Bloque Calima
Por aquel entonces, Vicente Castaño, jefe máximo de los paramilitares en Colombia, le ofreció a Carmelo hacerse cargo del bloque Calima al que Montoya acababa de renunciar, pero no aceptó. Era una responsabilidad enorme, él tenía claro que lo suyo era el narcotráfico, no una supuesta lucha contrainsurgente que no lo iba a llevar a nada.
Cansado de que las Autodefensas afecten lo que más quiere, su sagrado bolsillo, Montoya opta por regresar al dominio de la casa Castaño, al seno de la organización que años atrás había ayudado a formar. Y para hacerlo se compromete a entregarles 200.000 dólares mensuales, con la condición de que cuando el grupo ilegal se tome el estratégico puerto de Buenaventura no le cobren la salida de sus cargamentos por el mar.
Así ocurre y al cabo de los meses el grupo Calima sostiene feroces combates con las guerrillas y logra despojarlas de sus dominios y al mismo tiempo determina que todo narco radicado en la zona debe pagar una cuota de 50 dólares por kilo. El único capo que se ufana de estar exento del pago es Diego Montoya.
Por orden de Castaño, el jefe del bloque Calima es alias Rafa, un hombre muy vicioso que no se entiende con Montoya. El capo tiene muchas reservas hacia él, entre otras razones porque alguna vez le prestó su casa para hacer una fiesta pero Rafa llevó toda clase de mujeres y se la puso de ruana. Montoya sintió que alguien distinto a él no podía organizar una fiesta como las suyas y decidió buscar a Vicente Castaño para informarle de su antipatía por ese personaje y le pidió sacarlo de allí o si no ordenaría matarlo.
Para evitar disputas en un lugar estratégico para las Autodefensas, Castaño envía a Rafa al Putumayo a abrir un nuevo frente de batalla y nombra como encargado a un hombre de aspecto recio conocido como Román.
Rafa acepta a regañadientes, pero se traslada al inhóspito Putumayo, en la frontera con Ecuador, donde pocos meses después empieza a ser mencionado por las autoridades en razón a que ocurren numerosas masacres. Entre la delincuencia y las autoridades se empieza a hablar con respeto de Rafa Putumayo, quien se encarga de limpiar la zona y dejar a quienes sí querían servirles a los capos de la droga. Para nadie es un secreto que la producción cocalera es lo que más les interesa a los dirigentes de las Autodefensas. Y para eso, Rafa Putumayo está ahí.
En reemplazo de Román, quien regresa a su anterior puesto, llega al bloque Calima alias 39, un hombre oriundo de Valledupar con clara formación militar a quien sólo conocen como José. Carmelo fue el encargado de recogerlo cuando el helicóptero que lo traía tocó tierra y de inmediato lo condujo a su propia casa. Desde entonces se hicieron buenos amigos. Tras su arribo, 39 toma la decisión de que el bloque Calima debe financiarse extorsionando a los ricos del suroccidente del país, es decir, a las grandes empresas y a los ingenios azucareros y en menor escala a la gente en la carretera, en el asalto a un camión o con los propios narcotraficantes, que según él no se pueden ganar toda la plata sin aportarle algo a la organización.
Desde el comienzo los más adinerados pagan gustosos porque tienen interés en que se mantenga el orden en la región y de paso evitan que las guerrillas intenten extorsionarlos como ya lo habían hecho en el pasado.
Pero 39 se encuentra con que Román desaprueba cada uno de los puntos de su estrategia para obtener dinero y al cabo de varias discusiones decide sacarlo del camino. Para hacerlo le pide que se encuentren en un pueblo cercano para hablar, pero Román es un hombre bien entrenado y acude con cinco escoltas que mueren después de un largo tiroteo con los guardaespaldas de 39.
No obstante, la suerte de Román ya estaba echada porque también había caído en desgracia con Vicente Castaño, a quien 39 ya le había pedido permiso para ejecutarlo por los continuos roces que habían minado su relación. Consciente de la situación, Román intenta comunicarse con los Castaño en el Nudo de Paramillo para aclarar la situación pero 39 se le había adelantado y los tenía convencidos de que el hombre merecía morir.
Desesperado, Román recurrió a Diego Montoya por intermedio de varios de sus hombres, pero el capo, con su característico sentido humanitario, contestó que no movería un dedo porque en su concepto Román debía morir. Finalmente, Román fue detectado cuando visitaba a su novia en el extremo norte de la población y allí fue ejecutado después de un corto intercambio de disparos de fusil.
Muerto Román y con el camino abierto, 39 se excede en sus funciones y en poco tiempo ya tiene extorsionado a medio mundo, a tal punto que incluso les pide dinero a personas o empresarios que ni siquiera son de la región. Además, hace una alianza estratégica con oficiales y suboficiales de la Fuerza Pública en la que todos ganan.
Uno de los hechos más conocidos de ese maridaje fue perpetrado en el municipio de El Placer cuando un helicóptero al servicio de un batallón militar sobrevolaba el área con la intención de verificar las coordenadas que 39 les acababa de entregar con la supuesta localización de un campamento guerrillero que luego sería bombardeado.
Pero los subversivos descubrieron la operación porque lograron escuchar las comunicaciones militares con un aparato de monitoreo y de inmediato se dispersaron. Días después y en represalia por ese fracaso, cerca de 35 paramilitares del bloque Calima arribaron a una zona rural en los corregimientos de la Habana, Magdalena y Alaska con la intención de asesinar a varios pobladores que se presumía colaboraban con los guerrilleros.
Según testigos, el grupo atacante se dividió en dos. El primero, compuesto por diez hombres, incursionó en el corregimiento de La Habana donde reunió a todos sus habitantes y se llevó a ocho personas hacia un sector conocido como Tres Esquinas, donde fueron asesinadas.
El otro grupo, que se encontraba en la vereda Alaska, forzó a mujeres y niños a encerrarse en una de las casas del poblado mientras ultimaban a quemarropa a los hombres que habían sido obligados a hacerse en fila. El resultado: 24 campesinos masacrados, dos de ellos menores de edad y seis personas gravemente heridas que esperaron hasta el último instante la llegada de agentes de una estación de Policía situada a escasos diez minutos del lugar o de soldados acantonados a cuatro kilómetros. Qué lejos estaban los pobladores del lugar de imaginarse que aquellos de quienes esperaban auxilio en realidad estaban aliados con quienes los estaban asesinando.
La ambición y el exceso de autoridad de 39 no sólo ofendió a los capos de la región sino a todos los que contribuían a la causa paramilitar. Diego Montoya encabezó la lista de los inconformes y llamó a Vicente Castaño para exigirle que sacara a esos abusadores que había enviado en reemplazo de Rafa y luego de Román.
El bloque Calima se había formado por la selección de sus integrantes que se hacía en una escuela en el corregimiento de Galicia. Allí eran reclutados ex militares, ex reservistas, patrulleros y gente con formación en el uso de armas, pero retirados de sus instituciones por bandidos en todo el sentido de la palabra.
La muerte de Román y los abusos de 39 producen descontento en las huestes y ello desencadena una cumbre del narcotráfico y del paramilitarismo en la finca El Vergel, propiedad de Rasguño. Al cabo de varias horas de discusión, Vicente Castaño, Don Berna, delegados de Varela, Chupeta, Don Diego Montoya y Carmelo llegan a un nombre en concreto: HH, un hombre de aspecto temible a quien Vicente Castaño considera como su propio hijo.
Los paramilitares imponen su criterio y designan a HH con bombos y platillos. Pasado el mal rato, comienzan la rumba y la diversión en grande.