El monstruo de los mares
Diego Montoya y Davinson Gómez comienzan a inundar México de droga y para lograrlo centralizan el negocio en un enorme y sofisticado laboratorio de procesamiento de cocaína propiedad del segundo de ellos. Montoya es muy desconfiado con sus empleados y cree que todos le roban. Por eso a nadie le dice la cantidad exacta de lo que envía y ello crea roces entre sus empleados, que nunca están seguros de lo que hacen.
En ese momento tan coyuntural, Montoya opta por poner a Carmelo de su parte porque sabe que él se ha distanciado de su hermano, El Mono, con quien tuvo una fuerte discusión que los hizo prometerse que cada uno se abriría campo como fuese.
Al lado de Montoya, Carmelo regresa al continente y comienza a coordinar la entrega de la droga a los transportistas y para hacerlo viaja a través de ríos, organiza la gente e informa sobre la logística con las canoas y los sitios donde deben esconder el alcaloide mientras termina la operación. A la mano tiene carta abierta del capo y un manual de operaciones.
La flotilla de canoas que usan para semejante aventura está construida en madera rústica pero logra transportar 16.000 kilos de droga hasta un trasatlántico anclado mar adentro, a 20 o 30 millas. Los enormes barcos mercantes que vienen de otros países no pueden llegar hasta el puerto. Para realizar la maniobra de cargue, los barcos estiran el brazo de la grúa y levantan la droga enganchándola hasta ponerla a buen resguardo. Una vez en los puertos de México los contactos terminan el trabajo.
Para el transporte de la droga también sirven barcos pesqueros que realizan las operaciones con total éxito. Sin importar si se está en paz o en guerra, lo importante es trabajar y para eso necesitan a Carmelo, que en la costa norte ya es catalogado como un monstruo de los mares.
Los barcos pesqueros despachados desde Colombia son recibidos en México aguas afuera, en una maniobra discreta que no levanta sospechas porque emplean una cuerda y una argolla que enganchan los bultos de droga y los halan hacia el barco nodriza. En cuestión de segundos, la droga descansa en otro barco, se pierde en el mar y pocas horas después llega a México, su destino final.
Por su notable capacidad de acercarse a los capos, Carmelo se gana poco a poco la confianza de Montoya. A tal punto que el capo empieza a tener cierta dependencia de él especialmente en materia tecnológica ya que es un completo ignorante en esos menesteres. Pero Montoya también es débil en escritura y lectura y eso lo hace dudar constantemente y por eso acude a Carmelo, quien le resuelve los problemas con prontitud. Y si de practicar lectura se trata, Diego pone a Carmelo a leer en voz alta alguna revista o periódico que tuviera a mano.
Era una situación chistosa por decir lo menos ya que Montoya tampoco era diestro en asuntos manuales. Así quedó demostrado en una ocasión en que Miguelito, otro narco, le regaló una ametralladora punto cincuenta. Pero había que armarla y Montoya no tenía la menor idea. Entonces Carmelo la tomó en sus manos y en un abrir y cerrar de ojos se la entregó lista para usar. Estos detalles, sumados al hecho de que capo y empleado se conocían desde siempre porque hacían parte de la misma familia hicieron que el capo, que poco o nada creía en la gente, incluyera a Carmelo en su bien dotado aparato de seguridad.