hank levantó la mirada desde la cara de Chris hasta la de Brian, no sabiendo qué decir o hacer—. Ah, joder, jefe, no soy ningún jodido médico. ¿Dónde está el helicóptero?
—Me siento... —Chris estaba perdiendo la consciencia rápidamente: hablaba arrastrando las palabras y sus ojos pestañeaban sin parar.
—Kari viene tan rápido como puede, pero aún así no llegará hasta cerca de las diez.
—Bueno, pues entonces —comenzó a decir Hank mirando la cara de Chris, el cual ya era casi incapaz de mantener los ojos abiertos—, será mejor que lo llevemos hasta el claro. —señaló la cabeza del muchacho—Tú cógele las piernas, así yo no dejaré de hacer presión. —Hank apreció que Brian no discutiera con él, pues le sería difícil justificar su decisión ante nadie, mucho más ante su jefe.
Se movieron con rapidez para llevar a Chris hasta el claro y Hank se dio cuenta demasiado tarde de que a ninguno de los dos se le había ocurrido apagar la motosierra. Aún podía oír cómo se reía de él a casi doscientos metros de distancia. Sintió que los brazos le empezaban a temblar por el esfuerzo de sostener el peso de un hombre adulto y la constante necesidad de aplicar presión en la herida. No fue hasta que llegaron al claro que Hank se dio cuenta de que el sonido de la motosierra había sido tapado por el ensordecedor ruido del motor del helicóptero de Kari al acercarse.
Agradeció a todos los dioses que se le ocurrieron cuando vio que Kari no salía del helicóptero para intentar ayudarlos, pero después maldijo a su jefe por comenzar una discusión.
—No hay sitio, Brian —gritó Hank sobre el rugido del motor cuando Brian le ordenó que subiera al aparato—, y tampoco hay tiempo.
—Hank —vociferó Brian—, trae tu culo aquí de una puta vez.
Brian había subido primero, con lo que Chris tenía medio cuerpo dentro y medio fuera del helicóptero, y cuando se encontró encajado en el asiento más alejado presionando la camiseta contra el cuello del muchacho empezó a gritarle órdenes a Hank de que dejara el trabajo, llegando incluso a agarrarle por un brazo una vez se aseguró de que la cabeza del novato estaba bien inmovilizada dentro del helicóptero.
—Aún estamos quince árboles por debajo —gritó Hank, la estela del motor sacudiéndole el pelo sobre los ojos y las orejas—, así que marchad de una puta vez antes de que el chaval se muera desangrado. Kari puede venir a recogerme después cuando Chris esté fuera de peligro. —Brian le soltó el brazo y Hank agarró la puerta y la cerró con fuerza, haciendo una mueca ante la huella de sangre que había dejado en la limpia pintura blanca. Se alejó del helicóptero y les hizo un gesto de que se marcharan con la mano.
Mientras volvía hasta el claro, volviendo a ponerse el chaleco e intentando reunir todo el equipo de Chris para su eventual recogida, sintió una irresistible necesidad de escuchar la voz de Scott. Chris había tenido mala suerte, eso seguro. Los pantalones especiales que vestían todos los trepadores llevaban dos capas más de tejido sobre un revestimiento tipo Kevlar precisamente para proteger las piernas por si se rompía la cadena de la motosierra. Desafortunadamente para Chris, la cadena se había roto justo cuando el muchacho sostenía la máquina en un ángulo tan raro que había terminado por alcanzarle en el cuello y el hombro. Hank tenía los suficientes conocimientos en primeros auxilios y experiencia como para saber que la cadena no había seccionado nada muy importante, pero también tenía el suficiente sentido común para saber que en tales circunstancias Chris era la principal prioridad y que podrían venir por Hank más tarde.
Aunque había tardado casi veinte minutos y gastado prácticamente toda el agua en intentar lavar la sangre de sus manos, todavía podía olerla. Después de reunir todas sus provisiones en el claro, Hank había pasado las siguientes cuatro horas como un poseso subiendo a los árboles que faltaban y cortándoles la copa. Estaba empecinado en terminar el trabajo, hacer los cortes necesarios en la base de los árboles para que el helicóptero pudiera transportar los troncos al día siguiente y estar en casa para abrazar a Scott y decirle lo mucho que le gustaban sus comidas. «¡Quién sabe!» bromeó consigo mismo mientras se abría camino hasta el penúltimo árbol, «¡a lo mejor me sorprende con un apodo cariñoso que no sea una tontería!».
Se las arregló para sortear las ramas más gordas y las que ya estaban secas, y coronó la cima del ciprés en tiempo récord. Definitivamente Brian iba a estar orgulloso de él por terminar el trabajo a tiempo. «Tal vez le pida un aumento» sonrió mientras sacaba la cinta del bolsillo y le arrancaba un trozo suficientemente largo con los dientes. Ya tenía la cinta envuelta alrededor de la parte superior del árbol y la estaba colocando por encima, preparado para graparla en su sitio, cuando miró hacia arriba. La sangre se le congeló en las venas cuando se dio cuenta de que no había notado la aparición de la niebla justo hasta ese momento. No era poco común en la isla que la niebla te cubriera de repente, pero lo que sí era raro era que un helicóptero pudiera volar a través de ella.
La vocecita dentro de su cabeza le indicó que terminara el trabajo y eso hizo, pensando que quizás la situación allí arriba parecía peor puesto que se encontraba a sesenta metros del suelo. Tras levantar el garfio, preparado para lanzarlo al siguiente árbol, se paró otra vez al darse cuenta súbitamente de que no iba a ser capaz de llegar hasta el claro. Había estado tan apurado que no se había preocupado por contar los pasos o usar alguno de sus habituales trucos para mantenerse orientado. «Calma» se advirtió a sí mismo mientras lanzaba el garfio al siguiente árbol.
A los diez minutos ya estaba de vuelta al pie del árbol y todavía tratando de mantener la calma. «Joder, joder, joder». Se dio cuenta de que tenía que elegir alguna dirección, así que esperaba que fuera la correcta. Ahora que ya no estaba trepando, la fría y densa niebla contra la piel le hizo darse cuenta de que no llevaba camiseta. «Jodido idiota» se regañó a sí mismo mientras cogía el móvil. Sin cobertura. «Bueno, esto se pone cada vez mejor». Se detuvo y respiró hondo varias veces para despejarse la cabeza. «Los paquetes, los equipos» se dio cuenta de repente, «encuéntralos y estarás en el claro». Cerró los ojos otra vez, respiró hondo unas cuantas veces más y trató de desandar el camino, intentando seguir el orden inverso de los árboles a los que había trepado desde que el helicóptero se había llevado a Brian y a Chris. «Levanta la mirada» pensó con una sonrisa sarcástica en los labios mientras se daba una palmada en la frente, «y verás qué árboles han sido desmochados». Se dio otra palmada en la frente cuando levantó la mirada y no vio nada salvo el denso vapor de agua colgando en el aire, impidiéndole ver las copas de los árboles. «Maldita niebla hija de puta. ¡Los troncos!» sonrió para sí mismo: seguro que las enormes X rosas en los troncos le servirían de ayuda.
Cuando su estómago rugió Hank miró el reloj: casi las cinco de la tarde. El helicóptero había recogido a Brian y a Chris justo después del mediodía, si la memoria no le fallaba. Pero... respiró hondo unas cuantas veces otra vez, tratando de mantenerse calmado cuando se dio cuenta de que hacía casi una hora que había subido al último árbol. Había estado dando vueltas a tientas entre la niebla durante cuarenta minutos y todavía no había encontrado el equipo. Maldiciéndose a sí mismo por ser lo bastante estúpido como para creer que era lo bastante inteligente para conseguirlo, se quedó donde estaba allí parado durante un rato antes de sentarse en el suelo, volviéndose a poner rápidamente de pie cuando el agua le empapó la parte de atrás de los pantalones. «Jodido idiota» maldijo y empezó a frotarse los brazos. Metió la mano en el bolsillo para buscar el mechero, la idea de encender una hoguera le ayudaba a controlar su nerviosismo.
Intentó no alejarse demasiado en busca de algo lo bastante seco para que prendiera, pero como siempre volvía con las manos vacías, decidió alejarse unos tres o cuatro metros. Buscó debajo y entre troncos caídos espacios que pudieran haber quedado protegidos de la lluvia, pero no encontró nada. Se detuvo entre dos cipreses y se frotó la cara, no queriendo nada más en ese momento que estar en casa con Scott en la cama. «Te hice una promesa, cariño, y voy a mantenerla». Cerró los ojos y pensó en las largas piernas, sensuales labios, la risa contagiosa y la cálida y sensible piel de la espalda de su novio. «Novio» pensó. «Qué palabra más extraña... ¿entonces un muchacho que es un amigo no puede ser un novio?».
Sacudió la cabeza ante un pensamiento tan estúpido y se imaginó a Scott acostado en la cama, abrazado a la almohada y esperando que Hank mantuviera su promesa. «Quiero oír el apodo que has elegido para mí, cariño... Diablo de Tasmania, terror del patio de recreo». Se rio encogiéndose de hombros y continuó buscando algo para quemar. Absorto encendió el mechero y se quedó mirando cómo un ligero viento, que no se había dado cuenta de que estaba soplando, enviaba la llama sobre su pulgar. «¿Cómo es que no lo siento?».
Soltó el mechero y se llevó el dedo a la boca, sin preocuparle realmente la frialdad de su piel. «La manta térmica» se dio cuenta de repente, «tengo que encontrar la manta térmica». Empezó a caminar en otra dirección, sin darse cuenta de que estaba volviendo sobre sus pasos hacia el último árbol que había desmochado hacía una hora. «¿Dónde diablos está Scott?». Redujo la marcha, tan absorto pensando en la cálida piel y los labios apetecibles de Scott que no vio la rama que sobresalía de uno de los troncos talados. «Por fin» pensó al sentir el sudor corriéndole por el costado, «calor». Se pasó la mano por encima para secarse el sudor y se preguntó por un momento cómo podía estar sudando con toda esa niebla y sin hacer sol. Apoyó la mano sobre el costado para dejar que el calor penetrara en sus dedos amoratados.
Y mientras se recostaba sobre el tronco para descansar, recordando la sensación de las manos de Scott y el olor de su cuerpo recién salido de la ducha, cerró los ojos y por un momento se preguntó por qué su sudor era de color rojo.