Martes, 4 de junio de 2013
60 kg; calorías: 5.822; trabajos: 0; toy boys: 0; respeto de la productora: 0; respeto de los colegios: 0; respeto de la canguro: 0; respeto de los niños: 0; bolsas de queso comidas enteras: 2; paquetes de galletas de avena comidos enteros: 2; verduras grandes comidas enteras: 1 (un repollo).
09.00. Mmm. Otra noche de lo más erótica con Roxster. Aunque al mismo tiempo noto cierta desazón. Billy y Mabel no se habían dormido del todo cuando llegó y bajaron llorando porque Billy decía que Mabel había tirado a Saliva y lo había «dejado ciego» de un ojo. Tardé siglos en conseguir que volvieran a dormirse.
Cuando bajé otra vez, Roxster, que no se había dado cuenta de que yo había vuelto, parecía algo cabreado. Dije: «Lo siento», y él levantó la vista y se rió alegremente, como siempre, y comentó: «Sólo es que no era así como imaginaba que pasaría la noche.»
En cualquier caso, una vez con la comida en marcha, volvió a ser el mismo de siempre. Y fue maravilloso. La silla y el espejo del cuarto de baño cobraron vida propia. ¡Y la escapada es el próximo fin de semana! Buscaremos un hotelito en el campo, y haremos senderismo, y follaremos, y comeremos, y haremos de todo. Chloe ha llevado a los niños al colegio para que yo pueda ponerme temprano con Las hojas, que cada vez parece menos un sueño imposible y más una realidad fantástica: ¡una película, escrita por mí, protagonizada por Ambergris Bilk! Así que todo va estupendamente. Sin duda. Tengo que ponerme con la revisión.
09.15. Mmmmm. No paro de acordarme de la otra noche en el cuarto de baño.
09.25. Acabo de mandarle un mensaje a Roxster diciéndole:
<Mmmmm. Estuvo genial que vinieras.>
09.45. Lo único es… ¿por qué no ha contestado? «Ojalá tuviera una máquina del tiempo.» Ay, Dios, ¿por qué tengo todas esas imágenes de mí misma a las que recurro inmediatamente? Como que soy una acosadora, o una abuela trágica y demente que deambula por una discoteca en mallas y con un top sin mangas luciendo los brazos fofos, con el pelo encrespado, la barriga abultada y una tiara de pega.
09.47. Bien. Tengo que tranquilizarme, levantarme y ponerme a trabajar. No puedo pasarme el día dando vueltas en ropa interior y manteniendo un diálogo interior de tira y afloja completamente innecesario sobre por qué el toy boy no ha contestado mi mensaje, cuando tengo un guión que escribir y unos hijos de los que responsabilizarme y a los que organizarles las cosas.
Pero ¿por qué no ha contestado?
09.50. Miraré el correo.
09.55. Nada. Tan sólo un mail reenviado por George, de Greenlight. Puede que sea algo bueno.
10.00. Ay, Dios. Acabo de abrir el correo reenviado y he detonado una bomba.
Reenviado: De: Ambergris Bilk
A: George Katernis
Acabo de hablar con Dougie. Es taaaaaaan increíble. Ahora adoro Las hojas. Me alegro de que esté en la misma onda que yo en cuanto a lo de llamar a un guionista de verdad.
Me he quedado unos instantes mirando la pantalla con cara inexpresiva. «Un guionista de verdad.»
¿UN GUIONISTA DE VERDAD?
Entonces he cogido un cuarto de repollo que por algún motivo Chloe había dejado en la mesa de la cocina (¿habrá convencido a los niños para que desayunen alguna receta de repollo sacada del libro de cocina de Gwyneth Paltrow?), he empezado a metérmelo en la boca, a morder las hojas y a dar vueltas muy deprisa alrededor de la mesa de la cocina. Algunos trozos de repollo se me han metido por el picardías y otros se han caído al suelo. El móvil ha comenzado a sonar: Roxster:
<Sí, ¿verdad? Pero ahora estoy muy confuso con nuestra relación. Muy, muy confuso, nena.>
El móvil ha vuelto a sonar. Preescolar:
<A Mabel se le ha infectado un dedo. La uña está a punto de caérsele. A juzgar por la pinta que tiene, debe de tenerlo así desde hace varios días.>
10.15. Tranquila y serena. Me limitaré a abrir la nevera, a sacar la mozzarella rallada y a metérmela en la boca, junto con el repollo.
10.16. Vale, ya lo tengo todo en la boca. Beberé un traguito de Red Bull para rematarlo. Uy, teléfono. Puede que sea Roxster, que se arrepiente de lo que ha escrito.
11.00. Era Imogen, de Greenlight:
—Bridget. Ha habido un terrible error. George acaba de reenviarte un correo electrónico por equivocación. ¿Podrías eliminarlo antes de…? ¿Bridget? ¿¿Bridget??
No he podido contestar debido a lo que tenía en la boca. He corrido a la pila y he escupido la bebida, la mozzarella rallada y el repollo justo cuando Chloe ha aparecido en lo alto de la escalera. He vuelto la cabeza y le he dedicado una sonrisa. De mis dientes caían trozos de repollo y mozzarella rallada, como si fuera un vampiro al que hubiesen pillado comiéndose a una persona.
—¿Bridget? ¿Bridget? —seguía diciendo Imogen por teléfono.
—¿Sí? —he contestado mientras saludaba alegremente a Chloe con la mano e intentaba pasar el grifo extensible por la pila para deshacerme del queso y el repollo.
—¿Te has enterado de lo del dedo de Mabel? —ha musitado Chloe.
He asentido tranquilamente y he señalado el teléfono que sujetaba con la barbilla. Mientras escuchaba a Imogen, que me repetía la historia del correo-reenviado-sin-querer-por-George, me ha llamado la atención el periódico, aún doblado por donde Roxster lo había estado leyendo.
EL TRÁGICO DESTINO DEL TOY BOY
Por Ellen Boschup
De pronto hay toy boys por todas partes. Dado que los avances de la medicina contribuyen cada vez en mayor medida a mantener una juventud aparente y más mujeres de mediana edad dedican su tiempo y sus recursos a conseguir precisamente eso, es cada vez más habitual que vuelvan la vista hacia «el hombre más joven»: Ellen Barkin, Madonna y Sam Taylor-Wood, por mencionar sólo a unas cuantas. Para esas mujeres de más edad, depredadoras, o cougars —el apropiado nombre por el que se las conoce—, las ventajas son evidentes: sexo joven, vigoroso, activo, constante, satisfactorio y la clase de compañía sin cargas que jamás encontrarían en los hombres de su misma edad, fofos, calvos, demasiado vagos y egocéntricos para luchar contra el avance de los años.
—¿Bridget? —seguía diciendo Imogen—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué pasa? Tierra llamando a Bridget. ¿Bridget? ¿Net-a-Porter? ¿Minibarritas de Mars?
—¡No! Genial. Gracias por avisar. Te llamo luego. Adiós.
He colgado y he vuelto, aún en estado de shock, al artículo.
A los muchachos jóvenes e indefensos que constituyen su presa, el intercambio podría resultarles atractivo. Esas mujeres, con las luces apagadas, eso sí, parecen estar impresionantemente bien conservadas. Como limones encurtidos. Tener hijos no supone ninguna presión, al toy boy no se le exige que triunfe en su carrera. Más bien al contrario, se le abre una puerta a un mundo glamuroso, sofisticado, con el que él ni siquiera soñaba. Además cuenta con la ventaja de una amante experimentada, una mujer que sabe lo que quiere en la cama, que mejora su reputación: la entrada en sociedad y el acceso a viajes de lujo. ¿Y la pega? Cuando ha saciado su sed, el jovencito simplemente puede dejar que su cougar caiga con voracidad sobre su próxima víctima desprevenida. Sin embargo, como están descubriendo más y más de esos desafortunados…
—¿Va todo bien, Bridget? —ha preguntado Chloe.
—Sí, genial. ¿Podrías subir a ordenar los cajones de Mabel, por favor? —le he pedido con un inusitado aire de tranquila autoridad.
Cuando se ha ido Chloe, me he lanzado sobre otro trozo de repollo y he seguido leyendo mientras me lo metía en la boca junto con un chicle de Nicorette.
…lejos de marcharse cuando ellos lo deciden y de seguir adelante habiendo mejorado, esos muchachos maltratados son abandonados sin blanca y sexualmente exhaustos, con la autoestima por los suelos y una etapa clave de su vida tanto laboral como personal echada a perder. Pero ¡un momento! Cierto es que algunos de esos jóvenes, como Ashton Kutcher, utilizan a su cougar de Pigmalión para impulsar su carrera y su imagen. No obstante, son muchos más los abandonados que regresan a sus pisos y habitaciones sórdidos, despreciados por sus amigos, su familia y sus compañeros por tener trato con mujeres que podrían ser sus abuelas, jóvenes que son devueltos a un mundo que entonces les parece desprovisto de un glamur que nunca…
Me he desplomado sobre la mesa, con la cabeza apoyada en los brazos. Maldita Ellen Boschup. ¿Es que esa gente no se da cuenta del daño que ocasionan con sus simplistas generalizaciones sociales? Se sacan de la manga fenómenos falsos y teorías endebles en reuniones —«¿Qué demonios le ha pasado al comedor? ¡¡De pronto hay comedores por todas partes!!»— para escribir después una crónica social sentenciosa como si se tratara de la conclusión de años de investigación exhaustiva y no de 1.200 palabras que hay que tener listas en un plazo determinado. Arruinan la vida y las relaciones de la gente basándose en algo que han entreoído en el gastropub y en un par de fotografías borrosas de la revista Heat.
—¿Quieres que vaya a buscar a Mabel y la lleve al médico? —ha preguntado Chloe—. ¿Te encuentras bien, Bridget?
—No, no, ya… voy yo —he respondido—. ¿Te importaría mandar un mensaje al colegio diciéndoles que llegaré dentro de un momento?
Me he metido en el cuarto de baño como si tal cosa y me he desplomado, con la cabeza dándome vueltas a mil. Ojalá tuviera una única cosa de la que ocuparme. La «confusión» de Roxster, el asqueroso artículo, el «guionista de verdad» o la vergüenza por el dedo infectado… Probablemente podría hacerme cargo de todo eso por separado, pero no a la vez. Estaba claro que lo primero era lo del dedo infectado, pero ¿cómo iba a permitir que alguien me viera en aquel estado de alteración? Si iba a por Mabel así, con aquella mirada de loca y chalada, y la llevaba al médico, ¿llamarían el colegio o el médico a los servicios sociales?
Lo que necesitaba era equilibrio. Tenía que despejarme, porque como se dice en Cómo estar mentalmente equilibrado, el cerebro es plástico.
He respirado hondo unas cuantas veces y he empezado a decir «¡Maaaaaaaaa!» para rezarle a la madre del universo.
Me he mirado en el espejo. No tenía muy buena pinta, la verdad. Me he lavado la cara y me he alisado el pelo con los dedos; he salido del cuarto de baño y he pasado por delante de Chloe con una sonrisa gentil, de señora-de-la-casa, restándole importancia al hecho de que seguía en picardías a las once de la mañana y de que quizá ella me hubiera oído gritar «Maaaaa» en el servicio.
13.00. Mabel parecía encantada con lo del dedo. La verdad es que no estaba tan mal como me lo habían pintado, pero aun así costaba entender que una madre responsable no lo hubiera visto si de verdad llevaba así desde hacía tiempo.
En la consulta he estado cuatro minutos plantada delante de las dos recepcionistas mientras ellas seguían tecleando con toda su santa pachorra como si: a) yo no estuviera allí; y b) ambas estuviesen componiendo poemas contemplativos. Entretanto Mabel trotaba feliz y contenta por la sala de espera e iba cogiendo folletos del expositor de la pared.
—Voy a leer —ha afirmado, y ha empezado a hacerlo en voz alta—: go o no o re a.
—Muy bien, cariño —he contestado. Al fin me he sentado y he podido consultar desesperadamente los mensajes para ver si Greenlight, o Roxster, o quien fuera tenía algo que decir para hacerme sentir mejor.
—Go o no o re e e a.
—Pero qué lista —he farfullado.
—¡Gonorrea! —ha exclamado con aire triunfal mientras abría el folleto—. Hala, hay fotos. ¿Me lees la gonorrea?
—Uy, ¡jajaja! —he dicho al tiempo que cogía los folletos y me los metía en el bolso—. Vamos a ver si hay más folletos como éste tan bonito —he propuesto mientras le dedicaba una mirada vidriosa al abanico de alegres colores: «Sífilis», «Uretritis no específica», «Preservativo masculino y femenino» y (un poco tarde) «Ladillas»—. Vamos a jugar con los muñecos —he decidido.
—No puedo creerme que no me haya dado cuenta antes —he admitido cuando finalmente he entrado en la consulta del médico.
—Pueden empeorar en cuestión de segundos —ha contestado el médico para mostrarme su apoyo—. Le recetaré unos antibióticos y se pondrá bien.
Después nos hemos acercado a la farmacia a comprar tiritas de las princesas Disney y Mabel ha decidido que quería volver al colegio.
14.00. Acabo de llegar a casa, aliviada de tenerla para mí sola, y me he sentado a… ¿qué? ¿Trabajar? Pero si me han despedido, ¿no? Todo está oscuro y sombrío.
Ah, un momento, aún llevo puestas las gafas de sol graduadas.
15.15. Acabo de pasarme veinte minutos mirando melodramáticamente a las musarañas, intentando no imaginarme pegándome un tiro como Hedda Gabler. Después me he metido en Google a buscar colgantes con calaveras o dagas en Net-a-Porter. Luego me he dado cuenta, sobresaltada, de que era hora de ir a buscar a Mabel y a Billy.
18.00. Estaba de los nervios cuando Mabel y yo llegamos a recoger a Billy, porque íbamos tarde y antes tenía que pasarme por el despacho por lo de las clases de fagot de Billy.
—¿Tiene el impreso? —me preguntó Valerie, la secretaria.
Me puse a rebuscar en el caos del bolso y dejé los papeles sobre el mostrador.
—Ah, señor Wallaker —saludó Valerie.
Alcé la vista y allí estaba, sonriendo con suficiencia, como de costumbre.
—¿Va todo bien? —se interesó mirando el lío de papeles. Seguí su mirada: «Sífilis: cuide su salud sexual.» «Gonorrea: señales y síntomas.» «La salud sexual a la palestra: guía del usuario.»
—No son míos —aseguré.
—Ya, ya.
—Son de Mabel.
—De Mabel. Bueno, en ese caso no pasa nada.
Se estaba partiendo de la risa. Cogí los folletos y me los guardé en el bolso.
—¡Oye! —protestó Mabel—. Que ezoz folletoz zon míoz. Dámeloz.
Mabel metió la mano en mi bolso y sacó «Gonorrea: señales y síntomas». Traté, de manera poco digna, de arrebatárselo, pero Mabel no estaba dispuesta a soltarlo.
—Zon miz folletoz —espetó en tono acusador, y, para impresionar, añadió—: coño.
—Y son unos folletos muy útiles —apuntó el señor Wallaker al tiempo que se agachaba para ponerse a su altura—. ¿Por qué no coges también éste y le das el resto a mamá?
—Gracias, señor Wallaker —contesté firme, pero amablemente, y después, con la cabeza bien alta, eché a andar con dignidad hacia la verja. A punto estuve de tropezar con Mabel en los escalones, pero, aun así, logré salir con cierta elegancia.
—¡Bridget! —rugió de repente el profesor de Educación Física como si yo fuera uno de los niños. Me volví asustada. Nunca me había llamado Bridget—. ¿No olvida usted algo? —Lo miré con cara inexpresiva—. ¿Billy? —Volvió la cabeza hacia mi hijo, que venía corriendo hacia nosotros y miró al señor Wallaker con una sonrisa cómplice. Ambos me observaron con expresión de suficiencia.
—A veces se le olvida hasta levantarse —soltó Billy.
—Me lo creo —replicó el señor Wallaker.
—Vámonos, niños —exclamé tratando de recuperar mi dignidad.
—Zí, madre —repuso Mabel con un inconfundible dejo de ironía que, francamente, resultaba irritante en alguien tan pequeño.
—Gracias, hija —contesté con suavidad—. Daos prisa. Adiós, señor Wallaker.
Cuando llegamos a casa, Billy yo nos desplomamos en el sofá y Mabel se puso a jugar, encantada, con sus folletos sobre salud sexual.
—He sacado unas notas de mierda en los deberes —me contó Billy.
—He sacado unas notas de mierda en mi guión.
Le enseñé el correo electrónico con lo del «guionista de verdad» y él me dio su libro de dibujo con su Ganesha, el dios elefante, y las notas del profesor: «Me gusta tu mezcla de amarillo, verde y rojo en la cabeza. Pero no termino de ver esas orejas llenas de colorines.»
Nos miramos acongojados y después nos echamos a reír.
—¿Hace una galleta de avena? —propuse.
Nos comimos el paquete entero, pero es como comer muesli, ¿verdad?