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El canciller

 

 

 

Una vez iniciadas las conversaciones en Santa Fe de Ralito, las Autodefensas están desgastadas ante la opinión, el gobierno y la comunidad internacional porque ya se ha comprobado hasta la saciedad que son responsables de hechos atroces cometidos a nombre de la lucha contra la guerrilla pero que no eran más que una fachada para impulsar el tráfico de drogas en todo el país.

Ralito, la zona escogida para las conversaciones, se convierte muy pronto en un campo de recreación, algo así como una Catedral gigante que en vez de habitaciones como en la cárcel del capo Pablo Escobar, tiene enormes extensiones de terreno con lujosas construcciones, zonas de recreo, cultivos, animales y lujos exagerados. En otras palabras, los paramilitares transformaron una región olvidada en imperio del placer, el lujo y la comodidad.

El tamaño del terreno es más apropiado para practicar la cacería. Eran tan afiebrados los jefes paracos que un sábado por la tarde uno de ellos llamó a su proveedor para que le llevara más municiones porque ya había derribado 200 patos y él quería llegar a 500. Había tanto espacio que cada comandante ordenó construir canchas privadas para deportes como fútbol, basquetbol y tenis. Como también había apasionados por el aeromodelismo, uno de ellos no tuvo inconveniente en hacerse a una pista gigantesca. En las enormes fincas, propiedad de cada jefe paramilitar, se hicieron las más extravagantes fiestas con participación de celebridades, grandes orquestas y rodeadas de toda clase de excesos.

Pese a que auspició y financió grupos paramilitares, Montoya se negó a participar en las conversaciones y en algún momento tampoco aceptó aparecer en el organigrama de las Autodefensas como fundador del bloque Calima bajo el nombre de comandante Mondragón.

Como es de esperarse, a Ralito llegan noticias de la guerra que se libra en el Valle y que ya envuelve a Ángel, un amigo de los paramilitares y aparentemente aliado de Varela. Por esa razón los comandantes se proponen hacer un intento para frenar las muertes de bando y bando y deciden llamar a Montoya a dialogar.

El capo se reserva para el posible escalamiento del conflicto y por ello envía a dos emisarios bastante mediocres que discuten entre sí frente a la cúpula de las Autodefensas, en una clara muestra de debilidad. En el fondo les tienen miedo a los poderosos matones que están frente a ellos y para disimularlo no encuentran otro camino que la contradicción y la pelea. En esas condiciones la reunión es un fracaso y Montoya decide que Carmelo vaya en su representación.