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Visa USA

 

 

 

La vida de Carmelo continúa al lado de Montoya, pero poco a poco empieza a recibir más dinero de su hermano para iniciar su recorrido, al tiempo que el abogado le hace llegar desde Miami sofisticados equipos de comunicación, cámaras fotográficas del tamaño de un botón, escaners, aparatos para celulares, un reloj que graba hasta 50 horas continuas y muchas otras cosas que compró en una tienda de espionaje.

Carmelo cree que son demasiados aparatos al mismo tiempo y por ello decide venderle una parte al capo, entre otras cosas para demostrarle simpatía y lealtad. De paso, él se hace a unos pesos que van a necesitar más adelante para sufragar los enormes gastos que se avecinan.

Mientras Montoya se distrae con sus negocios de exportación de cocaína a México en sociedad con Chupeta, Carmelo se mantiene alerta y declina grabar conversaciones o conseguir más información para los gringos hasta cristalizar su negociación, pues no quiere adelantarse a los acontecimientos y esperar con paciencia si es verdad lo que ofrecen. Carmelo se cuida de no caer en la trampa de la tecnología, que lo podría atrapar a él mismo.

Finalmente, llega la comunicación esperada, vía correo electrónico, en la que le suministran el nombre del contacto en la embajada ecuatoriana y algunas instrucciones para el viaje. Busca a Diego y le anuncia que viaja al vecino país a aceitar la maquinaria para engrandecer el negocio.

Antes de salir para el aeropuerto habla por teléfono con su hermano Juan, a quien le hace un relato somero de lo que ocurre. Este, acostumbrado a esa clase de vida acepta, gustoso y promete colaborar en lo que sea necesario. En ese momento también aprovecha para hablar con su esposa, a quien le dice las cosas a medias y le adelanta que es posible que viaje a Estados Unidos porque pretende entregarse y negociar con las autoridades de ese país, por el bien de todos. Le da un beso y le pide que no lo comente con nadie porque es muy peligroso. Ella no encuentra otro camino que darle su bendición.

Al día siguiente, los dos hermanos parten rumbo a Cali y de ahí a Pasto, donde un taxi los transporta hasta Ipiales y se hospedan en una pensión de mala muerte donde sellan la promesa de acompañar a su hermano preso.

Una vez les ponen el visado en el puente internacional, Juan regresa al hotel por las pertenencias, y ya con los papeles en regla pueden transitar de un lado al otro sin inconvenientes. Mientras espera a su hermano, Carmelo está sentado en una baranda cuando de repente ve que dos hombres lo observan. Le aterra pensar que son sicarios de Varela, pero después de un rato suben a un carro blanco con los vidrios polarizados y se alejan. Carmelo respira tranquilo. Por poco tiempo, porque cuando vuelve la cara hacia el puente ve venir a su hermano acompañado de un Policía y se preocupa. El asunto es que la maleta tiene clave y el guardia exige inspeccionarla: le parece sospechoso que un personaje como él lleve una valija con tanta seguridad. Entonces opta por llevarlo a un cuarto de la vieja estación de Policía para interrogarlo.

Las preguntas van encaminadas a saber por qué razón un hermano deja al otro para irse por las maletas, o por qué tienen tanto dinero porque 10.000 dólares cada uno es una suma respetable que ningún turista lleva a la mano; ellos intentan aparentar que es para gastarlo y disfrutarlo durante su estadía en ese país. Los policías también requieren confirmar si efectivamente tienen sus papeles en orden con las autoridades colombianas.

La Policía ecuatoriana no se convence tan fácilmente y ordena hacerles una radiografía para confirmar que no llevan cocaína o elementos extraños en sus estómagos. Los guardias quieren hacer bien su trabajo y los examinan con rayos X al tiempo que otros agentes requisan las maletas y descubren un papelito con el correo electrónico donde aparece el nombre del agente que serviría de contacto en la embajada norteamericana en Quito.

El interrogatorio se prolonga por espacio de dos horas y los dos hermanos empiezan a desesperarse porque creen que todo conspira contra el viaje. Les rompen la maleta y les preguntan con insistencia por qué tienen contactos en la embajada estadounidense, hasta que Carmelo grita:

—Viejo, lo que pasa es que yo tengo una información muy importante para los Estados Unidos.

La respuesta, lejos de aplacar a los uniformados se devuelve con una frase que lo deja boquiabierto:

—Ah, lo que sucede es que usted ¡va a traicionar a su país!

—Pues si usted no me cree, use el número que aparece ahí y llame para confirmar lo que le digo.

Tres horas después, los policías los dejan salir de la estación y deben ponerse en la tarea de buscar un taxi porque ante tanta demora habían perdido el que contrataron y que les costó un dineral. Más tarde, en un nuevo automotor, pasan a otra requisa en el puesto migratorio de Tulcán. Entonces deciden pasar la noche en aquel lugar por miedo a que en el siguiente les roben el dinero y los desaparezcan porque la avaricia se dibujaba en la sonrisa de los policías, que hacen rodar la bola de que los dos extranjeros llevan mucho dinero en sus bolsillos. El taxista confirma sus sospechas y les recomienda precaución, ya que la policía se alía con delincuentes para robar a los turistas.

Carmelo se queda en el hotel y le pide a Juan que contrate un carro particular que los transporte para despistar a quienes los estuvieran siguiendo. Juan llega una hora después con un señor de apariencia indígena que maneja un vehículo adecuado para sus necesidades. El hombre, sincero, les pregunta si llevan droga pues los vio detenidos en el primer control de la Policía. Al escuchar la versión de Carmelo, el hombre les dice:

—Aquí la Policía de que los roba, los roba.

Al día siguiente tardan cuatro horas en llegar a Quito y cuando lo hacen no dudan en llamar al contacto, que les pidió esperar cinco días para la entrevista, al cabo de los cuales cita a Carmelo para que lleve los pasaportes con tres fotografías. En la embajada les toman nuevas fotografías, les toman las huellas digitales y les entregan tres cartas: una para la aerolínea, la segunda para emigración y una tercera, sellada, para las autoridades estadounidenses el día que lleguen a Nueva York.

Cuando salen de la sede diplomática se dirigen a la primera agencia de viajes que ven y compran los tiquetes para el siguiente día por Lan Chile. Ninguno de los dos alcanza a adivinar el cambio que dará sus vidas después de abordar el avión que los conducirá al país del norte, donde se les espera para recibir la información que poseen y que ellos consideran muy importante.

Desde una cabina telefónica, Carmelo llama al abogado quien les da la mala noticia de que el agente del ICE encargado de esperarlos en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York no puede recibirlos apenas lleguen y que deben esperar a que los contacte. Carmelo no se preocupa porque su hermano había asistido a numerosos cursos de inglés y podía defenderse en ese idioma.

Una vez llegan al aeropuerto ecuatoriano y pasan todos los controles migratorios, deben responder numerosas preguntas acerca de su visita a Estados Unidos. Poco tiempo después, en la sala de espera de primera clase, Carmelo intenta leer un libro que acababa de comprar en el aeropuerto, cuando ve la portada de un diario en una vitrina: “Capturado en Brasil el peligroso capo colombiano Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta”.

—Eso no es nada, ya verán lo que aparece en estos días: ¡capturado en Zarzal, Diego Montoya! —dice Carmelo en voz alta y su hermano se muestra sorprendido.

—¿Cómo así, hermano?

—Pues a eso es que vamos.