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Estaban ganando la guerra

 

 

 

Mientras esto ocurre en Ralito, la Policía da muerte en una operación a uno de los jefes de Los Yiyos y captura a otro en un casino, donde había intentado refugiarse. Este episodio empieza a producir consecuencias dentro de la organización de Montoya porque su jefe de seguridad, El Sargento, un ex suboficial del Ejército y hermano de Los Yiyos golpeados por las autoridades, queda profundamente resentido, y en particular con su jefe, a quien responsabiliza de lo ocurrido por sus movimientos irresponsables.

Para desahogarse, El Sargento busca a Carmelo, con quien se ha hecho buen amigo de tiempo atrás, y le cuenta sus cuitas. Las extensas charlas se traducen en que los dos comparten sus dudas y quejas, cada vez más grandes, contra Montoya, que al fin y al cabo es patrón de ambos y serán claves en los sucesos que ocurrirán en los meses siguientes.

Por estos días aparece Gildardo Rodríguez, Camisa, un desertor de la guerrilla que oficia como matón independiente, es muy sagaz y está aliado con el ex policía Pedro Pineda, Pispis, pero su fama de peligroso y poco confiable hace que Varela no lo quiera en sus tropas. Montoya se entera de lo que sucede con Camisa y le hace saber que le gustaría tenerlo en sus filas porque también le interesa su experiencia en combate. No obstante, el capo se reúne con Camisa pero este no acepta intervenir en la guerra con Varela y en contraprestación le propone servirle como enlace desde Venezuela, donde tiene una oficina y una estructura para traficar con cocaína.

El negocio de Camisa en Venezuela es manejado por Rastrojo, quien propone recibirle los cargamentos a Montoya, robárselos y dividir las ganancias entre los dos. Pero Camisa no acepta y por el contrario regresa al Valle y le da a conocer a Montoya las intenciones de su socio en el vecino país. Agradecido, el capo le insiste a Camisa que se vaya a trabajar con él para combatir a Varela y de paso le revela que Rastrojo está negociando a escondidas con Estados Unidos para entregarlo a él y darle todo el crédito a Varela. Después de pensarlo por varios minutos, Camisa acepta la propuesta de Montoya, quien le dice que empiece su trabajo con la muerte de Rastrojo.

Simultáneamente, a mediados del 2004, Carmelo decide seguir a Varela y para hacerlo crea su propio aparato de inteligencia con el que detecta los lugares que visita y las mujeres que frecuenta. Al mismo tiempo arrienda un apartamento en Pereira situado al frente del que ocupa una linda muchacha que por esos días atrae la atención del enemigo número uno de su jefe.

Carmelo pasa días enteros observando el lugar, cuando de repente uno de sus hombres le informa que el capo saldrá esa noche a comer. De inmediato ordena trasladar sus equipos de interceptación telefónica a un restaurante situado en diagonal al que ocupará su objetivo, pero se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que el sitio es rodeado en ese momento por patrullas de un batallón militar. Carmelo ordena detener cualquier acción ofensiva, se desliza con cuidado hacia donde está Varela y lo ve reunido con un alto oficial del Ejército.

De regreso a su escondite, Carmelo pone en funcionamiento sus scanners comprados en Miami y días después logra interceptar el desarrollo de una operación policial en Manizales, con muchos aviones y tropas en movimiento, justo en la ciudad donde su patrón asiste a una reunión familiar y de negocios. Preocupado, da la voz de alarma pero es demasiado tarde porque Montoya había violado una vez más las normas de seguridad y alertado a las autoridades con su enorme séquito.

La operación para cazarlo es enorme y audaz. La Policía deja pasar los primeros vehículos de la caravana del capo pues ya conoce su estrategia de escape y detiene los que van detrás con la esperanza de tenerlo por fin entre las manos. Pero en un golpe de suerte el capo ya se había adelantado y cuando los policías actúan él ya está en una finca a donde han llegado algunos personajes. Sin saberlo, el capo les pide a su hermano Juan Carlos y a su primo Felipe, Pipe, que vayan hasta donde está él, con tan mala suerte que cuando realizan el desplazamiento caen en la redada de la Policía.

El informante de las autoridades fue Danilo González, el ex jefe de la policía que ahora trabaja para Varela, quien llega al sitio de la operación en una camioneta con vidrios polarizados para no ser detectado. Cuando Pipe les enseña una cédula falsa, González hace que lo arresten y lo lleven a buen resguardo. Días después llegaría la solicitud de extradición de una corte de Estados Unidos.

En el narcomundo, acostumbrado a que la guerra y las persecuciones son violentas y sin reglas por encima de la mesa, la detención de Pipe por un documento fuera de regla y un arma con 20 disparos en el proveedor, no tiene razón de ser y es calificada como un exabrupto.

Una vez le cuentan lo que ha sucedido, Montoya se moviliza inmediatamente para liberarlos y monta un operativo con Botalón, su aliado en las Autodefensas, que le ofrece 100 hombres para tomarse la estación de Policía. La idea es que Carmelo esté en las afueras esperando a Pipe en una tanqueta y una vez liberado lo trasladarían a una zona controlada por paramilitares. Era un rescate de película. Todos están de acuerdo en que el plan es perfecto, pero después de examinarlo punto por punto llegan a la conclusión de que dentro de la estación no todos los policías están comprados y ello representa peligro en la embestida y en la retirada.

Montoya aborta la operación de rescate porque nadie le garantiza la vida de los detenidos, que podrían morir por balas oficiales o en el cruce de disparos. Dice que prefiere vivos a su hermano y a su primo y da la orden de pensar en otro plan.

Angustiados por la suerte de sus parientes, Diego y su hermano Eugenio compran a un Policía que forma parte de una patrulla que transportará a los detenidos a una audiencia y en el camino intentarán liberarlos. Este nuevo plan consiste en darles una comida descompuesta que les producirá retorcijones y los hará vomitar dramáticamente. El uniformado forzará el traslado de los enfermos a una clínica cercana, donde estará uno de Los Yiyos listo para el rescate.

Todo está listo en la cárcel. Los detenidos reciben la comida envenenada, vomitan y sufren retorcijones de estómago, pero nadie los auxilia porque el Policía huyó con 750.000 dólares que le habían dado de adelanto. El exceso de confianza de los hermanos Montoya sólo produjo una diarrea muy costosa y un Policía rico al que no fue posible encontrar, pese a la intensa búsqueda en la que incluso participaron los paramilitares prestados por Botalón.

Pero las malas noticias no dejan de llegar. Dos abogados dan la pelea legal para lograr la libertad de los detenidos, pero muy pronto les dan la mala noticia de que los parientes del capo fueron pedidos en extradición. Lo peor es que el indictment de la corte estadounidense no menciona a uno de los detenidos sino a Eugenio, que en ese momento se encuentra con su hermano Diego. Aunque es evidente que se trata de una equivocación, la noticia le produce un patatús a Eugenio, y sin pensarlo dos veces le dice a su hermano que huirá del país o negociará con el Departamento de Justicia. Cualquier cosa, dice, antes que caer en las manos de la DEA, a cuyos agentes temen.

Al tiempo que los hermanos Montoya continúan maquinando planes para lograr la libertad de Juan Carlos y de Felipe, Camisa llega a Bogotá y se reúne con Guacamayo para realizar la difícil misión de cobrarle a quien los vendió: Danilo González.

Camisa y Guacamayo tienen bajo sus órdenes a 20 hombres que cometen varios asesinatos hasta que localizan a González en la Escuela de Carabineros del departamento de Santander, donde está protegido por un oficial amigo. González está muy nervioso porque se vio involucrado en una guerra con la que él nunca estuvo de acuerdo. Desde todo punto de vista le parecía absurda la confrontación porque según sus cuentas en menos de dos años fueron asesinadas más de 1.500 personas sin un motivo especifico, por chismes, por envidia, porque alguien miró mal o porque tenía cara de traidor.

El plan continúa adelante y Camisa logra acercarse a Jorge Rodríguez, alias Lagartija o 50, un teniente retirado de la Policía que trabaja para Chupeta y muy cercano a González, y poco a poco le saca información sobre su objetivo. Finalmente, obtiene el dato que necesita: González regresa de Bucaramanga a Bogotá a entrevistarse con su abogado porque ha decidido entregarse a la justicia norteamericana.

Camisa y Guacamayo diseñan el plan para atacar a González, pero una casualidad los obliga a adelantar la operación. El abogado del coronel vive en el mismo edificio donde habita Guacamayo, quien observa el momento en que el jurista y su defendido vienen por la calle en dirección al edificio. Pese a que González es escoltado por nueve hombres, Camisa insiste en asesinarlo en ese momento así no tengan los hombres y las armas suficientes.

Antes de que los dos hombres entren al edificio, Camisa sitúa a uno de sus sicarios en un sofá de la recepción y a otro en la escalera. El coronel entra, ve al hombre que está en el sofá y por instinto se lleva la mano al cinto y se acerca a la escalera para escapar, pero ahí se encuentra otro de los sicarios, que le dispara en la cara. Los escoltas, al parecer de un organismo de seguridad salen despavoridos por la balacera que desatan los hombres de Camisa y Guacamayo. En el piso queda el coronel Danilo González.

Como no hubo tiempo de planear la operación, que se produjo de repente, Montoya se entera por un noticiero de televisión de la muerte de su enemigo. De esta manera desapareció uno de los hombres fuertes de Varela, cuyo crimen ocurrió pocos días después de la muerte de Tocayo. En ese momento el narcomundo evalúa la situación y concluyó que el bando de Diego Montoya iba ganando la guerra.