Un callejón sin salida

Cuando bajaron del camión, Miguel Ángel estaba harto de que todos los testigos terminaran muertos.

Era como si les cerraran la puerta en la cara. Una y otra vez.

Miriam se sentía igual.

Ya no tiene caso seguir aquí —fue todo lo que dijo.

¿Qué horas son?

Las dos de la tarde.

Llévame a mi oficina. Tengo muchas cosas que hacer.

Hecho.

Mientras recorrían la ciudad en plena hora pico, con un tráfico lento y pesado, Morgado intentaba rearmar aquel rompecabezas.

Un ligero dolor de cabeza zumbaba como música de fondo en su oído derecho.

Necesito que me hagas un favor...

¿Llegar a una farmacia y comprarte aspirinas?

Miguel Ángel tuvo que sonreír ante el comentario de la agente.

¿Tan mal me veo?

Te ves tenso y preocupado.

Lo estoy. ¿Te das cuenta que estamos en un callejón sin salida?

No. No es así —le aseguró Miriam.

Dime, entonces, a qué altura de la investigación estamos.

En la etapa de reunir datos preliminares y perfil de sospechosos.

A Morgado le causó gracia el optimismo de su colega.

Ni siquiera hemos visto los cadáveres quemados. Tal vez sean monigotes de plástico que nada tienen que ver con los fugados.

Es cierto. Pero mañana lo sabremos con seguridad. Pasaré por ti temprano.

Temprano, bien, pero ¿a qué hora?

¿Exactamente o aproximadamente?

Exactamente.

A las 5:30 de la mañana.

¿En mi auto o en el tuyo?

En ninguno de ambos. Llevaré una camioneta todo terreno del Grupo Táctico de la policía estatal. No quiero quedarme varada en medio de esa clase de incendio.

Miguel Ángel sopesó las palabras de Miriam. Detrás del tono de su voz había una experiencia cercana, aún sin curar. Estaba seguro de ello.

¿Has estado alguna vez en peligro de quemarte?

La agente aumentó la velocidad. Acababan de entrar a la avenida Benito Juárez.

Varias veces. En la cocina. Tratando de hacer malabares con aceite, salsa de tomate y pastas italianas.

Eso suena como un coctel molotov para uso personal.

Miriam no se rio de su chiste.

¿Y en tu familia?

Menos. Los accidentes y muertes en mi parentela son con relación al agua. Un primo mío se ahogó en el Mar de Cortés, cerca de San Felipe. Se metió a nadar y se lo llevó la corriente.

¿Rescataron su cuerpo?

No. Los tiburones llegaron primero.

Por más que Morgado lo intentaba, la conversación con Miriam se estaba volviendo similar al caso: un callejón sin salida.

La agente lo vio de reojo, al tiempo que maniobraba entre los autos conducidos por madres de familia y llenos de niños salidos, apenas minutos antes, de la escuela.

Está bien, licenciado. Debo confesarle algo.

¿Eres piromaníaca?

No. Mi novio murió en un incendio forestal.

Disculpa. No quería ser impertinente.

Si no lo fuera no sería el investigador que es. Reconozco una deformación profesional cuando la veo. Pero es una deformación que comparto contigo.

¿Fue en un incendio aquí, en Baja California?

No. En San Diego. Hace tres años.

¿Era gringo tu novio?

No. Era mi entrenador de maniobras de supervivencia. Me llevaba ocho años y era bueno en todo lo que hacía.

Morgado no pudo evitar pincharla.

¿En todo-todo?

En todo-todo, especialmente en paracaidismo y primeros auxilios.

¿Qué pasó?

Fue a tomar un curso de actualización en San Diego, y por esos días se desató un incendio en Las Viejas.

¿El casino Las Viejas?

Por los alrededores. Como había varios incendios en marcha cerca de los suburbios de San Diego, los bomberos del condado estaban demasiado ocupados como para atender un incendio pequeño, así que mandaron a los que tomaban el curso. Puro voluntario. A Rodolfo, así se llamaba mi novio, le encantó la idea e incluso me telefoneó para darme la buena noticia: iba a combatir un incendio forestal. Fue la última vez que hablé con él. Dos días después me comunicaron las malas noticias.

¿Qué sucedió?

Nunca lo supieron bien del todo. Al parecer su brigada entró a un cañón para despejar el terreno y hacer contrafuego, pero el viento cambió de dirección y luego explotó.

¿Explotó?

Es un fenómeno raro. Es como si al pasar entre dos montañas el fuego se incrementa en temperatura y velocidad. El incendio es de menor extensión, pero más poderoso. Lo que encuentra a su paso lo calcina en segundos. Y aunque corras, el fuego avanza más aprisa que un ser humano. La única forma de escapar es haciéndote a un lado, pero Rodolfo y su brigada fueron sorprendidos al fondo del cañón. Quisieron escalar una ladera, pero fue demasiado tarde.

Lo siento.

Yo más. Cuando lo velamos en la funeraria, sólo estaba su urna. Los rescatistas de San Diego sólo encontraron cenizas, huesos y restos metálicos fundidos.

Al menos murió cumpliendo su deber.

Sí, salvar un casino donde la gente va a tirar su dinero. ¡Qué gran deber!

Detrás de las palabras plenas de resentimiento de Miriam, Mor- gado descubrió que aquel entrenador había sido el primer amor de su vida.

Una presencia que seguía perturbándola aun ahora. Un fantasma en su corazón.

En ese momento el abogado defensor de los derechos humanos se dio cuenta que no todo era un callejón sin salida.

Tal vez el padre Ochoa pensó que había escapado de la justicia tomando veneno. Pero su red de pedófilos es otra cosa.

Quizás alguien más en Mexicali siga conectado a la misma. Creyendo estar a salvo. Pero no es así.

¿Puedes hacerme un favor?

¿Cuál? —quiso saber Miriam.

Quiero que mandes todo lo que contenga el disco duro del padre Ochoa a Harry Dávalos.

¿Es alguien de Interpol?

No. Es un amigo. Trabaja para la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Ahora vive en Los Ángeles y estaría encantado de ayudarnos.

¿Estás seguro? Ellos se dedican a combatir amenazas terroristas. Por horrible que sea, la pedofilia no alcanza tal categoría.

Pero Morgado entendía mejor el razonamiento paranoico.

Mándaselo de todos modos. Y si, como creo, el incendio circular de La Rumorosa ya se extiende más allá de nuestras fronteras, destruyendo recursos naturales y propiedades de los Estados Unidos de América, te aseguro que sus autoridades van a considerar a los responsables como amenazas a su seguridad nacional.

Miriam volteó a verlo con admiración.

¡Bien pensado! —exclamó.

Y luego se puso seria.

Pero lo de la red pedófila no indica relación con los incendios.

No te preocupes. De eso yo me encargo.

La agente dejó al abogado frente a su oficina.

Lo mandaré de inmediato —prometió, antes de partir.

Hazlo ya y avísame a mi celular.

Quince minutos más tarde recibió la confirmación.

Enviado. Espero haya respuesta.

Gracias. Ahora sigo yo.

Morgado marcó el número de Harry Dávalos.

La contestadora automática le pidió su clave de acceso.

Después de un minuto escuchó el timbre del teléfono.

Hola, Chicali Boy. ¿En qué lío andas?

Supongo que tienes identificador de llamadas.

Correcto.

¿Recibiste la información que te mandé?

La estoy filtrando. Esta agente Becerra me es desconocida, y aunque decía que tú le pediste el favor necesitaba comprobar quién era. Ya veo. Bonita, joven y guapa. Creo que tengo que visitar Mexicali para estudiar a fondo el cuerpo del delito.

¡Olvídate de eso!

Noto un tono moralista en tus palabras, de galán protegiendo a damisela en apuros. ¿O me equivoco, Border Lawyer?

Por favor, Harry. Concéntrate en el caso.

Y lo estoy. Puedo tomarte el pelo y hacer la búsqueda que pediste al mismo tiempo.

¿Y...?

Y es un caso más del fiscal de Los Ángeles, Charles Sánchez. Él es el que anda tras esos criminales que se ocultan tras el poder de la Iglesia. Sacerdotes, monjas, pastores y guías espirituales que hablan de amor al prójimo, pero que nunca dicen qué edad tiene ese prójimo.

Lo sé. Los menores de edad, niños o niñas, siempre son las víctimas más desvalidas.

Pero eso no es todo, ¿verdad?

No. Esa es una parte. Necesito tus recursos tecnológicos.

¿Cuáles?

Sé que vigilan las 24 horas del día la frontera.

Así es. Aviones dirigidos sobrevuelan la frontera a diario, además de los satélites estacionarios. ¿Qué buscas, Mexicali Cactus?

Busco un incendio.

Espera un momento.

Morgado esperó por cinco minutos.

Y siguió esperando, hasta que Harry estuvo de regreso.

Ya está. ¿Qué busco?

En las afueras de La Rumorosa. Un círculo de cuerpos calcinados. No sé exactamente dónde.

Estoy ampliando la búsqueda. Ya veo.

¿Qué ves?

El fuego está regresando. Las patrullas y bomberos locales se han retirado del lugar.

¿Puedes ver las 48 horas anteriores?

Eso tardará más. Esto que tengo es en vivo.

¿Puedes conseguirme lo que hayan captado las cámaras espías en los dos días anteriores?

Llámame mañana temprano y te diré lo que sepa.

Gracias mil.

Y en cuanto a esta red de pedófilos, ya te mantendré informado de lo que me digan el fiscal Sánchez y el FBI.

De nuevo gracias, Harry.

Nada de gracias: consígueme una cita con la agente Becerra, cuando menos.

Hasta pronto.

—¡Cuídate, Baja Lizard!

Miguel Ángel cerró su celular. Y se quedó viendo la fotografía ampliada que colgaba en la pared.

Era una foto de Mexicali recién fundado. Circa 1904. Un pueblito del viejo oeste en territorio mexicano. Un poblado fronterizo de una sola calle.

Sus edificios principales eran una tienda de abarrotes, la aduana y una cantina que anunciaba: “Lindas señoritas. Baile, cerveza y diversión”.

Morgado no podía negarlo. La frontera era una zona franca. Un sitio para hacer y deshacer. Una fiesta en honor de Baco y de Venus.

Luego pensó en la muchacha testigo de Jehová: “No era lugar para ti. No encajabas en esta vida nuestra”.

Y entonces se percató que ni siquiera sabía el nombre de la muchacha degollada. “En eso te pareces a todos nosotros. Un ser anónimo en una ciudad que nunca pregunta quién eres. En una urbe que sólo quiere seguir adelante en sus negocios, mantenerse a flote a cualquier precio...