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Bombardeos y tiroteos

 

 

 

Después de la muerte de Fofe en Cali arrecian los operativos contra los hombres de Montoya. Guacamayo es detenido por la Policía en Bogotá mientras acompaña a su compañera sentimental a una clínica donde se realizaría un procedimiento quirúrgico. La noticia sorprende al capo, que desde su finca en el cañón del Garrapatas ordena contacten a sus enlaces en la capital y le den la protección que se requiera. A sus demás hombres les pide que se resguarden para evitar que caigan en manos de las autoridades.

El Hombre de la Camisa Roja prefiere esconderse en una finca propiedad de otros narcos que todavía no están en la mira de nadie. Su único contacto con la realidad es la televisión, donde escucha los avances de la persecución contra su estructura mafiosa.

Pero está equivocado porque hasta allí llega la Fuerza Pública a bordo de helicópteros y muchos hombres en tierra. Ese día El Hombre de la Camisa Roja tiene suerte porque logra escapar a través de una cañada mientras sus hombres repelen el ataque.

La casa es allanada y los uniformados de la Policía Antinarcóticos encuentran computadores y documentos valiosos que precisaban sus actividades y dejaban en claro su alianza con Montoya.

El Hombre de la Camisa Roja es auxiliado por Carmelo, quien lo saca de la zona y lo lleva a un refugio seguro. Por su parte Montoya, quien se encontraba muy cerca de la finca allanada alcanza a escuchar el ruido de los helicópteros y tiene tiempo para preguntarse quién será la persona que los delató.

De inmediato piensa en Guacamayo, pero recuerda que ese es un hombre de fiar y no atentaría contra la organización. Lo que el capo estaba lejos de imaginar es que la Policía había llegado hasta el lugar gracias a las labores de inteligencia que nada tenían que ver con el chivatazo de alguno de los hombres de confianza del capo.

Pero las cosas se complican porque la Fuerza Aérea inicia una serie de bombardeos en el norte del Valle, la zona donde está refugiado el capo, que no tiene más opción que cambiar de finca todas las noches. De montaña en montaña y salto a salto, los hombres de Montoya corren y se esconden como animales enjaulados. Finalmente, logran llegar a una finca en inmediaciones de la Cordillera Central, en una región que tiempo atrás había sido dominada por Montoya.

Hasta allí llega poco después Juan Carlos Rodríguez, Zeus, quien ofrece sus servicios como intermediario para sobornar a algunos oficiales de las Fuerzas Militares con el objetivo de detener o desviar la persecución contra Montoya. Según él, un capitán de la Policía, instalado en Zarzal y perteneciente a una Fuerza Antiterrorista Urbana conocida como Afeur, es quien dirige las operaciones. De inmediato, el capo les ordena a sus hombres seguir los pasos de ese oficial y hacerle un atentado para forzarlo a retirarse hacia otro lugar del país.

Mientras avanzan en esa tarea se produce una nueva operación, que esta vez los toma desprevenidos. Por un lado, Carmelo celebraba el grado de su hermana, mientras El Hombre de la Camisa Roja y Montoya no creyeron en la versión de un informante suyo que les había advertido que las autoridades los tenían prácticamente cercados.

Las autoridades tenían concebido atacar por tierra y aire y para ello utilizaron vehículos de gran potencia que arribaron a los municipios del Dovio y La Unión. Muy temprano en la mañana de ese día Montoya recibe una llamado de su infiltrado en las Fuerzas Armadas quien le informa que debe marcharse a la finca de Mamoncillo porque el operativo era enorme y ya estaba en marcha.

Montoya no da crédito a las palabras del oficial, pero Jorge Iván Urdinola, La Iguana, uno de sus lugartenientes lo convence de moverse de inmediato. Así lo hace, justo en el momento en que la Fuerza Pública llega a la zona.

El Hombre de la Camisa Roja huye por un filo de la cordillera, mientras que Mamoncillo se va por el otro. Por un momento son identificados por los helicópteros y Camisa junto con cinco guardaespaldas logra mimetizarse entre la manigua gracias a sus uniformes, tipo militar, cuyos colores se confundían con la espesura de la selva.

Los aviones se cansan de dar vueltas sin verlos y cambian el rumbo dirigiéndose al filo por donde huye Mamoncillo. En medio de la persecución, este recibe algunas orientaciones de sus compañeros y también logra despistar a las autoridades.

Al caer la noche, Montoya se reúne de nuevo con sus hombres y comentan los sucesos del día. Camisa le dice al oído al capo que sus sospechas sobre un posible soplón dentro del grupo recaen sobre Mamoncillo, hermano de Guacamayo.

Cuando esto ocurre, Carmelo está en otro lugar. Ha pasado los últimos días de descanso con su familia y su contacto con Montoya ha sido mínimo. Su padre le pide que vaya a ayudar a su jefe pero este desatiende la sugerencia.

Pero los días de ocio y farra terminan pocos días después, cuando la esposa de Carmelo llega con un hombre enviado por el capo que tiene la orden de recogerlo y llevarlo hasta la finca donde se refugia Montoya. Carmelo sabe que es importante pues el capo confía en su experiencia para salir de los escondites. Era como el Ángel de la guarda para Montoya.

Horas más tarde Carmelo ya está con el capo y organiza la salida con una caravana de cinco carros, tres de ellos en calidad de avanzada, que reportaban movimientos de la Policía o el Ejército. Montoya y su gente logran llegar al municipio de Zarzal y se ubican en una casa escogida por Montoya para esos efectos.

Una vez instalado en un lugar confiable, Carmelo se va a la zona urbana con la intención de hacerse visible para despistar a las autoridades. El capo está fuera del peligro por ahora, pero quien está en riesgo es Carmelo.