Este libro es producto de siete años de investigación y de la experiencia de toda una vida académica.
El autor es un sociólogo profesional y no pretende invadir las jurisdicciones epistémicas de los teólogos y de los filósofos, sino solamente evaluar sus aportes a la cultura y a la cosmovisión que llevaron al llamado modernismo y su influencia sobre la política actual.
Solamente he tratado de entender mejor la política de la época actual indagando sus raíces en la subcultura del modernismo, dentro de la gran cultura de la modernidad. Como lo indica su sufijo «-ismo», se trata de una ideología, de una versión de las cosas, que es patológica y corrosiva dentro de la cultura moderna, a la que desvirtúa, y que debe aislarse para ser comprendida íntegramente.
Esta es una tentativa de poner algo de sentido en lo que nos está pasando. Trata de responder a la pregunta: ¿cómo llegamos a esto? ¿Cómo llegamos a ese mundo de odios, de violencia, de mentira y de miedo, de guerras continuas y de persecuciones, de genocidios y de exterminios masivos, que no necesito describir porque todos lo vivimos o lo hemos vivido alguna vez?
Para aclarar en algo todo esto, he optado por seguir el camino metodológico trazado por las más recientes corrientes sociológicas. Se iniciaron con el análisis histórico de los conceptos, la Begriffsgeschichte de Reinhart Koselleck, que continúa y amplía los estudios sobre lenguaje y política de Manfred Riedel en su excelente Metafísica y metapolítica, que aplica a la comprensión de la política de la modernidad. Perfeccionó esta orientación el filósofo canadiense Charles Taylor en su obra Sources of the Self: The making of the modern identity, culminada por su monumental A secular age (878 páginas) considerada por reputados especialistas, como A. MacIntyre, Robert Bellah, David Martin y Alan Wolfe, como el más importante aporte al debate sobre la secularización que se haya escrito en todo el siglo XX y de imprescindible lectura.
Toda esta impresionante corriente científica coincide en que la mejor manera de estudiar el modernismo es, como pide Taylor, dejar de lado la falsa dicotomía entre «idealismo» y «materialismo» como causas rivales y concentrarse en las prácticas de los seres humanos (comportamientos, conductas, acciones) realizadas en el tiempo y en el espacio y también en las concepciones que mantienen de sí mismos y en los modos que tienen de comprender su realidad circundante.
Hoy en día se ha comenzado a reducir la importancia de la causalidad en la comprensión de lo humano-social y a darle más lugar a la teleología.
En una palabra, la mejor manera de estudiar el modernismo es remitirse a las culturas, a los ethos culturales, que son los que ordenan y orientan los comportamientos y las acciones de las personas, quienes internalizan estas normas como algo natural sin percatarse siquiera de ello, como ocurre con el aire que respiramos.
El sociólogo Pierre Bourdieu, en su excelente libro Le sens pratique, fundamenta la importancia de tomar en cuenta lo que llama los habitus y las prácticas sociales, para saber a qué atenernos, dejando de lado las construcciones racionales.
Debido a todo este importante respaldo científico, he titulado esta introducción «El modernismo como cultura», pues es el camino que he seguido para entender mejor el peso del modernismo en la política actual, que está frenando nuestro desarrollo humano y el clamor de los pueblos por vivir en democracia.
En unas jornadas de filosofía convocadas por la Unesco en noviembre de 2002, se concluyó que el mundo se está dirigiendo a la aparición de un nuevo discurso político que dé al hombre el derecho de tomar la palabra. Esto significa la consolidación de nuevas relaciones entre las personas, definidas por la necesidad de vivir juntos, unidos a pesar de las diferencias, porque los problemas que afrontamos no pueden resolverlos los unos sin los otros.