Epílogo

 

 

 

 

Agentes encubiertos de la Dijín capturan por fin a Zeus luego de interceptar algunas llamadas telefónicas que hizo desde su refugio en una finca. El maquiavélico cerebro detrás de muchas de las actividades de Diego Montoya había caído el 26 de noviembre del 2008 no obstante su gran entrenamiento militar y su experiencia, que en muchas ocasiones le permitieron evadir el cerco de las autoridades. No era un hueso fácil de roer porque ya antes había obtenido el beneficio de la casa por cárcel y, más tarde, superado una acusación cuando lo detuvieron en un retén con 200 kilos de cocaína dentro de un vehículo.

Pero esta vez su estrella lo abandonó, para siempre. El experto militar quedaba reducido a ser un presidiario más, pues finalmente lograron comprobar que no sólo promovía la infiltración narcoparamilitar dentro del Ejército, sino que además le quedó tiempo para crear su propio grupo.

Tras la captura de Montoya, Zeus se había resguardado en el cañón del Garrapatas, pero tuvo la mala idea de salir de su refugio a contactar a los hombres del Mellizo en el Magdalena Medio. Luego de que varios hombres lo reconocieron y dieron la voz de alarma, Zeus es ubicado en una cabaña de tres pisos en la vereda San Luis.

Tenía seis celulares y un avantel, varios radios, su pistola con cargadores y tres guardaespaldas que no alcanzaron a reaccionar.

El turno para Gildardo Rodríguez, Camisa, llegaría el 19 de mayo del 2008 mientras dormía en el lugar donde se escondía desde un tiempo atrás, en un predio rural cerca de Bogotá. No opuso resistencia y se mantuvo en silencio. En ese momento era considerado heredero de la organización de Diego Montoya, ya había establecido algunas rutas y tenía contactos en México para vender la droga. Había amasado una notable fortuna debido a su habilidad con las armas y era requerido en extradición por los organismos norteamericanos.

El siguiente en caer fue Jorge Iván Urdinola, La Iguana, el hombre encargado del control territorial del cañón del Garrapatas y los laboratorios de droga. Le seguían la pista desde hacía algún tiempo y fue capturado solo, sin escoltas ni protección el 25 de junio del 2008. También era solicitado por Estados Unidos.

Para capturar a Capachivo las autoridades se demoraron más tiempo porque el escurridizo hombre se mimetizaba con mucha facilidad y estaba librando una guerra dentro de su propio ejército de sicarios. Pero le llegó su hora. El 6 de julio del 2008 un comando especial allanó una finca cercana a Cali desde donde habían interceptado varias llamadas en los últimos días, la última a una de sus mujeres. Lo encontraron dormido con su compañera y cuando intentó empuñar su arma 9 mm, ya tenía en su frente el cañón de la pistola de un capitán de la Policía.

Wilber Varela fue asesinado en Venezuela el 26 de enero del 2008. Celebró muchos días al ver que sus enemigos caían uno a uno. Tanta alegría no le duró, porque quedó tendido en el piso con varios balazos que le atravesaron el cuerpo cuando descansaba en un balneario en la ciudad de Mérida.

Víctor Manuel Mejía Muñera, Pablo Arauca, uno de Los Mellizos, fue abatido por las autoridades en Tarazá, en el bajo Cauca antioqueño, el 29 de abril del 2008, durante un enfrentamiento en una de sus fincas junto a varios de sus hombres.

Días después, el 2 de mayo, las autoridades capturan a su hermano Miguel Ángel Mejía Múnera, El Loco o Pablo Mejía, en Honda, Tolima, que se había camuflado dentro de la carrocería de un camión. Fue extraditado a Estados Unidos donde coopera con las autoridades norteamericanas y enfrenta múltiples cargos.

Héctor Edilson Duque Ceballos, Mono Teto, cayó asesinado el 23 de julio del 2008 por varios balazos en el pecho, propinados por reductos de la mafia que lo ubicaron en Argentina, donde se había refugiado.

Cinco días después, el 28 de julio, el turno fue para Antonio López, Job, quien murió asesinado en Medellín.

Vicente Castaño, El Profe, desaparece misteriosamente después del desastre de Ralito, cuando las autoridades, cansadas de los excesos cometidos por los paramilitares, empiezan la persecución y captura de quienes burlaron al país. El jefe paramilitar, acusado de ordenar miles de muertes, entre ellas la de su propio hermano, se había refugiado en un lugar del cual sólo tenía conocimiento su chofer.

Pero El Flaco Rogelio Aguilar descubre al conductor de Castaño y lo secuestra para que revele el lugar donde está El Profe. Castaño se refugia en un baño huyendo de las balas y cuando se ve perdido, al parecer se suicida. Sobre este punto hay varias versiones: una asevera que Aguilar sacó al capo del baño y no lo torturó, sino que lo descuartizó y posteriormente arrojó los pedazos a un río. Otra versión dice que Aguilar lo mató a balazos y luego metió el cuerpo en uno de los hornos crematorios de las Autodefensas.

Carlos Mario Aguilar, alias El Flaco Rogelio Aguilar, jefe de la temible Oficina de Envigado, sobrevivió a múltiples atentados y después de asesinar a Castaño, viajó a Buenos Aires y a Panamá y luego negoció con la DEA. Hoy duerme en una cárcel de Nueva York.

En las huestes de Varela las cosas no son mejores. Gilmer Quintero, El Cabezón, fue capturado en Melgar, Tolima, el 15 de junio del 2008, en el momento en que cumplía una cita amorosa. Cuando era trasladado a la capital solicitó el baño y pocos minutos después sonó un disparo. La Policía lo encontró muerto. Una versión dice que lo asesinaron misteriosas manos que quisieron callarlo porque era el hombre que conocía como nadie los contactos de su patrón, Wilber Varela.

Ramón Alberto Quintero, Lucas, El Ingeniero o don Tomás, calificado como “el capo invisible” por su habilidad para mimetizarse, fue capturado finalmente el 13 de abril del 2010 en un restaurante en Quito. Fue deportado a Colombia y espera su extradición.

Actualmente, Carmelo deambula por las calles sin que sus problemas se hayan resuelto. Por eso todos los días se pregunta si valió la pena tanto riesgo. Además, las cosas en Colombia cada vez están peor. Presintiendo que no volvería a ver a su padre, le pidió a Juan que le instalara un computador para verlo a través de la pantalla. De cuando en cuando se miran sin pronunciar palabra.

Aquejado por la vejez, Miro prefirió permanecer en su tierra y no se explica por qué su hijo no está cerca. Carmelo le pide vender el ganado que aún le queda para solventar sus gastos. Carmelo vendió todas sus pertenencias y requiere de la ayuda del padre para conseguir algo de dinero porque al poco tiempo se le acabó.

—Es que para mí es muy duro ver a mis hijos con ganas de tomarse una gaseosa y no podérselas comprar porque me descuadro —dice Carmelo, melancólico.

Al cabo de los meses apareció Zapallo, quien por medio de un correo electrónico le pidió un número para comunicarse.

—Póngale cuidado a lo que le voy a decir: el chisme que se maneja en todas las esferas del narcotráfico es que usted fue la persona que entregó a Diego Montoya.

—Eso es muy sencillo, viejo, Diego sabe que si se mete con mi familia, eso es tres por uno. Por cada uno que me mate, yo le mato tres —replica Carmelo, furioso.

El Zarco, entre tanto, le envía mensajes en los que le pide que se vean y le desea éxitos en su nueva vida. Carmelo sabe que su verdadera intención es asesinarlo, pues asumió el mando de lo poco que quedaba de la organización de Montoya.

Lejos de sus hijos mayores, Miro procura darle sustento a su nueva familia. En forma recurrente escucha las acusaciones de sus amigos del pasado quienes le recriminan ser el padre de un soplón, pero él los enfrenta con la misma vitalidad que lo acompaña desde cuanto tenía ocho años de edad y por primera vez empuñó un arma y cometió un crimen. A pesar de sus achaques, sigue siendo un gallo de pelea: con las espuelas gastadas, pero siempre con la misma puntería.

Finalmente, enfermo y postrado en una cama, Miro recuerda que Carmelo nunca le confirmó nada ni le explicó los motivos de su ausencia. Sólo sabe que siempre lo defendió con el alma y la vida. Por su lado, Carmelo piensa que su padre jamás lo hubiera perdonado si se enteraba de todo lo que él hizo en Estados Unidos. Para el viejo no había nada más reprobable que un hombre se convirtiera en sapo.

Carmelo no tuvo las agallas de decirle que había entregado a Montoya, entre otras cosas porque el capo era primo de Miro; pero Carmelo era su hijo y hubiera pesado más la sangre. Nunca lo pudo saber porque no lo volvió a mirar de frente y ni siquiera tuvo ocasión de darle un último abrazo.

Después de un año, Carmelo, con las arcas vacías, no puede enviarle dinero a su padre para las medicinas que combaten la enfermedad que lo tiene postrado en una cama.

—Papi, esta semana que tenga dinero le mando para los medicamentos —promete Carmelo la última vez que habla con él.

—No se preocupe por eso, no se vaya a poner a hacer cosas mal hechas por mí —responde Miro.

—No, tranquilo, que la Virgen lo acompañe, ¡en nombre de Dios!

—¡Dios lo bendiga, mijo!

Una semana después, muere uno de los dos, el otro continúa sus batallas.