Cuenta de cobro
Que Diego Montoya le va ganando la guerra a Varela es un rumor que a fuerza de ser repetido empieza a convertirse en realidad en el narcomundo. Y ello hace que unos y otros empiecen a hacerse debajo del árbol que tiene más sombra. Eso es lo que mueve a Pispis a decirle a Montoya que él y su pequeña organización quieren hacerse de su lado.
Montoya aprovecha su buen momento y le dice a Camisa que lo recibe en su organización con la condición de que busque a Rastrojo en Venezuela y lo elimine. El delincuente hace lo que le piden y desarrolla una operación con 10 de sus hombres, pero los escoltas de Rastrojo repelen el ataque y él recibe algunas heridas. Inmediatamente llama a Varela y le cuenta lo que ha sucedido en el vecino país.
Furioso, Varela llama a Macaco porque sabe que tiene negocios con Pispis y le pide su cabeza. Pero Macaco, que acostumbra a robarse la mercancía de los demás, aprovecha la coyuntura y se queda con 4.000 kilos de cocaína que le había guardado a Pispis, a quien le dice que los vendió para financiar el asesinato de Tocayo.
Chupeta, entre tanto, sigue en su peligroso juego de apariencias y sigue del lado de Varela al tiempo que le filtra información a Montoya. Por eso y para mantener el equilibrio de malabarista entre los dos capos, se encarga de ordenar el asesinato del ex teniente y luego hace circular el rumor de que lo hizo por instrucciones del propio Varela, a quien le habían dicho que el teniente lo traicionó al entregar a Danilo González. De esta manera, Chupeta le hace un favor a Varela de eliminar a un enemigo, pero también le hace un favor a Montoya al sacar del camino a una importante ficha de Varela.
La mala racha de Varela no se detiene. Los 15 pistoleros más importantes de Tocayo confirman que el capo saqueó las principales propiedades de su jefe y eso los ofende a tal punto que hablan con Montoya y se van a trabajar con él. De igual manera, Chupeta se mantiene activo y le revela a Montoya que Julio López y Fofe son los principales lugartenientes de Varela en Cali y le sugiere asesinarlos para hacerse más fuerte en la capital del Valle. Un día después, uno de ellos ya está muerto. Para nadie es un secreto que al tiempo que Montoya se fortalece Varela luce diezmado y golpeado.
En ese momento de debilidad Varela tiene a su lado a sus socios Ramón Quintero, Jaime Alberto Marín, Comba y a algunos mandos medios. Está golpeado en sus cimientos, pero se puede decir que está al borde del colapso y Montoya lo sabe.
Mientras tanto, Carmelo recibe el encargo de desplazarse a Santa Fe de Ralito para tratar de convencer a Macaco de que le devuelva a Pispis los 4.000 kilos de cocaína. Cuando llega a la sede de concentración de los paramilitares, se cruza con un hombre que se acerca y dice conocerlo. Por su aspecto parece un comandante, que con paso firme llega y lo hace retroceder. El desconocido sonríe al notar la reacción nerviosa del visitante.
—¿Usted trabaja con Diego?
—Sí, señor —responde Carmelo al tiempo que mira para todos lados, inseguro.
Es Julián Bolívar, un comandante de las Autodefensas que cuando era soldado raso, en los comienzos del bloque Central Bolívar, fue enviado a recoger los 20 fusiles que Montoya le regaló a Macaco. El hombre guardaba gratitud con Carmelo porque lo había hecho sentir alguien en el ambiente hostil de los grandes narcotraficantes que miran con desprecio a los demás, sobre todo si se trata de empleados sin ningún rango.
Bolívar no había olvidado que Carmelo le ofreció comida y bebida e hizo lo posible por granjearse su amistad. Ese buen trato juega un papel clave en este momento porque el ahora comandante paramilitar le promete a Carmelo interceder ante Macaco si su intención es tomar partido en la guerra para que no los ataque a él y a su jefe. También le dice que cuente con que la columna que él dirige jamás realizará alguna acción bélica en su contra.
Aún cuando en su charla con Julián Bolívar obtiene un resultado que no estaba en sus planes, Carmelo no logra convencer a Macaco de que devuelva la droga de Pispis.