Martillos
Los Pájaros, un ejército de bandoleros de mediados del siglo pasado, fue contratado por opositores políticos de Jorge Eliécer Gaitán para contrarrestar la fuerza electoral que el caudillo mostró el 5 de mayo de 1946, cuando su movimiento, conocido como el gaitanismo, tuvo un vertiginoso crecimiento. Los Pájaros recibieron la misión de ejecutar a los hombres más cercanos a Gaitán, quien empezaba a convertirse en una seria amenaza por su popularidad y liderazgo social.
La fuerza del gaitanismo había llegado a tal extremo que su movimiento se escapaba del control oficial y por ello Los Pájaros empezaron a operar, y por órdenes superiores asesinaron a varios de sus dirigentes, pero optaron por replegarse por un tiempo. Reaparecieron en el primer trimestre de 1948, cuando el gaitanismo era un grupo político liberal imparable, al que era preciso frenar a cualquier costo.
El desenlace era previsible y el 9 de abril de ese año se produjo el asesinato del líder; cayó baleado en una calle del centro de Bogotá. Los partidarios de Gaitán, burlados y adoloridos, dieron lugar a una lucha fratricida extendida a lo largo y ancho del territorio nacional, promovida por Los Pájaros, que cobraron la vida de miles y miles de colombianos.
Tras el magnicidio de Gaitán, Los Pájaros se reanimaron y aprovecharon para ejecutar a centenares de ciudadanos que profesaban el ideario liberal o que simplemente iban vestidos de rojo. Fue la denominada época de la violencia en Colombia.
El objetivo de Los Pájaros era muy claro: hacer justicia por sus propias manos y acabar con la saga de Gaitán. Las retaliaciones y asesinatos por el sólo hecho de pertenecer al bando opositor se convirtieron en el pan de cada día, y Los Pájaros, creados poco tiempo atrás y extendidos a través del país, trabajaban sin parar a la cabeza de la operación de exterminio.
Los Pájaros eran grupos paramilitares pertenecientes en parte a la Policía de la época, financiados y dotados por esta, operaban como dirigentes sectarios independientes para no ser vinculados directamente con las fuerzas establecidas y recibían apoyo económico de comerciantes, empresarios y personajes importantes. Como decía un dirigente político del Valle, a Los Pájaros “hay que alimentarlos, darles maíz para que crezcan”.
En medio de la confrontación, Los Pájaros propiciaron un masivo desplazamiento campesino que tenía como objetivo robarles las tierras que dejaban abandonadas por el terror desatado por esos mercenarios. En ese período hicieron de las suyas y se afianzaron como ejecutores profesionales.
En este contexto, años después aparecieron los primeros gatilleros en el norte del Valle; poco a poco, y con el transcurrir de la historia, se convirtieron en escoltas al servicio de los nacientes mafiosos, desarrollados vertiginosamente y de manera imparable en todos los rincones del país.
Pasado el tiempo, los residuos de Los Pájaros se encargaron de proteger a los mafiosos que comenzaban a abrirse paso entre los demás y dieron origen a los grupos paramilitares que años más tarde se tomarían buena parte del país, incluida una porción del Estado.
De Los Pájaros y de su pasado macabro surgen las llamadas Autodefensas, ejércitos privados que al igual que sus antecesores están marcados por el estridente sello del anticomunismo. Aparecen en el escenario nacional aliados con narcotraficantes que les ordenan aniquilar totalmente a un partido político de más de 5.000 miembros. A partir de ahí realizan masacres y asesinatos individuales a solicitud de sus contratistas, y también por su propia cuenta, para satisfacer sus necesidades de territorio y poder.
De esta manera aparece una nueva generación de bandoleros que heredan las raíces de los viejos Pájaros. Pero ahora están encabezados por Argemiro Sánchez, un labriego que se ha pasado a la ilegalidad de la mano de sus familiares y amigos. Además, vive el infortunio de estar emparentado con un integrante de Los Pájaros perteneciente a un reducto que ha sobrevivido a la violencia y que con el paso de los años sigue activo.
Lo que no se sabe es que Argemiro, a quien el argot popular conoce como Miro, se enrola desde niño con ellos, en condición de pistolero; con la práctica se afianza y se vuelve conocido en el campo y es recomendado para esa clase de labores en las que adquiere gran experiencia a pesar de su juventud. Con la aparición y crecimiento del narcotráfico se multiplica la función de estos nuevos empleados descendientes de Los Pájaros, que en adelante ejercen el papel de escoltas, matones de oficio o martillos, como coloquialmente se les llama en el bajo mundo de la delincuencia.