Yo no fui el único que vio ese andamio a medio montar como un parque de atracciones.

Alguien más lo vio a la vuelta del colegio.

Ese «alguien» fichó aquella atracción gratis que había crecido de un día para otro en la puerta de su casa y subió a su piso como si nada. Pero en cuanto pudo, zas, se escapó de extranjis, bajó a la calle y se dispuso a trepar, sin supervisión adulta.

Era «alguien» que había ido al rocódromo tres veces en su vida, en tres cumpleaños, y se flipó un poco pensando que con eso ya dominaba la escalada.

Entonces ese mismo «alguien» intentó subir por el andamio una, dos, tres, cuatro veces. Pero no tuvo éxito porque le resbalaban las manos y las suelas de los zapatos.

 

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Así que subió otra vez a su casa de extranjis y se puso unas zapatillas de fútbol, de las de tacos, y unos guantes de portero. Y bajó otra vez a intentarlo.

Es una pena que ese «alguien» no se equipara, ya puestos, con el casco de ir en bici y las rodilleras y las coderas de patinar. Quizá entonces no habría sucedido aquella desgracia.

La primera en darse cuenta de que pasaba algo fue Olivia:

—¡Hay otra ambulancia parada en la puerta de casa! —dijo mirando por la ventana.

Olivia y yo nos asomamos al balcón. Pero entre los andamios, las plantas que no hacen más que crecer y las cabezas de la gente con chaleco fluorescente, no lográbamos ver a la víctima.

Entonces a mi padre le llegó un wasap y vino corriendo a preguntarnos:

—¿Estáis bien, hijos míos? ¿Estáis en casa?

Puede que el que no estuviera bien era él, o no muy bien de la vista, porque nos tenía delante y era evidente que estábamos en casa.

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—¡Alguien ha intentado subir al andamio y se ha caído! —nos dijo.

—¿Está bien? —preguntó Olivia con cara de pánico.

Mi padre volvió a mirar el móvil. Le estaban informando al minuto.

—¡Parece que se ha roto una pierna!

—Pero ¿¿quién es?? —pregunté yo.

Mi hermana volvió a asomarse intentando averiguar la identidad de ese «alguien» que había intentado escalar y dijo:

—Apuesto a que es uno de los merluzos.

Según Olivia, Merluzo 1 es mi amigo Fran y Merluzo 2 es Alberto.

La verdad es que no era una apuesta tan loca. Porque, para locas, las ideas que se le ocurren a Fran.

Sí, yo también habría apostado por un merluzo. Concretamente, por Merluzo 1, digo..., por Fran.

Pero menos mal que no lo hice porque en ese momento llamaron a la puerta.

Y mi padre fue a abrir.

Y era Fran. Merluzo 1 en persona. Y no iba en camilla, ni en silla de ruedas, ni escayolado.

Y dijo:

—Tío, ¿te has enterado? Casi se mata.

—Pero ¿¿quién?? —gritamos Olivia, mi padre y yo.

Pero Fran solo podía repetir:

—CASI SE MATA.