El cañón del Garrapatas
Carmelo permanece en su casa e inventa todo tipo de excusas para evitar a Montoya, pero el capo le pide que acompañe a su hijo, a quien va a enviar a Bogotá en un helicóptero pese a las reiteradas advertencias de que el viaje podría resultar riesgoso. Resignado, Carmelo le pide a su hermano que haga la mitad del trayecto con el menor y se encuentren con él en un sitio determinado para continuar el desplazamiento. Montoya, terco como siempre, ignora a sus informantes, que una y otra vez le reiteran que en la capital es esperado por las autoridades, que también han recibido datos puntuales del propósito del capo.
El mal tiempo cambia los planes de viaje y el aparato se ve forzado a regresar al aeropuerto de Pereira, donde es interceptado cuando el piloto realiza una maniobra para ocultarse en un hangar. Allí es detenido el hijo del capo, que no opone resistencia y tampoco lleva armas.
El incidente reaviva las viejas discusiones entre Montoya y Carmelo, quien de nuevo le dice que renuncia y que se va. Pero el capo lo piensa una vez más y con una palmada en la espalda y con promesas que tampoco cumplirá, lo convence de quedarse a su lado.
Mientras tanto, Macaco habla con Johny Cano, que está al frente de los negocios de Rasguño y le exige no inmiscuirse en la guerra que libran Montoya y Varela. Cano no se compromete con Macaco, pero hace valer la autoridad y poder que le da haber sucedido a Rasguño y le ordena a Davinson que saque a Montoya de la finca donde lo tiene hospedado.
Montoya se ofende con la petición de Cano, pero no le reclama. Mientras sus escoltas y Carmelo le organizan un nuevo refugio, pide tres días para irse. El capo asume en serio el alejamiento de Cano y le pide por adelantado el millón de dólares que le entrega mensualmente para mantener la guerra contra Varela. Aún cuando el capo no volvió a referirse al tema, al parecer el dinero nunca más llegó.
El constante movimiento ocasionado por la persecución de las autoridades obliga a Montoya y a sus hombres a abandonar el cañón del río Garrapatas porque él no tiene espíritu de guerrillero para estar saliendo a las carreras de sus refugios. Entonces contacta a un hombre de Varela que maneja un pueblo que a él le interesa y le ofrece una gran cantidad de dinero para que trabaje con él. Como no le tiene mucha confianza, le pone una dura prueba para confiar en él. El sicario dice que no hay problema y asesina a tres de sus compañeros a sangre fría y luego les da muerte a otros tres al cabo de un fiero tiroteo. Con seis homicidios a cuestas, el hombre consigue un nuevo trabajo y la confianza de Montoya.
Con este primer objetivo cumplido, Montoya infiltra diez hombres en el pueblo y empieza a darles dinero a algunos policías para que le ayuden en los meses siguientes, cuando según sus planes el capo se hará dueño y señor de la estratégica población. Los sicarios de Montoya actúan de inmediato y asesinan a su primer objetivo, el comandante de la Policía de la zona, que se negó a colaborar.
Días después la Policía captura al homicida junto con el arma utilizada, pero Montoya hace gala de su poder y mueve a sus cómplices en la administración para modificar el informe judicial sobre el caso. Su pupilo es liberado sin mayores problemas y de inmediato se reintegra a su trabajo.
Ante semejante demostración de fuerza y la pérdida paulatina de sus hombres por muerte o por traición, Varela se retira y Montoya se proclama amo y señor del pueblo. Una vez fortalecido en la región, el capo llama a Camisa y a su ejército privado, pues ha decidido enfrentar a Varela y a los Rastrojos, sus aliados de siempre. En poco tiempo, los dos grupos sostienen encarnizados combates en el cañón del río Garrapatas porque el capo cambia una vez más de opinión y decide asentarse allí, pues la cadena de montañas es una defensa natural.
La confrontación es entre verdaderos gallos de pelea. Los de Montoya, ex paramilitares, ex guerrilleros y ex reservistas entrenados por Camisa y proveídos de poderosas armas por Zeus, un mayor retirado del Ejército. Los de Varela, paramilitares del bloque Central Bolívar entrenados por Macaco.
Los choques armados dejan heridos y muertos que mellan las filas de los dos bandos, pero en el lado de Varela las bajas son abundantes. Como en el segundo tiroteo, en el que caen 17 combatientes de Varela, en una saga interminable de odio y venganza fraguada por personalidades enfermizas que sólo buscan poder y dominio de amplios territorios.
Después de fieras batallas los capos ordenan parar temporalmente con la intención de recuperar fuerzas, sacar a los heridos y alimentarse. Sólo en esos momentos se respetaban, en cumplimiento de una especie de código de honor de la mafia, pero una vez llegaba por radio la orden se reiniciaban los tiroteos. La confrontación tiene un nuevo respiro con la llegada de la Navidad y los jefes militares de los bandos piden a gritos un cese al fuego para descansar. Los capos atienden la petición, decretan la paz momentánea, pagan la nómina y todos tan felices.
No obstante, pasada la Nochebuena se produce un amago de atentado contra Carmelo y Camisa, que los hombres de Montoya superan sin contratiempos. Dos días después de los Reyes Magos se reinician los enfrentamientos a muerte y poco a poco las tropas de Montoya desplazan a las de Varela.
Proclamado Montoya como jefe de la región, los pobladores de varios caseríos expresan su satisfacción por la salida de Varela y sus hombres, que por meses los hicieron víctimas de la barbarie. Además, les robaron los animales y lo poco de valor que encontraban a su paso. Lo notable es que en esos territorios no hay presencia del Estado y cualquiera puede llegar a imponer su ley sin que los habitantes puedan protestar.
En un último esfuerzo por regresar, reductos de Varela y Macaco piden refuerzos, que son enviados en cuatro camiones con cerca de 40 hombres del bloque Central Bolívar. Con tan mala suerte que intentan llegar por un costado de la cordillera para sorprender a las tropas de Montoya, pero toman un camino que los lleva a una zona dominada por la guerrilla, que los descubre y embosca. Ninguno sobrevive.
La estrategia de Montoya avanza incontenible y Camisa, que tiene buenas relaciones con la guerrilla, les pone precio a las cabezas visibles de los Rastrojos. Los cabecillas tienen un valor y los combatientes rasos uno menor. El efecto es demoledor y en poco tiempo son diezmadas las tropas aliadas de Varela sin que Montoya dispare una sóla bala.
Un año más tarde, a comienzos del 2005, es estructurado un nuevo grupo criminal: Los Machos. Y en forma paralela, Montoya ya se ha consolidado en su nuevo santuario: el cañón del río Garrapatas.