Cajita de monerías
El inicio del nuevo año renueva la ilusión de Carmelo de que por fin Diego Montoya le reconocerá en dólares el esfuerzo de tantos años de sacrificio a su lado. Por lo menos así lo piensa cuando acude a una cita que le pone Eugenio, el encargado de las finanzas del capo. Pero una vez más sus sueños se derrumban ante la cruda realidad.
Por el contrario, lo que Eugenio quiere es encomendarle una nueva misión: que coordine con Cejas, un antiguo empleado de Rasguño, experto lavador de dólares, para que entren al país 30 millones producto de la venta de cocaína en el extranjero.
Eugenio y Cejas se reúnen en una finca del capo, que en ese momento duerme una de sus borracheras, para firmar el acuerdo relacionado con el dinero. Así comienza una verdadera danza de millones que pasa por las manos de Carmelo. Él debe desplazarse hasta un lugar lejano para recibir grandes morrales que acomoda en un compartimento construido en el motor de la camioneta y luego regresar en medio del peligro hasta la finca de Montoya, donde lo esperarían ansiosos el capo y Eugenio.
La táctica de usar morrales es muy práctica porque es más fácil cargarlos y huir con ellos en caso de caer en un retén de la Policía. Carmelo había hecho ese curso cuando trabajó con Rasguño, y en muchas ocasiones lograron salvar miles de dólares de las manos de los agentes, que encontraban vacíos los carros o los aviones. Transportarlos en cajas los hubiera hecho presa fácil de las autoridades por su difícil manipulación.
En la segunda entrega de varios millones de dólares, Carmelo se desplaza en su vehículo cargado, vigilado de cerca por las moscas, hombres encargados de informarle cualquier movimiento sospechoso a lo largo del recorrido. De repente, cuando pasa una curva, ve que está volcado el carro de una de las moscas y observa que sus dos ocupantes todavía están conscientes. Carmelo baja raudo con su arma en la mano y rápidamente confirma que se trata de un accidente normal por lo que decide salir de allí antes de que llegue la Policía, que seguro ya se aproxima.
Cuando llega y le cuenta a Montoya lo que sucedió en la carretera, este insulta a Carmelo y no le paga el dinero que debía darle por haber traído los dólares desde tan lejos. Por el contrario, el capo lo apura a buscar una maleta pues debe ir a Medellín a cumplir una cita, que el narcotraficante califica como importante para su negocio. Viaja al día siguiente y se encuentra con un hombre de 1,20 metros de estatura, bastante robusto y mal encarado que va de parte de Mono Teto.
La mínima altura de su interlocutor hace llegar a la memoria de Carmelo la imagen de un hombre de baja estatura utilizado por Pipe Montoya como amuleto de la buena suerte. Lo lleva a todas partes y cuando el enano bebe en exceso, un empleado suyo lo levanta del piso como a un niño, se lo echa al hombro y lo tira dentro del carro.
El pequeño hombre compite con Montoya en un improvisado campeonato de bebida, pero el capo siempre lo derrota. Por lo general es de buen carácter aunque en ocasiones lo sacan de casillas y se enfurece amenazando a quien lo moleste. Como el día de la muerte de Iván Urdinola, cuando el portero del edificio donde vivía Pipe se dedicó a insultar y a golpear al pequeño hombre, que se hastió y le dijo que si seguía, lo iba a matar. Como el vigilante no le hizo caso y continuó con sus agravios, el enano sacó una pistola Colt 45 y le disparó, atravesándole una pierna. Enfurecido, Pipe lo encerró en la jaula de un puma que tenía en el patio de su apartamento y le advirtió que si el portero moría o perdía la pierna, haría que la fiera lo devorara. Pero lejos de amilanarse, el hombre lo desafió en varias ocasiones a que lo matara de una vez por todas.
En la sala del espacioso apartamento, Montoya y Eugenio escucharon atentos la gritería entre Pipe y el enano, que más parecía una pelea de verduleras. Finalmente, el vigilante herido fue llevado a un hospital, donde lo atendieron y no perdió su extremidad. Una vez enterado de que el episodio no pasaría a mayores, Pipe abrió la puerta de la jaula y le dijo al enano que no quería volver a verlo nunca más. Pero el mafioso tenía cierta debilidad por su acompañante y poco tiempo después le pidió que regresara.
Carmelo conoce al pequeño personaje y se sorprende porque ejerce de secretario, chofer y escolta y fue entrenado para muchos menesteres. Tiene un vehículo adaptado para su baja estatura y por eso los pedales y la barra de cambios están al nivel de las manos. Con carácter, el hombre invita a Carmelo a subir a su automotor y este acepta gustoso porque el anfitrión le cae en gracia.
La habilidad del pequeño hombre como conductor es asombrosa: maneja con destreza la radio y el teléfono celular, al tiempo que conversa animadamente con sus tres novias. Es toda una cajita de monerías, muy apetecido por las mujeres a quienes maneja a su antojo, según ve el sorprendido Carmelo. Lo que le falta en tamaño le sobra en habilidad y simpatía.
Acompañado por el enano, Carmelo llega a un apartamento donde se encuentra con Mono Teto, quien está muy interesado en reunirse con Montoya. Carmelo se comunica con Camisa por mensaje de texto y confirma la cita en la finca del capo en Zarzal. Carmelo organiza el viaje con Mono Teto, pero toma la precaución de ocultar una pistola entre los pantalones y tres cargadores en los genitales. Así abordan el helicóptero y poco después aterrizan en terrenos de Montoya.
Para impresionar a su invitado, como suele hacerlo siempre, el capo ordena desplegar un enorme dispositivo de seguridad con el que, además, pretende enviar un mensaje en el sentido de que no es fácil sorprenderlo en sus territorios. Hace uniformar a sus hombres y les ordena cumplir una especie de rutina militar para que parezca un ejército bien entrenado. Ellos saben que deben desempeñar su oficio con responsabilidad y nunca se les ve conversando o distraídos, cada cual está en su tarea.
Con la sagacidad que a veces sorprendía a Carmelo, el capo acude a la amistad de Mono Teto con Combatiente y le sugiere que organicen un atentado para asesinarlo. El hombre hace la tarea y lo sorprendente es que Mono Teto no se niega a matar a Combatiente y por el contrario le pide tiempo para consultar al Flaco Rogelio Aguilar.