E1 santuario de los monjes guerreros

La casa de piedra se alzaba sobre un risco, oculta de las miradas ajenas por una pared cercana de rocas. Su acceso estaba limitado por un camino entre las piedras en difícil equilibrio. Un camino que se recorría no andando, sino a saltos. Sobre un abismo de más de 300 metros de profundidad. La casa en realidad no era una casa sino una caverna espaciosa. Diez metros de altura y otros tanto de anchura. Entraba en la montaña y descendía hasta una estancia casi redonda.

Una estancia en cuyas paredes colgaban antorchas encendidas. Y en cuyo centro una docena de jóvenes, de ambos sexos, permanecían en posición de firmes y con los rostros tapados con pasa- montañas.

¿Están todos? —preguntó una voz a sus espaldas.

¡Estamos! —contestaron a coro.

¿Saben para qué están aquí?

¡Para dar testimonio!

¿Testimonio de qué?

¡De nuestra fe! ¡De nuestra templanza!

¿Han cumplido sus votos?

¡Cada uno de ellos!

¿Son fuertes como los primeros discípulos?

¡Fuertes somos!

¿Son devotos al misterio divino?

¡Lo somos!

¡Arrodíllense!

Todos los presentes lo hicieron.

Digan conmigo: “Estoy al servicio de la luz”.

Todos lo repitieron.

Sea hombre o mujer, sea grande o pequeño, cualquiera que se interponga en mi misión será tratado como mi enemigo, será castigado por su maldad.

Cuando todos terminaron aquel juramento, el de la voz cantante hizo su aparición. Vestido todo de blanco, fue entregando a cada uno de los jóvenes allí presentes una medalla con las siglas P. M. Cuando concluyó, con un gesto reunió a sus juramentados a su alrededor.

¿Entienden la responsabilidad que han recibido?

La entendemos.

Ustedes son la espada de la justicia.

Nosotros lo somos.

Esperamos mucho de ustedes, los primeros invocados.

No lo defraudaremos, patriarca.

Lo sé, mis niños.

Entonces se soltó el alboroto.

¿Qué quiere que hagamos?

¿Cuál es nuestra primera tarea?

Cuidar el círculo. Esa es su misión.

¿Ahora mismo?

Sí. Ahora. El mundo debe saber que esto no es un juego.

¿Y cuándo lo sabrá?

Cuando vean nuestra obra.

¿La tumba de los malvados?

Sí. Su crematorio.

¿Cuándo proclamaremos nuestra presencia en el mundo?

Mañana, a más tardar. Pero recuerden todos ustedes, portadores de la muerte, nuestro trabajo se conocerá, no nuestras identidades. Somos la mano ausente.

Sí, patriarca.

Y este es nuestro santuario.

Luego, los jóvenes abrazaron a su líder. Como una comunión multitudinaria. Como una ceremonia para iniciados. El patriarca era el centro de aquella adoración. El ser que les daba valor, esperanza, fe en el futuro que vendría.

Pero no todos compartían esa visión: Miriam Becerra, agente de la Procuraduría de Justicia del Estado, veía el espectáculo desde la silla en que estaba amarrada.

¿Cómoda, señorita policía?

Miriam vio a su alrededor. Allí estaba su captor. En la mirada de la agente no había ni una pizca de camaradería. Por el contrario, sus ojos brillaban de coraje. De indignación.

¿Cómo? —quiso decir, pero la habían drogado y su lengua apenas iba recuperando el movimiento.

Su captor le puso la mano en el hombro derecho.

¿Cómo qué? ¿Cómo no se dieron cuenta del teatrito en que participaron tú y tu caballero andante, el licenciado Morgado?

¿Qué hiciste?

No hice mucho. Mi trabajo, nada más.

¿Trabajo?

Miriam intentaba despertarse del todo. Volver a tomar el control de su cuerpo.

¿Por qué crees que me pusieron en donde estoy? ¿Para limpiar la mierda? No. Por supuesto que no.

Tú eres... mierda.

Roberto Tejada, el procurador de Justicia del estado de Baja California, no se inmutó ante el insulto.

Gracias. Y tú también. La Procuraduría es una cloaca que jamás va a quedar limpia y reluciente. Me contrataron para cuidar intereses especiales.

¡Mierda tus intereses!

¿Qué no conoces otra palabra? Tendré que comprarte un diccionario de sinónimos. Aunque, pensándolo bien, no creo que eso importe.

¿Cómo fuiste... capaz?

Olvida los cómos. Proteger intereses es mantener una ilusión: que todo está bajo control. Que los leales ciudadanos de la República crean que están en buenas manos, que el gobierno vela por ellos, que las autoridades se preocupan por su bienestar. Pero, como tú deberías saber, el gobierno sólo vela por sus propios negocios. Tú sabes: intentamos elevar los impuestos, desangrar a los empresarios legítimos, cobrar los servicios públicos como si fueran privados, pero lo que obtienes de eso es una bicoca. Con los negocios ilegales es otro business: te vuelves un accionista, un socio. Si el gobierno que representas es fuerte y sólido en recursos, eres un socio mayoritario. Si eres un gobierno débil, con escasos recursos, no pasas de ser un socio minoritario. Esta es nuestra situación aquí, en el estado. Recibimos más órdenes que las que damos. Y eso no les gusta a los políticos, a las autoridades.

¿Y cuál fue tu plan... jefe?

Roberto Tejada fijó la mirada en la fiesta con música electrónica que se desarrollaba en la explanada de la casa de piedra, dos pisos más abajo de donde se encontraban.

Dos mafias compiten en la entidad: la de Tijuana, la que está unida a las pandillas de Los Ángeles y a los maras salvadoreños, y la sinaloense, la más veterana de todo México, la que acaba de tomar la plaza. Mi plan es obvio: hacerlas enojar, que se enemisten entre ellas más de la cuenta. Decidí que se atacaran mutuamente. Una guerra falsa creada exprofeso. Primero los nueve y luego los niños. Dos afrentas serias, que ni los sinaloenses ni los tijuanenses pueden pasar por alto.

¿Y el gobierno saldrá fortalecido?

De socio minoritario pasaríamos a socio mayoritario, con poder de decisión.

¿Y lo lograste?

Los muchachos de la granja trabajaban para los sinaloenses en Los Vitrales. Sus cadáveres eran un reto en plena cara. Los niños del contenedor eran negocio de la gente de Tijuana y de El Salvador. El que los mataran así, en ambos casos, fue un insulto público para las dos mafias. ¿Y adivina qué, Miriam? Ya empezó la balacera. Acaban, hace dos horas, de acribillar a los supuestos dueños de Los Vitrales, en plena avenida Reforma. La guerra ya dio comienzo. Y gane quien gane el gobierno se hace más fuerte porque vamos a servir de mediadores de aquí a una semana. ¿Ves que todo lo hicimos en beneficio de la ciudadanía? Pronto habrá tranquilidad pública y todos ganaremos.

Miriam ya comenzaba a recuperarse. Se percató que le habían puesto un uniforme de policía: “No entiendo por qué”, pensó.

Para entonces, ¿cuántos cadáveres habrá tirados por las calles y terrenos baldíos de todo el estado?

Calculo que unos cien a ciento veinte —contestó el procurador, sin titubear.

¿Y cuántos de esos será gente inocente, que le tocó la mala suerte de estar en el momento inoportuno en el sitio inadecuado?

Unas veinte personas, cuando mucho.

¿Qué te crees, Roberto? ¿Un señor de la guerra?

El procurador se rio.

Los muchachos que eliminamos eran pura escoria. Prostitutas y prostitutos. Gente mala, indecente, que vivía sólo del desmadre, de consumir sexo y droga. Pero nuestros muchachos, los que se han vuelto cruzados, los que han decidido cortar de tajo con la podredumbre moral, son hijos de políticos prominentes, de empresarios exitosos. Y yo debo brindarles todo lo que pidan y, a la vez, mantenerlos seguros. Por eso les organizo estas reuniones privadas bajo protección oficial. Y les procuro escoria humana para que la castiguen a su modo, a su gusto. Después de que termina la ceremonia me encargo de que todo quede limpio, impecable. Que estos jóvenes sigan siendo el futuro de Baja California con un historial sin manchas. A veces, como tú sabes, alguien lo hace por su cuenta y riesgo, en sitios no controlados. Una edecán a la que no le gustó la idea de que la castiguen por su sexualidad desenfrenada y se defiende. Pero esos son accidentes pasajeros, detalles menores.

¡Eres un hijo de puta! —exclamó Miriam.

Soy un servidor público. Y mi tarea es que todo siga ordenado, que una puta muerta no manche la reputación de un futuro diputado, de un próximo magnate fronterizo. Para eso me pagan. Y para eso te pagan a ti también.

¡No! ¡A mí no me pagan por eso!

La furia de Miriam divertía al procurador. Pero no por mucho tiempo.

Por eso te puse a cargo de la investigación. Tú no tienes padrinos poderosos. Eres nueva en la Procuraduría. Nadie va a llorarte mucho. Pero nunca pensé que llegarías lejos. Eres buena policía. Demasiado buena para que estés a mi servicio.

Morgado lo descubrirá.

El procurador le dio una palmada en la espalda.

¿Y a quién crees que vamos a culpar de tu muerte? Ese defensor de los derechos humanos ya no nos va a fastidiar más.

Roberto Tejada consultó el reloj.

Es hora de que hagas tu presentación en sociedad. Jorge Ortega pidió que quería cogerse a una agente policiaca. Eso lo excita: las mujeres en uniforme. Espero que disfrutes la experiencia. No te preocupes: cuando encontremos tu cuerpo descuartizado te haremos honores de policía heroica. Quién sabe. Tal vez hasta le demos tu nombre a la Academia de Policía. Para recordarte. Para que sirvas de ejemplo.