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Tácticas de guerra

 

 

 

Ever Veloza, HH, quien fue erigido en una cumbre de jefes paramilitares como comandante del poderoso Bloque Calima, ha logrado controlar a 39, quien pese a estar en Putumayo sigue generando problemas por su ascendencia sobre una parte de las tropas. Entonces HH decide dar un paso adelante y les informa a los jefes de las AUC que extenderá los dominios de la organización a los departamentos del Cauca y Nariño.

Las intenciones territoriales de HH tienen como objetivo una rica zona indígena del sur del Cauca conocida como El Naya. 500 paramilitares avanzan por el único camino de entrada a esa zona en una campaña de terror y exterminio desencadenada en los municipios de Buenos Aires y Naya, donde asesinan a indígenas y comunidades afrodescendientes en un baño de sangre que produce el desplazamiento de cientos de familias.

Sin control alguno, los paramilitares, financiados en parte por Diego Montoya, dirigidos por HH y comandados por Vicente Castaño, se mueven desde el Valle hacia la parte alta de la cordillera donde ejecutan a mujeres niños y ancianos sin el menor pudor y dejan una estela de miseria, tristeza y horror a su paso. Y unos avisos muy grandes a lo largo de los caminos que dicen: “Bajamos del Naya para quedarnos aquí. ¡Muerte a la guerrilla!”

Este acto brutal deja por lo menos 6.000 mil desplazados y cerca de 400 muertos. Pero los hombres de HH no se detienen y por el contrario se instalan en la región y desatan un régimen de terror que sólo busca sacar a los sobrevivientes ya que su única intención es quedarse con esas tierras, ricas en agricultura y aptas para los sembradíos de hoja de coca. Castaño le dice a HH que las Autodefensas llevan diez años en una guerra que necesitan financiar de cualquier manera.

El Naya es una solución inmediata porque renueva las finanzas de las Autodefensas. Es una de las regiones más ricas del suroccidente del país en producción de cocaína y aunque no todos los habitantes del pueblo son cultivadores, sobre ellos recae la mano negra de los paramilitares, que les hacen pagar con sus vidas el hecho de vivir en una zona intermedia que conecta con el mar. Desde ahí, los mafiosos pura sangre y los capos disfrazados de paramilitares toman el control para conseguir el tan preciado camino, sin testigos ni estorbos. Con la salida directa al mar se convierten en amos y señores del narcotráfico.

Desde lo alto de la cordillera, los paramilitares empiezan a bajar y toman por la fuerza miles de hectáreas que según ellos son manejadas por campesinos que simpatizan con los grupos guerrilleros.

Según dice Carmelo, el 85% de los muertos fueron labriegos inocentes vinculados con las guerrillas por el sólo hecho de vivir en la zona. Y conoció los acontecimientos por el testimonio de un pariente que vivía en una región cercana, pero debía viajar a la zona a vigilar su cosecha de hoja de coca. El familiar de Carmelo supo todos los detalles de la masacre por el relato de algunos sobrevivientes que debieron huir aterrorizados por los atropellos y el horror desatados por los paramilitares de HH.

Pero la guerrilla tampoco quiere perder su territorio. Una columna subversiva que permanece en inmediaciones de la cordillera empieza a mover a sus hombres con la intención de cerrarles el paso a paramilitares, pero es demasiado tarde. Aún así logran que una célula compuesta por 40 hombres de HH se desplace hacia la zona costera para evitar los choques, pero son capturados por las autoridades. El escollo, no obstante, no detiene la invasión.

Muy pronto los paramilitares se dan cuenta de que Naya era lo que necesitaban para fortalecer su poder financiero. En un sólo día recogen 150 kilos de base de coca y más tarde otros 700 que habían procesado los campesinos.

Los paramilitares celebran su repentina prosperidad y empiezan a cobrar un impuesto de 200 dólares por cada kilo de cocaína que los mafiosos despachan desde Naya por mar. HH se ufanaba ante los superiores de los dos millones de dólares que había reunido en poco tiempo por ese concepto.

HH enriquece las arcas de los paramilitares dirigidos por Castaño y amplía sus dominios a gran parte de la costa pacífica colombiana. El dinero le llueve del cielo porque los narcos de todos los pelambres hacen cola mientras les dan turno para salir con su cocaína por esa zona, libre de toda autoridad.

Sin el peso que significaba estar al frente del bloque Calima, Diego Montoya no se queda quieto y forma un grupo de sicarios con la intención de montar una oficina de cobro de cuentas del narcotráfico. Para encabezar esa nueva red propone a Tito, como llama a Carmelo.

Al mismo tiempo, recluta a Los Yiyos, drogadictos peligrosos que recién llegaron de pagar una larga condena en una prisión en los Estados Unidos. Cuando Montoya los convoca, Los Yiyos ya trabajan con una banda de delincuentes encabezada por Felipe Montoya, un primo de Diego.

Pese al llamado del capo, Carmelo no acepta dirigir la oficina de cobro del capo porque considera que Los Yiyos no dan la talla para esa tarea y está seguro de que en poco tiempo harán lo que les dé la gana y será imposible controlarlos. Además, le hace saber a Montoya que lo suyo es otra cosa, no lidiar con esa clase de personajes.

En reiteradas ocasiones, Vicente Castaño le había aconsejado a Montoya que tuviera a su lado gente con formación militar porque según él tendría verdaderos kamikazes a su servicio. Los paramilitares hacían mucho énfasis en la importancia de disponer de un aparato militar bien armado y entrenado. Castaño pronunciaba una frase que a Carmelo nunca se le olvidó: “Si además del espíritu de delincuentes los bandidos tienen formación militar, su poder es imparable”.

Los Castaño tenían eso muy claro y sobretodo Vicente, que era el estratega, la persona que le enseñaba a su hermano Carlos la autoridad requerida para influir dentro de las Autodefensas. Por otro lado, en el seno de los paramilitares muchos sabían que Vicente no tenía muy en cuenta las opiniones de su hermano aunque era evidente que usaba su fogosidad para sus propósitos expansionistas.

En alguna ocasión, cuando Carlos Castaño se reunió con el grueso de las Autodefensas para planear algunas estrategias de ataque, les pidió no tocar una zona específica del país porque según él los paramilitares habían diseñado un plan especial para desarrollar allí. No obstante, después de finalizado el encuentro, Vicente dio la orden de atacar de inmediato el sitio mencionado por su hermano.

La consolidación de bloque Calima, alimentado por Diego Montoya y dirigido por HH, da origen a nuevos grupos que se extienden por la geografía colombiana. Finalmente, los paramilitares se toman todos los puntos de salida al mar, incluido Nariño. Con la enorme cantidad de dinero que reciben por el cobro de impuestos ayudan a pagar sus ejércitos, que día a día son más grandes y poderosos.