Acercamientos
Las autoridades siguen tras la pista de Montoya y no cesan los operativos en varios lugares del país, especialmente en el Valle del Cauca, el cañón del río Garrapatas y el Magdalena Medio. Por su parte un oficial de apellido Beltrán, quien trabaja para la organización pone en sobre aviso a Carmelo sobre un despliegue inusual de aeronaves y hombres cerca de Zarzal.
Según el informante, las autoridades cerraron las vías de acceso a los poblados y ciudades cercanas y varios helicópteros y una lancha, han sido destinadas a la captura del capo.
Por esos días era inminente la firma de paz entre Montoya y Varela. Macaco envió un helicóptero para llevar a Camisa, pero Montoya, algo desconfiado, mandó con ellos a Carmelo para que le informe sobre el avance de las negociaciones. Montoya le pidió a Camisa que no firmara documento alguno hasta su regreso para contarle los detalles de la reunión.
El helicóptero blanco con líneas color café, de propiedad de Macaco, aterrizó en predios cercanos a la antigua cárcel La Catedral, donde fue recluido el capo del narcotráfico Pablo Escobar a comienzos de los 90. La aeronave aterrizó, recogió a Camisa y a Carmelo e inmediatamente levantó vuelo para trasladarlos a una enorme construcción bautizada como Villa Esperanza, sitio de reunión de los paramilitares.
Carmelo recuerda que no puede separarse un segundo de Camisa para escuchar de primera mano todo cuanto allí se hable. Pero Camisa se adelanta y entra a la sala de la vivienda acondicionada como oficina de Macaco, los escoltas no dejan ingresar a Carmelo.
—Señor, el patrón sólo mandó a buscar a Camisa —dice el guardaespaldas de Macaco.
—No, yo también vine a esta reunión —replica Carmelo al tiempo que empuja al hombre armado y se cuela a la reunión.
—¿Usted está por acá? Venga y siéntese. ¿Usted conoce a este señor? —dice Macaco, comprensivo.
—No, no lo conozco —responde Carmelo, asustado.
—Este señor es Comba —responde Macaco, sin observar que instintivamente Carmelo se pone la mano en la cintura y acaricia su arma.
De repente, Carmelo se encuentra en la mitad de dos poderosos bandos: el de Montoya-Camisa y el de Varela-Comba. La situación se torna peligrosa y el ambiente tenso. Cualquier cosa puede pasar y no es sino cuestión de oprimir un gatillo para que la vida de un hombre que está al servicio de otro muera en un instante.
Con el paso de los minutos, el encuentro sigue difícil y el ambiente se hace irrespirable. El nerviosismo se apodera de Carmelo, que recuerda las palabras de su padre cuando le decía que todos los seres humanos sentían alguna vez miedo, pero que lo importante era saber manejarlo.
En la escena aparece un mayor retirado de la Policía que hace las veces de secretario de Comba y se sienta al lado de Carmelo con una caja de zapatos donde guarda 17 teléfonos celulares con los que mantiene contacto permanente con los hombres de Varela y a los que les imparte órdenes constantemente. Camisa, a su vez, lleva diez celulares y varias tarjetas. Comba está armado pero se le nota que tiene una herida reciente en el abdomen, lo que le da a Carmelo alguna ventaja en caso de una confrontación.
Carmelo, experto en echarse la gente al bolsillo, hace gala de su habilidad, dice:
—Señor, mucho gusto —y le extiende la mano a Comba.
El gesto rompe el hielo y acto seguido Macaco toma la palabra y dice que están ahí para solucionar una situación y que le alegra que los enemigos puedan estar reunidos en el mismo lugar y hasta tenderse la mano.
Según Carmelo, Comba es todo un caballero, muy bien vestido y cuya figura puede ser confundida con la de un abogado. No parece el pistolero que es y que se había convertido en el terror de buena parte del departamento del Valle.
Para sellar la paz, Comba pone como condición que Montoya le entregue a su jefe, Varela, una porción del territorio donde se mueve su contrincante, así como varias personas cercanas al capo que habían asesinado a algunos allegados suyos. Uno de ellos era un sujeto apodado Piña.
Carmelo responde con rapidez y dice que no habrá entrega de nada y que los guardaespaldas de su patrón no son negociables. Carmelo tiene tiempo de abogar por Piña, a quien conoce de tiempo atrás y le pide a Comba que lo deje fuera de esa disputa. Agrega que él se encuentra allí para escuchar sus propuestas y llevarlas ante Montoya y deja claro que él no tiene ni voz ni voto en las decisiones. Carmelo saca fuerzas para decir, una vez más, que Montoya no está dispuesto a negociar su territorio.
Comba se mantiene en sus peticiones y Carmelo en su negativa. Comba también pide que Juan Carlos Montoya, el hermano de Diego y quien había sido extraditado, deje de denunciar a Varela ante las autoridades de ese país y agrega que tiene pruebas de ello. Por último exige que lo ayuden a capturar a otro reconocido narcotraficante que les ha hecho mucho daño en las cortes de Estados Unidos.
Carmelo responde que le queda muy difícil callar a un narcotraficante desde Colombia y que si esa es una condición no negociable, entonces es posible que continúe la guerra.
Entre tanto, Camisa tiene tiempo para bromear con Comba y recuerda los tiempos en que compartían en el mismo bando, donde se hacían costosos regalos. Pero la situación no está para recuerdos y Carmelo prosigue con su intervención y dice que si Varela pide la entrega de gente del lado de Montoya entonces que les entreguen a Ramón Quintero, que está del lado de ellos.
Sin dudarlo, Comba responde que eso no se puede y Carmelo replica de inmediato que del lado suyo tampoco se puede hacer nada. Así se da por concluida la reunión en la que por supuesto no hubo espacio para la negociación. Antes de retirarse, Carmelo reitera que el territorio ganado por su jefe no es negociable de ninguna manera ya que hacerse a él costó mucha sangre y mucho dinero.
Macaco se acerca a Carmelo y le dice:
—Siendo usted el que puede hablarle al oído a Montoya, dígale que lo piense muy bien, que Varela está fortalecido con la muerte de Pispis.
Tenía razón. Varela había ganado una primera partida pues le arrebató a Montoya las propiedades de Pispis avaluadas en más de 100 millones de dólares.
Después de horas de tensión y de no haber llegado a ningún acuerdo, los hombres se dedican a descansar. Incluso hay espacio para el buen humor y el disfrute de suculentos platos que había preparado la servidumbre de Macaco.
Comba rechaza algunos de los platos y pide una zanahoria rallada y un huevo hervido y con ello confirma que en realidad se reponía de una reciente operación que requería dieta.
Horas más tarde, Carmelo regresa en el helicóptero hasta una finca y espera a que lo devuelvan a un lugar en la cordillera donde lo recogería su hermano menor. Se traslada inmediatamente a la casa de Montoya, pero lo encuentra en un lamentable estado de ebriedad común en los últimos días. No tiene otra opción y se marcha a descansar.
Al día siguiente, Montoya llama urgido a Camisa y a Carmelo para que le den detalles de la cumbre en Antioquia. Carmelo relata los resultados de la reunión y el capo está de acuerdo en no ceder a ninguna de las peticiones de Varela. Montoya, tan incrédulo como siempre, habla minutos después con Camisa para conocer su versión.
Montoya por supuesto no confía en Varela ni en sus promesas de suspender el fuego así se le cumplieran sus peticiones. Sabe que si cede Varela lo debilitará y buscará la manera de eliminarlo.
Entonces deciden negociar de nuevo y ceder lo menos posible a las estrambóticas peticiones de Varela. Montoya dice que la idea es bajar la presión de la guerra y que una vez las relaciones estén aparentemente bien con su enemigo, lo atacará de nuevo con todas sus fuerzas.