El señor Wallaker —o Scott, como lo llamo de vez en cuando— y yo no nos casamos, ya que ninguno de los dos quería celebrar otra boda. Pero sí nos dimos cuenta de que no habíamos bautizado a nuestros respectivos hijos, así que tomamos la decisión de convertir ese hecho en una excusa para dar una fiesta en la gran casa de campo y celebrar nuestra relación. De ese modo, decidimos, los niños estarían cubiertos —como si de un seguro se tratase— si al final el dios cristiano resultaba ser el verdadero, aunque tanto el señor Wallaker como yo somos un poco budistas.
La ceremonia se llevó a cabo en la capilla. El coro del colegio cantó y los hijos de Scott, Matt y Fred —que ya no están en un internado, sino que van a un instituto—, tocaron Someone to Watch Over Me al clarinete y al piano. Me pasé llorando la mayor parte del tiempo. Greenlight Productions envió un ramo de flores del tamaño de una oveja. Rebecca se hizo un peinado a lo afro con un letrero iluminado que ponía «Motel» y tenía una flecha que le apuntaba a la cabeza. Daniel se emborrachó en la fiesta e intentó liarse con Talitha, lo que hizo que Sergei se cogiera un berrinche de cuidado y empezara a echar pestes enfurecido. Jude —que, evidentemente, había acabado por aburrirse de la devoción que le profesaba Fotógrafodenaturaleza—, se lió con el señor Pitlochry-Howard y después las pasó canutas para salir del lío. Tom y Arkis se enfurruñaron porque no invitamos a Gwyneth Paltrow —y eso que Jake había tocado con Chris Martin en una ocasión —, y los dos flirtearon descaradamente con los chicos mayores de la banda de jazz. Mi madre seguía un poco mosca porque no me había puesto algo de un color más vivo, pero se le pasó al ver que su conjunto de abrigo y vestido era a todas luces más bonito que el de Una. El señor Wallaker se muestra encantado de complacerla flirteando descaradamente con ella y regañándola cuando se pasa de la raya, pero de un modo que hace que a mi madre le dé la risa tonta. Roxster (que previamente me había mandado un mensaje muy bonito diciéndome que tenía el corazón roto por la pérdida de su cougar vomitona, pero que estaba claro que existía un dios del ligoteo porque su nueva novia tenía náuseas por la mañana) me envió un mensaje aquel día para informarme de que su novia no estaba embarazada, que sólo era que la había obligado a comer demasiado, y que era una plasta. Lo cual estaba bien.
Y por encima de todo aquello, mi corazón me decía que Mark se alegraría. Que de verdad, de verdad, no habría querido que estuviéramos solos, sumidos en la confusión. Y que si tenía que ser alguien, le gustaría que fuera el señor Wallaker.
Y ahora no tengo dos hijos, sino cuatro. Y Billy tiene a dos chicos mayores con los que jugar a la Xbox, y la deja tan contento y sin protestar porque tiene que pasar al nivel siguiente con tan sólo una mirada del señor Wallaker. Salimos con Jake y Rebecca y los niños los fines de semana, y todo el mundo tiene a alguien con quien jugar. Y Mabel, por primera vez desde que era demasiado pequeña como para saberlo, tiene un papá que está en este mundo, no en el otro, y la trata como si fuera una princesita, de tal modo que me veo obligada a amonestarla constantemente. Y me siento segura, y no sola, y querida. Y los fines de semana a veces vamos a Capthorpe House y, cuando los niños están en la cama, revivimos la escena de las matas, pero con un final mejor.
Y ahora vivimos todos juntos en una casa grande y antigua y caótica cerca de Hampstead Heath. Y como desde allí podemos ir andando al colegio, hemos decidido que nos las apañaremos con un solo coche, lo cual facilita MUCHÍSIMO lo de los permisos de aparcamiento, aunque seguimos llegando tarde todas las mañanas. Ah, y atentos a Las hojas en su pelo, cuyo nuevo título es El yate de tu vecino, de próxima aparición directamente en DVD. Los niños al final fueron al dentista y no les pasa nada en los dientes. Y, por cierto, ahora mismo los seis tenemos piojos.