Miro
Argemiro, nace en Balboa, región del Águila, en el norte del Valle, huérfano de madre desde muy temprana edad y carente de todo afecto materno, de ternura y calor familiar, es criado por su hermanita de diez años. Desde muy niño se defiende como puede, emulando el comportamiento de su tío y de sus primos, a quienes tiene cerca y pese a todo les profesa algo de afecto. De ellos aprenderá el oficio de matar.
Aunque su padre es un buen hombre y nunca ha matado a nadie, Argemiro toma otro camino, el del mal. El viejo asume el papel de proveer a la familia de alimentos, pero no se preocupa por la educación de sus hijos, ni sabe de ello pues considera suficiente cumplir con darles comida, donde vivir y enseñarles las labores del campo, como sembrar y colectar café porque está seguro de que la bonanza que vive el país con el grano los ayudará a forjar un futuro mejor.
Al lado de su tío, uno de Los Pájaros, Argemiro, aprende a labrar la tierra, pero también a empuñar un arma y a hacerla detonar en caso necesario, como en efecto lo hace a los 12 años cuando su tío realiza un “trabajo” y se enfrenta con el hombre al que debía ejecutar. Si no es por la oportuna aparición de Argemiro, el desenlace habría sido distinto. Así, de repente, defiende a su tío de una muerte segura, pero al mismo tiempo queda al desnudo el asesino que vive en él. Ese episodio lo marca para siempre.
Apretar el gatillo por un motivo u otro es la única forma de vida que conoce el pueblo y Argemiro crece en este medio, destacándose al cabo de unos años por su empeño y dedicación. Al lado de sus primos y desde muy jóvenes, forman una cofradía dedicada a la delincuencia y se convierten en herederos directos de la actividad de sus antecesores en el manejo de las armas y en el asesinato por dinero.
Miro cosecha el producto de lo sembrado y se luce como uno de los mejores. Sus pocos amigos, conseguidos en el camino, lo acompañan por años, aunque algunos no siempre con la misma lealtad que se profesaban desde cuando eran niños. A lo largo de su trajinar por la vida, la amistad trastabilla varias veces, dependiendo de las circunstancias y de los contratos para matar. Ramiro, uno de los más queridos y allegados a Miro, es de los pocos con quien mantiene una cercanía incólume, que sólo terminará con la muerte.
A los 30 años, Miro, que proviene de una familia y un entorno machistas, se enamora de una profesora, madre de un pequeño, y se va a vivir con ella a su antiguo lugar de trabajo, donde cosecha el café y ve crecer a su familia. Aunque combina el gatillo con su trabajo como labriego, viven tiempos difíciles en compañía de los hijos fruto de su unión: Carmelo, Manuela y Juan, quien nacerá tiempo después; siempre compartiendo con Orlando, el mayor, como uno más de sus hijos.
Su fama como sicario, en los años 70, es tan grande que su nombre recorre la geografía nacional, de boca en boca, como una leyenda viviente del hampa. Nadie tan rápido y ágil como Miro con un arma. Saca y dispara en cuestión de segundos. Uno de los tantos hombres que lo buscan para que haga lo que otros no pueden lo contrata para un trabajo especial en otra ciudad porque ninguno de los encargados ha sido capaz de matar a un hombre muy protegido que ya tiene a cuestas cinco de los hombres que han osado atentar contra su vida.
Miro, cuidadoso, hace la tarea, investiga, escudriña, y en un descuido de la escolta que protege al hombre que debe asesinar logra entrar en su vivienda y a plena luz del día le mete tres tiros en la cabeza.
Pero algo sale mal. Cuando intenta huir hacia la calle, la escolta de su víctima se lanza contra él con el vehículo que tiene estacionado al pie de la casa, y lo atropella. Miro vuela por los aires y termina contra una pared. La escolta regresa a terminar su tarea, pero Miro, muy hábil, se sostiene en la parte alta del parachoques del vehículo y logra disparar las pocas balas que quedan en su arma: ese día mata a cuatro en vez de uno, como era su objetivo original.
El accidente lo obliga a permanecer seis meses en cama. Sin embargo, el escollo no mengua su interés por el trabajo, al contrario, lo anima a seguir adelante. Su esposa, sumisa y diligente, sigue trabajando en el campo cosechando café y cocinando desde altas horas de la madrugada para más de 30 personas que laboran en la finca y que empiezan a depender de Miro no sólo como recolectores del grano sino como bandoleros al mejor postor.
Ya sin heridas, totalmente recuperado, Miro es reclutado por Ramón Cachaco, a quien le había cumplido el encargo difícil cuando lo atropellaron. Este hombre es el mayor contrabandista de licor y cigarrillo, el mismo que cambia su negocio y se adentra en el rentable negocio de la siembra y cultivo de marihuana en la costa Caribe de Colombia. Con una jugosa y tentadora propuesta, Ramón Cachaco recluta a Miro y pone a su servicio un ejército de pistoleros.
A medida que crece el prestigio y la posición económica de Ramón Cachaco, Miro crece también en poder dentro de la organización. Hasta un día en que sus obligaciones como padre y esposo lo llevan a pedir un fin de semana de licencia. El motivo del viaje a su casa es contarles a su esposa y a sus hijos que tendrían una casa de verdad, en la ciudad a donde su jefe ha trasladado sus negocios. Con tan mala fortuna que un día después de llegar a su hogar tres hombres interceptan a Ramón Cachaco cuando estaciona su vehículo en una gasolinera y lo asesinan.
Hasta ahí llega la ilusión de una mejor vida. Con sus pertenencias, que caben en un morral, Miro regresa a su rancho sin ventanas ni piso, al lado de sus hijos. Está más pobre que cuando se fue pues el sueldo prometido se queda sólo en eso, en promesas. Ahora, agobiado y triste, Miro está desempleado.
Sin embargo, conserva como un trofeo un arma que le regaló Ramón Cachaco y la guarda como una verdadera reliquia. Muy peligrosa y muy efectiva, es una pistola que lo sacará de apuros en más de una ocasión.
Pero como no hay mal que dure cien años, Miro es contratado para despejar el camino hacia una zona llena de bandoleros donde varios gamonales tienen una finca a la que le tienen vedado el paso. Miro con los suyos hace su trabajo y conquista el terreno encargado. Su fama de hombre que impone la ley en la región se consolida y en poco tiempo lo reconocen como el mejor.