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Viajes y aventuras

 

 

 

A lo largo de este periodo de su vida, Carmelo ha trabajado siempre para Diego Montoya y su desempeño ha dependido de las alianzas del capo. Pero está cansado porque ha construido una familia a la que casi no ve, unos hijos a los que ha visto crecer en fotos y por eso decide renunciar.

Antes de entregar la carta, busca a su hermano, El Mono, en procura de consejo. Tras una larga conversación, le sugiere salir por la puerta principal, sin dejar heridas abiertas con el capo y aprovechar el momento más adecuado porque su desvinculación del grupo de Montoya podría generar malestar. Y no se equivocó.

Cuando Carmelo está en la disyuntiva de renunciar, guerrilleros secuestran al papá de Patemuro, un peligroso narcotraficante que en el pasado contrató a Miro para limpiar de bandoleros y delincuentes la zona de Viterbo. El plagio preocupa a la cúpula del narcotráfico, que se mueve de inmediato.

Por orden de Montoya, Carmelo viaja a Caldas y le presenta a Patemuro a un muchacho apodado Mi Rey que trabaja para Vicente Castaño y está al frente de la creación de un nuevo grupo de paramilitares. Los mafiosos determinan que ese joven colabore en la búsqueda del padre del narco.

La relación entre Patemuro y Mi Rey se hace muy estrecha. A tal punto que el paramilitar recibe dinero y cinco fusiles nuevos para que pueda desempeñar su tarea de la mejor manera. Pocos días después del secuestro, los guerrilleros piden 300.000 dólares por la liberación, pero Mi Rey le dice a Patemuro que no pague y que lo deje encargarse de la operación de rescate. El mafioso da vía libre a esa estrategia y poco le importa la vida de su padre, que desconoció advertencias para no viajar a las fincas de su propiedad, porque corría peligro.

Este episodio desencadena muy pronto el nacimiento del bloque Cacique Pipintá, que pocos años después se convertirá en uno de los grupos paramilitares más importantes de Antioquia y el eje cafetero.

Entre tanto, Patemuro se asocia con Percherón, un paramilitar que de tiempo atrás ha manifestado su intención de sacar a Carmelo del camino pero tiene claro que para atentar contra él debe alejarlo de los dominios del poderoso barón de la droga Diego Montoya. Para lograrlo, Percherón urde un complejo plan que se inicia cuando le aconseja al Mono que convenza a Carmelo de alejarse del capo porque según él lo tiene cargando fusil las 24 horas del día y además lo trata mal y no le paga acorde con su esfuerzo.

Para encubrir su macabro plan, Percherón aduce que en caso de un atentado al capo, Carmelo —quien no sabe que en realidad el narcotraficante esconde la oscura intención de obtener su cabeza como trofeo—, es la persona llamada a poner el pecho por él.

Engañado por Patemuro, El Mono accede a pedirle a Carmelo que trabaje para él como una forma de alejarlo del peligro. En el narcomundo todo saben que desde niño Carmelo ha sufrido de obesidad, una limitación que nunca le impidió llevar a cabo su trabajo. No obstante su hermano cree que el exceso de peso puede ser un grave problema a la hora de un choque armado, pero en privado confía en el buen pulso y la mano firme de su pariente.

Aún cuando en el pasado Carmelo ha rechazado trabajar para su hermano, en esa ocasión acepta más por la posibilidad de compartir con su familia durante un tiempo, pero en secreto no tiene duda de que su sueño siempre ha sido crecer al lado del hombre que hoy protege. La nueva cercanía de El Mono y Carmelo se convierte en una aventura, en momentos en que Miro, su padre, ya está viejo y cansado y prácticamente retirado de toda actividad.

Pero Miro los sorprende de nuevo y un día cualquiera les informa a sus hijos que tiene dos hijos producto de un amor oculto por años. Al enterarse, Carmelo y El Mono se muestran solidarios con su adolorida madre, aunque optan por entender la situación de su padre y terminan por ayudarle económicamente a su padre, que a pesar de los años no pierde su ímpetu. Pero este hecho produce una consecuencia inmediata y es que su compañera de siempre lo arroja a la calle y ello resquebraja la fortaleza de la familia.

Para mantener su nueva obligación, Miro, orgulloso como siempre, hace trabajos a destajo para no sentirse dependiente de sus hijos. Al fin y al cabo, el pulso no le falla y quienes lo contratan saben que en el fondo sigue siendo el mismo gatillero certero de siempre. Miro forma parte de los viejos que al cruzar la esquina deciden comenzar de nuevo sin importar cuánto les dure el gusto.

Mientras los hermanos intentan llevar de la mejor manera las andanzas seniles de Miro, en el cerrado mundo del narcotráfico empieza a circular un rumor en el sentido de que Rasguño avanza en un proceso de acercamiento a la agencia antidrogas de Estados Unidos, DEA. El chisme llega a oídos de Montoya a través de un hombre de su entera confianza que además le revela que Rasguño tiene en sus planes entregarlo. Ante este panorama poco halagador, el capo y todo su aparato criminal se ponen en alerta.

Montoya busca de inmediato a Carmelo, su jefe de seguridad, que de repente se encuentra en un callejón sin salida porque desde siempre ha sido allegado a los dos bandos ahora enfrentados. Al mismo tiempo ha sido aliado incondicional de Rasguño y de su ejército y ha servido sin restricciones a Montoya, quien además es integrante de su familia.

Ante esta disyuntiva, Carmelo habla con Montoya, pero el capo le dice tajantemente que no duda de él y que por el contrario su vida está en sus manos. Pero Carmelo insiste en que no puede atacar a ninguno de los dos en caso de que se llegue a una guerra y le dice que prefiere renunciar. El capo se enfurece con su jefe de seguridad, pero no puede hacer nada para impedirlo porque en el fondo entiende sus argumentos.

Una vez queda en firme su salida, Carmelo viaja a reunirse con su hermano, pero pocos días Montoya lo llama de nuevo y le pide que se ponga al frente del envío a México de un cargamento de cocaína desde el puerto de Barranquilla porque no sólo no conoce esa ruta sino que no confía en nadie. A regañadientes, Carmelo viaja a la costa con uno de sus tíos, un bandido de antaño que de tiempo atrás cambió las armas por el licor.

Pero la operación empieza mal porque apenas llega a esa ciudad le cuentan que el cargamento está perdido ya que alguien asesinó al hombre que acababa de recibir el carro-tanque que transportaba desde Cali los 2.200 kilos de cocaína.

Preocupado por el escollo, Carmelo averigua que el transportador muerto tiene un hermano y lo cita al hotel donde está alojado. Apenas llega el desconocido, Carmelo y su tío lo encañonan, lo amordazan y lo meten a un armario. Al mismo tiempo, llaman a la esposa del hombre asesinado y en menos de 48 ya han resuelto el problema y así se lo comunican a Montoya, que respira tranquilo.

El imprevisto en Barranquilla trunca una cita que El Mono había arreglado días atrás entre Carmelo y un ciudadano griego que sería clave en su futuro inmediato. Pero por poco tiempo, porque El Mono le pide a su hermano que viaje cuanto antes a Europa a encontrarse con El Griego, un importante contacto del narcotráfico con quien se proponía entablar relaciones comerciales transoceánicas. Una nueva aventura está por empezar.

Aunque está seguro de su habilidad y buen olfato, Carmelo viaja con un poco de temor porque no conoce la geografía europea y porque llega a países que no encajan con lo que ha conocido hasta ahora. El avión aterriza en Madrid y de inmediato conoce las dificultades propias del hombre de campo que llega a la gran ciudad. Luego se traslada a Alemania, a un nuevo mundo que muy pronto lo hará rico.

Allí conoce a El Griego, que lo espera a la salida del terminal aéreo. Luego conoce más personas que le proponen planes de negocios y pone sobre papel algunas ideas que le pasan por la mente después de dialogar con personas que conocen perfectamente lo que hacen. Él, que suponía haberlo conocido todo y dominaba los intríngulis de la narcoactividad, se sorprende con los alcances del negocio en esas latitudes.

Con la mente despejada, Carmelo regresa a Colombia dispuesto a innovar en las relaciones con el viejo mundo y así se lo hace saber a su hermano, que esperaba ansioso un reporte de lo que se podía hacer en adelante. Un par de viajes en los meses siguientes fueron suficientes para que la maquinaria empezara a funcionar. El tercero fue el más complicado para Carmelo porque aterrizó en Holanda donde lo esperaba un contacto de El Griego para trasladarlo hasta su escondite.

Tras una larga y angustiosa espera en un país completamente extraño, Carmelo debe transportarse en taxi y luego varias veces en bus hasta llegar a El Griego, que se sorprende cuando lo encuentra cómodamente sentado en la sala de su casa. Había llegado hasta allí sin conocer el idioma ni la dirección exacta. Lo que no sabe El Griego es que Carmelo ha sido toreado en las más complicadas arenas y no sabe de trabas cuando de trabajar se trata.

En el primer viaje Carmelo conoció los diferentes contactos y las ciudades, pero lo que más lo asombró fue el proceso químico que el grupo de El Griego le aplicaba a la cocaína mediante el uso de anilinas para descomponerla molecularmente. La droga se convertía en un inofensivo dulce. El proceso era realizado en secreto y según afirmaba El Griego lo había descubierto la propia DEA en su afán por investigar las mutaciones del negocio en Europa.

Era tan novedoso el sistema de tráfico que el producto viajaba vía aérea en forma legal presentado como muestras gratis para una compañía holandesa. A tal punto que los perros adiestrados lamían los dulces sin descubrir nada y por el contrario daban la impresión que querer comérselos. Todo era perfecto y el negocio andaba sobre ruedas, pero un hecho ajeno habría de poner en serios aprietos al Mono y a Carmelo, que hasta ahora habían sido inseparables.

El asunto es que el Germán, el menor de los hermanos, se entera de que El Mono tiene una caleta con una gran cantidad de dólares en efectivo y poco a poco empieza a sacar billetes hasta completar cerca de un millón y medio de dólares. El Mono descubre el robo continuado, entra en ira santa y llega al extremo de decir que está dispuesto a matar a su hermano. Entretanto, el pequeño habla con Carmelo y le dice que si su hermano mayor lo ataca él le tira primero.

Ante la crisis, Carmelo interviene para calmar las aguas porque no iba a permitir que sus hermanos se agredieran. Al mismo tiempo interviene la mamá y Miro queda conmocionado por la grave situación que está planteada en el seno de su familia.

Pero la gestión de Carmelo falla y por el contrario El Mono queda convencido de que él es cómplice en el robo y se convence de que el dinero hurtado será utilizado para el envío de cocaína a Europa, mercado que Carmelo ya conoce de cerca gracias a las enseñanzas de El Griego. Meses más tarde El Mono y Carmelo no habían podido establecer qué uso le dio el muchacho al dinero y tampoco lograron sacarle una explicación convincente sobre las razones que lo llevaron a convertirse en ladrón de su propia familia. Lo único que lograron averiguar sin mayor confirmación es que un narco medio lo engañó y le robó el dinero con la promesa de hacer un envío de droga al extranjero. Sin embargo, la suma era tan elevada que la posible explicación dejaba más dudas que certezas.

El daño ya estaba hecho y El Mono quedó convencido de que sus dos hermanos se habían confabulado para robarlo y por eso en adelante no le prestó gran atención al asunto de las anilinas europeas ni a otro método que Carmelo había descubierto para traficar con piñas que se llenaban con cocaína y se podían poner muy fácilmente en el mercado.

Para desarrollar el asunto de las piñas Carmelo busca al novio de su hermana, un ingeniero industrial con quien indaga por las características de su invento. Luego de varios experimentos, Carmelo encuentra la manera de construir una tapa para las piñas que poco después pasaron las más severas inspecciones de las autoridades. Era tan real el truco de las frutas que ni él mismo podía diferenciar las reales de las ficticias.

Pero el entusiasmo de Carmelo queda en el olvido definitivamente cuando le da a conocer sus hallazgos al Mono, pero este se limita a responder que haga el gran negocio con el dinero que le ha robado y de paso le sugiere que se independice de él.

Pero surge el problema adicional de que Carmelo no había acumulado mucho dinero pues el narco de la familia es El Mono y aunque él lo había intentado por todos los medios no había llegado más allá del círculo cercano de seguridad de los capos. Contrariado por el rechazo de su hermano, la única opción que le queda es regresar al mismo lugar de siempre: Diego Montoya.

La ilusión de una vida de lujos al lado del capo de capos no dura mucho tiempo porque las guerras constantes y los sucesivos intentos de negociación con el tío Sam mantienen a los grandes narcotraficantes más ocupados en el negocio ajeno que en el propio.