El embajador
Con una muy bien estructurada organización, Montoya acumula un récord de acciones que lo hace ver más poderoso que nunca. En primer lugar golpea contundentemente a Varela, asesina al coronel Danilo González, y reina en Cali y en territorios que antes les pertenecían a otros capos. Para rematar su buena hora, en un operativo judicial las autoridades arrestan a Julio López, un hombre muy importante pues era administrador de las finanzas de Varela.
Para completar el cuadro de éxitos, sólo le faltaba aniquilar a Jorge Botero, Fofe, jefe de la oficina de cobro de Varela. Se trataba de uno de sus más diestros gatilleros de la organización y quien guardaba discreción en sus actividades delictivas. Se mantenía oculto, no hablaba por teléfono, no salía de su escondite y tampoco frecuentaba amigos ni familiares. En fin, cumplía a cabalidad las reglas de un delincuente serio.
Como todos los seres humanos Fofe tiene su lado flaco. Los hombres de Montoya utilizan equipos especiales de interceptación de teléfonos y correos electrónicos y muy rápido saben que este había salido de la clandestinidad para atender la muerte de uno de sus hijos, quien había perecido en un accidente.
Los delincuentes armaron toda una estrategia para llegar hasta él. Fue más fácil de lo que esperaban pues recurrieron a la empleada del servicio de Fofe y así conocieron sus más mínimos movimientos dentro de la casa.
Les contaron incluso que la esposa de Fofe le había propuesto concebir otro hijo y que para ello debían recurrir al mecanismo de la concepción in vitro porque uno de los dos tenía dificultades para procrear de manera natural.
Era mayo del 2005 y los hombres de Montoya interceptaron los teléfonos del médico que atendería la solicitud de la pareja. Así conocieron los detalles de sus conversaciones con el galeno e identificaron la hora y el día exacto en que la pareja asistiría a una clínica en donde iban a extraerle al curtido delincuente una muestra de semen para la inseminación artificial.
Así lo hicieron. Prepararon a un grupo de gatilleros para que se hiciera cerca de la entrada de la clínica y estaban seguros de que Fofe llegaría a las 7 en punto de la mañana a cumplir la cita. Sin embargo, no contaron con que el delincuente se retrasaría 15 minutos, lo que frustró el atentado.
El escollo no los detuvo y en las siguientes horas los sicarios de Montoya ya tienen diseñada otra estrategia. Uno de ellos se comunica con la casa de Fofe y finge ser el médico que había realizado la inseminación. La llamada es atendida por la empleada del servicio y el falso galeno indica que la pareja debe volver al día siguiente a la clínica donde se someterían a una nueva toma de muestras.
En efecto, al día siguiente Fofe arriba a la clínica en dos vehículos llenos de escoltas. Desciende de uno de ellos y toma de la mano a su esposa. Cruza inevitablemente por un parqueadero y por una calle atestada de falsos vendedores ambulantes, médicos y enfermeros que habían sido ubicados estratégicamente a la entrada del centro clínico.
Había recorrido pocos pasos en el interior de la clínica cuando fue sorprendido por la ráfaga de una pistola 9 mm, varias de cuyas balas lo matan en forma instantánea. Su esposa también fue impactada y herida.
Mientras varios sicarios huyeron del lugar en una motocicleta, otro que se desplazaba a pie recurrió al robo de un taxi que transitaba por allí. Un fotógrafo inesperado inmortalizó la escena al tomar varias imágenes en el momento de la acción delincuencial.
Los escoltas de Fofe no se enteran de la muerte de su patrón y cuando intentan reaccionar lo encuentran tendido en el piso, sin vida. Montoya mientras tanto se proclama ganador temporal de una guerra que ya dejaba centenares de muertos. Aún así no cesa en sus ataques contra Varela, que parece una fiera herida de muerte.
Menguado por los ataques de su poderoso rival, Varela decide refugiarse en Venezuela para reorganizar desde allí su maltrecha organización, que había sufrido bajas considerables. Pero Montoya utiliza una red de informantes y logra dar con su paradero.
Aún cuando nadie duda de que los vientos soplan a su favor, Montoya no se queda quieto. Su mirada entonces se dirige a Luis Enrique Calle Sena, Comba o Combatiente, un curtido narcotraficante considerado uno de los hombres más cercanos a Varela.
Entre tanto, Gildardo Rodríguez Herrera, El Hombre de la Camisa Roja, quien trabaja para Comba decide traicionarlo después de enterarse de que su compañera sentimental le juega sucio con el propio capo. Para vengarse le revela a Montoya todos los movimientos de Comba a quien tenía monitoreado todo el tiempo.
Comba tiene a su servicio un amplio cuerpo de seguridad, integrado por numerosos hombres que pertenecen a la Fuerza Pública. Con varios de ellos llega a un restaurante para encontrarse con su nueva compañera sentimental. En el preciso instante en que los hombres de Montoya localizan a Comba y están a punto de aniquilarlo, Varela llama a su archienemigo y le plantea una propuesta de paz para cesar las hostilidades.
Montoya se comunica con Carmelo para comentar la iniciativa del capo y este le sugiere que acepte de inmediato. Entonces el capo lo nombra como una especie de embajador entre las dos estructuras mafiosas para saber hasta dónde puede llegar a un acuerdo con Varela.