Asesino y no ladrón
A pesar de su infame profesión, Miro es un hombre que se gana el respeto de sus amigos y sin duda el de sus enemigos. Y en más de una ocasión, muchos intentan minar la confianza que los narcotraficantes le profesan. En el narcomundo es claro que los escoltas no sólo ejercen su trabajo sino que de acuerdo con su desempeño reciben la orden de realizar otras tareas.
Como Miro es el hombre de confianza de Rasguño, muy pronto le encomiendan la tarea de supervisar la producción de un laboratorio que su jefe ha montado con Arcángel Henao. Es una época de gran apogeo y de mucho trabajo en poderosas y tecnificadas cocinas. Tanto, que deben construir una bodega para la cocaína procesada y otra para la base, pues producen 50.000 kilos de una sola vez.
Miro se toma en serio, encarga y establece claves para cuando llevan la droga a la bodega de almacenamiento. No quiere ser sorprendido por un malevo de los tantos que hay en la región. Pero no es suficiente porque cinco policías aprovechan que un familiar de uno de ellos trabaja en el laboratorio y montan un plan para robar la cocaína.
Sin ser detectados usan los protocolos establecidos por Miro; los ladrones aparecen intempestivamente en la bodega, lo amarran a él y al hombre que lo acompaña y que ha servido de anzuelo. De esta manera intentan desviar las sospechas sobre el soplón.
Al final, roban 1.200 kilos, no porque en la bodega de almacenamiento no haya más sino porque es todo lo que cabe en el carro de los asaltantes. En el lugar quedan 40.000 kilos. Luego de forcejear por varias horas con las ataduras, Miro logra soltarse y corre presuroso en una moto a buscar a sus hijos Carmelo y El Mono para que lo ayuden a proteger lo que queda, antes del regreso de los ladrones.
El hecho de que los ladrones no asesinaran a Miro es sospechoso para Rasguño y Arcángel. Seguramente eso buscaban los ladrones. Pero él era asesino, no ladrón, y eso lo sabían muy bien sus contratistas. No obstante la confianza había que curarse en salud y a las seis de la mañana con gran alboroto, varias camionetas llegaron a la casa de Miro, quien tenía allí la mercancía que no se había perdido.
De inmediato, Henao y Rasguño comenzaron el trabajo de contrainteligencia para saber quiénes habían cometido la osadía de robarles. No tardaron en recibir evidencias que apuntaban hacia una estación de policía local y por ello ordenaron que Miro fuera llevado al comando central donde todo el cuerpo de policía estaba formado para que pudiera identificar a los autores.
Tres de los sujetos que participaron en el robo estaban ahí. Miro les contó a sus jefes en privado quienes eran los responsables y estos, a su vez, se lo hicieron saber a los jefes policiales, quienes aceptaron capturarlos al día siguiente para no despertar sospechas frente a toda la Policía.
Dos de los ladrones fueron enviados a patrullar en un sector peligroso, donde los esperaban Miro y sus hombres, que los capturaron inmediatamente y los llevaron a una bodega en la que tres días después contaron detalles del robo y quiénes más estaban involucrados.
Al tercero, un hombre conocido como Rambo por su extrema valentía, fue necesario tenderle una trampa en la finca de un amigo. A dos de los encargados de atraparlo les tocó dispararle a las piernas para frenarlo porque iba raudo en una potente motocicleta. Herido fue capturado y sometido a todo tipo de castigos, pero fiel a su fama de Rambo prefirió morir a decir palabra alguna sobre el paradero de la droga o de sus compinches.
Finalmente, los policías que participaron en el robo fueron asesinados uno a uno, pero no se recuperó ni un sólo gramo de la cocaína robada. Cinco años después cayó el autor intelectual, pero no fue reconocido por Miro. Pero su cercanía con uno de los trabajadores del laboratorio, terminó por delatarlo.