Capítulo 33

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EL SEGUNDO día discurrió igual que el primero, y el tercero también salvo que conoció a Chris, el cual marchaba ya para casa después de haber recibido el alta médica.

—Oh, lo siento —tartamudeó el muchacho al descubrir a Scott sentado en la silla al lado de la cama sujetando la mano de Hank.

—No pasa nada —Scott se levantó y se le acercó—, ¿eres Chris? —Una expresión tensa de pánico cruzó el rostro del joven cuando asintió—. Veo que ya marchas para casa. —Señaló la mochila que suponía había traído Brian en uno se sus más recientes viajes entre el lugar de trabajo y el hospital donde dos de sus leñadores estaban siendo atendidos—. Soy Scott —añadió tras unos momentos de silencio.

—¿Scott? —Chris pasó la mirada rápidamente una y otra vez de la cara de Hank a la de Scott—. Eres Scott. —Scott se dio cuenta de que no era realmente una pregunta, pero aún así asintió—. Siento muchísimo haber causado todo esto, y…

—Chris —interrumpió al joven, viendo el mismo dolor y confusión en su mirada que había visto hacía sólo unas semanas antes en la cara de Hank—, está bien. He crecido en una familia de leñadores y sé que a veces pasan accidentes, ¿vale? —como no lo vio muy convencido, continuó—, nadie va a echarte la culpa de lo que pasó. —Sonrió y le guiñó un ojo—. A no ser que me digas que tú causaste la niebla. —Se dio cuenta súbitamente de lo similar que era esta conversación a la que había tenido con Hank hacía unas semanas.

Chris pareció relajarse un poco ante el débil intento de bromear, y se quedó allí de pie apretando y relajando el puño que agarraba el asa de la mochila. Después miró a Scott.

—En verdad ahí tienes un tipo estupendo, Scott, no hay otro mejor que él.

Scott alzó la cabeza con brusquedad.

—¿Cómo…

—Me contó de dónde habían salido sus comidas —Chris señaló a Hank con la cabeza y después miró al suelo. Cuando volvió a mirar a Scott sus ojos estaban enrojecidos y brillantes, y éste se le acercó y le puso una mano sobre el hombro, apretando ligeramente en un gesto de consuelo como había hecho su padre con sus hijos tras la muerte de su madre—. Nunca me lo perdonaré si él no…

—Vamos, Chris —lo tranquilizó—, no va a pasarle nada. Hank es fuerte, con una salud de hierro… —esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción— y nunca se perdería la oportunidad de volverme loco con sus bromas.

—¿Se mete contigo?

Scott se alegró al ver que las lágrimas remitían y que las cosas se calmaban cuando el fantasma de una sonrisa apareció en la expresión abatida de Chris.

—Todo el tiempo. —Puso los ojos en blanco—. Es que me vuelve loco. —Scott notó que la sonrisa era un poco más grande y que sus ojos se movían rápidamente entre su cara y la de Hank, por lo que supuso que le estaba descubriendo al muchacho una faceta del leñador que éste raramente mostraba en público.

Cuando por fin se despidieron, Scott se sentía un poco más ligero que en días anteriores. Y entonces llegó el cuarto día.

Scott no había utilizado mucho la habitación que habían alquilado, y que en realidad sólo estaba sirviendo para guardar su bolsa de viaje, pero no le importaba. Se lavaba la cara en el pequeño baño adjunto, tenía desodorante en el bolsillo y una silla que cada día se volvía un poco más confortable, aunque en realidad no tenía ni idea de cómo era eso posible. Quizás era porque en ese momento se trataba de la cosa más cercana de la que disponía que le permitía estar al lado del hombre del que se había enamorado.

El problema de enamorarse, se dio cuenta Scott en la mañana del cuarto día que pasaba en la silla del hospital observando la pacífica y dormida cara de Hank, no era el posible final, sino el agotador viaje de vuelta, uno solo, a una situación mínimamente similar a la previa a enamorarse. Pensó en esos momentos de felicidad por la mañana, justo antes de estar totalmente despierto, antes de que su mente tuviera la ocasión de recordarle todos los errores que había cometido. Buscó aquellos conocidos momentos tiempo atrás en los que despertar no significaba otro largo y tedioso día tratando de volver a un tiempo donde la felicidad era más que la esperanza de tener una vida con Hank. Era un lugar que recordaba sólo vagamente, como en uno de esos sueños que siempre le habían gustado, justo antes de despertar, esos donde todo parecía real pero al mismo tiempo conservaban algún elemento de irrealidad.

Scott no se quejaba, y se levantaba cada mañana como siempre lo había hecho, con una sonrisa pegada en la cara, incluso aunque había días que se descubría observando su propio reflejo en el espejo y no estaba seguro de qué o a quién estaba mirando. Aún así, ver el dolor y la confusión en sus propios ojos siempre le ayudaba a recordar que había sido él quien voluntariamente había abandonado su antigua vida a favor de esta nueva. Y justo en esos momentos nostálgicos y elusivos antes de despertar del todo, justo antes de recordar que había tenido la oportunidad de marcharse, de impedir que todo comenzara en aquella pequeña poza cerca de French Beach; veía los ojos verdes de Hank y su sonrisa juguetona, sentía de nuevo el roce de sus labios y pensaba que, tal vez, todo había merecido la pena.

Caminó hasta el pequeño cuarto de baño, mojó una toalla y volvió al lado de su amante para lavarle la cara con ternura, notando con algo de diversión lo rápido que le había crecido la barba. Deslizó los dedos por su cabello castaño, recordando cuando había hecho ese mismo gesto durante los hermosos momentos de pasión que habían compartido. Aunque sólo había transcurrido una semana desde que habían hecho el amor, parecía que había pasado una eternidad.

Hank llevaba ya tres rondas de medicación antibacteriana y antifúngica intravenosa, y los médicos habían desconectado el sistema de hipotermia Kool-Kit para comenzar el calentamiento de su cuerpo hasta alcanzar una temperatura interna normal. Scott nunca olvidaría, por mucho tiempo que viviera, la sensación de frialdad de la piel de Hank durante esos dos largos, casi interminables, días. El médico había sido lo suficientemente amable como para quedarse allí un rato y con paciencia explicarle todo el proceso a Scott, y también a Brian y Kari cuando éstos aparecieron por allí. Pero durante casi veinticuatro horas, Scott había estado solo con Hank en la habitación. Y había tenido que luchar contra el impulso de abrazar al médico cuando éste le anunció que Hank estaba fuera de peligro, y que ahora sólo quedaba valorar cualquier secuela que la infección pudiera haber causado.

Ante la insistencia de Scott, Brian había conseguido localizar a los padres de Hank en Coquitlam ya muy tarde el primer día y les había dado la noticia. No había sido fácil encontrarlos porque Hank no los tenía anotados como contactos de emergencia, sino sólo a la menor de sus dos hermanas. La mujer aún no había aparecido por el hospital, sino que había dicho que “intentaría” ver a Hank una vez hubiera vuelto a Duncan. Scott en realidad no la culpaba: estaba casada, con dos hijos y tenía una vida que, según lo que había dicho, no incluía a Hank desde hacía casi tres años.

Mientras permanecía de pie al lado de la cama, con una mano dándole unas fricciones en el estómago, de esas que tanto le gustaban, y con la otra pasándole un algodón bucal con sabor a limón por los dientes y el interior de las mejillas, Scott se preguntó qué habría ocurrido en esa familia para mantenerlos apartados durante tanto tiempo. Recordó que Hank no se había sentido cómodo hablando de su familia y que sólo había mencionado unos pocos incidentes en los que uno o todos sus miembros habían expresado su decepción por la forma como Hank vivía su vida. Se preguntó, mientras tiraba el algodón en el cubo de la basura, si algo de eso cambiaría ahora que Hank era un héroe por haber salvado la vida de otra persona, aunque casi a costa de la suya.

Scott se dejó caer de nuevo en la silla. Había tenido buenos y malos momentos entre intermitentes períodos de sueño. En los buenos momentos, sabía en lo profundo de su corazón que Hank iba a despertar, decir alguna tontería y estaría como nuevo. En los malos, sin embargo, no podía evitar que su mente recreara todos y cada uno de los posibles escenarios que el médico le había descrito. Pero justo en este momento, mientras acariciaba el suave vello de los antebrazos de Hank, Scott estaba teniendo un buen momento.

Y mañana, cuando pudiera por fin alquilar un helicóptero para trasladar a Hank de vuelta a Duncan, sería el mejor momento con diferencia. Mientras se inclinaba en el respaldo de la silla, con sus largas piernas estiradas frente a él, se dio cuenta de que había olvidado contarle a Hank, durante sus conversaciones unilaterales, que por fin había terminado el gran final para el musical, lo que significaba que ya era, oficialmente, libre para mudarse de vuelta a Duncan, junto a su hermano y a su amante.

Cerró los ojos un momento y cuando los abrió de nuevo, ante la insistente mano sobre su hombro, ya estaba oscuro fuera, lo cual significaba que había dormido en la silla al lado de Hank durante casi seis horas.

—Sr. Ballam —le estaba diciendo la enfermera con una ancha sonrisa—: su hermano está despierto.

Incluso con lo cansado que estaba, Scott no olvidó la charada.

—¿Hank? —se giró hacia la cama y se encontró con los hermosos ojos verdes que no había visto en casi una semana—. Hank —susurró y recostó la cabeza junto al antebrazo que casi había dejado calvo de tanto acariciarlo durante los pasados tres días—, ¿te duele algo?

—Scrappy —la voz de Hank sonaba débil y amodorrada como si intentase hablar con la boca llena de comida. Scott se giró hacia la enfermera, preparado para explicarle el apodo cariñoso, pero la mujer ya no estaba allí. Ni siquiera se había dado cuenta de que se había marchado de la habitación.

Scott se levantó para cerrar la cortina que los separaba de la otra cama que había en la habitación, preguntándose por qué lo hacía, ya que llevaba vacía desde que habían trasladado a Hank a planta, y se inclinó sobre la cara de expresión grogui de su amante para darle unos cuantos besos suaves sobre sus labios de sabor a limón.

—Odio el limón —dijo tras relamerse los labios e intentó sonreír.

Scott sonrió a través de las lágrimas, inclinó la cabeza un momento en un gesto de alivio y bromeó:

—¿Qué, nada de “te echo de menos, desearía que estuvieras aquí, por qué no has vendido todavía el sofá”?

—Cansado —susurró con voz ronca y forzada.

Scott deslizó la mano perezosamente por el vientre de Hank dibujando ochos.

—Te quiero —dijo Hank con voz ronca a la vez que se le cerraban los ojos. Intentó volverlos a abrir, pero ya no pudo.

—Te quiero, Hank —dijo en voz baja tras inclinarse una vez más para besar sus cálidos labios. Se sentó otra vez en la silla, con el corazón latiéndole apresuradamente y amenazando con subírsele a la garganta: sólo eran unas pocas palabras, pero Scott decidió que éste también sería un buen momento.

 

 

HANK despertó con los bips de las máquinas y se encontró mirando una mancha de humedad en el techo. Se preguntó cuándo le había pasado eso a su casa y entonces cerró los ojos. Cuando los abrió otra vez, oyó ruido de agua corriente y vio a Scott que salía del baño y se le acercaba.

—Eh, Scrappy —dijo con una voz no del todo clara aún, pero con una brillante sonrisa en la cara que era muy prometedora.

—Eh, cariño —dijo Scott mientras le apartaba el pelo de la frente y deslizaba los dedos por el brillante cabello—, es la hora de tu baño —añadió moviendo las cejas de arriba abajo.

—¿Ducha?

—No en este establecimiento en concreto —bromeó Scott—, pero quizás la próxima vez me dejes hacer a mí las reservas.

—Establecim… ¿eh? —Hank cerró los ojos e intentó levantarse, pero sentía que su cuerpo era como un peso muerto.

—Quieto ahí, guapo —Scott lo empujó suavemente en el pecho, disfrutando del calor que había vuelto a su cuerpo—, que estás en el hospital.

—¿En el…? —se llevó despacio una mano a la frente, el esfuerzo parecía excesivo—. Pero el que se lastimó fue Chris, no yo.

Scott le agarró una mano, apretando los anchos dedos de Hank entre los suyos, y se la llevó a los labios para depositar sobre ella varios besos largos.

—Cierto, y se encuentra bien, de hecho ya se ha marchado a casa. Por cierto, cree que eres un tipo estupendo, que no hay nadie mejor, creo que dijo.

—Es un chaval muy majo —dijo con voz ronca—, pero ¿por qué estoy… ?

—Sufriste una hipotermia, y te hiciste un corte en el costado, así que —le dio otro beso en la mano— estás en el hospital de Tofino. Tuviste dos tipos de infecciones, bacteriana y fúngica, y tuvieron que mantenerte en observación durante cuatro días hasta que encontraron el tratamiento adecuado.

—¿Tofino?

—Sí, en el centro de la isla, en la costa oeste —ofreció Scott.

—Sé dónde está… —soltó una bocanada de aire a través de sus labios secos—, pero ¿por qué no me llevaron a Duncan?

—Estabas demasiado enfermo y no podían arriesgarse a llevarte hasta allí.

—¿Y ahora estoy bien?

La sonrisa de Scott se hizo más grande.

—Lo estarás una vez que tu cuerpo tenga oportunidad de recuperar algo de fuerza, porque la verdad es que la infección te dejó muy mal.

—¿Y nosotros cuándo podremos marcharnos a casa?

Scott se giró cuando oyó “nosotros” y “casa” en la misma frase.

—Supongo que en cuanto el médico diga que estás lo bastante fuerte para viajar. —Se sentó en la cama al lado de su amante—. Entonces alquilaré un helicóptero que nos lleve de vuelta a Duncan.

—¿Y Brian?

—Kari y él están los dos bien, al final los convencí para que volvieran a casa e impidieran que la empresa se fuera al traste. —Scott suponía que en algún momento tendría que decirle cómo había reaccionado de manera exagerada y amenazado a Brian, pero ahora todo lo que quería era poderse mirar en esos ojos verdes.

—¿Estuviste… —Scott pensó que le iba a preguntar si había hecho todos los arreglos necesarios para poder mudarse a Duncan—, estuviste aquí conmigo todo el tiempo?

—Por supuesto. —Scott se inclinó sobre los barrotes laterales de la cama, le dio un beso en los labios y se apartó para buscar algo en la mesilla. Cogió el bálsamo labial que le había dado la enfermera ayer por la mañana y apretó un poco el tubo para echar una pequeña cantidad en un dedo para después pasárselo a Hank por los labios. Después se inclinó para darle un beso un poco más apasionado, pero sin abrir la boca. Cuando ya se apartaba sintió la mano de Hank sobre la suya y lo miró a la cara, sonriendo ante el intento de sonrisa traviesa de su amante. Scott le dio otro rápido beso y después deslizó la mano bajo la sábana blanca que le cubría el cuerpo hasta tocar su musculoso pecho. No pudo evitar preguntarse lo que estaría pasando por la cabeza de Hank en esos momentos, pues tenía los ojos muy abiertos y permanecía callado. Scott dejó que su mano se moviera hacia abajo hasta que pudo meterla por debajo del camisón de hospital que llevaba, y vio cómo se le cerraban los ojos cuando empezó a dibujar pequeños círculos sobre su abdomen plano y cálido.

—Lo siento —se inclinó y lo besó brevemente, dejando esta vez que la punta de su lengua se reencontrara con la delicia de los cálidos labios de Hank—, no quería meterme contigo, aunque —se encogió de hombros— ya llegaremos a eso cuando estés mejor.

—Apenas puedo esperar —sonrió mientras los párpados cada vez le pesaban más—. Te quiero, Scrappy —dijo en un suspiro en tanto se le cerraban los ojos—, me encantan… los masajes… de estómago.

—Lo sé —susurró Scott y lo besó una última vez.