Humor y crimen
Al tiempo que Diego Montoya ya es conocido en el seno de las Autodefensas como el comandante Mondragón, su ejército privado es dueño y señor del Valle del Cauca. Esa situación lo lleva a reunirse en su finca con Vicente Castaño para tratar asuntos tácticos y estratégicos.
El encuentro ocurre el 13 de agosto de 1999, el mismo día en que Carmelo se encuentra en la hacienda y escucha en la radio la noticia del asesinato en Bogotá del humorista Jaime Garzón. Castaño oye con atención los comentarios que hacen en voz baja quienes se encuentran allí y se acerca a la radio a ver de qué se trata.
Su reacción inmediata es la de desacreditar a Garzón con el argumento de que es primo de un jefe importante de las FARC y lo acusa de organizar secuestros para después posar de intermediario. Y como si fuera poco, dice Castaño, Garzón se había quedado con el dinero de una liberación y por eso lo mataron.
—Se estaban demorando. Esperábamos la noticia hace ocho días— dice el capo en tono displicente y se aleja hacia el lugar donde lo espera Montoya.
Garzón fue asesinado por orden de los hermanos Vicente y Carlos Castaño, quienes contrataron a integrantes de una banda criminal al servicio de Don Berna conocida como La Terraza. Como el crimen causó tanta conmoción, los Castaño justificaron su acción diciendo que habían eliminado una ficha clave de las FARC. Usaron el desprestigio como única manera de calmar los ánimos entre las propias Autodefensas y en la comunidad en general.
Según se rumoró en el mundo de la mafia, Garzón fue eliminado por insinuación de personas vinculadas a sectores de la inteligencia del Estado que querían sacar del camino a alguien que se había convertido en una piedra en el zapato para el establecimiento. El humor y los finos apuntes de Garzón herían los intereses de aquellos a quienes desnudaba delante del público con sus críticas mordaces. El humor es un vehículo fácil para que la gente entienda los intríngulis de la politiquería y la corrupción y Garzón era maestro en ese arte.
Sus denuncias acerca de la rampante corrupción de la época lo convirtieron en objeto de todo tipo de amenazas, sobre las que él hacía mofa. El pueblo lo adoraba y los acusados en sus parodias lo odiaban. Esta vez se ganó el odio dejando una herida profunda en aquellos que lo admiraron y aún lloran su desaparición.