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El Especialista

 

 

 

Esa noche, Montoya duerme con La Iguana y con un estafeta que tiene entrada y salida libre de la casa, mientras Carmelo se dedica a buscar a Cachito para verificar los daños sufridos por la casa durante la captura de Eugenio, pero se cerciora con rabia de que la casa no recibió un sólo balazo.

Al día siguiente, Montoya se dispone a huir de ahí y le pide a Carmelo mantener la actividad en los alrededores como si nada hubiera pasado para que la gente piense que todo regresó a la normalidad. Desde el refugio llama por teléfono a todos los empleados para hacerse notar y les dice que aunque Eugenio está en una celda, las cosas siguen como antes.

El objetivo del capo, más que ningún otro, es descubrir al soplón y para lograrlo orquestan una estrategia encaminada a aparentar calma y a hacer pensar que él sigue en la región, con el objetivo de engañar a quien los vigila, y luego les informa a las autoridades. Carmelo es la carnada porque todos saben que es el más fiel escudero del narcotraficante. En su papel, que dura dos semanas, Carmelo usa la moto de la esposa del capo, y se cubre el rostro con el casco o se lo descubre según su conveniencia.

El capo también hace su parte en el plan y llama a La Iguana para que lleve a Cachito y a Peña hasta la casa de Eugenio y busquen en las inmediaciones varias tarjetas de teléfono y chips que Eugenio dejó tirados en su huida, y que contienen información importante para la organización. Los tres hombres regresan a la zona y encuentran los elementos que buscaban. Luego el capo instruye a La Iguana para que elimine a Cachito y a Peña.

La actitud del capo pone a pensar a Carmelo en la posibilidad real de que en algún momento ordene que lo eliminen también, pues sabe demasiado. Una vez más, surge un gran resentimiento de Carmelo hacia su jefe, que ordena las muertes sin sentido de gente que le mostró lealtad y le sirvió con entrega. El comportamiento criminal del capo hace transitar a Carmelo por caminos peligrosos y lo lleva a experimentar sentimientos que ni él mismo imaginaba.

La Iguana califica como un insulto la orden de asesinar a sus hombres de confianza y así se lo hace saber al capo, a quien le explica que los dos hombres gozan de su entera confianza y que Cachito había sido mano derecha de Eugenio durante los últimos diez años. Pese a los ruegos, el indolente capo no sabe de sentimientos y menos ahora que la única persona que hubiera podido convencerlo de retractarse estaba tras las rejas. Por tanto, le insiste a La Iguana en cometer los dos crímenes, pero este se niega en forma radical.

Montoya se levanta pesadamente de una silla y mira una pistola que está sobre la mesa. No puede ocultar la ira por el coraje de su empleado, que se atreve a enfrentarlo y a negarse a sus mandatos. Los segundos son tensos y todos se miran esperando la muerte del rebelde. Pero Carmelo oficia de intermediario y aboga por La Iguana y por sus hombres.

—Jefe, a La Iguana le es muy difícil asesinar a sus propios amigos. ¿Qué hicieron ellos para que merezcan morir? —indaga Carmelo tratando de ganar tiempo.

Enfurecido, el patrón responde que Peña era responsable de la seguridad de Eugenio, pero dejó que lo capturaran y Cachito no llevó a tiempo un mensaje que él le envió minutos antes a su hermano en el que le pedía que se cuidara.

—Eso justifica la muerte de esos dos tipos —dice el capo, seguro de las razones del juicio somero al que había sometido a los dos empleados, que ahora están al borde de la muerte.

De todas maneras, La Iguana no está dispuesto a dejar que asesinen a su gente y menos ahora que tiene a Carmelo de su parte. Entre los dos, y luego de media hora de conversación ininterrumpida, logran convencer al capo de reversar su decisión. Carmelo busca las tarjetas y los chips hallados en el lugar de la captura de Eugenio para saber con certeza qué contienen.

Pone los dispositivos en un computador y en uno de ellos encuentra cartas y documentos sin mayor importancia. El otro contiene información y fotografías de toda la familia Montoya, incluida la suya. Todo un peligro para ellos y una mina de oro para los organismos de inteligencia. Luego de valorar como peligroso el hecho de guardar memorias con datos y documentos vitales, decide triturar los dispositivos y luego los arroja por una cañería de el Zarzal.

A la luz de una buena comida valluna, el capo reflexiona en torno de su seguridad y las fallas que encuentra a veces y le pide a Carmelo que estudie los puntos débiles para que esos imprevistos no se vuelvan a presentar. Al final, los insta a no bajar la guardia por un sólo instante. Acto seguido, agradece los contactos de Carmelo dentro de la Fuerza Pública y lo premia por la información que obtuvo acerca del operativo.

Mientras Eugenio permanece en la cárcel, Montoya mantiene activo el contacto con el investigador privado en Estados Unidos para averiguar la situación jurídica de su hermano en ese país. Las noticias son demoledoras. Eugenio está pedido en extradición y será juzgado no sólo por narcotráfico, sino por el asesinato del informante del FBI identificado como 2000. La noticia cae como un baldado de agua fría porque el asesino del investigador había sido advertido con tiempo de no meterse con agentes norteamericanos o pagados por ellos, porque jamás se lo perdonarían. La única salida que tiene su hermano, dice el investigador, es que se fugue y para eso necesita la ayuda de su hermano Diego.

Presuroso ante la opción que tiene por delante, el capo recurre a dos altos oficiales con quienes de cuando en cuando mantiene relaciones de negocios y uno de ellos le ofrece sacar a Eugenio, a cambio de dos millones de dólares para realizar la operación.

El plan es macabro pero suena posible llevarlo a cabo. Primero cortarían un pedazo de piel de uno de los glúteos del prisionero y luego lo harían pasar por muerto en un pavoroso incendio, al cabo del cual quedaría un cadáver calcinado al que harían aparecer como Eugenio. Posteriormente, con muestra de ADN extraída de la piel de Eugenio, se cumpliría con el requisito de rigor en Medicina Legal y los contactos dentro del penal harían la combinación con los documentos requeridos.

Además, el oficial dice que es amigo del médico forense que dictaminará la veracidad de las pruebas realizadas al cadáver. Sobra decir que una vez efectuado el plan, Eugenio debe desaparecer y ocultarse en el otro lado del mundo, donde no lo pueda identificar nadie. Montoya tiene claro que el plan debe ser mantenido en el más absoluto secreto, lo mismo que la identidad del general encargado de la operación, cuyo nombre no debe ser mencionado ni por equivocación. Razón por la cual el capo lo bautiza como El Especialista.

Por alguna razón, la estrategia se filtra a los medios de comunicación que, aunque no detallan con exactitud cómo sería ejecutado el plan, sí dicen que un comando armado dirigido por Diego Montoya sacaría a su hermano de la prisión de alta seguridad donde se encontraba. La operación rescate también fracasa porque las autoridades no se despegan un sólo instante del capo. La desesperación se apodera de Montoya, que hace nuevos movimientos.

El investigador en Estados Unidos responde una llamada de Montoya y le revela que fue Guacamayo quien denunció a Eugenio como autor intelectual del asesinato del informante del FBI. Con razón este hombre, que siempre les fue leal a los hermanos Montoya, ahora los quería presos o muertos porque les habían tendido una trampa a sus dos hermanos para asesinarlos, y usando la pistola de uno para ultimar al otro. Guacamayo lloró cuando supo de la sevicia y maldad de los Montoya, que actuaron por una simple sospecha que jamás pudieron confirmar.

A Guacamayo le llegó la hora de cobrar, pues su sangre traicionada así lo exigía. Finalmente tenía a la mano su venganza y por eso contestó todo lo que las autoridades estadounidenses le preguntaron sobre sus enemigos.

La rabia de Montoya aumenta con cada una de las noticias que llegan del país del norte, y maldice a su otrora empleado. Por sus fuentes en Estados Unidos, el patrón se entera de que Capachivo ya aparece en el FBI y la DEA como coautor del crimen de 2000 y así se lo hace saber de inmediato, tal vez como una manera de aligerar su propia culpa.

Otra tarde, mientras conduce un buggy en el que disfrutan como adolescentes, el capo le da una mala noticia a Carmelo:

—El Mono, su hermano, le está haciendo daño a mucha gente que está en este negocio. Por cuenta de lo que ha dicho, el Departamento de Justicia, lo incluyó a usted en una lista de objetivos principales —le dice Montoya, serio.

Carmelo queda frío y de inmediato duda de la veracidad de las palabras de su jefe porque sabe de la antipatía que muy veladamente le profesaba al Mono. Guarda silencio buena parte del trayecto mientras piensa la mejor manera de confirmar si en efecto su hermano es quien ahora lo acusa; pero al mismo tiempo recuerda las palabras de su madre, cuando le pedía que estudiara para tener un futuro diferente al de todos sus parientes enredados en el mundo del crimen.

La palabra indictment le produce escalofrío ahora cuando le dicen que hay uno que está a su nombre, y los arrepentimientos no tardan en llegar, traducidos en los buenos consejos recibidos a los que jamás puso atención y en el futuro de su familia que ahora estaría sometida a pagar sus culpas.

Carmelo tenía toda la razón al dudar de las palabras de Montoya, que como siempre ocultaban otro motivo: secuestrar al papá de Guacamayo para cobrar la traición; y para esa misión ya había encomendado a Capachivo. Cargar una culpa con Estados Unidos es aterrador porque todo el poderío del país más sofisticado del planeta en normas jurídicas y aparato militar, será enviado tarde o temprano a perseguir a un insignificante mortal como él.

No se trata de la justicia colombiana, a la que de una u otra forma manipulan con dinero o con terror. No, este es el monstruo del norte que mueve todos sus tentáculos para atrapar a un hombre que lo único que ha hecho es seguir los patrones de conducta que aprendió desde niño y que circulaban por su sangre desde antes de nacer.

La extradición es una palabra mayor que él jamás creyó que se la pudieran aplicar en su condición de segundón en una organización de la que ni siquiera beneficios económicos había recibido. Carmelo tiene la solución frente a sus ojos y le cuesta verla. Está ensimismado con una larga lista de pensamientos en su cabeza cuando su jefe lo retorna a la realidad. Como siempre, a su estilo.

—Mentira, mijo, no hay ninguna acusación en su contra. Alístese para ir a Cartago a recoger la plata —dice el capo y Carmelo piensa que en realidad lo está preparando para entregarlo como contraprestación a su propia negociación con los gringos.