PRÓLOGO

Jueves, 18 de abril de 2013

14.30. Talitha acaba de llamar, con esa voz apremiante, de seamos-discretas-pero-tremendamente-dramáticas, que pone siempre.

—Cari, sólo quería comentarte que cumplo sesenta el 24 de mayo. No estoy DICIENDO que vaya a cumplir sesenta, está claro. Y no cuentes nada, porque no se lo voy a decir a todo el mundo. Sólo quería que te reservaras el día.

Me ha entrado el pánico.

—Sería genial —he contestado de manera muy poco convincente.

—Bridget. Tienes que venir sí o sí.

—Bueno, lo que pasa es que…

—¿Qué?

—Que Roxster cumple treinta ese mismo día. —Silencio al otro lado del teléfono—. Claro que lo más probable es que para entonces ya no estemos juntos, pero si lo estamos sería… —He ido perdiendo la voz gradualmente.

—Acabo de poner «sin niños» en las invitaciones.

—¡Para entonces tendrá treinta años! —le he espetado indignada.

—Es broma, cari. Claro que puedes traerte a ese toy boy tuyo. Pediré que pongan un castillo inflable. Entro. Mevoycorriendotequieroadiós.

He intentado encender la tele para ver si, en efecto, como tantas otras veces, Talitha me había llamado estando en directo, mientras pasaban las secuencias de una película. Les he dado confusamente a unos cuantos botones, como si fuera un mono con un teléfono móvil. ¿Por qué de un tiempo a esta parte para encender una tele hacen falta tres mandos a distancia con noventa botones? ¿Por qué? Sospecho que han sido diseñados por frikis tecnológicos de trece años que compiten entre sí desde habitaciones sórdidas por hacer que el resto del mundo piense que es el único que no sabe para qué sirven los botones y causar de ese modo graves daños psicológicos a escala universal.

Cabreada, he tirado los mandos al sofá, tras lo cual la tele ha cobrado vida caprichosamente y ha mostrado a una Talitha impecable, con una pierna cruzada toda sexy sobre la otra, entrevistando al futbolista del Liverpool de pelo oscuro que sufre ese problema de control de la ira y de los mordiscos. Tenía toda la pinta de querer morder a Talitha, pero por motivos muy distintos a los del campo.

Bien. Que no cunda el pánico: sólo habrá que analizar los pros y los contras de lo de la fiesta de Roxster / Talitha de una manera tranquila y madura:

PROS DE LLEVAR A ROXSTER A LA FIESTA

*  Estaría muy mal no ir a la fiesta de Talitha. Es mi amiga desde que trabajábamos en Sit Up Britain, cuando ella era una locutora de lo más glamurosa y yo una reportera de lo más incompetente.

*  Sería muy divertido llevar a Roxster, además de efectista, porque lo de celebrar un trigésimo / sexagésimo cumpleaños acabaría con la condescendiente manía de compadecerse de las mujeres solteras «de cierta edad», como si estuviesen atrapadas de por vida en la circunstancia de estar solas, cuando a los hombres solteros de esa edad los atrapan antes de que hayan tenido tiempo de presentar los papeles del divorcio. Y Roxster es tan guapo y tan mono que, en cierto modo, desmiente la realidad del proceso de envejecimiento en sí.

CONTRAS DE LLEVAR A ROXSTER A LA FIESTA

*  Roxster es un hombre hecho y derecho, y no cabe duda de que se ofendería si lo trataran como si fuese una especie de chiste o un recurso antienvejecimiento.

*  Aún más importante, Roxster podría salir huyendo de mí al verse rodeado de gente mayor en un sexagésimo cumpleaños y llegar a una conclusión absolutamente innecesaria: lo vieja que soy yo, aunque, desde luego, yo soy MUCHO más joven que Talitha. Y, francamente, me niego a pensar en lo vieja que soy. Como dice Oscar Wilde, treinta y cinco es la edad perfecta para una mujer; tanto es así que muchas mujeres han decidido adoptarla para el resto de sus vidas.

*  Es probable que Roxster dé su propia fiesta, llena de gente joven apretujada en la terraza haciendo una barbacoa y escuchando música disco de los setenta en plan divertimento retro irónico, y puede que en este momento esté pensando en cómo evitar pedirme que acuda a la fiesta, no vaya a ser que sus amigos se enteren de que está saliendo con una mujer lo bastante mayor para ser su madre, literalmente. A decir verdad, técnicamente, con el adelanto de la pubertad debido a las hormonas de la leche de un tiempo a esta parte… podría ser su abuela. Dios mío. ¿Por qué se me ha pasado algo así por la cabeza?

15.10. ¡Ahhhh! Tengo que ir a buscar a Mabel dentro de veinte minutos y las tortitas de arroz no están listas.

¡Ahhh! Teléfono.

—Llamo de parte de Brian Katzenberg.

¡Mi nuevo representante! Un representante de verdad. Pero iba a llegar realmente tarde a recoger a Mabel si me paraba a hablar.

—¿Podría llamar a Brian más tarde? —he preguntado mientras intentaba untar las tortitas de arroz con mantequilla de mentira, pegarlas entre sí y meterlas en una bolsa de plástico con cierre hermético, todo con una sola mano.

—Es por tu guión.

—Es que… estoy… ¡en una reunión!

¿Cómo iba a estar en una reunión y contestar al teléfono para decir que estoy en una reunión? Son los ayudantes los que se supone que han de decir que estás en una reunión, no tú mismo, ya que se supone que no puedes decir nada porque estás en la reunión.

He salido corriendo hacia el colegio, y ahora me muero de ganas de llamar para averiguar por qué me han llamado. Hasta ahora, Brian ha mandado el guión a dos productoras y ambas lo han rechazado. Pero es posible que un pez haya mordido el anzuelo al fin.

He resistido la necesidad imperiosa de llamar a Brian para decirle que mi «reunión» había terminado de repente, creo que es mucho más importante llegar a tiempo a recoger a Mabel; ésa es la madre bondadosa y con las prioridades claras que soy.

16.30. Llegar al colegio ha sido más caótico incluso que de costumbre, como una de esas láminas de ¿Dónde está Wally? con millones de jubiladas parando el tráfico para que crucen los niños, bebés en cochecitos, repartidores agresivos echando pulsos desde sus furgonetas con madres hipereducadas al volante de monovolúmenes, un hombre en bici con un contrabajo a la espalda, madrazas en bicicleta con cestas de zinc llenas de niños delante. La calle entera estaba paralizada. De pronto una mujer desquiciada ha llegado corriendo y gritando: «¡Atrás, ATRÁS! ¡VAMOS! ¡Nadie está siendo de MUCHA AYUDA!»

Al comprender que se había producido un accidente grave, yo, y todos los demás, hemos dado marcha atrás y nos hemos subido con el coche a la acera y a los jardines para dejar paso a los servicios de emergencia. Cuando la carretera ha quedado libre, he mirado al frente con cautela en busca de la ambulancia / el baño de sangre. Pero no había ningún vehículo sanitario, tan sólo una mujer muy elegante al volante de un Porsche negro que ha pasado con gran estruendo por la calle recién despejada. A su lado, en la parte delantera, viajaba un niño pequeño pulcramente uniformado.

Cuando he llegado a la zona de preescolar, Mabel era la única niña que quedaba en la escalera, a excepción del último rezagado, Thelonius, que estaba a punto de irse con su madre.

Mabel me ha mirado con sus enormes ojos serios.

Vamoz —ha dicho con amabilidad.

—Nos preguntábamos dónde te habrías metido —ha comentado la madre de Thelonius—. ¿Se te había vuelto a olvidar?

—No —he contestado yo—. La calle estaba completamente colapsada.

—¡Mami tiene cincuenta y un añoz! —ha soltado de pronto Mabel—. Mami tiene cincuenta y un añoz. Ella dice que tiene treinta y cinco, pero en realidad tiene cincuenta y uno.

—Chisss. ¡Jajaja! —he respondido, al ver cómo me miraba la madre de Thelonius—. Será mejor que vayamos a buscar a Billy.

Al final he conseguido meter a Mabel —que seguía chillando «mami tiene cincuenta y un añoz»— en el coche, y me he agachado sobre ella con ese tradicional movimiento de torsión que se vuelve cada vez más ortopédico con la edad para abrocharle el cinturón de seguridad palpando con la mano el revoltijo de trastos que había entre el asiento trasero y su sillita.

Cuando he llegado al área de primaria para recoger a Billy, he visto a doña Perfecta Nicolette, la Madre por Antonomasia (casa perfecta, marido perfecto, hijos perfectos; la única imperfección leve es el nombre que le pusieron sus padres, posiblemente antes de que se inventaran los populares chicles para dejar de fumar), rodeada de un grupo de madres de primaria. Nicorette-doña-Perfecta iba perfectamente vestida y perfectamente peinada, y llevaba un bolso perfectamente gigantesco. Me he acercado sigilosa, jadeante, para ver si me enteraba del Último Motivo de Preocupación, pero justo entonces Nicolette ha agitado la melena, enfadada, y casi me saca un ojo con la esquina del enorme bolso.

—Le he preguntado por qué Atticus sigue jugando al fútbol de defensa (por favor, que Atticus llega a casa, literalmente, llorando), y el señor Wallaker va y me suelta: «Porque es una birria. ¿Alguna cosa más?»

He mirado hacia el Motivo de Preocupación / nuevo profesor de Educación Física: esbelto, alto, algo más joven que yo, pelo al rape, con cierto aire a Daniel Craig. Estaba observando con cara de preocupación a un grupo de muchachos revoltosos; luego, de repente, ha soplado un silbato y ha vociferado:

—¡Eh, pandilla! Al vestuario ahora mismo u os amonesto.

—¿Lo veis? —ha continuado Nicolette mientras los chicos formaban una caótica fila para intentar volver al trote al colegio. Han comenzado a chillar «¡uno, dos, uno, dos!», como bosquimanos asustados a los que reclutaran para llevar a cabo un levantamiento popular. Mientras, el señor Wallaker marcaba ridículamente el ritmo con el silbato.

—Pues está como un tren —ha observado Farzia. Farzia es mi madre preferida del colegio, siempre tiene claras cuáles son las prioridades.

—Como un tren, pero casado —le ha espetado Nicolette—. Y con hijos, aunque resulte difícil de creer.

—Pensé que era un amigo del director —ha apuntado otra madre.

—Efectivamente. ¿Estará siquiera capacitado? —ha inquirido Nicolette.

—Mami. —Me he dado la vuelta y he visto a Billy con su pequeño blazer, el pelo oscuro alborotado y la camisa por fuera de los pantalones—. No me han cogido en ajedrez.

Los mismos ojos, los mismos ojos oscuros rebosantes de dolor.

—No importa que te cojan o que ganes —he contestado, y le he dado un abrazo furtivo—. Lo que cuenta es la persona.

—Claro que es importante. —¡Ahhh! Era el señor Wallaker—. Tiene que practicar. Tiene que ganárselo. —Cuando se ha dado la vuelta, lo he oído farfullar con claridad—: El sentido del mérito entre las madres de este colegio es increíble.

—¿Practicar? —he preguntado alegremente—. Vaya, y a mí que no se me había ocurrido nunca. Debe de ser usted muy listo, señor Wallaker. —Me ha mirado con sus fríos ojos azules—. ¿Qué tiene que ver esto con el departamento de Educación Física? —he proseguido con dulzura.

—Doy la clase de ajedrez.

—¡Vaya, qué bien! Y ¿utiliza el silbato?

El señor Wallaker se ha quedado desconcertado durante un instante; luego, ha replicado:

—¡Eros! ¡Sal de ese arriate ahora mismo!

—Mami —decía Billy al tiempo que me apretaba la mano—. A los que han elegido les dan dos días libres para ir al torneo de ajedrez.

—Practicaré contigo.

—Pero, mami, si el ajedrez se te da fatal.

—¡No se me da fatal! Soy muy buena. ¡Te gané!

—No.

—¡Sí!

—¡No!

—¡Bueno, te dejé ganar porque eres un niño! —he gritado—. Y, de todas formas, no es justo, porque tú vas a clases de ajedrez.

—Podría unirse a las clases, señora Darcy. —Por DIOS. ¿Qué hacía el señor Wallaker poniendo la oreja todavía?—. El límite de edad es de siete años, pero si consideramos la edad mental, estoy seguro de que no tendrá ningún problema. ¿Le ha dado Billy la otra noticia?

—¡Ah! —ha exclamado Billy, y se le ha iluminado la cara—. ¡Tengo piojos!

—¡Piojos! —Lo he mirado horrorizada y me he llevado la mano al pelo instintivamente.

—Sí, piojos. Los tienen todos. —El señor Wallaker ha bajado la vista, con expresión un tanto risueña—. Soy consciente de que esto desencadenará una crisis nacional entre las mamaseratis del norte de Londres y sus peluqueros, pero lo único que tiene que hacer es pasarle una lendrera. Y pasársela usted misma, claro.

Por Dios. Últimamente Billy se rascaba mucho la cabeza, pero no le había hecho mucho caso, tenía demasiadas cosas de las que ocuparme. He notado un hormigueo en la cabeza y que el cerebro me iba a mil. Si Billy tiene piojos, probablemente Mabel tenga piojos, y yo tenga piojos, lo que significa que… Roxster tiene piojos.

—¿Va todo bien?

—Sí, no, ¡genial! —he replicado—. Muy bien, de maravilla. Bueno, pues adiós, señor Wallaker.

Me he alejado con Billy y Mabel agarrados de la mano, mientras me sonaba un mensaje en el móvil. Me he puesto las gafas deprisa para leerlo. Era de Roxster:

<¿Has llegado muy tarde esta mañana, preciosa mía? ¿Y si me subo al bus esta noche y llevo una empanada de carne?>

¡Ahhhh! Roxster no puede venir a casa cuando hay que pasarle la lendrera a todo el mundo y lavar todos los almohadones. Seguro que no es normal tener que pensar en una excusa para quitarte de encima a tu toy boy porque la casa entera está llena de piojos. ¿Por qué me meto siempre en tantos líos?

17.00. Hemos vuelto a nuestra casa adosada con el lío habitual de mochilas, dibujos arrugados, plátanos aplastados y, además, un bolsón con productos antipiojos de la farmacia, y hemos pasado a toda prisa por la sala / despacho (cada vez menos útil si no fuera por el sofá cama y las cajas vacías de John Lewis) para bajar la escalera en dirección al cálido y desordenado sótano / cocina / salón donde pasamos la mayor parte del tiempo. He dejado a Billy haciendo los deberes y a Mabel jugando con sus «Villanian» (conejitos Sylvanian) mientras yo preparo los espaguetis a la boloñesa. Pero ahora no sé qué coño decirle a Roxster de lo de esta noche, ni si contarle lo de los piojos.

17.15. Puede que no se lo cuente.

17.30. Ay, Dios. Acababa de mandarle este mensaje:

<Me encantaría que vinieras, pero tengo que trabajar esta noche, así que será mejor que no.>, cuando Mabel se ha levantado de un salto y ha empezado a cantarle a Billy la canción que menos le gusta:

«Forgeddabouder money money money…»

Entonces ha sonado el teléfono. Me he abalanzado sobre él justo en el momento en que Billy se ponía de pie gritando:

—¡Mabel, deja de cantar a Jessie J!

Y una voz de recepcionista ha ronroneado:

—Llamo de parte de Brian Katzenberg.

—Esto… ¿podría llamarlo dentro de…?

«Berbling, berblin» —cantaba Mabel mientras daba vueltas alrededor de la mesa persiguiendo a Billy.

—A Brian le gustaría hablar con usted ahora.

—¡Nooo! ¿Le importaría…?

—¡Mabel! —vociferaba Billy—. ¡Bastaaaaaaaaaa!

—¡Chisss! ¡Estoy hablando por TELÉFONO!

—¡Holaaaaaa! —La voz enérgica y alegre de Brian—. Bueno, tengo buenas noticias. Greenlight Productions quiere suscribir una opción para comprarte el guión.

—¿Cómo? —El corazón me ha dado un salto de alegría—. ¿Eso significa que van a convertirlo en una película?

Brian se ha reído con ganas.

—¡Esto es la industria del cine! Sólo te darán algo de dinero para desarrollarlo y…

—¡Mamiiiii! ¡Mabel tiene un cuchillo!

He tapado el auricular con la mano mientras siseaba:

—¡MABEL! ¡Dame ese cuchillo! ¡Ahora mismo!

—¿Hola? ¿Hola? —repetía Brian—. Laura, creo que hemos perdido a Bridget…

—¡No! ¡Estoy aquí! —he exclamado. Me he abalanzado sobre Mabel, que a su vez se ha precipitado sobre Billy blandiendo el cuchillo.

—Quieren una reunión preliminar el lunes a mediodía.

—El lunes. ¡Genial! —he contestado, al tiempo que forcejeaba con Mabel para quitarle el cuchillo—. Esa reunión preliminar ¿es como una entrevista…?

—¡Mamiiiiiiiiii!

—¡Chisss! —Los he llevado a los dos al sofá y he empezado a pelearme con los mandos a distancia.

—Sólo es que tienen algunas dudas sobre el guión y quieren comentarlas antes de decidirse a seguir adelante.

—Bien, bien. —De pronto me he sentido ofendida e indignada. Así que ya tienen problemas con mi guión. Pero ¿de qué puede tratarse?

—Bueno, no olvides que no querrán…

—Mamiiiiii. ¡Estoy sangrando!

—¿Quieres que llame dentro de un rato?

—No, no pasa nada —he contestado, desesperada, mientras Mabel berreaba:

—¡Llama a la ambulancia!

—¿Decías?

—Que no querrán a un escritor novato que dé problemas. Tendrás que encontrar la manera de plegarte a sus deseos.

—Bien, bien. Que no sea un coñazo, vamos.

—Lo has pillado —ha contestado Brian.

—¡Mi hermano ze va a morir! —sollozaba Mabel.

—Eh… ¿va todo…?

—Sí, sí, genial, ¡el lunes a las doce! —he dicho justo cuando la niña gritaba:

—¡He matado a mi hermano!

—Vale —ha replicado Brian, algo nervioso—. Le diré a Laura que te pase los detalles por correo electrónico.

18.00. Una vez que la furia ha amainado, y Billy tenía el minúsculo corte de la rodilla cubierto con una tirita de Superman, y he marcado unos negativos en la Tabla de consecuencias de Mabel, y les he embuchado los espaguetis a la boloñesa, me he dado cuenta de que no paraba de darles vueltas en la cabeza a múltiples asuntos, como le sucede a una persona que se está ahogando, sólo que con un tono más optimista. ¿Qué me iba a poner para ir a la reunión? Y ¿ganaría un Oscar al Mejor Guión Adaptado? ¿No salía Mabel antes los lunes? ¿Cómo iba a ir a buscar a los niños? ¿Qué me pondría para la ceremonia de los Oscar? ¿Debería decirle al equipo de la productora Greenlight que Billy tiene piojos?

20.00. Piojos encontrados: 9; bichos en sí: 2; liendres: 7 (muy bien).

Acabo de bañar a los niños y de pasarles la lendrera: la verdad es que ha sido de lo más divertido. Le he encontrado a Billy dos bichos en el pelo y siete liendres detrás de las orejas, dos detrás de una y nada menos que cinco tras la otra. Resulta sumamente satisfactorio ver esos puntitos negros aparecer en la lendrera blanca. Mabel se ha disgustado porque ella no tenía ninguno, pero se ha animado cuando la he dejado que me la pasara a mí y tampoco ha encontrado nada. Billy nos enseñaba la lendrera y canturreaba: «¡Yo tenía siete!» Pero cuando Mabel se ha echado a llorar, le ha puesto cariñosamente tres de las suyas en el pelo, con lo cual hemos tenido que volver a pasarle la lendrera a su hermana.

21.15. Los niños están dormidos. Estoy toda orgullosa por lo de la reunión. ¡Vuelvo a ser una profesional y voy a ir a una reunión! Me pondré el vestido de seda azul marino e iré a la peluquería, a pesar del ataque desdeñoso del puñetero señor Wallaker contra los peluqueros. Y a pesar de la acuciante sensación de que la costumbre de ir a la peluquería, cada vez más extendida entre las mujeres, está haciendo que se conviertan en esos hombres del siglo XVIII (¿o XVII?) que sólo se sentían cómodos en público cuando llevaban puesta una peluca empolvada.

21.21. Uy, aunque moralmente está mal ir a la peluquería cuando podría tener liendres de las que aún no se ven porque están al principio de su ciclo de siete días, ¿no?

21.25. Sí. Moralmente está mal. Y quizá Mabel y Billy tampoco deberían ir a jugar a casa de sus amigos.

21.30. Y también creo que debería contarle a Roxster lo de los piojos, porque no es bueno mentir en una relación. Aunque, en este caso, puede que sea mejor mentir que mentar los piojos.

21.35. Al parecer los piojos plantean un número inmanejable de dilemas morales modernos.

21.40. ¡Ahhh! He repasado el armario entero (es decir, la pila de ropa amontonada sobre la bici estática) y los armarios de verdad y no encuentro el vestido de seda azul marino. Ahora no tengo nada que ponerme para ir a la reunión. Nada. ¿Cómo puede ser que tenga tanta ropa en el armario y que el vestido de seda azul marino sea lo único que puedo ponerme para una ocasión importante?

Propósito para el futuro: en lugar de pasarme las tardes metiéndome queso rallado en la boca e intentando no pimplar vino, echaré un vistazo tranquilo a toda la ropa que tengo, daré a los pobres todo lo que no me haya puesto desde hace un año y organizaré todo lo demás en un armario austero de cosas que combinen entre sí de manera que vestirse se convierta en un placer sereno, en lugar de en un revolver histérico. Y después haré veinte minutos de bici estática, porque la bici estática no es un armario, evidentemente, sino una bici estática.

21.45. Aunque puede que no pase nada si me pongo siempre el vestido de seda azul marino, un poco como el Dalái Lama y sus túnicas. Si consigo encontrarlo. Me figuro que el Dalái Lama tendrá varias túnicas —o una tintorería de guardia—, y que no se las deja en el fondo de un armario lleno de ropa de Topshop, Oasis, Asos, Zara, etc. que ha comprado pero que no se pone.

21.46. Ni sobre la bici estática.

21.50. Acabo de subir a ver a los niños. Mabel estaba dormida, con el pelo tapándole la cara, como de costumbre, así que parecía que tuviese la cabeza boca abajo. Y abrazada a Saliva. Saliva es la muñeca de Mabel. Billy y yo pensamos que el nombre es una mezcla de Sabrina, la bruja adolescente, y los conejitos Sylvanian, pero Mabel opina que es perfecto.

He besado a Billy en la pequeña mejilla caliente; estaba acurrucado con Mario, Horsio y Puffles Uno y Dos, y entonces Mabel ha levantado la cabeza y ha soltado: «Qué buen tiempo eztamoz teniendo», y se ha echado de nuevo.

Me he quedado mirándolos, acariciándoles las caritas suaves, escuchando sus resoplidos, y de pronto ha llegado el funesto pensamiento: «Ojalá…» Me ha asaltado sin previo aviso, «Ojalá…» Oscuridad, recuerdos, pena que se encabrita, que me engulle como un tsunami.

22.00. Acabo de bajar corriendo a la cocina. Peor: todo está en silencio, triste, vacío. «Ojalá…» Basta. No puedo permitírmelo. Pon el hervidor. No te pases al lado oscuro.

22.01. ¡Timbre! ¡Gracias a Dios! Pero ¿quién será a estas horas?