Con amigos así…
Por esas cosas de la vida, Carmelo se mueve ahora en medio de dos fuegos. El abogado de su hermano El Mono, le entrega algún dinero para sus gastos diarios y le dice que aliste el viaje porque tiene una reunión clave con un agente del ICE dentro de la embajada de Estados Unidos en Bogotá.
El camino para cumplir la cita está precedido por un largo periodo de reflexión pues la suerte está echada y ya no vale la pena trastabillar en el intento porque están abiertas nuevas perspectivas y el pasado se hunde en las tormentosas aguas del recuerdo. Carmelo sigue firme, hace lo adecuado, se cuida de ser visto, visita a sus seres queridos, se va con Juan el menor de sus hermanos, da instrucciones para que todos se protejan, pero tropieza con un obstáculo imprevisto: su padre, Miro, que está obstinado en mudarse de la casa, que ya es pequeña, para criar adecuadamente a sus dos nuevos hijos.
El viejo rezonga y patalea hasta que finalmente, y sin contarle las verdaderas razones por las cuales tiene que esconderse, acepta mudarse a otra casa, en un lugar cercano a la ciudad donde vive. Carmelo le explica que Montoya está muy mal y que ha asesinado a sus más cercanos colaboradores, pero a Miro eso no le parece peligroso porque con sus años y su experiencia todavía no ha conocido el miedo ni el hombre que lo haga huir.
Carmelo hace un primer viaje para encontrarse con el agente Tobón e ingresa a la embajada después de los trámites de seguridad de rigor que le hacen sentir que se está adentrando en la boca del lobo. La edificación, construida como una fortaleza inaccesible, y el grosor de los vidrios de seguridad, le producen un terror jamás sentido, pese a estar acostumbrado a las peores cosas y a ver los horrores de la guerra en carne propia.
La majestuosidad del lugar lo amilana y se siente insignificante ante tanto poder. Ni en la peor de sus batallas ha sentido ese frío que le recorre la espalda hasta detenerse en medio del pecho como si después de eso no existiera nada.
No hay marcha atrás. Todo está decidido, no hay forma de retractarse ni de echar a correr. Allí es donde debe mostrar su verdadero temple y osadía. Es consciente de que se va a poner una soga al cuello, pero sabe que si da un paso atrás también lo espera la muerte. Aquí al menos tiene alguna esperanza.
El agente Tobón le dice que conoce su situación, que sabe de él y de su hermano preso por narcotráfico en Estados Unidos, y que su gobierno sabe que él tiene información muy valiosa para su país. Carmelo no responde a las palabras del agente y se apresura a contestar que antes de cualquier cosa necesita entrevistarse con su hermano.
Tobón reitera que conoce su parentesco con Diego Montoya y que en eso se basa la importancia de su testimonio y no se niega a posibilitar la entrevista que Carmelo le pide. Luego indaga por el paradero del capo y Carmelo contesta sin dar mayores detalles (la última vez que supo de él lo vio en el cañón de las Garrapatas). Calla por un momento y dice sin titubear que puede ayudar a localizarlo, pero antes quiere la entrevista con El Mono y conocer con precisión en qué condiciones de seguridad quedaría su familia después de suministrar la información que conoce.
—Eso sí, antes que nada, me interesa saber si su gobierno me dará los cinco millones de dólares que ofrece por la cabeza del capo y si me ayudará a encontrar en la selva el cuerpo de El Sargento —resume Carmelo.
El agente hace una pausa y le dice a Carmelo que lo mejor es tratar el tema en su próxima visita a Estados Unidos porque a él le resulta muy difícil negociar y agregarle dinero a la transacción. Lo que realmente le interesa a Carmelo es estar seguro de recibir el dinero e instalarse cómodamente en otro país, lejos del alcance de la venganza de Montoya.
El agente acepta inicialmente todas las opciones y se compromete a coordinar los detalles con el agente del ICE, Romedio Viola. En medio de la charla, a Carmelo se le ocurre decirle a Tobón que le va a entregar una información como prueba de su seriedad. El agente toma lápiz y papel y toma apuntes de lo que le dice su interlocutor: el papá de Guacamayo está a punto de ser asesinado por Capachivo.
El funcionario estadounidense acepta hacer algo para evitar esa muerte y acto seguido Carmelo le da los datos sobre el sicario y le revela que Juan Carlos Rodríguez, alias Zeus, un ex mayor del ejército, era responsable de desviar una operación que originalmente tenía como objetivo a Montoya y a su aparato militar, Los Machos. Y agrega que el encargado de modificar los planes fue un general del Ejército que trabaja para Montoya y quien les ordenó a las tropas cambiar de coordenadas y dirigirse a los campamentos de Los Rastrojos, los aliados de Varela.
Con lujo de detalles, Carmelo explica los pormenores de la operación y añade un número telefónico para que puedan interceptar las conversaciones clandestinas de Zeus. La información de Carmelo tuvo un desenlace inmediato: el general fue dado de baja de la línea de mando. Pocos días después de suministrar los datos que sabía en la embajada estadounidense, se desata un escándalo a nivel nacional por la corrupción en algunos sectores del Ejército, lo que acarrea una depuración y hace rodar cabezas importantes.
El agente Tobón le entrega a Carmelo una nota con los datos de un correo electrónico en el que podría informar cualquier novedad. Sin embargo, Carmelo no se comunica por ese medio pues tampoco piensa dar un paso adicional al que ya dio con el suministro de los datos sobre Zeus, el general y el papá de Guacamayo.
Cuando se despide de Tobón, Carmelo le recomienda que no le hagan llegar documentos oficiales a través de las autoridades colombianas porque conoce plenamente el poder de Montoya en numerosas entidades del gobierno y de las Fuerzas Armadas. Antes de partir, solicita visa para su hermano menor, a sabiendas de que correrá los mismos riesgos que él. Y pide que en adelante todos los trámites sean adelantados en un país distinto a Colombia pues regresar a la embajada sería como estar muerto.
Cuando sale de la embajada, Carmelo experimenta una nueva sensación que lo confunde. No sabe si es alegría o miedo, lo cierto es que desde ese instante ya nada será igual.
Enfrentar nuevamente a Montoya es el paso siguiente, pues regresa con la incertidumbre de no volver a ver la luz del día sino terminar al lado de tantos que reposan en las fosas comunes o que navegan por las aguas del río Cauca. Por su mente desfilan la muerte de su amigo, El Sargento, y la correspondencia entre su patrón y Eugenio, en la que lo ven como una presa más. Y se le revuelve el estómago cuando piensa que va camino de una muerte segura a manos de quien no tiene el menor asomo de remordimiento al ordenar el asesinato de quienes le sirvieron o que a la víspera fueron sus amigos.
Pero en esos momentos prima el inmenso amor por su familia, sus hijas y la mujer con quien había compartido los años más difíciles: cuando cometió los peores errores de su vida en pos de un sueño. Sabe que se dejó llevar por un destino criminal que heredó de su padre y el resto de su familia, incluido Diego Montoya, primo de su padre y en cuyo parentesco él se resguardó con la esperanza de crecer en el mundo del crimen. La situación es extremadamente difícil pero sabe que no se puede echar atrás porque primero están su hermano y la posibilidad de salvar a toda su familia.
Toma un taxi y se aleja rápidamente de allí rumbo al aeropuerto, desde donde viaja a Pereira. Cuando llega a esa ciudad decide usar el correo electrónico que le dio el agente Tobón y le suministra el nombre completo del general implicado con el capo, y aprovecha para sugerir una amplia limpieza en el Ejército y la Policía de esa zona porque de lo contrario es muy difícil capturar al poderoso narcotraficante.
Hace de tripas corazón, intenta vencer todos sus miedos y busca a su patrón porque tiene claro que desaparecer en ese momento es muy grave y pondría en peligro los trámites ya iniciados. Usa la vieja estrategia de olvidar lo que ha hecho para no denunciarse, y después de hacer algunos ejercicios mentales para conseguirlo, se presenta ante el hombre que es el dueño de su vida y de sus actos, por lo menos hasta ese momento. Actúa con la mayor naturalidad, le lee periódicos y libros, comenta las noticias y logra sobrellevar las cosas a la espera de que el agente se comunique de nuevo y le envíe mensajes de correo electrónico.
Las noticias no se hacen esperar y llegan por medio del abogado, quien le notifica que las visas serán tramitadas en Ecuador. Como necesita el pasado judicial, acude a un funcionario del DAS que le ha servido en otras ocasiones y obtiene el documento por 200 dólares. Por su parte, el abogado, experto en la manera de conseguir las cosas en Colombia, hace su parte y compra los servicios de otro empleado del organismo de seguridad, que por 300 dólares adicionales revisa y borra de la base de datos y de las pantallas de las computadoras cualquier mancha que apareciera en la hoja de vida de Carmelo, que se dispone a viajar en compañía de su hermano.
Desaparecer de nuevo por varios días no es fácil y por ello Carmelo tiene que recurrir a sus habilidades para inventar una excusa sin que el capo sospeche. Le dice que un viejo contacto de El Mono lo requiere en Ecuador para ofrecerle unas nuevas rutas de droga desde ese país hacia Europa. Carmelo le refiere al capo los beneficios de ese nuevo punto de exportación, lo convence fácilmente y le promete que averiguará cómo podría ingresar desde allí al mercado del viejo continente, usando las antiguas bases que enriquecieron a su hermano.
El capo parpadea y de sus ojos sale un brillo de codicia que no puede ocultar porque él más que nadie sabe que enviar 300 kilos de coca a Europa es como mandar 2.000 a Estados Unidos.
Superado ese inconveniente, Carmelo espera la confirmación del encuentro del abogado con los agentes estadounidenses y con la fiscal del caso de su hermano para viajar al vecino país a recibir la visa, ahora con plena libertad de movimiento, pues en caso de que Montoya lo hiciera seguir tenía plenamente justificados sus movimientos.
Mientras avanza en los trámites, Carmelo decide salir de una duda que lo asalta desde hace meses y le pide al abogado que indague si ya está iniciada una investigación en su contra en alguna corte de Estados Unidos. El hombre hace el favor y pocas horas después de hacer consultas con agentes especializados en el narcotráfico, le dice que en efecto su nombre no aparece en ningún indictment, situación que se mantendrá así siempre y cuando colabore y cumpla con los requerimientos hechos por ellos.
Esa información resuelve las dudas de Carmelo y le confirman que Montoya lo estaba manipulando, y que es cierto todo lo que él imaginó en el sentido de que con Eugenio lo tenían de conejillo para entregarlo. Los datos suministrados por el abogado con base en sus fuentes estadounidenses refuerzan la seguridad que tiene Carmelo para asumir los riesgos y peligros de entregar al poderoso capo. Con lo que ya sabe, tiene la certeza de que podrá actuar sin fantasmas ni arrepentimientos.