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Comienza el fin

 

 

 

Uno de los informantes de Diego Montoya en la Policía le envía datos fragmentarios, según los cuales Mono Teto se reunió en privado con un importante comandante de esa institución, lo que hacía prever una celada para el próximo encuentro en la finca del capo, fijado para la semana siguiente.

Muy temprano, Carmelo se dirige a la finca de su patrón cuando es sorprendido por un retén en la carretera, con un arma al cinto y cédula falsa, Pero él, lidiado en mil batallas, convence a la Policía de que es un criador de cerdos de la región y lo dejan ir. Sin embargo, más adelante ve a una persona que agita un poncho y le hace señales de detenerse. Es el contacto de los dólares que le informa que la zona está rodeada por la Policía y que su patrón se esconde en algún lugar de las inmediaciones.

Carmelo se desvía del camino y rápidamente llega al lugar donde le dicen que está su patrón, pero se encuentra con otro narcotraficante al que le han avisado que Mono Teto es un traidor y que los quiere entregar. Según él, eso explica la presencia de gran cantidad de uniformados en la zona. Carmelo toma la iniciativa y conduce al narco por el cañón del Garrapatas, que es su área, y se dirige a una zona montañosa donde se supone que está Diego, al que en efecto encuentra demacrado y asustado, y enfurecido por el juego de que ha sido víctima por su confianza desmedida.

Con indigación, Carmelo dice que todo se debe a una hábil jugada de Mono Teto; Montoya, desconfiado, le pregunta por qué sabe esa información. El guardaespaldas responde que la historia se la acaba de contar un narco al que acaba de poner a salvo, quien a su vez recibió de Camisa los datos sobre los inesperados movimientos de las autoridades. Los hombres hablan por varios minutos y logran dilucidar finalmente el afán de Mono Teto por reunirse con el capo. Montoya instruye a sus hombres en la necesidad de montar un plan bien estructurado para asesinar al delator.

A salvo por el momento y bien resguardados en la inexpugnable selva del cañón del Garrapatas, el capo, Carmelo y Camisa celebran su cumpleaños y abusan como siempre del licor y la parranda. Al día siguiente, en el máximo nivel de ebriedad, Camisa le canta la tabla a su patrón y le dice lo que piensa de él, de su tacañería, de su comportamiento despreciable y de lo mala persona que le parece.

Carmelo siempre le ha recomendado al capo que no beba con sus empleados y ahora con movimientos de cabeza, se lo confirma cuando el subalterno lo agrede de palabra. Sin embargo, Montoya no dice nada y con ello sorprende a sus subalternos porque en otras condiciones habría ordenado que lo mataran.

El desorden por la bebida es tal que Carmelo debe desarmar a un hombre que dejó el campamento a oscuras al romper un cable de energía por estar disparando al aire. Al mismo tiempo, Camisa empieza a desarmar una granada frente a más de diez personas que a esa hora se encuentran allí, con lo que pone en riesgo la vida de todos.

La mañana los sorprende con un avión que sobrevuela la zona, pero el capo ni se da cuenta porque sigue bebiendo y pareciera que le importa poco lo que pase a su alrededor.

Carmelo aprovecha que su pariente duerme la borrachera después de dos días de parranda y visita a su familia, pero un día más tarde el capo lo manda a llamar a su escondite. Urgido de dinero por la falta de un salario adecuado y fijo, Carmelo improvisa un plan para sonsacarle dólares al capo: utiliza a dos infiltrados en la Policía y le hace creer al patrón que la autoridad cada vez está más cerca, pero que él tiene controlada la situación, y para ello requiere de recursos en efectivo.

Con el fin de hacer más creíble su historia, Carmelo inventa que uno de los informantes de la Policía fue su compañero en el colegio y que le enviaba informes todos los días para recibir compensación económica, pero también para ganarse la simpatía del capo.

Montoya envía 8.000 dólares para el falso informante, los cuales se quedan en el bolsillo de Carmelo, quien por fortuna es contactado por un informante real que anuncia otra posible operación contra el capo. No todo es ficción porque sí es verdad que las autoridades están listas para golpear a Diego. Mientras tanto, Carmelo resuelve numerosos problemas económicos por cuenta del dinero que le saca al capo para pagar a los supuestos informantes.

En ese ir y venir de correos y mensajes de celular, Carmelo recibe datos confiables sobre una operación de gran envergadura en Casa Azul, la zona donde se refugia el capo. Carmelo corre a dar aviso en el refugio y se cruza en el camino con Eugenio, que lo saluda de carro a carro.

Hasta allí llega el hombre que le ha advertido a Carmelo de la presencia de las autoridades y el capo lo comisiona para buscar a su hermano Eugenio y decirle que escape. Pero en ese momento Carmelo recibe una llamada en la que le anuncian que se acerca un camión cargado de Policías que disparan hacia el sitio donde Eugenio está apertrechado con Cachito, Peña y Romero, los únicos guardaespaldas que le quedan porque los demás huyen por la maleza. Eugenio piensa que se trata de sicarios de Varela y por eso toma la decisión de huir con dos de sus hombres y deja a Romero para repeler a los atacantes. Pero este solo puede hacer tres disparos porque un policía le pone un fusil en la cabeza y le ordena que deje sus armas y levante los brazos en señal de rendición.

Los agentes de la Dijín saben a ciencia cierta que en esa zona se encuentra Eugenio, y que además había avanzado en sus intenciones de negociar con las autoridades de Estados Unidos por medio de un bufete de abogados de Miami que se contacta con sus tres defensores en Colombia.

La información les había llegado de varias fuentes y por eso los policías van sobreseguro; además interceptan a los abogados y los rastrean gracias al avión de inteligencia que desde hace tres días sobrevuela la zona. Los investigadores esperaron a que los abogados de Eugenio llegaran al Valle después de salir de la ciudad de Pereira porque sabían que en algún lugar se encontrarían con los dos hermanos. El avión espía reportó que los abogados dejaron abandonados los vehículos que los transportaban y se dirigían en un camión hacia la finca donde creían sería el encuentro.

Inicialmente, los policías viajaron vestidos de civil con las coordenadas precisas del lugar hacia donde se dirigían los abogados. La idea es sorprender a los narcotraficantes y a sus vigilantes, y tomarlos desprevenidos. Los policías enviados desde Bogotá irrumpen con armas de corto y largo alcance luego de ponerse los uniformes en un cruce del camino. Los agentes encubiertos tenían incluso los nombres precisos de las personas que iban a capturar, a excepción de Cachito que no aparecía en la lista de objetivos.

Finalmente, la intensa persecución termina cuando Eugenio se disloca un tobillo y es capturado junto con sus dos hombres, que ya no oponen resistencia. El detenido reconoce ser quien es y, ya rendido, suministra su nombre completo con los dos apellidos y el número original de la cédula. Es un trofeo para las autoridades colombianas: Eugenio Montoya Sánchez, el hombre por cuya cabeza Estados Unidos ofrecen cinco millones de dólares, está en sus manos.

Varios abogados, integrantes de prestigiosas firmas, son hallados en el lugar y uno de ellos, Luz María Ojeda, sufre una crisis nerviosa en el momento de la captura. Dos días más tarde y ya recuperada del susto, se dirige a la Dijín en Bogotá a preguntar por su cliente.

Los demás juristas son prestantes abogados que la Policía los identifica como Joaquín Caicedo, José Salustiano Quiroz, José Gildardo Montoya y Martha Lucía Rico, así como el abogado estadounidense Irwin Lighter, quien luego de ser sorprendido dijo que llegó al país con la intención de emitir un concepto sobre la situación jurídica de los hermanos Montoya y sus opciones reales en caso de negociar con el Departamento de Justicia.

Otro de los capturados es el chef de Eugenio, que ha caído varias veces y ya es reconocido por los oficiales de la Policía, quienes al verlo salir sin camisa y con las manos en alto, exclaman: “¡José, ¿otra vez usted?!”

En el narcomundo se sabe poco después que las autoridades obtuvieron, de un informante extranjero, los datos certeros sobre la localización de Eugenio. Diego se salva esta vez sin saber todavía qué ha ocurrido con su hermano. Por casualidad, salió a tiempo de Casa Azul y se dirige a otro lugar más seguro con Carmelo y La Iguana.

Logran fugarse en un modesto vehículo, y horas más tarde llegan a un nuevo lugar donde se apertrechan de fusiles y de una ametralladora M-60, un arma de guerra muy efectiva en caso de ataque. Acto seguido, ocultan el vehículo dentro de un garaje.

Preocupado, el capo le pide a Carmelo que averigüe qué pasó con Eugenio. Así lo hace y en el camino tropieza con el Zarco, otro hombre encargado de rastrear los hechos, quien confirma que en efecto Eugenio fue capturado. Carmelo es incapaz de darle la mala noticia a Montoya porque sabe el golpe anímico que va a recibir y por ello le dice que no demora en llegar alguien que sabe todos los datos.

El Zarco aparece minutos después entre la espesura del bosque y mueve la cabeza en sentido afirmativo cuando el capo pregunta por la suerte de su hermano, el consentido de la familia, un hombre que aún siendo adulto duerme en compañía de su madre.

El momento es dramático y el capo se siente derrotado. Le tiemblan las piernas y se le nubla la visión. Es un golpe mortal que no esperaba y lo aflige. Los hombres que lo acompañan guardan prudente silencio porque el capo demora mucho rato en recuperarse: teme lo peor y no sabe a ciencia cierta si hubo muertos durante la captura. Finalmente, decide regresar por el carro para salir del nuevo refugio, pero cuando se ponen en marcha regresan a la dura realidad debido al ruido que producen las aspas de un helicóptero.

Sin pensarlo dos veces, Montoya se tira al piso al lado de la carretera y se arrastran para regresar a la casa, lo que logran pocos minutos después. Pero se ven perdidos después de que Carmelo se asoma por la ranura de la puerta y observa en lo alto la silueta de los helicópteros: un Black Hawk dotado con potentes armas y capacidad para movilizar una docena de hombres; también ve un Arpía, con dos cohetes amenazantes. En ese momento Carmelo entiende que el capo está indefenso ante tanto poder bélico y que el dinero que ha amasado a lo largo de su carrera delictiva no sirve para nada.

Pese a la adversidad, Carmelo piensa en la mejor manera de enfrentar a esas naves de guerra y hace un intento desesperado para interceptar las comunicaciones con uno de sus radios de alta frecuencia. El experimento funciona y logra escuchar que los pilotos de los helicópteros atienden las instrucciones que les dan desde un avión radar. Las palabras de los atacantes no dejan duda de que la operación busca localizar a Diego Montoya, que logra salvarse nuevamente cuando llega la penumbra de la noche, que los sorprende extenuados de tantas emociones y con sólo dos latas de atún para comer.

El capo, acostumbrado a las cocineras y a los chefs, a las enormes y pantagruélicas comidas, se halla ahora frente a dos insignificantes latas que debe compartir con sus dos acompañantes. Hasta allí no llegan el poder de su dinero ni su ostentación y para rematar está custodiado por dos personas a las que poca estima les había demostrado, pese a que en innumerables ocasiones arriesgaron su vidas por él. Paradójicamente esa noche, el capo, Carmelo y La Iguana son seres humanos iguales.

Lejos de allí, la neblina, siempre aliada de los perseguidos, obliga a los helicópteros a regresar a su base, y ese momento es aprovechado por Cachito, el único hombre que logró escapar de la operación contra Eugenio. Luego de caminar por horas, el guardaespaldas llega a una casa donde es recibido por un mayordomo armado. Cachito le cuenta que fue atracado y que sus ropas están estropeadas por la larga caminata. No obstante, el empleado de la casa dice que no lo puede dejar entrar y lo acompaña hasta la carretera, donde podría tomar un bus.

Cuando llegan a la vía, observan la aproximación de varios camiones de la Policía que regresan del operativo contra los Montoya. Asustado, Cachito se lanza al piso y con ello el mayordomo entiende que el hombre es de los suyos, pues él también es un bandido. Después de confirmar que el hombre del pavimento sí participó en el tiroteo, decide ayudar y lo lleva a la espaciosa casa donde le da refugio para que se recupere sin afanes.

Cachito le dice que debe irse cuanto antes a informar lo que ha sucedido; el mayordomo le ofrece una moto que tiene en la parte de atrás de la casa y le indica la manera de tomar una ruta segura. Agradecido, Cachito le regala 100 dólares y arranca raudo hacia el refugio de sus jefes.

A esa misma hora, Montoya sigue derrumbado y no le importan la escasa comida ni la incomodidad. Está tan abatido que se vuelve generoso con Carmelo y le brinda su chaqueta para que se proteja del frío cuando abandonan el refugio, aprovechando las sombras de la media noche. El capo es ahora una sombra inclinada y triste que decide alejarse de sus guardaespaldas. Carmelo se conmueve de usar su chaqueta y compartir la linterna que guardaba en el bolsillo y sus cosas personales.

Muy temprano a la mañana siguiente, el capo se reúne con Carmelo, La Iguana y el Zarco, y les promete darles importancia e independencia para que se desarrollen por su cuenta en el negocio. También les ofrece una gratificación por los servicios prestados ese día. Carmelo sonríe y piensa que es la hora de realizar sus sueños, y aunque lo entristece la situación de Eugenio, presiente que ha llegado el tiempo que tanto ha esperado.